viernes, 13 de septiembre de 2019

CRÓNICAS DESDE MI RETRETE (2) PREPARAROS PARA UN NUEVO CHOU ELECTORAL


No lo tenemos presente, pero llevamos desde el 28 de abril, dentro de poco cinco meses, sin gobierno o lo que es lo mismo “con un gobierno en funciones”. No nos engañemos: Pedro Sánchez tenía pocas opciones tras el resultado de las últimas elecciones. O bien se aliaba con los Cs o bien lo hacía con Podemos. A los primeros, por el camino, se les cayó media dirección del partido, iniciando lo que puede considerarse como la “tercera muerte” del centrismo (la de UCD fue la primera y la del CDS la segunda). Y en cuanto a Podemos… bueno, los más derrotados en aquellas elecciones eran los que tenían aspiraciones más altas y sin querer revisar su imagen. Desde mediados de mayo, cuando todo esto ya era muy evidente, Sánchez encargó al CIS el marcarle el momento más adecuado para una nueva consulta en la que pudiera obtener los escaños necesarios para gobernar en un país sin cultura de coalición y, de hecho, sin cultura política en general.

Las elecciones generales están, pues, cantadas. Pero los problemas a los que se enfrenta Sánchez son dos:

1) Malas perspectivas económicas 

Cuando la maquinaria alemana se ralentiza, la economía europea hace otro tanto y si entra en recesión, al cabo de unas semanas, esta recesión se extiende a toda Europa. Miente quien diga que esta será una nueva crisis económica. En absoluto, es la prolongación de la anterior, de la iniciada en 2007 y no reconocida oficialmente en España hasta dieciocho meses después. Es una crisis internacional y poco importa cuál es el detonante concreto: es, como la anterior, una muestra de la crisis y de la inviabilidad de la globalización: el mundo es demasiado desigual para poder aplicar las mismas reglas en todo el globo. Un sistema que solamente beneficia al capital especulativo, es un sistema querido únicamente por los grandes consorcios de inversión, por las grandes empresas de capital riesgo y por la alta finanza, compuesta por una élite económica que absorbe toda la riqueza mundial para garantizar un mínimo del 5% de beneficios.

Alemania se da cuenta ahora de que no puede competir con China ni siquiera en productos tecnológicos. EEUU que lo sabía desde hacía años, no está ya en condiciones de marcar la agenda de la economía mundial, por mucho que Trump intente romper -en beneficio de EEUU- la actual interpretación de la globalización. La crisis empieza a notarse en los países más débiles o con una economía más precaria (Argentina), arrastrará a otros del mismo hemisferio y se prolongará a Europa, especialmente en zonas como España en la que todavía no se han disipado los efectos de la anterior crisis.


Hoy, diez años después, cuando nuestra economía es todavía más tributaria del turismo internacional (y éste ha descendido en España casi un 1,5% este año y quizás más al final), cuando nuestra sociedad está lastrada por cinco millones de inmigrantes improductivos y subsidiados y por unas autonomías basadas en el despilfarro, va a sufrir, como ningún otro país europeo el nuevo embate de la crisis. Y, posiblemente, en esta ocasión, lo que queda de nuestra industria del automóvil se resienta, generando otro millón de parados irrecicables. Además, esta crisis sobreviene en un momento de mutación imparable impuesto por la robótica que, en apenas 10 años, morderá el 25% de los puestos de trabajo actualmente existentes. A esta oleada seguirá en la década siguiente, la sangría generada entonces por la inteligencia artificial que obviará millones de puestos de trabajo relacionados con las nuevas tecnologías.

Así pues, lo que tenemos ante la vista, gobierne quien gobierne, es un panorama de crisis permanente con crestas más graves (la que tendrá lugar en 2020-2022, como la que tuvo lugar entre 2008 y 2011) y en la que, como máximo, puede aspirarse a gobiernos que administren mejor las crisis y reconozcan la gravedad insostenible de algunos problemas (mundo globalizado, inmigración masiva, deslocalización, inseguridad creciente en todos los órdenes, quiebra de la enseñanza, proceso general de aculturización y pérdida de identidad, ineficacia de las instituciones) y ante las que absolutamente ningún partido es capaz de trazar un diagnóstico realista que tendría como corolario: “prepararos para lo peor, porque la situación está muy deteriorada para que el gobierno de un partido pueda resolverlo”.

2) Volatilidad del voto

Inicialmente, Sánchez creía que mostrándose dialogante haría aparecer al resto de partidos (especialmente a Cs y a Podemos) como responsables de que no se pudiera formar gobierno. Y eso implicaba un corrimiento de votos de derechas y de izquierdas hacia la sigla PSOE. Pero no está claro que esta tendencia vaya a darse en la práctica. Si estuviera tan claro, el 1º de septiembre, Sánchez habría convocado nuevas elecciones. No lo ha hecho, por tanto, cabe esperar que algo están detectando los cocineros del CIS que no puede enmascararse fácilmente y que indica prudencia.

No puede extrañar que, a principios de septiembre, la fiscalía del Estado haya decidido dar una nueva cornada al PP. El momento era el más adecuado. Justo cuando este partido empezaba a recuperarse y cuando franjas de electores que se había mudado a Cs y a Vox, empezaban a retornar, aparece este nuevo episodio de corrupción que frenará esta tendencia, o al menos la ralentizará.

