viernes, 28 de octubre de 2022

Jean Marie Le Pen, 94 años. Homenaje, agradecimiento y recuerdo (VII) - LA CUESTION DEL ISLAM (así estaban las cosas hace 20 años)

 

Resulta difícil resumir el estado de la cuestión en Francia y cómo el "antinmigracionismo" de Le Pen tuvo un eco tan fuerte en Francia. Para entenderlo estamos obligados a realizar la recensión de una obra de Guillaume Faye1, que no milita en el Front National, «enfant terrible» de la «nouvelle droite» intelectual, y que en su obra «La Colonisation de l’Europe» define la situación que está afrontando el vecino país en relación a la delincuencia, la inmigración, el racismo y la xenofobia. [Este texto fue escrito hace 20 años, y, por tanto, refleja la situación que se daba en Francia en aquel momento. Ni que decir tiene que en la actualidad esa situación se encuentra mucho más degradada, NdA]

Por que las cosas en Francia, al decir de Faye, están como siguen. No pierdan nota. Algunos de los datos que les vamos a ofrecer les parecerán extremos y quizás frunzan el entrecejo en gesto forzado de incredulidad. Si Faye tiene razón, Francia tiene un problema y ese problema no es Le Pen. Hemos preferido traer a colación un texto  que no perteneciera al acervo documental del Front National o de Le Pen, lo cual hubiera implicado sospechas de subjetividad. Tampoco hemos optado por evaluar nosotros mismos la situación: hace falta estar en Francia todos los días para advertir la situación; no es nuestro caso, si el de Faye. Y, finalmente, Faye es un intelectual polémico, no un buscador de votos. Hace veinte años, no sólo era indiferente a Le Pen, sino además le era hostil. No ahorraba ironías ni maldades sobre el líder del Front National que para él y para la tendencia a la que pertenecía era el más conspicuo representante de la «vieja derecha» y ellos (Benoist, Vial, Louis Pauwels, etc.)  se consideraban «nueva derecha». Vale la pena conocer su opinión. Sus libros han sido editados por Editions de L’Aencre y, con su enorme carga polémica, resumen la situación mucho mejor de lo que podríamos hacer nosotros.

LA CUESTION DEL ISLAM

Presentamos a continuación un resumen de la obra de Guillaume Faye “La Colonisation de l’Europe”2. Hemos intentado resumir en 30 folios un libro de 350 páginas, recogiendo los datos esenciales.Y lo hacemos sin añadir ningún comentario por nuestra parte:

«Actualmente hay en Francia 4 millones de musulmanes. Nadie duda que se trata solo de gente regularizada, la mayoría tienen incluso en la actualidad la nacionalidad francesa. Pero entre legales e ilegales, se admite que cifra de musulmanes puede llegar a 6 e incluso a 7 millones. En el momento de escribir estas líneas el Islam es la segunda religión de Francia. En menos de veinte años se han construido casi 1500 mezquitas con altavoces que llaman a la oración sin preocuparse si existe una legislación que limite este tipo de manifestaciones.

Sus practicantes son jóvenes, mientras que los practicantes católicos son viejos; tienen un alto nivel de evolución demográfica, tanto por el flujo masivo de inmigrantes como por la alta natalidad de los Islamistas. En realidad el Islam será la primera religión de Francia en el 2015. Ya hoy existen más musulmanes en Francia que en Albania y en la antigua Yugoslavia juntas. Tampoco hay que perder de vista que en el ámbito de la Unión Europea, existen 15 millones de musulmanes y en diez años, la cifra se habrá duplicado.

El 25% de las personas entre 5-20 años en Francia son ya de origen extraeuropeo. En el 2010 el Islam será la primera religión practicada dentro de Francia. El 75% de los actos delictivos violentos en el año 1998 son el hecho de magrebies o africanos. Son datos del Ministerio del Interior. El 30% de los nacimientos en la Francia de hoy tienen un ascendente extranjero de primera o segunda generación, la gran mayoría de procedencia afro-asiática. De los 780.000 nacimientos anuales, una de las tasas más bajas de Francia, 250.000 nacimientos son de mujeres magrebies, africanas, asiáticas o mixtas. Hoy, el 8% de adultos son de origen extra-europea, el 20% de alumnos son en mayoría afro-magrebies, y el 34% de los niños de menos de 5 años. A partir del 2010 el número de electores africanos negros y musulmanes en Francia alcanzará el 20% de los votantes. Luego esta cifra no cesará de aumentar (Journal of Demographic Studies, Boston UP. Nº1439, dic.1998).

