Las elecciones andaluzas han sido importantes, porque miden la
magnitud de la catástrofe de la izquierda: el pedrosanchismo ya no tiene
ninguna posibilidad de extender su reinado. Tras
Andalucía caerá la Comunidad Valenciana. El PSC (que no el PSOE) resistirá en
Cataluña a costa de la debilidad de la derecha y del desgaste indepe, siempre y
cuando a Illa no se le recuerdo mucho su gestión pandémica. Pero lo
importante de las elecciones andaluzas de ayer no es esto, sino el que el PP
haya obtenido la mayoría absoluta y, por tanto, gobernar en solitario. De no
haber obtenido un mínimo de 55 diputados, hubiera necesitado, o bien el apoyo
de VOX o bien la abstención del PSOE. De haber optado por lo segundo -que es lo
más probable que hubiera negociado- el problema era que el PSOE le hubiera
exigido el mismo trato en Castilla-León. Y eso hubiera hecho dudar a muchos de
sus votantes sobre si votar al PP no terminaba siendo lo mismo que regalar el
voto al PSOE sólo que algo más descafeinado. Con el resultado andaluz, Feijóo
salva las apariencias. Su “chico”, allí, gobernará en solitario.
PP: EL VOTO MÁS SEGURO CONTRA EL PSOE (¿SEGURO?)
El voto en las elecciones autonómicas, casi nunca se realiza en función
de la gestión que ha realizado el gobierno regional, sino, más bien, en función
de la política nacional, especialmente en regiones que carecen de partidos
nacionalistas y de tradición autonomista. Lo que ha ocurrido en Andalucía
era previsible y ni siquiera los “bienpagaos” del CIS se han atrevido a “cocinar”
los resultados: no es el pobre diablo que colocaron a la cabeza de la
candidatura socialista, el tal Espadas, el que la ha perdido, sino Pedro
Sánchez. ¿Cómo iba a ganar con el lastre de tres años de desastres?
Lo raro es como los “barones del PSOE” no han exigido un golpe de
timón, la ruptura con el perroflautismo, el alejamiento de los ministros de ese
residuo volátil que un día fue “Unidas Podemos”, una política más realista con
mejor gestión y menos coñas de “Agendas 2030”, con menos estupideces LGTBIQ+
que solamente interesan al 5% de la población, con menos inmigración, con menos
subsidios que luego pagamos todos y con menos presión fiscal, con menos
corrupción y más ejercicio de soberanía nacional, con menos giros en política
exterior (terreno en el que cada giro supone una desvalorización de la
solvencia de un país indicando a las claras que ese país carece de “políticas
de Estado”), con menos cultura de la muerte (aborto, eutanasia, cuarta tanda de
vacunación) y más rigor y prontitud en la atención hospitalaria y en los CAP…
Todo esto y mucho más es lo que ha generado que el candidato socialista se haya
quedado en frontera de los 30 (menos de 30, se consideraba que la derrota habría
pasado a ser tsunami).
La dimensión de la derrota socialista en votos es espectacular. No olvidemos que, en las elecciones de 2018, el PSOE fue el
partido que obtuvo más votos en las elecciones regionales: 1.010.889. Ya en
aquel momento, se señaló una pérdida importante de votos. En las de 2015
obtuvieron 1.411.278 que, a su vez, suponía una derrota en relación a las
elecciones anteriores de 2012 (1.527.923 votos) y, no digamos en relación a las
anteriores de 2008 en las que Chaves se quedó con 2.178.296 votos que vio como
su resultado anterior (2.260.545 votos en 2004) quedaba mermado, siendo el
techo de los resultados obtenidos por este partido en aquella región.
La tendencia es clara: desde 2004 hasta 2022, el PSOE se ha
instalado en una pérdida continua de votos en Andalucía. No faltan motivos: la corrupción el primero de todos. A medida
que se ha ido haciendo pública mediante sentencias judiciales en firme, los
datos y las cifras sobre lo que el PSOE andaluz ha robado, el electorado ha
respondido alejándose poco a poco, pero progresivamente de una sigla que
debería haber sido declarada “responsable civil subsidiaria” de las exacciones
cometidas por sus dirigentes en el ejercicio de sus cargos y disuelto como “organización
criminal”.
