Me encantan las revistas de divulgación científica. Su lectura es
cada vez más necesaria para hacerse una idea de los cambios que se están produciendo
en nuestro tiempo. Ahora bien, hay que leerlas con espíritu crítico. El “gran
hermano” también ha puesto la zarpa en este tipo de prensa, a veces con
intención de adoctrinamiento y otros como resultado de una de las orientaciones
de la Agenda 2030 y de la Cuarta Revolución Industrial: la desvalorización de
lo humano.
La revista italiana Scienze, por ejemplo, subtitulada “Investigación
– Tecnología – Actualidad – Futuro”, en su número correspondiente a los
meses de junio-julio, ofrece, por ejemplo, tres artículos suficientemente
ilustrativos de las tendencias de nuestro tiempo. No os las perdáis:
En la página 13, por ejemplo, podemos leer un artículo dentro de
la rúbrica “Zoologia”. El tema mereció mi atención. Traduzco: “Los
chimpancés utilizan insectos ‘medicinales’ para curarse las heridas”.
Hasta aquí no hay nada extraordinario: cuando he tenido perros, no “mascotas”,
sino perros de verdad, he observado en muchas ocasiones que cuando tienen
problemas digestivos, tienen tendencia morder restos de madera carbonizada del
fuego de las chimeneas. Si el problema es intestinal, en cambio, comen
determinadas hierbas… ellos, que son carnívoros. Así pues, el que un chimpancé
cace al vuelo determinados insectos, los mezcle con su saliva y se los coloque
en el lugar donde se ha herido, en principio, es curioso, pero no
extraordinario.
Lo verdaderamente extraordinario, es el subtítulo del artículo: “Su
comportamiento indica que los primates son capaces de sentimientos parecidos a
la empatía”. No hay nada en el artículo que sugiera de manera
particular este subtítulo, pero la tendencia actual es a considerar cualquier especie
animal como “ser sintiente”, mucho más si aparece en la escala evolutiva próximo
al género humano. El Proyecto Gran
Simio del que se habló mucho en la primera fase del zapaterismo sigue en
pie y los hay dispuestos a partirse el pecho por los derechos de los primates.
Hubiera sido mucho más correcto aludir al INSTINTO, eso que el
género humano está perdiendo pero que aun sigue vivo en especies animales. El
instinto es lo que hacía que mis perros royeran carbón o comieras hierbas,
solamente cuando sentían malestar. Nadie se lo había enseñado, como nadie ha
enseñado a los chimpancés a utilizar determinados insectos para sanar. El
instinto es fundamental, incluso para el género humano: perdido el instinto,
difícilmente puede sobrevivirse. Los tres “instintos
básicos” son el territorial, el de reproducción y el de agresividad: patria –
familia – defensa. Mirad en vuestro entorno y decidme si queda algo de estos
instintos.
Segunda noticia a destacar en Scienze. Está en la página
siguiente: “Un paciente terminal ha sido mantenido con vida con un
corazón de cerdo genéticamente modificado”. Y añade el subtítulo “Esta
operación, la primera de su género en el mundo, ha demostrado que un corazón
animal puede funcionar como un corazón humano. Puede tratarse del primer paso
fundamental hacia los trasplantes del futuro” (pág. 14). En un “destacado”
se indica: “Esta operación nos aproxima a la solución de la crisis debida a
la escasez de órganos”.
La lectura del artículo es algo desmoralizadora: por una parte, el
experimento logró que el paciente -David Bennett de 57 años, de Maryland-
sobreviviera ¡dos meses! La FDA norteamericana concedió un permiso de emergencia
para realizar esta operación. Para llevarla a cabo hubo que “silenciar” tres
genes del corazón del cerdo que hubieran podido provocar efecto rechazo. En su
lugar se insertaron tres genes humanos. Esto se llama “xenotrasplantes”,
cuando un organismo no humano es colocado en un humano. Algo completamente
inútil, pero significativo, en sí mismo.
Esfuerzo inútil porque en varios países del mundo se están
haciendo experimentos éticamente mucho más asumibles. En Israel se ha “impreso” en 3D un corazón humano con una “bioimpresora”
que utiliza como “tinta”, células madre del propio paciente (noticia en LINK).
