martes, 17 de septiembre de 2019

Crónicas desde mi retrete (5) EL GOTTERDAMERUNG DE Cs


Ciudadanos es, sin duda, el partido que ha resultado más desgastado desde las elecciones de abril de 2019. Solamente Rivera se mantiene en la cúspide del grupo de fundadores del partido. Poco a poco, se han ido produciendo pérdidas por goteo y rara es la semana que no se desgaja algún que otro notable. De todas formas, Cs puede reivindicar el haber tenido una vida más larga que las anteriores fórmulas centristas. UCD apenas duró seis años y el pico del CDS no se prolongó más allá de cinco. Claro está que Cs ha tenido dos fases: en la primera fue un fenómeno exclusivamente catalán que recogió el favor de los catalanes que no se reconocían ni en la línea timorata del PP ni en el soberanismo. Eso le hizo aparecer ante la opinión pública española como defensor de la “unidad del Estado y de la constitución” y facilitó su tránsito, en una segunda etapa, a la política nacional. Pero eso es hoy apenas un recuerdo.

Lo cierto es que Cs llegó a ser el partido más votado en las elecciones al parlamento de Cataluña en 2017, en lo que supuso una verdadera humillación para los nacionalistas. Hoy, suerte tendrían si consiguieran recuperar la mitad de aquellos 1.109.732 votos. El propio Rivera se movía bien torpedeando a los botarates independentistas o ejerciendo de azote a los eclécticos socialistas. Menos tablas se le han visto en los debates en el parlamento español o respondiendo en campaña a cuestiones sobre economía de las que ha evidenciado no tener la más remota idea. Y otro tanto, le ha ocurrido a Inés Arrimadas: un 10 en la asignatura de antiseparatismo y un suspenso en cualquier otra materia. Cero absoluto, por cierto, en inmigración.

Lo peor que le pudo ocurrir a Cs fue la convocatoria de elecciones municipales este año y la llegada extemporánea de Manuel Valls, presentado como “el azote de la delincuencia en París” (y en cuyo mandato la delincuencia en París se mostró como incontrolable). Fue primer ministro del vecino país entre 2014 y 2016. Para él, incluso lugar contra el terrorismo estaba llamado al fracaso. Tras los atentados yihadistas en Niza llegó a decir “Francia tendrá que vivir con el terrorismo”, siendo abucheado por ello. Fracasó al postularse como candidato socialista en las presidenciales de 2017 y fue entonces cuando llamó a la puerta de Ciudadanos, recordando que había nacido en Barcelona…


Era evidente que el objetivo político de Valls no era ser un modesto concejal en BCN, sino que se había propuesto un plan en tres etapas: ser alcalde de Barcelona, ser secretario general de Ciudadanos y ser presidente del gobierno español. Pero Cs fracasó en aquellas elecciones, apenas obtuvo 6 escaños (solo 3 eran miembros de Cs) y el plan descarriló desde la primera fase. Eso no impidió que Valls cediera sus votos a la Colau para evitar que el Maragall-separata candidato de ERC fuera nombrado alcalde y que, desde entonces, sus propuestas en política municipal y sus protestas por la caída de Barcelona al nivel de ciudad faro de la delincuencia mundial fueran nulas. Valls intentó que se olvidara su fracaso personal en Barcelona protestando por el hecho de que Rivera apoyara al PP y negociara con Vox. Y, a partir de aquí, ya todo se volvió un mar de lágrimas para el partido de Naranjito.

El centrismo solamente aparece en momentos de crisis (apareció en Cataluña con la crisis generada por el Maragall-sociata y su Nou Estatut y saltó a nivel nacional con la crisis económica de 2009). En esos momentos es tenido por una parte del electorado como referencia. Pero, luego, pasado el momento álgido de la crisis (o, lo que es aún peor, cuando el electorado se habitúa a la crisis permanente), el partido centrista, que en campaña electoral nunca ha desvelado sus cartas alegando que quería “gobernar por mayoría”, se ve obligado a decidir con quién se acuesta: parte de su electorado que procede del PSOE aborrece en lo que se ha convertido el PSOE y la otra parte que viene de los pastos del PP no quiere saber con el partido al que acaba de dar la espalda. Así que unos y otros se sienten traicionados y estafados. El partido sobrevive una legislatura más por los cargos que ha obtenido y porque, a fin de cuentas, para los miembros de su “aparato”, es tan lucrativo como cualquier otra opción política. Y entonces empiezan las fugas, las luchas por el poder, los “posicionamientos” de sus cargos públicos para ver en qué siglas podrían satisfacer otra legislatura a sus electores, la crisis, la oscuridad, la agonía y la muerte final, por mucho que el dinero de La Caixa esté detrás.

Rivera, ha esperado a que Sánchez rechazara cualquier pacto con Podemos, para esperar su hora de postularse como apoyo incondicional al presidente en funciones. Se adelante así a Valls y le corta cualquier posibilidad de que se presente como el “centrista aceptable para los socialistas”. Pero Rivera actúa también por puro interés: sabe que, en los tres últimos meses el desgaste de su partido ha sido continuo e imparable y que, de convocarse nuevas elecciones, perdería, como mínimo, entre un tercio y una cuarta parte de sus votos que se repartirían entre la abstención, el PP y el PSOE (sin excluir que alguno fuera a parar a Vox). Así que mejor garantizar el que, aunque Naranjito esté agónico, él, Albert Rivera, pueda mantener unos años más la atención del electorado.

Lo más probable es que la desintegración de Cs tenga lugar tras las próximas elecciones, cuando lo que hasta ahora ha sido una fuga por goteo con abandonos notables, se convierta en tránsitos masivos a otros partidos en el nuevo Gotterdamerung centrista.

El esperpento político español, que ha alcanzado sus más altas cotas tras las elecciones de abril, todavía no ha terminado. De los partidos que nacieran de la crisis del régimen político español en 2010 (vinculada a la crisis económica y que termino siendo una crisis política) queda poco: Podemos está más despiezado que una vaca en el matadero y Cs quiere vivir su momento de gloria colocando a Rivera en un ministerio antes de colapsar. Así que, de las nuevas siglas de aquel momento, sólo parece quedar Vox. En las próximas elecciones se verá si esas siglas se consolidan, desaparecen u optan por retornar al redil de la derecha liberal. “España Suma”, pero los partidos restan.