lunes, 24 de septiembre de 2018

365 QUEJIOS (137) – SI TE VAS DE VACACIONES ¿PORQUÉ SE OBSTINAN EN AMARGARTE?


Mis vacaciones han empezado hace unos días. Es bueno desconectar para conocer otros horizontes y cambiar de aires. España es cada vez más irrespirable. Siento tener que decirlo, pero cuando uno llega a otro país todo parece más sereno y calmado. Se nota haber dejado atrás el caos carpetovetónico. Nada de noticias alarmantes, Nada de colgajos amarillos y trapos raros, nada de títulos universitarios inmerecidos o inexistentes y nada de gritos de niños díscolos ante la mirada abúlica de sus padres. Incluso si preguntas algo se obstinan en contestarte. ¿Estoy definiendo una utopia imposible? No, me refiero a Portugal. Si todo esto lo dice alguien que ama a su Patria, puede entenderse que no solo me “duela España” sino que la sienta como una puñalaica en el costado. Pero de lo que me quejo es de que, hasta última hora, se empeñen en recordarte que aquí –esto es, allí, en España- ya casi nada funciona.

Ando por el Norte de Portugal, hace 40 años que no vengo por aquí desde aquel inolvidable agosto de 1975 en el que el Norte de Portugal, católico y conservador, derroto al Portugal de la Revolución de los Claveles. Solamente la llega del Regimiento de Artillería Ligera de Lisboa, el RALIS, la unidad más izquierdista de las fuerzas armadas consiguió restablecer el orden. Hubo un antes y un después de aquel agosto de 1975: antes, la extrema-izquierda dominaba desde el 25 de abril de 1973; después de las “misas por Portugal” celebradas en toro el Norte del país, la extrema-izquierda ya no volvió nunca más a levantar cabeza. Es más, los que quisieron hacer carrera política pasaron del MRPP y demás grupos maoístas o castristas, al Partido Socialista.

La primera en la frente: salgo de mi casa a 50 km del aeropuerto dos tres horas de anticipación. Calculo llegar una hora antes del embarque. El autobús que debería llevarme, llega con 45 minutos de retraso. La segunda en el estómago: el ambotellamiento de las calles de Barcelona a las 10 es mayestático. Llego al aeropuerto con apenas 30 minutos de anticipación sobre la hora de salida del vuelo. Entre la T1 y la T2, otro autobús, el que hace el camino opuesto al que he cogido, ha pinchado... y por algún motivo, hay que trasvasar a los pasajeros al nuestro. En tramo hasta la T2 se vuelve angustioso porque los pasajeros que vuelven son del Inserso y he visto caracoles paralíticos más rápidos. “Vamos a llegar tarde”, le digo al chófer. “Presente una queja”, me responde. Empiezo a ponerme nervioso porque el Prat es un aeropuerto elefantíaco. Dentro uno puede recorrer kilómetros hasta que llega a su puerta de embarque. Además, hay que superar el control de seguridad.

https://eminves.blogspot.com/2018/07/iberia-alternativa-mision-y-destino-de.html

Ahí ocurre lo inevitable. A pesar de que no hará ni unas semanas que hago el mismo recorrido, las normas van cambiando. Ahora, no solamente hay que colocar ordenador, tablet y demás “dipositivos de conectividad” fuera de las maletas, sino que, además, hay que colocarlos en bandejas separadas. Menos mal que para estos trances visto o chinos o pantalón corto y me preocupo de no llevar nada que pueda sonar en el arco de detección de metales. Da igual, porque si no es por una cosa es por otra, pero siempre, este tipo de control –inútil por lo demás- se lleva un buen rato. El segurata mira el ordenador de la chica que me precede como si fuera una mina antitanque camuflada. Tarda, inexplicablemente, un buen rato. Me temo que con el mismo argumento, se detendrá el mismo tiempo con mi ordenador, de la misma marca. Pero no, con el mío lo que pasa es que va en la misma bandeja que el tablet. Así que tengo que volver a pasarlo. Maldición. Al final, no le hace ni repajolero caso. Pero en el va y viene, desaparecen –quiero pensar que por mi culpa y no por su peligrosidad- media docena de zumos de frutos que había previsto para el viaje. Recorro los 500 metros que me separan de la puerta de embarque, las cintas transportadoras –pocas y lentas- no ayudan. Todo esta saturado de gente. ¡Que tiempos aquellos en los que los aeropuertos eran glamurosos y poco frecuentados! Al final, resulta que en lugar de iniciarse el embarque a la hora D, se hace a D+30 minutos. Una vez dentro del avión nos informan que lleva una hora de retraso

Cuando dejo atrás el Prat y veo Barcelona desde lo alto, creedme que me satisface pensar que hasta dentro de dos semanas no volveré. Sé que nada de lo que puede encontrarme por delante será tan caótico como lo que he dejado atrás. Escribo esto entre la bruma de la costa  el silencio. Se oye, de tanto en tanto, alguna gaviota. Esto es vida. Es posible que lo que veo fuera de España no sea el “orden ideal” en el que sueño, pero, coño, todo es más racional, más serio, más coherente, menos escandaloso. Si bien no es suficiente, si es necesario para poder vivir tranquilamente.

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