viernes, 17 de junio de 2022

CRÓNICAS DE LA LOCURA DE NUESTRO TIEMPO: TRES NOTICIAS CIENTÍFICAS PARA PENSAR (y pensar mal)

 

Me encantan las revistas de divulgación científica. Su lectura es cada vez más necesaria para hacerse una idea de los cambios que se están produciendo en nuestro tiempo. Ahora bien, hay que leerlas con espíritu crítico. El “gran hermano” también ha puesto la zarpa en este tipo de prensa, a veces con intención de adoctrinamiento y otros como resultado de una de las orientaciones de la Agenda 2030 y de la Cuarta Revolución Industrial: la desvalorización de lo humano.

La revista italiana Scienze, por ejemplo, subtitulada “Investigación – Tecnología – Actualidad – Futuro”, en su número correspondiente a los meses de junio-julio, ofrece, por ejemplo, tres artículos suficientemente ilustrativos de las tendencias de nuestro tiempo. No os las perdáis:

En la página 13, por ejemplo, podemos leer un artículo dentro de la rúbrica “Zoologia”. El tema mereció mi atención. Traduzco: “Los chimpancés utilizan insectos ‘medicinales’ para curarse las heridas”. Hasta aquí no hay nada extraordinario: cuando he tenido perros, no “mascotas”, sino perros de verdad, he observado en muchas ocasiones que cuando tienen problemas digestivos, tienen tendencia morder restos de madera carbonizada del fuego de las chimeneas. Si el problema es intestinal, en cambio, comen determinadas hierbas… ellos, que son carnívoros. Así pues, el que un chimpancé cace al vuelo determinados insectos, los mezcle con su saliva y se los coloque en el lugar donde se ha herido, en principio, es curioso, pero no extraordinario.

Lo verdaderamente extraordinario, es el subtítulo del artículo: “Su comportamiento indica que los primates son capaces de sentimientos parecidos a la empatía”. No hay nada en el artículo que sugiera de manera particular este subtítulo, pero la tendencia actual es a considerar cualquier especie animal como “ser sintiente”, mucho más si aparece en la escala evolutiva próximo al género humano. El Proyecto Gran Simio del que se habló mucho en la primera fase del zapaterismo sigue en pie y los hay dispuestos a partirse el pecho por los derechos de los primates.

Hubiera sido mucho más correcto aludir al INSTINTO, eso que el género humano está perdiendo pero que aun sigue vivo en especies animales. El instinto es lo que hacía que mis perros royeran carbón o comieras hierbas, solamente cuando sentían malestar. Nadie se lo había enseñado, como nadie ha enseñado a los chimpancés a utilizar determinados insectos para sanar. El instinto es fundamental, incluso para el género humano: perdido el instinto, difícilmente puede sobrevivirse. Los tres “instintos básicos” son el territorial, el de reproducción y el de agresividad: patria – familia – defensa. Mirad en vuestro entorno y decidme si queda algo de estos instintos.

Segunda noticia a destacar en Scienze. Está en la página siguiente: “Un paciente terminal ha sido mantenido con vida con un corazón de cerdo genéticamente modificado”. Y añade el subtítulo “Esta operación, la primera de su género en el mundo, ha demostrado que un corazón animal puede funcionar como un corazón humano. Puede tratarse del primer paso fundamental hacia los trasplantes del futuro” (pág. 14). En un “destacado” se indica: “Esta operación nos aproxima a la solución de la crisis debida a la escasez de órganos”.

La lectura del artículo es algo desmoralizadora: por una parte, el experimento logró que el paciente -David Bennett de 57 años, de Maryland- sobreviviera ¡dos meses! La FDA norteamericana concedió un permiso de emergencia para realizar esta operación. Para llevarla a cabo hubo que “silenciar” tres genes del corazón del cerdo que hubieran podido provocar efecto rechazo. En su lugar se insertaron tres genes humanos. Esto se llama “xenotrasplantes”, cuando un organismo no humano es colocado en un humano. Algo completamente inútil, pero significativo, en sí mismo.

