lunes, 21 de noviembre de 2011

"No habrá paz para los malvados"... como para verse.


Terminada el ciclo electoral uno recuerda que, fundamentalmente, es cinéfilo y que incluso en las inenarrables jornadas de campaña uno no ha renunciado a ser espectador. Y ahora, cuando Rajoy ha celebrado el primer día de su calvario, servidor se pone a recordar lo que ha visto estas últimas semanas. La película de Enrique Urbizu, No habrá paz para los malvados casi nos ha reconciliado con el cine español.

A nuestro cine le va el género negro desde los años 50. Las películas más geniales de nuestro cine han tenido que ver con este género tanto en el alto franquismo como en el desarrollismo, como en el tardofranquismo, en la transición o en el ciclo democrático. El género negro español nunca ha decepcionado y es quizás el único en el que hemos estado en condiciones de rivalizar con su homólogo norteamericano e incluso superar frecuentemente al francés, que tampoco es manco.



Pepe Coronado ha hecho buen cine. Treinta y ocho películas filmadas desde 1987 del fuste de Goya en Burdeos o La Caja 507, atestiguan que se trata de un muy buen actor que no ha sido valorado convenientemente por la crítica a la vista de que sus primeras películas interpretó papeles de galán melifluo y mangantón. Pero Pepe Coronado es un actor que con el paso del tiempo, como el vino ha ido mejorando. Y ahora es un actorazo al que el papel de “Santos Trinidad” le queda como un guante. Macarrilla, abandonado, corrupto, superviviente, agresivo, alcoholizado, todo eso es “Santos Trinidad”, el protagonista de No habrá paz para los malvados.

Lo que sorprende de esta película es que el guión está extraordinariamente trabajado y parte de hechos que realmente han estado en el candelero en la criminalidad española de estos once primeros años del siglo XXI. 

Desde 2003, se sabe que ante la presión que las mafias gallegas de la droga estaban sufriendo por parte de la Guardia Civil, se hizo prácticamente imposible importar cocaína a partir de los puertos próximos al Finisterre. La coca empezó a entrar por Marruecos siguiendo la ruta de las mafias de la inmigración y de las mafias del haschisch que, a fin de cuentas, no eran sino las mismas mafias… las que aceptaron la oferta de los narcos colombianos: 5% en cocaína (en la morería la cocaína gusta más que a un tonto un lápiz) a cambio de traer los fardos al otro lado del Estrecho. En España hacían falta inmigrantes para abaratar el precio de la fuerza de trabajo, así que se dejó la vía del Estrecho prácticamente libre para que entraran a miles aquellos que eran capaces de sobrevivir a la travesía (selección casi darwinista). Era la mejor zona para entrar cientos de toneladas de cocaína entre patera y patera.

El guión parte de este hecho incontrovertible y poco conocido (cabría decir, para rematar el tema que los rumores han atribuido generalmente a la hermana de Mohamed VI como enlace entre el “majzén” –el entorno de la Casa Real- y las mafias de la droga) para construir una historia en la que se termina enlazando el narcotráfico con el terrorismo islámico. Es inevitable recordar lo que ocurrió en España el 11-M y que todavía dista mucho de estar aclarado. La película recupera este tema, introduce buenas dosis de imaginación 
para mayor gloria del tráiler.

Se trata de un guión ciertamente realista y asumible, que introduce muchos elementos de la historia reciente y truculenta de España. La connivencia entre determinados mafiosos marroquíes y fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, queda retratada en esta película. Realmente no se sabe para quién trabajan, probablemente solo para encontrar excusas con las que mantener brigadas de investigación, dejar que pequeños narcotraficantes difundan su basura en discotecas y plazas y vender confidencias imaginativas.

La película da por supuesto que existe un terrorismo islámico. Se ve como aparecen terroristas fabricando bombas en extintores provistas de un detonador telefónico y el dato no es baladí porque algunas fuentes sostienen que las bombas del 11-M no fueron cargadas en los trenes por mochileros sino que habían sido colocadas anticipadamente en… extintores. Y, desde luego, la versión oficial recogió el tema de los teléfonos, un procedimiento increíble para armar una bomba a la vista de que cualquier número recién estrenado puede recibir una imprevista llamada de mercadotecnia o marketing telefónico y estallar en el momento más imprevisto incluso en las manos de quienes están montando el ingenio. Pero lo importante es que la película incorpora la “versión oficial e increíble” sobre cómo se prepararon los atentados del 11-M.

La película en todo momento mantiene la tensión. Hay que estar atento a la trama, pero ésta es irreprochable y encierra una coherencia perfecta. Es posible que en algunos momentos sea algo lenta y que determinados en papeles secundarios el casting se haya relajado, pero, en general, tanto el movimiento de la cámara, como la fotografía, los emplazamientos, son correctos. Es una película de bajo presupuesto, con un guión trabajado, un casting desigual, un ritmo aceptable y una intriga que no desmerece ante las obras maestras del género. Se podían rodar otras muchas más al cabo del año en España. Pero el cine subvencionado y “de autor”, ese cine intimista por un lado (la inefable y sobrevalorada Coixet) o que incorpora astrakanadas de bajo nivel (al estilo del aborto de Balada triste de Trompeta), hace que directores de talento y guiones de calidad queden sumergidos por esa avalancha de mediocridades o simplemente de abortijos cinematográficos.

Hay mucho realismo en la película. Se diría que el director o el guionista han conocido perfectamente los medios de los que hablan: el entorno de puticlubs de baja estofa, de macarrillas llegados en avalancha con la inmigración, de narcos de opereta, policías machacados por la vida, el alcohol y las drogas que ellos mismos han ido incautando, chivatillos desaprensivos que juegan con dos o tres barajas, funcionarios de policía remilgados que parecen cajones de triple y cuádruple fondo, y sobre todo, asesinos magrebíes diestros en el manejo de la navaja, en el apuñalamiento por un quítame allá esas pajas o en degüellos a gogó. Las dos escenas en las que los moros apuñalan a Pepe Coronado tienen un realismo que solamente puede dar el haber presenciado alguno de estos episodios tan habituales entre la morisma.

Una buena película digna de verse para reconciliarnos con el cine español, al menos en el género negro. Una excelente interpretación de Coronado. Y una tarea de dirección que está en la onda de La Caja 507 e incluso de La novena puerta. Un cine aceptable, accesible, sin grandes complicaciones por el que no sabe mal haber pagado una entrada.