Hoy no vivimos una “época de cambios”, sino la época en la que los
cambios serán constantes. Se acepta que, dentro
de poco, un título universitario valdrá muy poco: cuando se obtenga, la materia
que se aprendió en el primer curso de carrera, ya está obsoleta. El que quiera
tener una educación competitiva, deberá, no solamente elegir muy bien la
carrera que quiere estudiar, sino también hacerse a la idea de que deberá
seguir una “formación permanente” si quiere mantener la competitividad a lo
largo de su vida profesional. Se admite que el 40% de las especializaciones
actualmente enseñadas en los centros universitarios, desaparecerán. Aparecerán,
por supuesto, otras nuevas, pero, en esto, como en todo lo demás, la enseñanza
pública irá por detrás de la realidad. ¿A qué se debe esta “obsolescencia”?
Solamente hay una causa de esto y de la mayoría de cambios que nos esperan en
los próximos años: la irrupción de nuevas tecnologías.
LOS TERRORES NOCTURNOS DE KLAUS HELMUT SCHWAB
El director del Foro Económico Mundial tiene razón en sus
apreciaciones sobre el próximo advenimiento de la “cuarta revolución industrial”,
como hito más importante del siglo XXI. El problema es que, a pesar de su “lenguaje
amable” y de su “narrativa amistosa”, Klaus Helmut Schwab no puede evitar ser
el representante del “dinero viejo”, de las grandes dinastías económicas, de la
alta finanza, de las corporaciones y, en definitiva, de los “señores del dinero”,
a los que los problemas se les van acumulando. Básicamente tres:
- Se obstinan en defender la idoneidad de una economía globalizada, a pesar de que la globalización ha generado un sistema económico inestable, dado que el mundo es demasiado diverso y desigual como para poderse aplicar las mismas fórmulas en todo el mundo.
- El “dinero viejo” empieza a sentir en su nuca el aliento del “dinero nuevo”, formadas por dos tipos de empresas: las grandes empresas tecnológicas (Meta, Google, Mac, Microsoft) y las “empresas disruptivas” (Uber, AirBNB, Cabify, múltiples apps, etc). Estas empresas tienen unas mejores ratios de capitalización con menos personal y menos inversión.
- La sensación creciente de que el neoliberalismo y la globalización atentan contra la identidad de los pueblos y que, en cualquier momento, puede producirse una reacción popular en contra; por tanto, antes de que se generalicen las nuevas tecnologías de la segunda década del siglo XXI, es preciso realizar modificaciones a los sistemas políticos y a la correlación entre política y economía: la segunda debe dirigir a la primera.
Estos tres problemas son los que no se citan en el libro de
Schwab, La Cuarta Revolución Industrial, ni tampoco en su obra sobre The
Great Reset, pero que, indudablemente, son los que han inducido a Schwab a
escribir su obra tratando de salvar lo salvable y lograr un acuerdo, al menos
temporal, entre el “dinero viejo” y el “dinero nuevo”.
CADA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL HA TENIDO SUS “AMOS”
Schwab sabe que las élites que dictan las normas político-sociales
de una época son los propietarios de las tecnologías que en cada momento se
imponen como motores del cambio social:
- En la Inglaterra del siglo XVIII, quienes dictaban las normas ya no eran como 100 años antes, la nobleza, los lores, sino la nueva clase empresarial que había surgido con la aplicación del vapor, de las hilaturas y del carbón.
- A finales del siglo XIX y a lo largo de las dos terceras partes del siglo XX, quienes asumieron las riendas de las sociedades desarrolladas fueron los grandes industriales que pusieron en marcha cadenas de producción, los dueños de la industria petrolera y del carburante y, finalmente, los CEO de los grandes consorcios multinacionales.
- Los avances de la microinformática permitieron que las empresas se gestionaran mas eficientemente y quienes se adaptaron al comercio global, empezaron a dominar junto a las multinacionales. Pero en los 70 nació una nueva y minúscula clase compuesta por jóvenes freakys, todos ellos inmaduros emocionales, que construyeron las dos primeras tecnológicas de referencia, Microsoft y Apple. Las reglas de la época no las dictaron ellos, pero al filo del milenio sus accionistas y propietarios de esas marcas ya aparecían en las listas Forbes de millonarios.