El gran problema para el PSOE es que, ha perdido fuerza en todas
las capitales de provincia. No se trata solamente de que haya perdido 3
diputados y 127.182 votos, sino que, en total, lleva acumulada desde 2004 la
pérdida de 1.376.838 votos. Es decir, que el
antaño “régimen socialista andaluz” se ha empequeñecido casi a una tercera
parte de lo que fue en su momento álgido.
Los socialistas deberían haber aprendido que los “picos” más
espectaculares de sus pérdidas de votos en Andalucía han coincidido con los
momentos de las peores actuaciones socialistas en el gobierno de la nación. En 2008 cuando el zapaterismo se empeñaba todavía en negar que
la crisis económica alcanzaría a nuestro país (pérdida del 3,6% de votos), en 2012
cuando el recuerdo del fracaso de la gestión socialista ante la crisis
económica mundial estaba muy reciente como que pudiera olvidarse (crisis de la
construcción, crisis bancaria, crisis de la deuda), cuando la pérdida fue aun
mayor (el ¡29,9% de los votos obtenidos en las anteriores elecciones!). Ya en
esa ocasión el partido más votado fue el PP, pero lzquierda Unida corrió en su
ayuda y salvó la cara a Griñán.
A partir de ese momento, la pérdida socialista de votos fue
imparable: menos 7’6% en 2015, menos 28,4% en 2018, menos 12,6% ayer. Por
primera vez en su historia, el PSOE se sitúa por debajo del millón de votos. Hasta ahora las geometrías electorales implicaban que, si el
PSOE perdía la mayoría en Andalucía y en Cataluña, le resultaba imposible
obtener una mayoría absoluta en unas elecciones generales. En Cataluña resiste,
pero en Andalucía es un despojo.
“¿QUÉ BIEN LO HA HECHO EL PP EN ANDALUCÍA?” O MÁS BIEN “¡VAMOS A
ECHAR A SÁNCHEZ!”
Lo peor que puede hacer un partido cuando gana es no ser
consciente de a qué se ha debido su victoria. Ni el PP de Casado, ni el de Feijóo,
como tampoco el de Rajoy, suscitan grandes entusiasmos. Ninguno de sus líderes
es un personaje carismático, que otorgue seguridad a los electores. De hecho, ocurre
todo lo contrario. Y en cuanto al programa
electoral, si lo comparamos, lo que nos resulta es el mismo programa que el
PSOE solamente que descafeinado en algunos extremos, con ambigüedades en otros,
con prioridades en unos casos y prejuicios en otros. Pero siempre, como el
PSOE, fieles a la Agenda 2030, solo que interpretada sin las obsesiones propias
de la extrema-izquierda. Es cierto que, ante la presión fiscal creciente, una
propuesta de reducción de impuestos cala en el electorado, pero también es
cierto que lo esencial y lo único que explica la victoria del PP es la mala
gestión y los aliados del pedrosanchismo. Lo hemos dicho muchas veces: hoy
ya no se vota a tal o cual programa, esta o aquella sigua que se identifica con
nuestras esperanzas, sino que se vota contra un candidato en concreto. Lo
hemos visto recientemente en Francia, en las elecciones presidenciales, o se
votaba contra Marine Le Pen o se votaba contra el statu-quo. Y lo que decían
los candidatos era muy secundario: el elector no sabe lo que quiere, pero sí
reconoce a lo que detesta.
El PP se ha alzado con un máximo histórico: 1.582.412 votos y 58
escaños, el 43,13%. Lo que supone duplicar ampliamente sus votos en relación a
2018, cuando obtuvo 750.778 votos, el 29,5% y 26 escaños. ¡Que gran victoria!
Sí, pero no tanto. Es victoria en la medida en
que ha tenido mayoría absoluta, pero no tanto dado que no ha superado el techo
que logró Javier Arenas en 2008, obteniendo 1.730.154 votos. Hay 140.742 votos
de diferencia a favor de Arenas.
Es el resultado que más beneficia a Feijóo: no necesitará los
votos de Vox para gobernar, ni tendrá que negociar con el PSOE su abstención a
cambio de un cordón sanitario frente a Vox.
