jueves, 17 de febrero de 2022

EL PROBLEMA NO ESTÁ DENTRO DEL PP, EL PROBLEMA ES LA ACTITUD DEL PP ANTE VOX (Crónicas desde mi retrete)

La política se ha convertido en una actividad tan digna como la “trata de blancas”. Incluso añadiría que es una de esas tareas en donde va a parar lo peor de la sociedad. No hay grandes nombres del mundo de la cultura, de la ciencia, de las artes, de la economía o de la filosofía, actuando en política. Los que han aceptado pisar la arena política son, siempre y en todos los partidos miembros de tres grupos sociales: ambiciosos sin escrúpulos con rasgos psicopáticos, vagos con ambiciones de medrar y oportunistas conscientes de que con dedicarse a la política unos años pueden amasar fortunas. Ya no hay nadie en política que crea en un proyecto comunitario, nacional o global. Y esto vale para TODOS los rostros políticos. La diferencia es que algunos proponen cosas algo más razonables que otros y que algunos sintonizan mejor con los problemas de los ciudadanos, aunque solamente sea para obtener su voto.

De la diferencia histórica entre “derecha” e “izquierda” a la diferencia actual

A esto se une la diferencia entre “derecha” e “izquierda”. La derecha, hasta no hace tanto, era aquella formación en la que sus dirigentes proceden de las clases acomodadas y, por tanto, tienen ya un patrimonio personal lo suficientemente grande como para no recurrir a la política como un medio para engordarlo ilícitamente.

La izquierda, por lo mismo, era el área de los desfavorecidos que buscaban revancha social y que querían vivir como los grandes burgueses. Había que ir con cuidado con ellos, tal como se demostró en los primeros años del felipismo, porque llevaban hambre atrasada y era peligroso que tuvieran las llaves de la caja. El primer caso, históricamente comprobado de corrupción, la protagonizó “el pájaro loco” que había sido factótum de la Organización de Izquierda Comunista de España, luego afiliado al PSOE y más tarde autoexiliado en Cuba tras un memorable desfalco. Luego vino la saga de los Guerra y el resto de la historia la contarán en siglos venideros los rapsodas como si se tratara de una extensión de la picaresca y de la “corte de los milagros” de nuestra literatura clásica.

El problema fue que, con la “profundización” de la democracia se produjo una selección a la inversa: los honestos, los que se creían los programas de sus partidos, los que podían vivir de su prestigio profesional sin necesidad de la política, se retiraron, no sólo de la izquierda, sino también de la derecha. Los huecos en las filas de ambos espacios fueron llenados por oportunistas. Hacia los años 90, la sociedad española ya estaba al cabo de la calle: existía corrupción en todos los partidos. Y, aunque esta se negaba y se afirmaba que era protagonizada solamente por exiguas minorías, en los propios partidos se era consciente, no solamente de que estaba generalizado, sino de que se trataba, simplemente, de que los casos no fueran lo suficientemente escandalosos como que salieran a la superficie. En el período Aznar, la derecha quedó tan contaminada como la izquierda por la corrupción y las malas prácticas.

Incluso la corrupción afectó a la Casa Real. Ahora bien, debo reconocer que el hecho de que el “rey emérito” (título que se ha convertido en tan ominoso como el de “el anterior jefe del Estado” con el que fue degradado el que hasta el día anterior era llamado “el Caudillo”) cobrara una comisión por la construcción de una línea de AVE concedida a una empresa española, es casi un timbre de orgullo para la institución monárquica: no robó nada, consiguió trabajo para españoles y beneficios para una empresa española. Esquivó a Hacienda como la esquivaríamos si pudiéramos usted y yo, conscientes de que esos impuestos se los gastarán en la última mariscada sindical, el último viaje en Falcon o la más intemperante gilipollez que pase por la cabeza de algún ministro-nulo del gobierno.

La peor de todas las corrupciones: la corrupción moral

A lo que vamos. El problema de la corrupción es que, no solamente es económica. La peor de todas las corrupciones y la que precede y justifica la desviación de fondos públicos o su utilización ilícita es, sobre todo, corrupción moral.