Esfuerzo inútil porque en varios países del mundo se están haciendo experimentos éticamente mucho más asumibles. En Israel se ha “impreso” en 3D un corazón humano con una “bioimpresora” que utiliza como “tinta”, células madre del propio paciente (noticia en LINK). Imposible que haya rechazo. Se lleva experimentando con esta técnica desde 2019. Obviamente, son técnicas aún en base de experimentación en lo que se refiere a organismos sensibles como el corazón, pero ya se han implantado orejas impresas en 3D, huesos, tendones, incluso se ha conseguido implantar fragmentos de médula espinal en un paciente paralítico y conseguir que camine de nuevo (noticia en LINK). Hoy, estas investigaciones (de las que en Noticias Google encontraréis cientos de informaciones) están muy avanzadas. Éticamente son irreprochables: se utilizan células madre del propio paciente para realizar los cultivos utilizados por las “bioimpresoras”.

Ahora bien, la “quimera”, esto es, la mezcla de genes de animal y ser humano, es harina de otro costal. Recuerda demasiado a la novela de Verne, La isla del doctor Moreau (reinterpretada en algún episodio de los Simpson). No solamente puede cuestionarse su ética (la creación de nuevas especies humano-animales), sino su necesidad.

En los años 30 existió un médico desaprensivo de origen jázaro, Serge Abrahamovitch Voronoff que desarrolló un método consistente en colocar testículos de mono en escrotos humanos con “finalidades terapéuticas”. En una primera fase, los que iban a su clínica -élites sociales- podían elegir monos enjaulados como quien va a una marisquería y señala la langosta que quiera zamparse. Los ayudantes de Voronoff castraban al mono, trituraban sus testículos, los licuaban, e inyectaban el líquido resultante en el paciente. El efecto placebo hacía lo demás. Voronoff viajaba mucho y, en Egipto, se interesó por los efectos de la castración en los eunucos. Atribuyó el “efecto de rejuvenecimiento” a los testículos. Se equivocó, por supuesto. Para dar un paso adelante, fue cuando implantó glándulas tiroides de chimpancés en humanos. Era un buen relaciones públicas, así que el marketing hizo el resto. Financiado por Evelyn Bostwick, una millonaria norteamericana hija del fundador de la Standard Oil, con la que se casó (ella era también de familia jázara), empezó a trasplantar rebanadas de testículos de mono al escroto de sus pacientes. En 1923, 700 cirujanos de todo el mundo, le ovacionaron por sus experimentos en el Congreso Internacional de Cirujanos de Londres: admitieron que había conseguido rejuvenecer a pacientes. El que alguien sea científico no quiere decir que no meta la pata. Sus tratamientos estuvieron de moda en los años 20. Luego, las infecciones generadas y la percepción de que sus pacientes envejecían igual que cualquier otro, hicieron el resto. Pocos periódicos notificaron la muerte de Voronoff en 1951. Hoy, algunos intentan rehabilitarlo.

La tercera noticia de Scienze es aún más impactante porque abre un camino nuevo para la ciencia. En las páginas 16 y 17, el periodista Heyley Bennett publica un significativo artículo titulado: “Envenenamiento animal” y se pregunta: “¿Cuántas son las emisiones de carbono de mi mascota y qué puedo hacer para reducirlas?”. Reconozco que es un planteamiento que nunca me lo hubiera planteado. El autor es vegano y preocupadísimo por las emisiones de CO2. Le preocupa, por ejemplo, que “nuestras mascotas consuman casi el 20% de la carne y del pescado de nuestro planeta”. Y se pregunta a continuación en la entradilla: “¿No podrían adoptar nuestras mascotas estilos de vida menos peligrosos para el medio ambiente?”. Como vegano que es, realiza una tarea misional. Se plantea si una dieta de vegetales sería perjudicial para las mascotas. Nos dice que perros y gatos consumen un 25% en EEUU de las proteínas animales y, para obtenerlas, se vierten a la atmósfera el CO2 equivalente a “casi 13 millones de vehículos a motor”. La conclusión es clara: si nuestras mascotas fueran veganas, el medio ambiente lo agradecería. Al parecer, los gatos tendrían dificultades en seguir una dieta vegana, pero los perros, en cambio, “serían más adaptables”. Como necesitan proteínas, no hay problema: se les alimenta con insectos y asunto resuelto. El autor recomienda, larvas de mosca, pero le preocupa que sus criaderos sigan generando CO2. Y, además, el autor ve otro problema; traduzco literalmente, porque el párrafo resulta casi increíble: “Imponer un estilo de vida vegano a vuestro gato podría impulsarlo a desfogar sus frustraciones en la fauna local, dañando a la población de pájaros y roedores. Una investigación publicada en Nature, afirma que, en los EEUU, los gatos matan cada año a 4 millones de pájaros y entre 6 y 22 millones de pequeños mamíferos, con notable preocupación de los naturalistas”