Pero ahora le queda al PP andaluz lo más difícil: gobernar en
solitario. Hay muchas cosas que reformar en Andalucía y sin una presión por la
derecha, lo más probable es que el PP se apoltrone, deje las cosas como están y
se preocupe solamente de la gestión del día a día, procurar que el cobro de
comisiones no resulte escandaloso y que los grupos subsidiados lo sigan siendo.
¿Inmigración? Mirar a otro lado. ¿MENAS? Callar y esperar que no pasen grandes
desgracias. ¿Políticas informativas? En la onda de la Agenda 2030. ¿Políticas
educativas? Ni tocarlas.
VOX: RECORDANDO A PIRRO DEL ÉPIRO
El mejor escenario para Vox era que el PP no obtuviera mayoría
absoluta y precisara del concurso de sus votos para gobernar. Feijóo hubiera
optado, que nadie lo dude, por negociar la abstención del PSOE antes que por
aliarse con Vox. Lo ha dicho y repetido desde que accedió a la secretaría
general del partido. Un pacto de este tipo en Andalucía hubiera repercutido muy
negativamente en los resultados del PP en toda España: no se vota a una sigla
para que cuente con la complicidad y la aquiescencia de la rival contra la que
se ha votado. No se vota al PP para que gobierne con la abstención del PSOE,
contra el que se ha votado, sino para que haga una política diametralmente
opuesta al pedrosanchismo. Feijóo no está en eso: Feijóo está a lo diga la
Agenda 2030 y el Foro Económico Mundial. Así de simple. El problema es que
eso, que saben todos los analistas y que no se dice a la opinión pública,
queden expuesto ante la opinión pública como hubiera ocurrido de no haber
obtenido el PP mayoría absoluta en Andalucía.
De haber quedado en minoría, tanto si el PP pactaba con PSOE su
abstención en la investidura, como si se veía obligado a contar con Vox para
reeditar una coalición, como si renunciaba a pactos y convocaba nuevas
elecciones, Vox obtenía réditos políticos de sus 14 parlamentarios electos. En la primera opción, el PP quedaría desenmascarado como “aliado
virtual” del PSOE. En la segunda, el PP, aliándose con Vox, rompería puentes
con el PSOE y, lo que es aún más importante, con el conglomerado mundialista
que está tras la Agenda 2030 y con los promotores de la globalización
atrincherados en el Foro Económico Mundial. Además, obviamente, que Vox se
hubiera beneficiado de las mieles de compartir el gobierno de Andalucía. En la
tercera opción, unas nuevas elecciones, el resultado hubiera sido incierto para
el PP. En cualquier caso, Vox hubiera reforzado sus posiciones. Pero no con el
resultado que se ha producido: el PP no precisa a Vox para gobernar, puede
sacar adelante cualquier iniciativa sin contar con nadie y la única ventaja
es ver si algo cambia en Andalucía (y en qué dirección cambia) o nada cambia. No
van a ser los pactos los que aíslen a Vox, sino la mayoría absoluta de un
partido que sigue pensando en términos canovistas y fraguistas: “sin enemigos a
mi derecha”, esto es, procurando mantener toda la franja política que va del
centro a la extrema-derecha dentro de su sigla.
Los resultados para Vox han sido buenos, aunque no espectaculares.
Los 493.932 votos obtenidos por Macarena Olona, suponen un 13,46% y le han
otorgado 14 diputados, dos más que en las anteriores elecciones, en las que obtuvo
100.000 votos menos con un 10,96%. Han pasado de ser el quinto partido, a ser
el tercero. No es un mal resultado, pero les resulta insuficiente para
jugar en esta legislatura un papel decisivo. Saber de dónde proceden estos
votos va a ser decisivo para que el partido adopte definitivamente una línea
clara: o bien se sitúan en la línea del populismo europeo, enfrentados
decididamente a la Agenda 2030 y a las intrigas del Foro Económico Mundial, o
bien realizan un mix liberal, patriótico, católico, como si fueran una especie
de “PP Auténtico”. La segunda línea sería un error. Más aún: un suicidio
electoral. Mejor quedarse el original que la fotocopia. En otras palabras:
cuanto más se distancie Vox del PP, cuanto más se afianza en una línea
populista e identitaria, más votos ganará de otros sectores sociales y menos
dependiente será del electorado pepero.