Podremos ver como se constituye un partido islamista que alcanzará rápidamente el poder en un centenar de municipios con las elecciones municipales. ¿Se impondrá la «sharia» en esas zonas? Y, finalmente, si el crecimiento demográfico sigue como hasta ahora, en unas décadas ese partido alcanzará mayoría en la sociedad francesa e impondrá la ley coránica en todo el territorio francés...

En Francia está larvando una guerra étnica que ya ha empezado y que, año tras año, se extiende. Por ahora toma la forma de una guerrilla urbana poco organizada: incendios de coches (el 91% exactamente de coches incendiados son de europeos) o comercios, agresiones a europeos, pedradas, ataques a los medios de transporte públicos, emboscadas a policías y bomberos, ataques sorpresas en los centros urbanos, etc. La delincuencia se ha convertido en un medio de creación de zonas de «non-droit» [donde no rije el Estado de Derecho], en las cuales los europeos son expulsados. Es decir que asistimos a una verdadera conquista territorial.

Contrariamente a la opinión de los islamófilos, el Islam no es solamente una «fe universal», como el cristianismo, sino una «comunidad de civilización» («umma») que tiende a la expansión. El proyecto implícito del Islam en Europa es simplemente la conquista de Europa, como así lo estipula el Corán. Ya estamos en guerra, y los europeos occidentales no lo hamos comprendido. Los rusos, por el contrario, sí. Porque el Islam es un vehículo de valores trascendentes que propone una doctrina individual y colectiva en la cual las normas superiores e intangibles se imponen a los creyentes, dando así un valor a su existencia.

Su introducción masiva en Europa desfigurará la cultura europea más aun que el hecho de la americanización. Un dogmatismo reivindicado, una ausencia de espíritu faústico, una negación fundamental del humanismo (entendido como autonomía de la voluntad humana) en nombre de una sumisión absoluta a Dios, un rigidismo extremo de obligaciones y de relaciones sociales, un monoteísmo absoluto, una confusión teocrática de la sociedad civil, una reticencia profunda hacia la libre creación artística o científica, son los trazos incompatibles con la tradición mental europea.

Aquellos que creen que el Islam pudiera europeizarse, adoptar la cultura europea, aceptar la noción de laicidad, cometen un grave error. El Islam, por esencia, no aceptará ese compromiso. Su esencia es autoritaria y guerrera. Dicho de otra forma, con la introducción del Islam en Europa, se presentan dos riesgos: desfiguración o guerra.

En una primera etapa, el discurso del Islam en Europa se hace relativamente tolerante. Los responsables musulmanes dicen «querer respetar las leyes de la República» y la laicidad, a pesar de que ello es totalmente incompatible con el Corán, pues allí no se acepta otro derecho mas que el derecho coránico, que también incluye el derecho civil. Se presenta con un mensaje que pertenece a la «estrategia del zorro» evocada por Maquiavelo.

Pero ya se elevan en Francia, como en Gran Bretaña, las voces que demandan para los musulmanes un derecho especial. Sus partidarios creen llegada la hora de afirmar estas reivindicaciones. Como veremos más adelante, el Islam no revela jamás con franqueza sus intenciones a aquellos que considera enemigos, nosotros, los Infieles; este camuflaje es para ellos una obligación teológica y moral.

En un segundo tiempo, con el aumento constante de efectivos musulmanes gracias al vuelco del diferencial demográfico, los flujos constantes de inmigración, más la conversión de los autóctonos, Europa será declarada «tierra de conquista» por el Islam, lo que constituye una revancha radical de las tendencias históricas de siglos pasados. Revancha contra las cruzadas y la humillación de la colonización, y conquista mediante un gran movimiento de expansión.

