Lo que ha pasado en París durante la final de la Champions es muy
parecido a lo que ocurrió en Berlín en los Juegos Olímpicos de 1936. Solo que
al revés. En las Olimpiadas de Berlín se demostró que el gobierno del canciller
Adolf Hitler, que llevaba en el poder apenas tres años, había liquidado el
paro, había logrado reconstruir el país, y asumido, sin ningún tipo de
incidente la organización de las primeras Olimpiadas en las que la llama viajó
desde Grecia hasta alumbrar los juegos. Todo fue irreprochable. Las Olimpiadas
de Berlín fueron es escaparate mundial de los logros realizados en el Tercer
Reich.
Estremece recordar que, dentro de dos años, París sea sede de los
que prometen ser los peores Juegos Olímpicos de la historia del deporte. El
anticipo lo hemos visto en la final de la Champions. Las informaciones sobre lo que ocurrió en este evento han tenido
dos tiempos: en el primero, las fuentes del ministerio del interior francés,
sugirieron que los incidentes se habían generado por culpa de los hinchas
ingleses a los que no se permitió la entrada en el estadio de Saint-Denis por
mostrar entradas falsas.
Los que conocemos Saint-Denis sabíamos perfectamente que esa
explicación es falsa. París está rodea de una “banlieu” poblada mayoritariamente
por “afroparisinos”. Aquello es cualquier cosa, menos Europa. Desde hace
treinta años, algunos, tachados de “alucinados” por los bienpensantes y
políticamente correctos, ya señalaron que, cuanta más inversión, cuantas más
infraestructuras, cuantos más recursos se empleaban en “hacer avanzar” a estos
barrios hacia una “normalidad europea”, menos resultados se obtenían. El
salvajismo está cada vez más presente en la “banlieu” parisina (y en el mismo
interior de la ciudad). Allí donde hay mayoría de “afroparisinos” (el término
no es mío, sino que lo oí en un informativo de La Cuatro que daba cuenta
de los incidentes), allí parece dominar lo que, solamente de manera piadosa,
podemos denominar “conflictividad” y, con mucho más realismo, “salvajismo”.
La esperanza de Macron es que el “metaverso” llegue antes de que
se inauguren las olimpiadas. Entonces, el salvajismo quedará recluido en la “realidad
extendida” y en sus mundos artificiales, no desaparecerá, pero el gobierno
podrá alardear que ha triunfado el “orden” (orden viejo, pero orden, al fin y
al cabo). O al menos esa es su esperanza. El problema
es que un equipo para poder disfrutar del nuevo producto alienante costará
entre 600 y 800 euros. Los habrá que tendrán que robar mucho para adquirirlo. Y
es por eso que, auguramos unas olimpiadas luctuosas para quienes asistan allí.
Porque el gran problema de la final de la Champions, hoy está
unánimemente reconocido, no fue que el dato falso difundido por el ministro
macroniano del interior, Gérald Darmain, sobre que 40.000 hinchas ingleses pretendían
entrar en el estadio con tickets falsos, sino que la “banlieu” afroparisina se
movilizó para robar, depredar sexualmente a “mujeres blancas”, destrozar y, a
fin de cuentas -por eso debemos volver a emplear la palabra- ejercer el “salvajismo”.
No todos, por supuesto, pero si los “voyous” que son, en definitiva, quienes “controlan”
esos barrios y dictan su ley ante la ausencia de la “República Francesa”.
El alcalde de Saint-Denis, Mathieu Hanotin, miembro del agónico
Partido Socialista, dice que ese “salvajismo” es el resultado de “los altos
niveles de pobreza” y que “el Estado francés les ha abandonado…”. Ese mismo
Estado que hasta no hace mucho estaba gestionado por la izquierda y por el propio
Partido Socialista que desde los años 70 era el primer valedor y donante de
fondos a estos barrios poblados por “afroparisinos”.
Los incidentes llegan en el peor momento político, después de unas
elecciones presidenciales en las que la candidatura vencedora, ha visto como se
acortaban distancias con la de Marine Le Pen, cuya “narrativa” ha quedado MUY
reforzada con estos últimos incidentes, absolutamente imposibles de ocultar en
la campaña para las legislativas de dentro de unas semanas.