La experiencia europea demuestra que la derecha liberal termina
haciendo siempre exactamente lo mismos que el centro-izquierda, solo que con
otro lenguaje, otro ritmo, otra narrativa y otras prioridades: pero, en su esencia,
todo sigue igual. Por eso, el único fenómeno verdaderamente
nuevo en la política europea del siglo XX es la aparición de los populismos. La
única oposición posible parte de ahí. Todo lo demás, más que “oposición” es “cooperación”.
LA EXTREMA IZQUIERDA, PRODUCTO VOLATIL Y VARIOPINTO
No una sido dos candidaturas de extrema-izquierda las que se han
roto la dentadura en estas elecciones. Pero nos engañaríamos si viéramos
solamente una derrota de dos candidaturas. En absoluto, es la derrota de dos “coaliciones”
de partidos. Observen: Adelante Andalucía-Andalucistas (nombre redundante
que ya indica las obsesiones nacionalistas del mix), está forma por Adelante
Andalucía, Anticapitalistas Andalucía, Izquierda Andalucista, Primavera
Andaluza y Defender Andalucía. Mas graciosa es la segunda coalición, Izquierda
Unida Verdes-Mas País-Verdes-Equo-Iniciativa del Pueblo Andaluz, que conforma
Por Andalucía. Ahora bien, dentro de esta coalición se encuentran Izquierda
Unida Los Verdes – Convocatoria por Andalucía, Más País Andalucía, Verdes Equo
Andalucía, Iniciativa del Pueblo Andaluz. Alianza Verde y Podemos Andalucía (como
apoyo externo)… Estas sopas de siglas, encabezadas respectivamente por
Teresa Rodríguez e Inmaculada Nieto han obtenido resultados que corresponden a sus
capacidades políticas reales.
Teresa Rodríguez y su coalición han podido retener 167.970 votos y
2 sueldos de diputado. Mejor le ha ido a Por Andalucía, el mix de Inmaculada
Nieto, con 281.688 votos y 5 diputados. La suma de ambos da 449.658 votos, que
está 140.326 votos por debajo de los resultados obtenidos por ambas coaliciones…
en coalición. Los siete diputados que han obtenido en total, suponen una
pérdida de 10 en relación a los que obtuvo Adelante Andalucía en 2018.
Las conclusiones son claras: no se trata de “candidaturas”, se
trata de coaliciones heteróclitas, dentro de los cuales, cada grupo es, además,
una federación de grupos. Y, para colmo, hay dos. Podemos ni siquiera está
presente de pleno derecho. En fin, el caos que llevan los restos en
putrefacción de la extrema-izquierda, ha sido reconocido como tal. El techo de
este sector, en las actuales circunstancias y dadas sus preferencias es la suma
de colgaos, porrerillos, feministas radicales, ecolocos, fanáticos LGTBIQ+… y
algún que otro viejo rokero que todavía recuerda cuando militó en el Partido
del Trabajo o en la Liga Comunista durante la transición. Poco más. La
fragmentación es el reflejo de la crisis terminal de las opciones políticas.
¿Y QUÉ ME DICEN DE LA ABSTENCIÓN?
Ha votado el 58,35% del electorado. No hay que alarmarse: en el
2018 votaron menos (56,56%) y en el 1990 se alcanzó el récord histórico
(55,34%). Se vota poco en Andalucía, esa es la realidad. Sobre una población
de 8,472.407 habitantes, han votado menos de la mitad: 3.710.609, a los que hay
que restar todavía 36.865 votos en blanco y 41.646 votos nulos. El PP
gobernará con mayoría, pero esa mayoría, justo es reconocerlo, apenas supone el
18,67% del total de la población andaluza. Es la democracia y son sus reglas.
Amén.
Quien calla otorga así que el 47% del electorado que ha renunciado
a votar, demuestra que las elecciones autonómicas no les interesan ni para
protestar. Tampoco hay que sorprenderse mucho por los votos en blanco o
nulos que son, más o menos, los de otras convocatorias: 60.000 en las
elecciones de 2008, 57.000 en las de 2012, 95.000 e las de 2015, 137.000, récord
histórico en 2018 y 77.000 en domingo pasado. Nada del otro mundo: la autonomía
andaluza sobrevivirá a estos porcentajes y a este desinterés evidente de los
andaluces por la política.
