Los casos de
Juana Rivas y de Verónica Saldaña, han sido la gota que ha colmado el vaso de
la paciencia. Hasta ahora, los partidarios de las “ideologías de género” eran
solamente unos pesados intemperantes que exteriorizaban sus frustraciones y
fracasos personales en un remedo de “ideología”, simple, grotesca e
insignificante, punta de lanza del progresismo más enloquecido, pero cuyos
defensores, fueran ministros o exhibicionistas Femen, no pasaban de ser unos
freakys excéntricas que amenizaban teleinformativos. Poco más. Pero con Juana
Rivas y Verónica Saldaña todo ha cambiado. Al final, las ganas de protagonismo
de la interesa ha obligado al juez que llevó su caso a exponer abiertamente en
la resolución para el ingreso en prisión de la interesada, las razones últimas
por las que no puede pasar sin un castigo. Porque Juana Rivas, por mucho que el
pseudo ministerio de igualdad y las asociaciones feministas hayan intentado
sensibilizar a la opinión pública sobre una “madre coraje” que ha intentado
defender a sus hijos… lo cierto es que ha terminado apareciendo como una sádica
maltratadora ¡de su propio hijo! En cuanto a Verónica Saldaña, el secuestro de
sus hijos, sus mentiras, sus interminables denuncias falsas y las denuncias por
estafa de las que ha sido objeto, la señalan como otro arquetipo de la “mujer
liberada y acogida a la discriminación positiva”. Ambas, en efecto, creen que
con su palabra basta y que, ni la ley, ni sus maridos, ni sus hijos, tienen
nada que decir. Ni siquiera el sentido común. Con ellas, casos extremos de la
locura feminista que recorre nuestra época, lo que hasta ahora era freakysmo,
se ha convertido en un peligro real: las manifestaciones de asociaciones
feministas subvencionadas, los posicionamientos favorables de las ministras del
gobierno Sánchez, la benevolencia mediática mostrada a favor de Juiana Riva y
de la indefendible Verónica Saldaña, ahora adquiere su absoluta y delirante
dimensión siniestra. A partir de ahora, cualquier madre sádica que quiera
abusar de sus hijos, someterlos a prácticas desquiciadas, tiene razón en pensar
que sus atropellos quedarán impunes. Incluso si se trata de denuncias falsas
por violencia de género.
El mismo día en
la que se abría el debate sobre las razones de un juez consciente de su misión,
el Boletín Oficial del Estado publicaba una delirante norma por la que, incluso
en aquellas sentencia absolutorias y en aquellas denuncias sobreseídas sobre
violencia de género, se seguirán contabilizando como “casos de violencia de
género”…
RECAPITULANDO:
TRES FEMINISMO PARA UN ÚNICO “PROGRESISMO”
El sufraguismo
ganó para la mujer algo tan inútil como el derecho al voto. No fue una gran
conquista (a fin de cuentas, la democracia aritmética es solamente aquel
sistema que garantiza que 51 asesinos tendrán la mayoría sobre 49 premio Nóbel,
51 idiotas sobre 49 sabios, 51 chalados sobre 49 estables, y no, por algún
motivo, nunca ocurre al revés), pero fue un primer paso hacia la igualdad.
El siguiente
paso al frente sería dado en los años 60, cuando el Women’s Lib, intentó
elaborar una “ideología” feminista. No lo consiguió. De hecho, el gran avance
del feminismo sesentero consistió en abrir la brecha para la incorporación
masiva de la mujer al mercado de trabajo. Hasta ese momento, no estaba
excesivamente extendido el trabajo femenino. Tampoco se trató de un gran
avance.
De hecho, a
pesar de que fueran las feministas quienes reivindicaran este avance, en
realidad, se trató de un balón de oxígeno para el capitalismo en la fase final
de los “30 años gloriosos” de la economía mundial: en efecto, con la
incorporación del 50% de la población al mercado de trabajo, en el que, hasta
ese momento, se había negado a ingresar, impuso, gracias a la ley de la oferta
y la demanda, una bajada del precio de la mano de obra. Basta hablar con
nuestros padres para saberlo: hasta principios de los 70, un padre de familia,
con un contrato de trabajo estable, podía, no solamente mantener a su familia,
sino tener al alcance de su mano el “sueño español” (piso en propiedad, 600 y
ahorrillos para un chalé o un aceptable nivel de consumo). Solamente diez años
después, ese “sueño” solamente estaba al alcance de parejas en las que las dos
partes trabajasen. Y, aun así, el número de hijos debió reducirse. Por eso
decimos que aquella no fue una “conquista del feminismo”, sino una exigencia
del capitalismo, que sólo la demagogia feminista consiguió transformar en
“gigantesco avance”, lo que no era nada más que la aplicación de las leyes del
mercado al mundo del trabajo.
Y, finalmente,
llegó a Europa la tercera ola feminista. La actual. Esta irrumpió de la mano de
las “ideologías de género” o los “estudios de género”. Pronto, ese esquema fue
asumido por el progresismo más vanguardista. A fin de cuentas, era la última,
nueva y gran novedad: el sexo, nos decían, es una construcción artificial que
puede ser superada y alterada. Era la conclusión extrema a la que conducía
inevitablemente el principio de la igualdad: si todos somos iguales, no hay -ni
pueden existir- diferencias de sexo, ni de identidad, ni de raza, ni de
cultura. La igualdad implica, no solamente que todos “somos iguales” (que no lo
somos), sino que “debemos ser iguales” (para lo cual se aplica la apisonadora
legislativa).
Esta tercera ola
feminista llegaba muy tarde: la biología clásica y la biología molecular ya
estaban lo suficientemente avanzadas como para poder establecer que el ADN no
miente y es un tirano que define perfectamente al tipo “hombre” y al tipo “mujer”.
Y no hay nada que hacer. Solamente el poder mediático (y el dinero de los
fondos de inversión que lo sostiene y las subvenciones de los políticos
elegidos por esos mismos fondos que lo subvencionan) han hecho que estos “estudios
de género” hayan merecido alguna atención. De no ser así, hubieran ido
directamente al basurero de la historia, por algo tan sencillo como cuando una
anoréxica se mira al espejo y dice “Que gorda estoy”. Va directamente al
psicólogo. O cuando un Van Gogh, sin ir más lejos, comenta que le sobra una
oreja. Al manicomio con él. Hoy, sin embargo, cuando un niño de 14 años dice: “Me
miro en el espejo y me veo como una chica” lo tiene todo pagado: al quirófano a
cambiar de sexo. E, igualmente, están cubiertos los gastos que implica la
castración. Si se trata de eso, nada de psicólogos: quirófano que la locura la
pagamos todos. Créanme: desconfíen de todo aquel que entra en el quirófano sin
razón suficiente para hacerlo. No está bien de la sesera, lo justifique como lo
justifique.
¿Dónde encuadrar
estas tres olas feministas? Respuesta: dentro de la corriente “progresista”,
esto es, aquella que acepta cualquier innovación recién llegada, sin dar tiempo
al “principio de prudencia” para analizar sus implicaciones. Cada época tiene a
sus “progresistas” y en nuestra malhadada época si uno se manifiesta a favor de
los dictados del ADN y contra en tajarini de los testículos o desaconseja hinchar
al adolescente con hormonas y más hormonas, pases continuos por el quirófano,
cirugía estética y bótox a tutiplé, es que uno no es suficientemente “progresista”.