Luego está el tema de la sentencia por el 1-O que debería publicarse cualquier día del mes de septiembre o de principios de octubre y lo que ocurrirá a continuación. Algo que nadie puede prever. Ahora bien, el bajón de asistencia a la “diada independentista” del 11-S, la evidente falta de entusiasmo de los partidos indepes, hace pensar que no se producirán cambios importantes, es más, que el “procés” es cosa del pasado y que la pequeña comunidad de Waterloo se extinguirá por sí misma. Las direcciones independentistas creen que las protestas reavivarán su causa, algo que no es del todo evidente. Como máximo aumentarán el sentimiento de victimización; nada más.

Sánchez no puede ceder antes de las elecciones indultos ni similares, sin el riesgo de perder parte de sus votos unitaristas. Además, aunque cambalacheara indultos por apoyo político, los indepes han sido siempre insaciables: quieren más y más y la UE ya no deja a Sánchez margen para mayores niveles de autonomía (como demostró la declaración tajante del parlamento francés o los portazos, uno tras otro, que recoge el paleto de Waterloo). Ceder para Sánchez, implica perder (en Cataluña un poco, en el resto de España mucho). Por lo demás, todos los analistas coinciden en que el independentismo es asunto zanjado y que se irá extinguiendo por sí mismo con el paso del tiempo.

Tras las próximas elecciones, de Podemos quedará muy poco: Sánchez les ha deparado tres meses de humillaciones y solamente le ha quedado decir: “Pero, hombre, Pablito, ¿Cómo siguen con esa coleta y esos aires de bachiller? ¿no ves que no das la talla, para ser ministro? ¿Y eso de llamar a tu partido “Unidas Podemos”? ¿crees que es serio? Como si yo llamara Carmen Calva a mi brazo derecho… ¿No ves que eres un cadáver político?”. No lo ha dicho, pero toda España sabe que lo ha pensado y que esos razonamientos, en el fondo, son los que han llevado a la marginación de Podemos desde el primer momento. Para colmo, Podemos no se ha enterado de que ya no es el producto del “movimiento de los indignados”, sino un residuo del PCE que, a su vez, es un residuo de Izquierda Unida, al que se le han agregado freakys, “ideólogas de género”, porreros y veganos que quieren impedir que violencia a gallinas y vacas… Podemos fue el gran perdedor de las anteriores elecciones y volverá a perder en la próxima consulta.


Análogo destino va a tener Cs, cuya agonía se presenta como inevitable y fugaz cuando se cierren las urnas ¿en noviembre? Y es que el gran problema de Cs ha sido el no definir previamente lo que haría con los votos de los ciudadanos: o para apoyar al PSOE o para apoyar al PP. En cualquiera de los dos casos, tenían poco margen de maniobra y muchas contradicciones internas. La presencia de Valls en Barcelona, creyendo que, podría utilizar el ayuntamiento para escalar a la presidencia del partido, puede darse en estos momentos por desmantelada.

Por otra parte, Cs y PP deberían empezar a pensar que no les vendría nada mal presentarse unidos en algunas circunscripciones en las próximas elecciones. Pero España no es país para coaliciones, por mucho que, cuando se conozcan los resultados de las próximas elecciones, quizás la fórmula de “gran coalición” (PSOE+PP) sea la única capaz de gestionar lo que se avecina.

Queda Vox. Desde las elecciones de abril, Vox no ha terminado de convencer a muchos electores: los que pensábamos que podría ser una buena opción anti-inmigracionista, no hemos vistos grandes avances en esa dirección. No se ha oído la voz de Vox con la fuerza que hubiera sido de desear en ninguno de los grandes temas: afrontar decididamente la inseguridad ciudadana, necesidad de endurecer las leyes, repatriación de MENAS y de inmigrantes ilegales… El elector que votó a Vox en abril, “quiere más”: ya no basta con twiters de los diputados o de Abascal sobre esto o aquello, quiere movilizaciones, quiere voz bien alta en el parlamento, quiere que un nutrido grupo de diputados despierte a la población y suponga un revulsivo a la dinámica conformista y mortecina del congreso de los diputados. Y, de momento, el elector de Vox no ha visto nada de esto… El margen que tiene el partido para rectificare es reducido y, de no hacerlo en los próximos días, perderá buena parte del crédito que obtuvo en abril. El momento de Vox llegará cuando se evidencien los momentos más duros de la crisis que se avecina y solamente si sabe distinguir los problemas graves y urgentes de los problemas obsesivos de la derecha de la que nació y de las sectas católicas presentes en sus entrañas.

Todo esto para decir que el tiempo en el que los partidos eran propietarios ad infinitum de un “electorado cautivo”, han quedado atrás. Desde la crisis de 2009, el voto se ha convertido en algo volátil para un 30-35% del electorado. Hoy está allí, mañana apoyo a los contrarios, pasado se abstiene y en las elecciones siguientes vota masivamente. Y todo esto, con una clase política cada vez de perfil más bajo, unos discursos políticos en el parlamento al nivel de enseñanza primaria y un estado de degradación creciente en todos los órdenes de la vida social.

Lo más terrible que enseñaron las elecciones de abril fue que España no tiene solución y que, ante la crisis, siempre habrá dirigentes políticos, que, caminando con paso firme hacia el abismo, dirán a sus electores: “España va bien” y que, cayendo, incluso, por el precipicio, tratarán de dar sensación de seguridad, no sea que vayan a perder algún voto.

Pero ni España va bien, ni hay en perspectiva la intuición de que aparecerá un “cirujano de hierro” que remedie la situación. ¿Elecciones? ¿para qué si aquí no hay posibilidades de que cambie nada?