Los niveles de abstención y voto en blanco/nulo, demuestran que
ningún partido político ha logrado recuperar la confianza del electorado, ni
suscitar entusiasmos. Estamos en 2022: nadie cree en nada. Sorprende que la
gente que vota vaya a votar. Seguramente lo hace
por encabronamiento contra tal o cual político, o simplemente porque es
funcionario y debe su cargo al partido (en los años de Griñán y Susana Díaz de
cada dos afiliados al PSOE andaluz, uno era funcionario público. No se me
ocurren muchos otros motivos por los que alguien pueda ir a votar en 2022 y en
las actuales circunstancias.
CONCLUSIÓN: THELMA Y LOUIS CONDUCEN JUNTAS
Desahuciado. El pedrosanchismo, como tal, está desahuciado como lo
estuvo el zapaterismo inmediatamente después de inaugurarse su segundo período de
gobierno. Las elecciones andaluzas certifican que los sectores a los que ha
ido dirigido sus políticas (LGTBIQ+, feminismo radical, ecologismo, veganos,
animalistas, abortistas, abolicionistas de la legislación antidrogas, inmigrantes
nacionalizados) no son los suficientemente fuertes ni suscitan excesivos
entusiasmos como para mantener un gobierno en el poder que trabaje solo y
exclusivamente para ellos. La esperanza del pedrosanchismo es que la
derrota fuera dulce y que el PP andaluz no obtuviera mayoría absoluta: así la
sigla socialista tendría algo que negociar. Ahora es cuando el pedrosanchismo
empieza a ver el vacío ante sus pies. Vacío profundo, sima sin retorno,
angustia y estrés generado por una caída interminable… En eso está Pedro Sánchez.
Lo normal sería que ahora rectificara sus posiciones, recompusiera
el gobierno, pactara con el PP elecciones anticipadas antes de fin de año y
rompiera con sus hasta ahora aliados: los de Podemos y los indepes. Pero eso
supondría reconocer que se ha equivocado y Pedro Sánchez no es de esos: como
buen psicópata integrado, cree que solo él tiene razón y lo suyo es lo que
importa, lo único que importa y lo que vale la pena defender.
En cuanto al Foro Económico Mundial no realizará presiones sobre
el gobierno español: consciente desde hace mucho de que el pedrosanchismo era “asunto
resuelto” y su etapa de permanencia había caducado, ya tienen su opción:
Feijóo, que les ha garantizado que ni Vox, ni pactos con nadie que pueda
cuestionar ni la globalización, ni la Agenda 2030.
No existe tal oposición, la política del PP es tan timorata y
similar a la del PSOE que solamente variarán los ritmos, las velocidades y poco
más. Ciertamente, el PP ha demostrado ser mejor administrador de los recursos públicos
que el PSOE, pero, ahí empieza y termina toda diferencia.
Con Rajoy entraron los mismos inmigrantes ilegales que con
Zapatero y Aznar, no lo olvidemos, fue quien abrió de par en par las puertas a
la inmigración ilegal. La delincuencia ha ido creciendo al paso que aumentaba
la inmigración ilegal. Ahora los MENAS son los que dominan en las calles de
muchos arrabales y en las inmediaciones de sus centros. No hemos visto ni oído ningún
gesto de Feijóo, defendiendo a la sociedad española del salvajismo que se está
apoderando de las calles y que va en detrimento de la única industria que se
mantiene en el país, el turismo.
Thelma y Louise, una película inolvidable con un final catárquico: recuerden a ambas lanzando el coche hacia el precipicio. Si lo conduce Telma, con su pañuelo rojo, pisará a fondo el acelerador. Si hubiera sido Louise, con un vestido azulado, la velocidad será sido menor. Pero el final no hubiera variado. Pues bien, esta es la perífrasis simbólica de esta España, a ratos gobernaba por el PSOE y a ratos por el PP. Varían las velocidades, no la dirección. Siempre el precipicio está al final del camino. Las elecciones andaluzas han supuesto ese momento en el que una pasa el volante a la otra.