Lo cierto es que, hoy por hoy, nadie quiere asumir la
responsabilidad de los incidentes: éstos son un “epifenómeno” que demuestra la
existencia de causas más profundas que no son, precisamente, “la pobrera”, sino
el salvajismo, el fracaso de los tan
cacareados “valores republicanos” y la absoluta desaparición de la autoridad
del Estado en la “banlieu” y en más de 2.000 zonas, llamadas por el gobierno “particularmente
sensibles” (léase pobladas mayoritariamente por grupos étnicos de origen
africano).
Eric Zemmour, el candidato anti-inmigración que aportó sus votos a
Marine Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales es quien mejor ha
descrito la situación: “Saint-Denis ya no es Francia desde hace mucho
tiempo”.
El gran problema es que nadie de entre la “Francia oficial” asume
la responsabilidad por los incidentes de Saint-Denis. El gobierno de Micrón
(¿para qué llamar Macron a un enano político?) sigue echando la culpa a los
aficionados del Liverpool y la UEFA le hace la ola. Pero el equipo inglés juzga
“inaceptable” el trato recibido por sus aficionados y exige una “investigación”.
Nosotros ya la hicimos. De hecho, todo el mundo la ha visto: las cámaras nos
mostraron, una vez más, la procedencia étnica de los alborotadores, violadores
y ladrones. Incluso El País de hoy, el diario de la progresía
bienpensante, lo reconoce hoy: “ya cerca de las vallas de acceso al estadio,
y ante un nuevo control, jóvenes franceses, que no pertenecían a ninguna de
las dos aficiones, intentaban saltar la valla”… Es cierto, a condición
de cambiar “jóvenes franceses” por “afroparisinos”. El populismo de izquierdas,
con Melenchon, reconoce que “no estamos preparados para acontecimientos como
los Juegos Olímpicos”. Amén. De hecho, Francia debería de estar preparada, a
tenor de las décadas que duran incidentes como estos, para una próxima guerra
civil que será, a la vez, racial, religiosa y social.
El electorado, mejor dicho, EL PUEBLO FRANCÉS tiene dos opciones:
- realizar un cambio radical en las próximas elecciones,
- o bien esperar al “susto” siguiente en 2024, cuando las bandas “afroparisinas” conviertan la celebración de los Juegos Olímpicos en un vía crucis.
Por eso decíamos al principio que los Juegos Olímpicos de París
van a ser la inversión, casi satánica, de lo que fueron los Juegos Olímpicos de
Berlín en 1936: el espejo de la decadencia y de la desintegración del Estado
francés.
Y no, no hay posibilidades de que, en 2024, el metaverso actúe de anestésico para delincuentes: no habrá dado tiempo todavía a implantarse entre las bandas étnicas y
trasladado su campo de violencia a la “realidad extendida”.
Leía hace poco La democracia en América de Tocqueville. Para
él, los dos rasgos de un régimen democrático son la “libertad y la seguridad”:
- Los incidentes de la Champions y la cortina de humo con que la corrección política intenta velarlos (similar a los esfuerzos del pedrosanchismo por escatimar la información esencial sobre la viruela del mono), la censura sobre quienes ante ponen “verdad” a “corrección política” y las monsergas “inclusivas” borran la noción de “libertad” en la Francia de Micron.
- En cuanto a la seguridad, que se lo pregunten a los aficionados que querían ver un partido y asistieron a los prolegómenos de la guerra civil, o a las aficionadas que fueron vejadas y manoseadas por “afroparisinos”. Lo peor es olvidar que la seguridad es el primer derecho humano, sin el cual no pueden ejercerse ninguno de los demás.
Yo sugeriría recogida de firmas para trasladar la sede de los
Juegos Olímpicos. En Mariupol, por ejemplo, estoy seguro de que se
desarrollarían con más seguridad y tranquilidad que en París. Casi diría que con más democracia, porque nunca la tiranía de la
corrección política ha sido tan asfixiante como en Europa Occidental.