Eliminen la corrupción moral de la clase política y de la propia opinión pública y nadie vacilará a la hora de pedir el fusilamiento y la expropiación total de bienes para un político corrupto. Cuando un político se corrompe, no perjudica solamente a una persona, sino a todo un país. Cuando alguien asume robar a todo un pueblo, merece el mayor castigo en el máximo grado. Lo he dicho alguna vez: para determinados delitos, cuatro pareces para un castigo, son tres de más.

De hecho, la función de los castigos es ejemplarizar. Las penas que reciben los hallados culpables de corrupción son casi un estímulo para que el resto de la clase política se siga corrompiendo. Sin olvidar que, en una legislación garantista como la española, el corrupto resulta casi siempre impune y han sido muy pocas veces las que se ha recuperado una mínima parte de los fondos sustraídos.

Pero lo que nos interesa hoy es la corrupción moral.

Toda la parrafada anterior, enlaza con lo que decíamos ayer: que Casado no es más que el reverso de la moneda de Sánchez. Ambos tienen grabado en lo más íntimo, la marca de la bestia: la Agenda 2030 querida, deseada e impuesta por el Foro Económico Mundial. Gracias a su aceptación están donde están, en absoluto gracias a sus méritos. Cuando se dice, no sin cierta resignación, que detrás de Sánchez vendrá Casado, esto equivale a decir, que cambiará el tono, el ritmo y la velocidad, pero no la dirección de la Agenda 2030 aplicada en España.

La madre de todos los problemas del PP: Ayuso + Vox

Hay una parte del PP que empieza a intuirlo. La derecha-derecha, siente que la dirección de su partido no se distancia lo suficiente del pedrosanchismo y evita decir qué medidas adoptará un eventual gobierno presidido por Casado y cómo desmontará el entramado de ingeniería social creado por la coalición que actualmente gobierna.

En el PP todavía resuena la mano tendida a Jordi Pujol por Aznar con aquella “ultima ineptias” que diría un latino de los de verdad, no de las bandas étnicas. O que fuera Aznar y no otro quien abriera las puertas al fenómeno migratorio o, sin ir más lejos, que Rajoy no hiciera absolutamente nada -salvo limitarse a estabilizar la economía española tras la crisis de 2009-2011 y tras la gestión (otra “ultima ineptias”) catastrófica de ZP- para revertir los primeros pasos dados por su predecesor en materia de “ingeniería social”, en la cuestión de la vertebración del Estado, especialmente ante el asunto del independentismo catalán y la aceptación de los pactos con ETA.

Con estos precedentes, lo raro no es que haya aparecido Vox, sino que su aparición se demorase veinte años. Aceptar hoy alguna propuesta del PP es comulgar con los anillos de Saturno. La inmensa mayoría de votantes del PP han elegido esa sigla, no por el carisma que pueda tener Casado (casi tanto como el de la baba de caracol), como por el rechazo que les produce el pedrosanchismo.

Pero el PP ha llegado ya demasiado lejos: además de haber acumulado -bien es cierto en el “período anterior”, sí, pero bajo su propia sigla- casos de corrupción, ahora también da muestras de deslealtad para sus propios miembros.

Aclararé que la Ayuso no me suscita grandes simpatías. Llegó a la política sin experiencia y tuvo la fortuna de que se opuso a algunas de las más estrafalarias medidas anti-covid en la Comunidad de Madrid. Eso le facilitó haber ganado las elecciones regionales y gobernar con Vox. Porque, a fin de cuentas, el problema es Vox: una formación declarada “hostil” al Foro Económico Mundial, sospechosa de no seguir la “corrección política”, con aliados en Europa que figuran en el pelotón de los no integrados en la Agenda 2030, que han visto que denunciar los riesgos de la inmigración es una fuente de votos y que la han incorporado a su programaEs decir, que, incluso sin quererlo, se han convertido en el “gran partido de la derecha populista”.