- Al generalizarse las nuevas tecnologías de la comunicación, con la extensión de la fibra óptica primero, del 4G, aparecieron otras empresas tecnológicas (Face, Google, Amazon) que consiguieron ir más allá. Invirtieron parte de sus beneficios en criptomonedas y en investigación en “ciencias de vanguardia”. Ahí se encontraron con el “dinero viejo” y de ahí nació la alianza actual. Pero lo cierto es que van a ser los propietarios de las patentes de IA, de las nuevas tecnologías de la información y del comercio, de las “empresas disruptivas” y de las empresas vinculadas a la ingeniería genética, las que decidan cómo va a ser el futuro. Los Schwab, como las dinastías del “dinero viejo” son cosa de un pasado que resiste a pasar.
“DINERO VIEJO” Y “DINERO NUEVO”, CONTRADICCIONES
La “alianza” entre “dinero viejo” y “dinero nuevo” pasa a través e
inversiones comunes en algunos campos. Los primeros siguen optando por inversiones
en campos convencionales, abiertos a las nuevas tecnologías, la mayoría de sus
volúmenes de negocio siguen girando en torno a negocios especulativo vinculados
a las finanzas, al préstamo con interés, a la comercialización de bienes a través
de canales clásicos. Tienen “experiencia histórica” y saben que, si se
aprieta mucho las clavijas a la sociedad, si se intentan beneficios más allá de
lo razonable, pueden producirse regresiones, estallidos sociales, aparición de
movimientos de protesta incontrolables y, finalmente, arriesgarse a perder
posiciones conquistadas.
Los segundos, el “dinero nuevo”, han renunciado a cualquier
tipo de inversión en empresas convencionales: solamente se interesan por el
campo de las nuevas tecnologías. Se entiende perfectamente. Estas cifras
evidencian el motivo de inquietud del “dinero viejo” y sus esfuerzos del Foro
Económico Mundial por aclimatarse a la nueva situación:
- En 1990, las tres mayores empresas de Detroit, tenían una capitalización de mercado combinada de 36.000 millones de dólares e ingresos por valor de 250.000 millones, con 1.200.000 empleados.
- En 2014, las tres mayores empresas de Silicon Valley tenían 1.09 billones de capitalización y generaban los mismos ingresos, pero con solo 137.000 empleados. Y las cifras en la actualidad, son todavía mejores.
Elon Musk, por ejemplo, no solamente tiene ambiciosos proyectos en
materia de automoción (tras el coche eléctrico accesible, llegará en año y
medio o máximo dos años, el coche autónomo que prescindirá del conductor), sino
que invade otros campos: SpaceX es una de las nuevas 10 empresas
aeroespaciales que asumen cada vez más concretos de las agencias estatales
dedicadas a la investigación espacial; Neurolink es una empresa con la
que espera conectar cerebro y ordenador antes del término de la década; el programa
CRISPR de “cortar” genes averiados en cadenas de ADN y sustituirlos por
otros senos -de personas o animales-, está también vinculado a Musk. Incluso en
el campo de las “medicinas bajo demanda”, las grandes empresas y los
laboratorios universitarios que trabajan en esos campos, están financiados
mayoritariamente por los excedentes de capital generados por la actividad de
Silicon Valley.
El “dinero nuevo” sabe, además, que el “dinero viejo” tiene más
experiencias en gestión y, sobre todo, en relaciones con el poder político. Le
queda mucho por aprender: pero no cabe la menor duda de que, a la vuelva de
veinte años, los dueños de las patentes tecnológicas y de las grandes empresas
serán los que dictarán las normas. De hecho, el “acuerdo
transitorio” entre las dos ramas del “dinero”, beneficia tanto a unos como a otros:
al “dinero viejo” porque está reorientando sus inversiones y adaptándose a los
signos de los tiempos; al “dinero viejo” porque todas esas tecnologías nuevas
están en fase de irrupción y, en algunos casos, todavía pasarán 5 o 10 años
como máximo para que irrumpan brutalmente en la sociedad y dejen pesar sus
efectos sobre ella: 5 en el caso de la robótica y de la “realidad extendida”, 10
en el caso de las medicinas bajo demanda, un período entre ambos para imponer
la impresión 3D de órganos humanos a partir de células madre, 10 mas hasta que
estén disponibles las nuevas “tecnologías hápticas” de reconocimiento sensorial,
etc.
LLANTO POR NUESTRAS “FUENTES DOCTRINALES”
Lo lamento, pero no puedo evitar sonreír con cierta tristeza, tanto sobre mi pasado intelectual, como sobre las últimas derivaciones del pensamiento del ambiente político del que soy hijo.