El Islam es por esencia intolerante y maquiavélico, utiliza conjuntamente la fuerza y la astucia. La astucia se emplea siempre que los musulmanes son minoritarios y débiles; la fuerza, en el momento en que su dominación está asegurada. Entre los inmigrantes árabe-africanos, el Islam se piensa no como una religión de esencia espiritualista, sino como una autoafirmación étnica y de revancha frente a los europeos. Más aún que el cristianismo, hoy muy debilitado, el Islam es la religión por esencia de la verdad revelada e imperativa, y, con una conciencia ciega, siempre se cree en su derecho y justifica todos sus actos, hasta la exacción, cometidos en nombre de su expansión y de la gloria de Allah.

Los europeos, ingenuos defensores del Islam, cometen el error de no conocer ni interpretar el Corán como un bloque sincrético, como un texto globalmente lógico, sino que lo consideran un texto de «varias lecturas», rico en interpretaciones.

Se subraya la «tolerancia y la fraternidad entre las religiones, la libertad de creencia» inscritas en los preceptos coránicos (sura II, 256); se insiste en el rechazo de todo integrismo y fanatismo, «el Islam como comunidad del justo medio» (II, 143), o bien «el rechazo de la violencia en materia de religión» (II, 257). El Islam estaría unido a la compasión y al perdón de las ofensas: no se debe responer el mal al bien (XLI, 34; XXIII, 96; XII, 22); o bien el Islam estaría unido a la humanidad hacia los enemigos, que obliga a todo musulmán a darles protección (IX, 6).

Pero estos versículos se contradicen con catorce siglos de comportamiento del Islam, que privilegia la violencia siempre que las relaciones de fuerza le son ventajosas, que ignora el perdón y la compasión, que erradica o somete en ghettos a las otras religiones en los territorios que han conquistado, que no tolera bajo ningún concepto ni a los paganos politeístas ni a los ateos.

Estos versículos pacíficos son un engaño, una astucia. Teológicamente, en el Corán, son anulados por los versículos bélicos escritos con posterioridad, especialmente aquellos de la sura IV, sobre la cual hablaremos más adelante.

De manera general, el Islam no practica una política de paz y de tolerancia aparente sino cuando se encuentra en minoría. Varios países musulmanes, como Arabia Saudita, proscriben absolutamente la construcción de iglesias en sus territorios. La práctica de un culto cristiano está prohibida a los extranjeros residentes en el país. En la mayor parte de los países musulmanes, la entrada o la residencia de sacerdotes cristianos es casi imposible, y todo proselitismo está rigurosamente prohibido, bajo pena de expulsión inmediata. En Europa, el proselitismo musulmán está protegido y financiado (construcción de mezquitas) por los poderes públicos, confundiendo la laicidad con la ingenuidad. La regla de la reciprocidad que por siempre ha regido el derecho internacional no se corresponde aquí, y los europeos lo aceptan con toda naturalidad, en su demérito, esta regla del «dos pesos, dos medidas», que a los ojos musulmanes no es sino un signo de debilidad y de claudicación, que justifica y legitima la «voluntad divina» de su movimiento de conquista etno-religiosa de Europa. En el espíritu del Islam, el hecho de que los europeos no exijan a los países musulmanes la misma neutralidad laica, la misma libertad de culto que ellos practican hacia los musulmanes, significa aquí que «Los europeos saben que están en el error; ellos reconocen la superioridad del Islam y ante la superioridad de Allah se postergarán ante nosotros reconociéndose Infieles y que es justo que sean para nosotros tierra de conquista»; estas palabras de un famoso imán egipcio fueron recogidas en el diario AI Ahram, de El Cairo.

Los europeos ignoran los mismos fundamentos del Islam, especialmente el cínico imperativo de las tres etapas de conquista: en un primer tiempo, la comunidad musulmana instalada en un territorio extranjero, al encontrarse en minoría, debe practicar el «Dar al-Sulh», la «paz momentánea», para que los infieles, en su ignorancia e ingenuidad, permitan el proselitismo islámico en su propio suelo, sin exigir ninguna reciprocidad en tierras musulmanas. Es la etapa que vivimos actualmente en Europa, que hace creer que un Islam laico y europeizado es posible.