También se plantea que los envases de comida para mascotas están hechos con materiales no reciclables. Y, en el éxtasis, entra en una materia que resultaba inevitable: la caca. Cierto pudor, ha hecho que el autor colocara esta traca al final del artículo. Da algunos datos interesantes. Siempre he sostenido que, para el foráneo que no vive en Barcelona, la ciudad huele a porro, alcantarilla y meada de perro. En Barcelona hay un perro por cada diez vecinos. Y lo que es, aún peor: hay casi tantos perros como niños de 0 a 12 años. Estremecedor, ¿verdad? Es decir, que los 150.000 perros barceloneses defecan diariamente toneladas de mojones y no menos de 150.000 litros de orines. El cálculo es mío y nunca he estado seguro de que fuera cierto. Pero la revista de divulgación científica Scienze da unas cifras avaladas por otra publicación prestigiosa, Nature: “Un estudio de 2017 ha descubierto que los 163 millones de perros y gatos de los EEUU producen una cantidad de excrementos próxima a 90 millones de seres humanos (…) Recientemente, algunos investigadores alemanes han calculado el impacto del cambio climático de un perro, estableciendo que supone el 7% de un habitante medio de la UE”.

El artículo termina recomendando que a la hora de elegir mascota tengamos en cuenta la “huella de carbono” que supone y recomienda como “mejor opción” una tortuga: viven mucho, cagan poco y su impacto en el cambio climático es imperceptible. Además, no lodran.

Hoy, estaba desayunando a primera hora en mi pueblo. Delante de mi mesa han pasado en torno a 25 personas. Solamente tres de ellas, no salían a pasear al perro. El promedio quedaba compensado con algunos propietarios de mascotas que paseaban dos y tres perros.

La “fiebre de las mascotas” es otro de estos reflejos artificiales generados en la modernidad: dado que las nuevas tecnologías generarán de aquí al año 2030, la pérdida de no menos de 1.000.000.000 de puestos de trabajo, el “salario social”, el “metaverso” y el “porrito” son necesarios para mantener tranquila a la población y evitar estallidos sociales. Tampoco estará de más que las sociedades pierdan coherencia y cohesión mediante inyecciones masivas de poblaciones halógenas, cuantas más y más diversas, mejor. Un cambio en la alimentación será, igualmente necesario: un filete de ternera aporta excesivas energías. Pero, si se trata de pagar “salario social”, cuanto menos población exista, mejor: de ahí que no se haga absolutamente nada para prohibir aditivos químicos identificados como verdaderos asesinos de espermatozoides, no existan ayudas fiscales para la maternidad, y, se sugiere que la mejor compañía y el sustitutivo de los hijos, son las mascotas… Para que luego venga una revista científica y te diga que, además, deberías de sentirte responsable porque tu mascota aumente la “huella del carbono” y que deberían de hacer de él un vegano de estricta observancia.

¿No creéis que, tras la lectura de estas tres noticias, alguien se ha vuelto loco? ¿No creéis que las tres noticias, en su aparente banalidad y la última, incluso, en su estupidez, son el termómetro de la locura de nuestro tiempo? ¿No veis en todo esto una tendencia hacia la desvalorización de lo humano que clama a gritos?