Imposible que haya rechazo. Se lleva experimentando con esta técnica desde
2019. Obviamente, son técnicas aún en base de experimentación en lo que se
refiere a organismos sensibles como el corazón, pero ya se han implantado
orejas impresas en 3D, huesos, tendones, incluso se ha conseguido implantar
fragmentos de médula espinal en un paciente paralítico y conseguir que camine
de nuevo (noticia en LINK).
Hoy, estas investigaciones (de las que en Noticias
Google encontraréis cientos de informaciones) están muy avanzadas. Éticamente
son irreprochables: se utilizan células madre del propio paciente para
realizar los cultivos utilizados por las “bioimpresoras”.
Ahora bien, la “quimera”, esto es, la mezcla de genes de animal y
ser humano, es harina de otro costal. Recuerda demasiado a la novela de Verne, La
isla del doctor Moreau (reinterpretada en algún episodio de los Simpson).
No solamente puede cuestionarse su ética (la creación de nuevas especies
humano-animales), sino su necesidad.
En los años 30 existió un médico desaprensivo de origen jázaro,
Serge Abrahamovitch Voronoff que desarrolló un método consistente en colocar testículos
de mono en escrotos humanos con “finalidades terapéuticas”. En una primera
fase, los que iban a su clínica -élites sociales- podían elegir monos
enjaulados como quien va a una marisquería y señala la langosta que quiera
zamparse. Los ayudantes de Voronoff castraban al mono, trituraban sus testículos,
los licuaban, e inyectaban el líquido resultante en el paciente. El efecto
placebo hacía lo demás. Voronoff viajaba mucho y, en Egipto, se interesó por
los efectos de la castración en los eunucos. Atribuyó el “efecto de
rejuvenecimiento” a los testículos. Se equivocó, por supuesto. Para dar un paso
adelante, fue cuando implantó glándulas tiroides de chimpancés en humanos. Era
un buen relaciones públicas, así que el marketing hizo el resto. Financiado por
Evelyn Bostwick, una millonaria norteamericana hija del fundador de la Standard
Oil, con la que se casó (ella era también de familia jázara), empezó a
trasplantar rebanadas de testículos de mono al escroto de sus pacientes. En
1923, 700 cirujanos de todo el mundo, le ovacionaron por sus experimentos en el
Congreso Internacional de Cirujanos de Londres: admitieron que había conseguido
rejuvenecer a pacientes. El que alguien sea científico no quiere decir que
no meta la pata. Sus tratamientos estuvieron de moda en los años 20. Luego, las
infecciones generadas y la percepción de que sus pacientes envejecían igual que
cualquier otro, hicieron el resto. Pocos periódicos notificaron la muerte de
Voronoff en 1951. Hoy, algunos intentan rehabilitarlo.
La tercera noticia de Scienze es aún más impactante porque abre
un camino nuevo para la ciencia. En las páginas 16 y 17, el periodista Heyley
Bennett publica un significativo artículo titulado: “Envenenamiento animal”
y se pregunta: “¿Cuántas son las emisiones de carbono de mi mascota y qué
puedo hacer para reducirlas?”. Reconozco que es un planteamiento que
nunca me lo hubiera planteado. El autor es vegano y preocupadísimo por las
emisiones de CO2. Le preocupa, por ejemplo, que “nuestras mascotas
consuman casi el 20% de la carne y del pescado de nuestro planeta”. Y se
pregunta a continuación en la entradilla: “¿No podrían adoptar nuestras
mascotas estilos de vida menos peligrosos para el medio ambiente?”. Como
vegano que es, realiza una tarea misional. Se plantea si una dieta de vegetales
sería perjudicial para las mascotas. Nos dice que perros y gatos consumen un
25% en EEUU de las proteínas animales y, para obtenerlas, se vierten a la atmósfera
el CO2 equivalente a “casi 13 millones de vehículos a motor”.