Algunos, todavía no
han advertido que la geopolítica sirve, como máximo para prever algunos
conflictos localizados, pero que hace tiempo, es secundaria en relación a la “geoeconomía”
y que, así como en el siglo XIX y XX, se trataba de ver quien controlaba el
carbón y el hierro, o los yacimientos de petróleo, ahora, lo esencial es garantizar
el control de las “tierras raras” y que los obstáculos “geopolíticos” pueden
ser salvados mediante drones, cohetes recuperables, aviones VTOL, etc. Una frontera, no es
más segura si la marca río… que vigilada desde el aire por satélites espía y
satélites “asesinos”. Las costas ya no garantizan “imperios comerciales”, como
tampoco los “Estados terrestres” garantizan sistemas fuertes de gobierno. Casi
nada de lo que traslada Amazon se hace hoy por mar y en cinco años. A los “dueños”
de las nuevas tecnologías, solamente les interesa de dónde procederá el
suministro de “tierras raras” y otros elementos necesarios para garantizar su
preponderancia social. Seguirá vigente la geopolítica en conflictos localizados
y para los “planes de contingencia” de los Estados Mayores, pero, a diferencia
de la geoeconomía, cada vez tendrá menos incidencia. Pensar, por ejemplo, que “Eurasia”,
con sus tres extensiones, Europa, Irán y China, pueden formar un conjunto
homogéneo es una discusión de estrategas de casino: porque, a fin de cuentas, el
gran problema de nuestro tiempo es cómo afectará la tecnología a todas las
actividades del ser humano, a todas las formas de gobierno, a todos los
conceptos y valores sobre los que se ha asentado la vida desde el neolítico.
No sin cierto dolor lamento también que algunas de las plumas que
han nutrido a mi generación y a la anterior, hayan dejado un campo sin tocar,
ni de cerca ni de lejos: el del papel de la técnica en la construcción de la posmodernidad
y su papel en el siglo XXI. Cuando leí los
primeros números de Nouvelle Ecole a finales de los 60 y principios de los 70,
creí que el grupo promotor aspiraba a hacer una crítica al marxismo a través de
las ciencias objetivas, la genética, especialmente. Pero, luego, todo eso quedó
eclipsado por un aluvión de ideas “originales” sobre el “gramscismo de derechas”,
brillantes, honestas, pero poco operativas… Había que prepararse para la “batalla
cultural”, pero el entrenador -Benoist, especialmente- nos instaba a
prepararnos para un match que nunca parecía llegar. Luego, resultó que,
en Francia, la respuesta populista, cuando llegó, no tenia nada que ver con la “nueva
derecha”, sino que más bien era una remodelación populista de muchas corrientes
políticas, “vieja derecha” incluida, unido al hartazgo y a la simple sensación
de que el sistema derivaba hacia su fatal desintegración.
Solamente Jünger lo abordó hace exactamente cien años y solamente
Guillaume Faye lanzó alguna contribución en El Arqueofuturismo, mi libro
de cabecera a finales del milenio; salvo esto, poco o nada ha dicho la “nueva
derecha” sobre el tema. En Italia, apareció en 1980, el libro L’Età dell’intelligenza,
de Mauricio Gasparri y Adolfo Urso, salidos del Fronte della Giuventud,
militantes del MSI, que luego tendrían responsabilidades ministeriales en los
gobiernos Berlusconi y subtitularon su libro “La derecha y el cambio en la
revolución informática”, una verdadera prédica en el desierto, que tuvo
pocos lectores incluso en su propia área política. Hoy esta obra, muy brillante
en su momento, ni remotamente anticipa nada de las nuevas tecnologías del siglo
XXI. Evola, a su vez, también escribió algunas palabras lúcidas sobre la
técnica en Cabalgar el Tigre. Pero sería vano apoyarnos en todo este
material: está -y lamento mucho decirlo- OBSOLETO.
La tecnología que conoció Jünger y que le impresionó en las
trincheras no era, ni remotamente comparable con la que se cierne sobre
nosotros: la tecnología podía destruir al ser humano y “el trabajador” tenía la
obligación de dominarla. Pero, hoy, la tecnología va por otros derroteros que
Jünger no podía prever cuando cumplido 100 años. Hoy, estamos ante una
tecnología que no pretende “destruir” al ser humano, sino “solamente” diluir la
divisoria entre lo humano y lo mecánico. El
tiempo de Jünger la tecnología era algo exterior al ser humano, hoy se tiende a
que esté incorporado a lo humano: la misma frase de “no he podido
comunicas porque se me ha acabado la batería” es muestra de que algo tan
banal como el móvil empieza a ser considerado como algo ya incorporado a lo
humano. Los biohackers se implantan chips CFR para realizar algunas
tareas. La implantación del “internet de las cosas” hará que utilicemos “ropa
inteligente” con chips para alertar sobre nuestro estado de salud. “Mejoraremos”
nuestras capacidades gracias a prótesis implantadas, a la conexión
cerebro-ordenador, parte de nuestros genes puede proceder de cualquier especie
animal; cualquier miembro u órgano que queramos potenciar o sustituir será suplido
por prótesis mecánicas. Robocop está a la vuelta de la esquina y algunos
creen que se trataba solamente de una película, más o menos, interesante. Cada
año, Silicon Valley invierte decenas de miles de millones en estudios e
investigaciones sobre temas que hasta hace poco solo eran ciencia ficción. Esas
temáticas van a cambiar, ESTÁN CAMBIANDO, nuestro mundo y la forma de
relacionarnos con el mundo.