En un segundo tiempo, cuando la implantación de la comunidad islámica está confirmada, entra en juego el imperativo de la conquista y de la violencia. Es el «Dar al-Harb», donde la tierra de la infidelidad se convierte en «zona de guerra», y en la cual toda resistencia a la implantación del Islam debe ser aplastada, ya que su número suficiente hace posible que los musulmanes abandonen la prudencia de los primeros tiempos de la conquista. Esta es la fase que no tardaremos en vivir: ya estamos viendo las premisas.

La tercera etapa es aquella en la que los musulmanes acaban por dominar. Es el «Dar al-Islam», el «reinado del Islam». Los judíos y los cristianos son tolerados como minorías, sujetos a un derecho inferior como «dhimmis» («protegidos») que les sustrae la mayor parte de sus derechos civiles; los paganos politeístas («idólatras») y los ateos son perseguidos, y toda la población debe someterse a las reglas sociales del Islam. Los no-musulmanes no pueden beneficiarse de una posición social dirigente.

Para muchos actuales líderes islámicos mundiales, el objetivo declarado es imponer en Europa la ley del «Dar al-Islam». Hablamos de un proyecto planificado, de una voluntad política puesta en marcha, ya que Dios así lo ordena. El Islam es un universalismo absoluto y proselitista con vocación imperativa de conquistar toda la tierra. El proselitismo cristiano desea imponer una fe universal, pero el proselitismo musulmán desea implantar una civilización, un modo de vida y una sumisión política. El Islam no es tanto una religión, en el sentido espiritual del término, como un imperialismo político y étnico con la voluntad de implantar en todos sitios una civilización intolerante en la cual los musulmanes dominarían a todos los demás, como el hombre domina a la mujer. Pretender separar, en el Islam, la política de la religión es completamente vano; ambas no son sino una sola y la misma cosa.

Los sermones de los imanes en las mezquitas de nuestros suburbios, que los Islamófilos de salón no han entendido jamás, apelan abiertamente a la conquista del suelo francés y al trabajo proselitista de conversión. Desde hace tiempo las noticias dan cuenta de ciertos imanes que predican directamente la violencia armada. Cuando se piensa que el ecumenismo jamás ha funcionado con los protestantes y los judíos, ¿cómo imaginar que pudiera ser posible con el Islam? Es la fábula del pastor que deja entrar en el aprisco a los lobeznos; cuando crecieron y se convirtieron en lobos ya era tarde.

La doctrina de la cohabitación de comunidades es inaplicable al Islam. Los partidarios del chador, de los derechos específicos al culto musulmán, de una cohabitación harmoniosa como una «piel de leopardo» según un confuso derecho a la diferencia, se equivocan de cabo a rabo. Porque el Islam es visceralmente opuesto a todo derecho a la diferencia. Su monoteísmo absoluto le ordena reinar sin oposición sobre la sociedad conquistada. Intrínsecamente, el Islam se piensa a sí mismo como la única comunidad legitima, la comunidad de los creyentes, que posee el monopolio de la existencia y de la expresión, y donde las otras comunidades no pueden beneficiarse sino de un status inferior de infieles y tolerados. Para el Islam, una sociedad plural, caleidoscópica, es fundamentalmente impía; no es más que una transición para conseguir la dominación de una comunidad –la musulmana sobre las otras–, preludio para su eliminación o conversión.

Hoy día, los líderes musulmanes, en las sociedades europeas, juegan la carta de una coexistencia comunitaria, y proclaman sus sentimientos laicos. Pero no dejan de tener como objetivo a largo plazo la implantación de la «sharía», la ley islámica. La aceleración de la historia demográfica llegará a convencer a los más escépticos.

¿Saben que el Islam es el más ardiente defensor de lo «Único», que rechaza y refuta todas las diferencias? ¿Imaginan los defensores del chador en las escuelas republicanas que en los colegios coránicos de Francia las cruces, las estrellas de David, los martillos en miniatura, cualquier tipo de medallas y símbolos religiosos ajenos al culto musulmán están prohibidos sin apelación?