La realidad del “poder mundialista y globalizador” obliga a aceptar este axioma: Si Ayuso gobierna con Vox y, para mantenerse en el poder, precisa de Vox, la Ayuso terminará chocando con Casado que sigue otras orientaciones y está ahí porque lo ha querido el Foro Económico Mundial al haber demostrado ser “derecha dentro del sistema”, en absoluto disidente del “nuevo orden mundial”.

No creemos que la Ayuso sea consciente de cómo están las cosas y de cuál es el origen remoto del problema: Ayuso necesita a Vox y Casado quiere prescindir de Vox, porque la presencia de este partido en un gobierno europeo es inaceptable para los poderes económicos globalizadores y para los criterios mundialistas.

El drama del elector de derechas: el PP roza el poder, pero…

De ahí, el espionaje al que ha sido sometido el hermano de la Ayuso. La intención no era, como se ha dicho desde ayer, neutralizar a la presidenta de la Comunidad de Madrid, como alternativa a Casado, sino que el problema tiene mucho mayor calado. Lo que se dirime es la existencia de un partido de centro-derecha como “pata” para garantizar la estabilidad del sistema que se alterne en el poder con el centro-izquierda, la otra “pata. Lo importante no es ni la velocidad, ni el ritmo con el que se avance hacia la realización de la Agenda 2030, sino el que se AVANCE siempre en esa única dirección aceptable por el poder económico-financiero y por el mundialismo cultural.

La Agenda 2030 exige que un partido “sospechoso” como Vox se mantenga siempre fuera de las instituciones. Ha pasado en Francia, ha pasado en Alemania, está pasando en Italia y en cualquier otro país europeo: no se acepta ni siquiera la presencia en el gobierno de un partido que reconozca una inspiración católica o que, en alguna temática, presente reservas al “nuevo orden mundial”. Estos días, precisamente, los gobiernos de Hungría y Polonia han sido puesto contra las cuerdas por la UE con el chantaje económico: si quieren fondos europeos, deben plegarse a las exigencias mundialistas y globalizadoras.

Y esto, a fin de cuentas, es lo que está en el fondo de la polémica Casado-Ayuso. La polémica es relevante y nueva porque, ni siquiera tiene como eje al PP, sino a Vox: el fondo de la cuestión, repetimos, es CON VOX O SIN VOX.           

El drama de los electores que han votado al PP es ahora mayúsculo: Casado esta a un paso del poder. Lo roza, lo tiene entre las manos, lo acaricia… pero puede que no llegue a él. El partido se le puede descomponer en un abrir y cerrar de ojos. De hecho, ahora, ya no hay un PP, hay dos: el que quiere pactar con Vox -que parece mayoritario en toda España- y una dirección que quiere ganar las elecciones y luego “ya veremos” (desde formar una “gran coalición” hasta gobernar con los votos en blanco de Vox o del PSOE). Desde fuera, da la impresión de que Casado tiene pocos apoyos en las bases, aunque detenta el poder del “aparato”.

La polémica suscitada por el intento de espionaje al hermano de la Ayuso dará que hablar en los próximos días (lleva coleando soterradamente desde antes de las elecciones en Castilla y León). Dejará huellas imborrables en el interior del partido, odios eternos y resquemores que ya nunca se extinguirán. Porque, en política, en España: el que pierde en las luchas intestinas, no pierde “un poco”, lo pierde todo.

Una crisis de este tipo no se la puede permitir un partido como el PP, que hasta hace unos días tenía garantizado el bailar un chotis sobre la tumba del pedrosanchismo. Esta crisis, antes o después, terminará, o bien con una escisión dentro del PP, o bien con un desgaste electoral imparable en dirección a Vox. En cualquier caso, caminamos hacia un “modelo francés”: a un lado los “populistas” y al otro, “todos los demás”. Que no os extrañe que, en breve, se resucite el tema de la “segunda vuelta” en las elecciones.

Y, eso sí, ser felices y no os preocupéis mucho por la política, que la política nunca da la felicidad ni es para gente honesta (al menos tal como está ordenado nuestro “estado de derecho”).