La conclusión es clara: si nuestras mascotas fueran veganas, el medio ambiente
lo agradecería. Al parecer, los gatos tendrían dificultades en seguir una dieta
vegana, pero los perros, en cambio, “serían más adaptables”. Como
necesitan proteínas, no hay problema: se les alimenta con insectos y asunto
resuelto. El autor recomienda, larvas de mosca, pero le preocupa que sus
criaderos sigan generando CO2. Y, además, el autor ve otro problema;
traduzco literalmente, porque el párrafo resulta casi increíble: “Imponer un
estilo de vida vegano a vuestro gato podría impulsarlo a desfogar sus
frustraciones en la fauna local, dañando a la población de pájaros y roedores.
Una investigación publicada en Nature, afirma que, en los EEUU, los
gatos matan cada año a 4 millones de pájaros y entre 6 y 22 millones de
pequeños mamíferos, con notable preocupación de los naturalistas”…
También se plantea que los envases de comida para mascotas están
hechos con materiales no reciclables. Y, en el éxtasis, entra en una materia
que resultaba inevitable: la caca. Cierto pudor, ha hecho que el autor colocara
esta traca al final del artículo. Da algunos datos interesantes. Siempre he sostenido
que, para el foráneo que no vive en Barcelona, la ciudad huele a porro, alcantarilla
y meada de perro. En Barcelona hay un
perro por cada diez vecinos. Y lo que es, aún peor: hay casi
tantos perros como niños de 0 a 12 años. Estremecedor, ¿verdad? Es decir,
que los 150.000 perros barceloneses defecan diariamente toneladas de mojones y
no menos de 150.000 litros de orines. El cálculo es mío y nunca he estado
seguro de que fuera cierto. Pero la revista de divulgación científica Scienze
da unas cifras avaladas por otra publicación prestigiosa, Nature: “Un estudio de 2017 ha
descubierto que los 163 millones de perros y gatos de los EEUU producen una
cantidad de excrementos próxima a 90 millones de seres humanos (…)
Recientemente, algunos investigadores alemanes han calculado el impacto del
cambio climático de un perro, estableciendo que supone el 7% de un habitante
medio de la UE”.
El artículo termina recomendando que a la hora de elegir mascota
tengamos en cuenta la “huella de carbono” que supone y recomienda como “mejor
opción” una tortuga: viven mucho, cagan poco y su impacto en el cambio
climático es imperceptible. Además, no lodran.
Hoy, estaba desayunando a primera hora en mi pueblo. Delante de mi
mesa han pasado en torno a 25 personas. Solamente tres de ellas, no salían a
pasear al perro. El promedio quedaba compensado con algunos propietarios de
mascotas que paseaban dos y tres perros.
La “fiebre de las mascotas” es otro de estos reflejos artificiales
generados en la modernidad: dado que las nuevas tecnologías generarán de aquí
al año 2030, la pérdida de no menos de 1.000.000.000 de puestos de trabajo, el “salario
social”, el “metaverso” y el “porrito” son necesarios para mantener tranquila a
la población y evitar estallidos sociales. Tampoco estará de más que las
sociedades pierdan coherencia y cohesión mediante inyecciones masivas de
poblaciones halógenas, cuantas más y más diversas, mejor. Un cambio en la
alimentación será, igualmente necesario: un filete de ternera aporta excesivas
energías. Pero, si se trata de pagar “salario social”, cuanto menos población
exista, mejor: de ahí que no se haga absolutamente nada para prohibir aditivos químicos
identificados como verdaderos asesinos de espermatozoides, no existan ayudas
fiscales para la maternidad, y, se sugiere que la mejor compañía y el sustitutivo
de los hijos, son las mascotas… Para que luego venga una revista científica y
te diga que, además, deberías de sentirte responsable porque tu mascota aumente
la “huella del carbono” y que deberían de hacer de él un vegano de estricta
observancia.
¿No creéis que, tras la lectura de estas tres noticias, alguien se ha vuelto loco? ¿No creéis que las tres noticias, en su aparente banalidad y la última, incluso, en su estupidez, son el termómetro de la locura de nuestro tiempo? ¿No veis en todo esto una tendencia hacia la desvalorización de lo humano que clama a gritos?