El Islam funciona exactamente según el mismo principio totalitario que el comunismo. Al igual que éste, con sus doctrinas del proletariado como única comunidad, de la lucha de clases y del partido único, el Islam tiene vocación de absorber todo el campo social y político. La visión de una sociedad de «libertad de comunidades» le es tan extraña como insoportable, tal como el multipartidismo lo es para el comunismo. Durante los años cincuenta, los comunistas tomaron la consigna de no hablar de la dictadura del proletariado y la conquista de la sociedad, tal como los Islamistas esconden hoy sus verdaderos objetivos, hablando de multipartidismo y de libertad de opinión. El comunismo se derrumbó. Pera en el Islam, tal mutación es imposible. Marx está desacreditado, pero no Allah.

Desgraciadamente, aquellos intelectuales o políticos que defienden al Islam no le conocen. Ignoran su naturaleza teocrática según la cual todo Estado es ilegítimo si no se rige según los preceptos de la religión islámica. Para un musulmán no pueden coexistir una ley laica neutral y pública y una ley musulmana fundada sobre la fe y que se extiende hasta el dominio privado. La fe y la ley son indisociables, lo cual significa que desde el momento en que la religión islámica deviene mayoritaria en un país, tal país debe abandonar sus costumbres legislativas y adoptar el derecho coránico. Si nada se le opone, si la lógica demográfica se consuma, el Islam devendrá la religión mayoritaria en muchos países de Europa. Sería una estupidez pensar que entonces no pasaría nada…

Los europeos subestimamos la determinación islámica, su potencia y su peligro. Consideramos que son «una religión como cualquier otra», que se inscribe en un «nicho», como el judaísmo o el budismo, cuando en estas religiones no existe en absoluto la obligación del proselitismo. El Islam no reposa sobre especulaciones, dudas, interrogaciones, abstracciones, sino sobre principios. Por definición, estos principios son intangibles. Para hacerse respetar ante los musulmanes habría que hacerles respetar los mismos principios intransigentes que ellos manifiestan. Conviene sobre todo no mostrar ninguna debilidad, ninguna tolerancia ante sus exigencias.

El genio del Corán no reside en su espiritualidad religiosa, que es casi inexistente, sino en constituir el mejor tratado de estrategia de conquista geopolítica de la humanidad. El Corán supera con creces las obras de Sun-Tzu, de Maquiavelo o de Clausewitz.

La mayor parte de los europeos no se han dado cuenta, especialmente los islamófilos y los inmigracionistas; ninguno de ellos ha leído jamás el Corán, ni habla árabe, ni han puesto jamás sus pies en país musulmán alguno. Para ellos, el Islam, y toda la inmigración, son hechos abstractos, lejanos, simpáticos. Son gentes que viven una vida propia de las clases descomprometidas, virtual, alejada de la realidad; son gentes que se derrumbarán ante la realidad que se aproxima.

¿Qué nos depara el porvenir?, preguntaba Albert Kehl. «Un sobresalto de autoridad que traerá la calma, la obediencia a nuestras leyes, y por lo tanto el fatalismo instalado por un tiempo entre la población musulmana, el dejarse llevar, estallará en un punto de fanatismo declarando la conversión al Islam o la condición de “dihimmis” de nuestro pueblo sobre nuestro propio suelo hasta los tiempos indefinidos. La única solución verdaderamente eficaz, la única digna para nosotros, pueblos de Europa, pasa por el retorno a sus países de origen de la inmensa mayoría de los Islamistas».

Se puede decir mejor, pero no más claro. Bien entendido, este género de propuestas es hoy considerado, en estos tiempos de neurosis etnomasoquista, como diabólico. No es perverso el permitir que el enemigo nos conquiste, pero es perverso que nos defendamos. Bien, seamos perversos.