La técnica que conoció Evola ya no es esa máquina de la segunda revolución
industrial: el telar con lanzadera o la rotativa de cuatro cuerpos que vio
funcionar en los diarios en los que colaboró. Es una técnica cuyo principal
riesgo es cómo logrará convivir con lo humano. El principal problema ontológico
de aquí a unos años será dónde empieza lo humano y termina lo mecánico. La
Inteligencia Artificial ya -aquí y ahora- ya no precisa humanos: se mejora a sí
misma, va utilizando el big-data, realizando cálculos estadísticos y
aprendiendo por sí misma. No es raro que las grandes empresas del momento
(desde Facebook a Netflix) sean depredadoras sistemáticas de datos.
LA TÉCNICA QUE SE ENCAMINA HACIA LA DESTRUCCIÓN DE LO HUMANO
Si la definición de la persona humana empieza a ser conflictiva
(para colmo, los mamonazos progres ya definen a los animales como “seres
sintientes”), la IA nos conoce mejor que nosotros mismos: es capaz de
racionalizar nuestros hábitos de consumo, deducir incluso si estamos animados o
deprimidos, anticipar nuestras reacciones y saber cómo pensamos. Para eso sirve el big-data. La privacidad ha pasado a
ser un lujo. Somos, simplemente, “activos digitales” de grandes consorcios
especializados en nuevas tecnologías. Con razón se decía hace veinte años que
si muchos de los servicios ofrecidos en Internet eran gratuitos es porque el “producto”
es el usuario. Un robot de limpieza rotativa tiene un precio de mercado
similar a su coste, ¿han renunciado las empresas a los beneficios? En absoluto:
el robot, desde el momento en que se activa, empieza a enviar datos sobre las
dimensiones de la casa, el barrio, los miembros de la familia, el nivel
adquisitivo, comprueba lo que hay o deja de haber en la casa y, en poco tiempo,
a partir de estos datos es posible enviar a ese hogar publicidad de tales o
cuales productos que se adapten mejor a su perfil. Lo mismo ocurre con el
teléfono móvil. Todas las terminales informáticas conectadas al sistema
digital se han convertido en delatores de nuestra intimidad.
Mucha gente dirá: “bueno, yo no tengo nada que ocultar. Me
da igual que lo sepan todo sobre mí mismo, incluso mis perversiones más
íntimas, así que…”. Error. Cuando alguien te conoce completamente, mejor
incluso de lo que te conoces a ti mismo, siempre le es fácil, muy fácil,
manipularte.
Los Estados han renunciado a legislar la privacidad porque saben perfectamente
que esto supondría un encontronazo con los dueños de las nuevas tecnologías.
Así pues, el debate del momento ya no puede ser geopolítico (esa
ciencia auxiliar de la política que algunos tienden a confundir con la
política en sí a efectos de anclar su nacionalismo en conceptos “objetivos”),
tampoco es económico ni social, porque, ya hoy, las derivas en ambos campos no
dependen solamente de la economía en sí, aislada de otras ramas, ni las
repercusiones de la economía sobre la sociedad derivan directamente de ésta.
Criticar el neoliberalismo es hoy “dar lanzadas a moro muerto”. El propio
Schwab y el Foro Económico Mundial son consciente de la inviabilidad de la
globalización y de las concepciones neoliberales y se han visto forzados a
introducir modificaciones en su relato: habla, incluso de la “economía
de partes interesadas” que vendría después de la economía de las sociedades
por acciones que tienden al máximo
beneficio y de la economía socialista que tiende a la planificación estatal;
las “partes interesadas”, corporaciones y consumidores, deberían “cooperar para
el bien común de ambas”… ¿Vale la pena criticar estos conceptos que no son
sino llamadas de auxilio de un sistema que está muriendo de opulencia y que
quiere evitar un estallido social que ponga en peligro, no solo sus haberes
sino sus cabezas? ¿Vale la pena realizar críticas al neoliberalismo o a la
globalización a estas alturas cuando su destino depende solamente del proceso
de renovación tecnológica y cuando los riesgos reales ya no son solamente
económico-sociales sino que afectan incluso a la propia integridad, al concepto
y a la dimensión de lo Humano?
