domingo, 30 de septiembre de 2018

365 QUEJÍOS (153) – EVOLUCIONES Y PREOCUPACIONES (2)


Vaya por delante que en mi juventud fui joseantoniano en alto grado. A decir verdad, mucho más joseantoiano que ramiriano. Pero también reconozco que el paso por el Círculo José Antonio resultó traumático para mí. Dejando aparte las personalidades brillantes de quienes lo dirigían (el editor Luis de Caralt, el doctor Joaquín Encuentra y el arquitecto Celestino Chinchilla), lo que encontré en el ambiente azul organizado fue un caos absoluto, una falta completa de sentido de la política y una incomprensión total por lo que estaba ocurriendo en España en el tardo franquismo. Lo que más me llamó la atención fue el encono en las polémicas interiores. A partir de ese momento, empecé a ver a los falangistas como gentes “broncas” con ganas de liarse a mamporros entre ellos por un quítame allá esas pajas y en el que había tantas concepciones de la Falange como miembros de las distintas tendencias.

¿Y el ideal? Ese era el problema que, fuera de unas cuantas ideas brillantes de José Antonio y de Ramiro, aquello se había quedado anquilosado en otro tiempo y en otra época. Cada cual encontraba en las Obras Completas o en algún texto canónico la frase necesaria para apuntalar su posición. O justamente para sostener la postura contraria. Debo recordar que en los 70 falangistas había a miles. Mejor dicho, a decenas de miles. Sólo unos pocos eran conscientes de lo que se jugaba y de que las reglas del juego había cambiado en dos ocasiones: a partir del 18 de julio de 1936 y a partir del 20 de noviembre de 1975. Para los dirigentes de las distintas tendencias, lo más importante era: en la “derecha” falangista (Raimundo) demostrar que ellos tenían algo que ver con los 40 años de régimen que habían transformado a España (y de paso justificar sus acciones durante ese tiempo); para lo que podríamos llamar “el centro” falangista (Hüllers y el FES) lo importante era la ortodoxia y la afirmación católica de la vida que se incluía en el mismo paquete de la ortodoxia joseantoniana; para la “izquierda” falangista (los hedillistas), el demostrar que la “falange no era fascista” (algo difícil) y que la “falange estaba con el obrero” (olvidando que los obreros no estaban con Falange). Y en medio de todo esto lío de tendencias, cada Círculo José Antonio tenía a representantes de cada una de estas tendencias. Luego estaban los líderes locales que también los había. A esto había que añadir las “fugas” por la derecha (había gente que estaba en los Guerrilleros de Cristo Rey y de Fuerza Nueva que se consideraban falangistas y, a la vista de la dispersión, nada indicaba que no lo fueran) y “fugas” por la izquierda (los del FSR y grupúsculos sindicalistas autogestionarios que empezaron a gravitar cada vez con más fuerza en el ámbito cenetista de la transición que en el falangista, pero con los que siempre había, de alguna manera, contactos).

El denominador común de todas estas tendencias era que se reclamaban “joseantonianas”, pero que todas ellas, en su conjunto, carecían de respuestas surgidas de su propia doctrina para los problemas nuevos que aparecieron después de 1945. Ellos no lo advertían, pero el entorno azul, tenía en esos años una visión muy distorsionada de su propia historia. Y eso era malo, porque todos podían manipular la historia e introducir falsedades para llevar el agua a su molino. De todas ellas, probablemente, la más lamentable fueron algunas versiones urdidas en el entorno de la “auténtica”: se intentó sembrar la duda sobre si a Onésimo Redondo lo mataron los “franquistas”, y, no contentos con eso, crearon el fantasma de unos atentados falangistas contra Franco que solamente existieron en su fértil imaginación (y, a veces, acompañados de mucha ignorancia histórica) sólo para resaltar que “la Falange era antifranquista”…  Nadie se lo creyó por algo tan sencillo como que, a pesar de ir con pelo largo, barbas, pantalones campana y pipa, lo cierto es que encima llevaban la camisa azul, el yugo y las flechas que había sido inequívocamente uno de los emblemas del régimen, y cantaban el Cara al Sol brazo en alto, lo que remitía, dijeran lo que dijeran y cómo lo dijeran, al fascismo puro y simple. En el otro lado la cosa no era mejor: porque intentar demostrar que Franco y José Antonio tuvieron algo más que una coincidencia en el día de sus respectivos fallecimientos implicaba hacer demasiados equilibrios.