El Islam está fundamentalmente atormentado por la idea de la guerra santa. Los conceptos de muerte, de venganza, de exterminio, de matanza son constantes en el Corán. Quienes hablan del Islam como una religión de paz y de cohabitación son precisamente aquellos que ignoran el Islam. Los recientes sucesos en Afganistan y Argelia, Chechenia y Macedonia, las escenas de barbarie cotidiana, son un hecho consustancial al Islam. No se trata de accidentes o de crímenes cometidos por falsos musulmanes, sino de un salvajismo inscrito en el cuadro teológico de esta religión. Se pretende hacer creer que existen un fundamentalismo extremista y un Islam civilizado. Se olvida que el mismo «Islam civilizado» puede en cualquier momento devenir bárbaro, pues el Corán se esmalta con llamamientos a muerte contra los infieles o los traidores. El «no matarás» es una prescripción desconocida entre los musulmanes.

Para mostrar que no hablamos de fantasmas o de acusaciones malévolas, veamos algunos pasajes del Corán, ampliados con unos comentarios. Sura 2, versículo 190: «Y combatid en la senda de Dios a aquellos que os combaten»; sura IX, versículo 5: «…Y matadlos donde les encontréis, cazadlos, sitiadlos, preparadles toda clase de emboscadas». Aquí se encuentra la justificación del mártir, una de las bases fundamentales del terrorismo Islamista: «Que seáis muertos o que seáis matados, sí, es con Dios con quien os reuniréis. No penséis como difuntos a los que han muerto en la senda de Dios (la guerra santa), al contrario, viven al lado de su Señor. Porque la vida presente no es sino un objeto de goce engañoso. Aquellos que están expatriados, aquellos que han sido expulsados de su residencia, que han perseguido Mi sendero, que han combatido y que han sido muertos, Yo les haré entrar en el paraíso» (sura 3, versículos 158, 169, 185, 195). El morir en el nombre de Dios es la certidumbre de obtener el paraíso. La fuerza del Islam reposa en estos simplismos brutales. He aquí otros versículos, recogidos de las suras 4, 5, 8, 9, 17, 33, 47

«A quienquiera que combate, tanto si muere o vence, Nosotros le daremos un gran salario. No cojas amigos entre los infieles hasta que ellos acepten la senda de Dios. Pero si ellos se vuelven de espaldas, matadles entonces y donde les encontréis». «Por consiguiente, si ellos no quedan neutros ante vuestras consideraciones, no les tenderéis la paz y no les daréis la mano, sino que les matareis allá donde les encontréis. No son iguales los creyentes que se quedan sentados y los que luchan en la senda de Dios». Aquí se puede ver, en esta afirmación de la superioridad intrínseca del mujaidin; que la guerra santa es una etapa permanente, casi obsesiva. «El musulmán que combate, que milita, es superior a aquel que se contenta con practicar su fe». «Y cuando os lancéis sobre el Mundo, no temáis que los infieles os pongan a prueba, los infieles son para vosotros, verdaderamente, enemigos declarados».

Triple alusión: en situación de debilidad, el musulmán puede practicar el engaño y no seguir su religión para así obtener ventajas, por otra parte todo ecumenismo con otras religiones está proscrito. La Iglesia católica es una ingenua… En fin, el deber del Islam es la conquista.

Buena conciencia del combatiente o del terrorista: «Cuando das muerte, no eres tú quien les da muerte, sino que es Dios quien les mata. Y cuando disparas (la flecha), no eres tú quien dispara, sino que es Dios quien dispara. Oh, Profeta, anima a los creyentes al combate».

Conquista y guerra santa permanentes son preferibles al trabajo, a la perspectiva y a la fundación, a una civilización pacífica: «Oh, los creyentes. Partid en campaña en la senda de Dios. ¿Os agrada la vida presente? ¿Os pesa más la tierra que el más allá? Si no partís en campaña, Dios os castigará con un castigo doloroso. Ligeros o pesados, partid en campaña y luchad en la senda de Dios. Quienes se retrasan y se quedan sentados se oponen al mensaje de Dios y rechazan combatir en la senda de Dios. ¡Oh, los creyentes! Combatid a los infieles que se os acerquen, que encuentren en vosotros la fuerza».