Por eso, creo que, a estar alturas, el ambiente cultural en el que
algunos nos hemos formado, ha fracasado: no ha estado en condiciones de
incorporar, día a día, análisis y conceptos nuevos, no ha conectado
suficientemente causas con efectos y sigue dando vueltas a cuestiones que ya
tienen muy poco contacto con la realidad de nuestros días. Hemos ido a
remolque del debate de ideas, en el furgón de cola, ausentes de las grandes cuestiones
a las que siempre hemos llegado con años de retraso (o, simplemente, no
llegado).
EL HOMBRE DECONSTRUIDO, EL ÚLTIMO HOMBRE, ESTÁ AQUÍ
La técnica se está utilizando en estos momentos, para “deconstruir”
al ser humano. Estamos a punto de entrar en un período que marca el límite de este
proceso; la época del “último hombre”, ese hombre deconstruido que ignora quién
es y cómo ha llegado hasta donde está. A esta
fase le ha precedido una larga trayectoria de destrucción de las estructuras
tradicionales de la sociedad, mediante una aniquilación de los distintos
sistemas de identidad en las que podíamos reconocernos y anclarnos, pero
también utilizar como trampolín para el futuro, ahora hemos llegado a la
última fase de este proceso: la abolición de la línea que separa lo humano de
lo artificial. En la “época de las masas” definida por Ortega y Gasset, el
hombre-masa es el que no tiene nada, solamente posee un reflejo de sí mismo que
es dependiente de los usos y de las modas de su tiempo; carece de personalidad,
es “individuo”, un simple grano de arena de una playa, independiente pero rigurosamente
similar a otros idénticos a él. No es raro que intente destacar por lo poco que
puede alegar en su favor.
En efecto, a una etapa en la que a la masa le es indiferente dónde
ha nacido, su herencia cultural, sus raíces, sus tradiciones, ha seguido una
época en la que se ha abolido, incluso, las identidades sexuales, se ha
sustituido a los hijos por mascotas, a la música digna de tal nombre por
sonidos estridentes, hipnóticos y repetitivos, música basura; a las relaciones
personales y directas, por relaciones a distancia mediante interfaces
electrónicas; el proceso de sustitución de la personalidad por el “look”, el
reflejo subjetivo de la personalidad proyectado sobre la masa a través de redes
sociales y en busca de likes; terminando por diluirse la propia
personalidad en un mundo virtual en el que todos buscan aceptación y originalidad,
como único objetivo y, para acompañarlo, por alusiones a “salvar al planeta”, “a
la paz mundial” (que ya no solamente repiten las aspirantes a cualquier concurso
de “Miss Mundo”, sino los que mendigan un like en su red social) y “orgullos”
(como si valiera la pena sentirse orgulloso sobre con quien me acuesto o con
quién me levanto).
El próximo paso en este sistema de deconstrucción de las identidades
es el ataque frontal a la naturaleza humana.
Objetivo de los transhumanistas (alcanzar una “conciencia universal”, fusión de
todas las conciencias “subidas a la nube”, con la que se inaugurará la “etapa
postbiológica”), objetivo de Klaus Schwab cuando alude a “tecnologías
convergentes” (nanotecnología, inteligencia artificial e ingeniería genérica
que, según Schwab “harán que nos replanteemos lo que es el ser humano y sus
límites”, dice con claridad meridiana), objetivo al que tienden, casi
necesariamente, los patrones de las nuevas tecnologías con la creación de
universos virtuales y metaversos.
Ha llegado el tiempo en el que deberemos optar entre la “pastilla
roja” y la “pastilla azul”, entre la verdad incómoda y la ignorancia satisfecha. O en el Metaverso o a este lado de la realidad. O somos un
avatar artificial y a él encomendamos todo nuestro ser, o construimos nuestra
personalidad y reconstruimos nuestro sistema de identidades. O dejamos que las nuevas
tecnologías nos aneguen por completo o bien, sometemos la tecnología a un
análisis crítica y discriminamos la “ciencia sin conciencia”, de aquello que
puede contribuir a vivir y entender la realidad objetiva, plena y completamente.
Esta disyuntiva no es una temática gratuita y original de las hermanas Wachowski
y de su Matrix, sino una opción que se nos va a presentar a todos en el
próximo lustro.
Así que, por favor, no me digáis que hay otro debate más
capital que el que deberíamos haber iniciado hace años sobre la técnica.