https://eminves.blogspot.com/2018/07/iberia-alternativa-mision-y-destino-de.html

No me extraña que algunos falangistas universitarios inquietos terminaran en la izquierda durante los 60 y otros lo hicieran en Joven Europa de Jean Thiriart que, al menos, presentaba “lo de siempre”, con un ropaje nuevo. Peor fue a finales de la década, cuando empezaron a preocuparse por la “autogestión en Yugoslavia”, por la “autogestión en Checoslovaquia” y por la “autogestión en Argelia… Los “renovadores” se justificaban argumentando el “sindicalismo”, pero lo cierto es que estaban desplazando el eje de su discurso hacia regímenes que no pertenecían a su tradición política, sino a otras experiencias, incomparables con la falangista. Para colmo… el gran drama es que en todo este período, al igual que en la Falange histórica, los obreros fueron una exigua minoría, casi una excepción. Los había, como en la falange histórica hubo gentes que llegaron del anarquismo o del comunismo y a los que se conoce por su nombre y apellidos demostrando que eran eso: excepciones. Y esto era lo trágico: que los falangistas de todas las tendencias –salvo quizás el FES- se obstinaban en representarse como sindicalistas-obreristas… que era como decir “alardeo de lo que carezco”. En realidad, desde la “movilización de los parados” de septiembre de 1934 (que pudo realizarse gracias a los dineros de los alfonsinos) lo que había quedado claro era que los falangistas carecían por completo de experiencia sindical. Pero, claro, la doctrina de la falange era el “nacional-sindicalismo” y había que hacer “sindicalismo” como fuera… aunque la existencia de la CNT antes de la guerra y la de CCOO durante el tardofranquismo lo hicieran imposible o los “sindicatos independientes” cerraran el paso a partir de la transición.

No había respuestas a los problemas nuevos planteados por la evolución del mundo a partir de 1975 y no había respuestas en los textos canónicos, ni en doctrinarios de prestigio posteriores: ¿monarquía, república o franquismo? Y la respuesta no era unánime ni siquiera desde la ortodoxia falangista (no encontraréis ni una sola frase de José Antonio en la que criticara a la monarquía: buscarla en las Obras Completas y me lo contáis). ¿A favor de la OTAN o contra la OTAN? ¿Con los EEUU en la lucha contra el comunismo o con la URSS en la lucha contra el imperialismo norteamericano? ¿Cómo interpretar los fenómenos culturales que aparecieron en los 60: la contracultura, la píldora anticonceptiva, a cultura pop, el movimiento contestatario? ¿Qué actitud tomar ante las independencias africanas? ¿Y ante el castrismo y los movimientos de liberación? ¿Cuáles eran nuestros “partidos hermanos”? ¿El peronismo? ¿Cuál de todos? ¿El MSI? ¿o era Avanguardia Nazionale? ¿Cómo interpretar el gaullismo, o las disidencias antisoviéticas? ¿Y qué decir del Mercado Común Europeo? Cada cual respondía según su saber y entender. Incluso dentro del mismo grupo había distintas posiciones.

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Era triste, porque en 1974 cuando cayó el régimen portugués y el gobierno de los coroneles en Grecia, estaba claro que había que darse prisa: en breve la oleada democratizadora arrasaría en España y si nos pillaba sin partido era como soñar que vas desnudo en lugares públicos. Un agobio. Y nos pilló sin partido. Mi último contacto orgánico con el ambiente falangista fue en el Congreso Nacional Sindicalista de Madrid (hacia el otoño de 1976). Caos sobre caos. Caos dentro del congreso y caos en la puerta de entrada donde los hedillistas fueron a promover su productor. “Nunca mais”, mi experiencia azul terminaba allí.

José Antonio seguiría figurando entre mis “favoritos”: su interpretación en torno al patriotismo fue genial, su vocación nacional y social, recogía los mejores elementos de los fascismos (sí, de los fascismo) europeos de la época; su claridad en las exposiciones políticas era sublime… en su contra, tenía que sólo unas pocas decenas de páginas de las Obras Completas seguían conservando en 1973 valor y que los documentos del partido precisaban una profunda revisión que hubiera debido hacerse en los años 40, pero que ahora ya resultaba tarde para hacer. Y después, en el marasmo de la transición, y hasta nuestros días resultaba imposible: cualquier minúscula innovación implicaba el riesgo de escisiones.

Y así abandoné para siempre el ambiente azul y desaconsejé a los amigos (a los muchos buenos amigos y camaradas que conservó aún hoy de ese ambiente) que siguieran por ese camino. Era una vía muerta. Creo no haberme equivocado. Hacia 1972 yo me sentía “nacional-revolucionario” y me decía: “el falangismo es el movimiento nacional-revolucionario que corresponde a España”… luego había que militar en Falange. La “pasada por Falange” me dejó un mal sabor de boca, la sensación del tiempo perdido y unas cuantas decenas de páginas imborrables e inolvidables de José Antonio, un Discurso a las Juventudes de España (que debiera haber tenido mucha más importancia en el movimientos azules) y el recuerdo de fuegos de campamento, de veladas de camaradería imborrables ayer e, incluso, hoy. Por eso la figura de José Antonio aparece en el gif que acompaña estas notas. Cosa de juventud.

Me quejo –porque a fin de cuentas, todo esto es un “quejío” más- de que tantas energías –especialmente de otros que siguieron militando en ese ambiente con mucho más tesón, fe y, por qué no decirlo, cabezonería, que yo, se dilapidara. Pero nos quedó aquel espíritu “alegre”, el de “a lo hecho pecho”, y el remanente que proporciona la camaradería y que quien no lo ha vivido, ignora que genera vínculos permanentes.

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