jueves, 27 de septiembre de 2018

365 QUEJÍOS (150) – CATALUÑA Y EL TIEMPO DE LA NACIÓN-ESTADO


Me quejo –empecemos por aquí- de que el nacionalismo catalán es seguramente el fenómeno más regresivo de la política europea. Y nos ha tocado a nosotros. Veamos, los indepes se empeñan en que Cataluña es una nación porque tiene una lengua y que, sólo por eso, es motivo más que suficiente para que sea independiente. En cierto sentido tienen razón porque el destino de las naciones es la independencia, pero el problema es que el concepto de “nación” es suficientemente ambiguo (incluso anticuado) como para que hasta los enamorados de Tabarnia consideren esta construcción cómica como “nación”, utilizando los mismos argumentos que los indepes y volviéndolos contra ellos.

Vaya por delante que el devenir histórico cambia la forma de organización y la dimensión de las sociedades. En el neolítico, la tribu era el nivel máximo organizativo que se podía alcanzar. Estas tribus se escindieron en otras y las que no se enfrentaron entre sí, se aliaron en protofederaciones. Algunas fueron más pujantes que otras: tenían los mismos valores, los mismos cultos religiosos y la misma voluntad. El control sobre el territorio fue siempre importante porque de él dependían recursos y riquezas. Interiormente, pronto descubrieron que sus integrantes no eran “iguales”: había, mire por donde, hombres y mujeres. Ellas daban a luz y mantenían la vida y los servicios del grupo. No era discriminación: era biología y división de funciones. En cuanto a los varones, había tres rasgos diferenciales: unos eran más dotados a la acción (y fueron guerreros que defendieron a la comunidad), otros estaban más predispuestos a la meditación (y de ahí surgió la casta sacerdotal y sus especializaciones profesionales), finalmente, los había tan hábiles que podían producir bienes, trabajar la tierra y generar todo lo que precisaba la comunidad. A medida que la civilización fue avanzando cada uno de estos grupos fue elaborando tradiciones, rituales y estructuras organizativas para el afianzamiento y transmisión de sus saberes (órdenes militares, órdenes religiosas y gremios profesionales). Y luego estaban algunos linajes que, por un motivo u otro, parecían llamados al mando. ¿Quiénes eran? Los mejores, los más fuertes, los más hábiles, los que tenían un carisma ausente en otros.

Unos pueblos destacaron sobre otros, mostrándose más agresivos y conquistadores. Hubo movimientos de pueblos, se superpusieron en ocasiones, se fusionaron en otras y se aniquilaron también. Hubo tribus que formaron ciudades y emprendieron conquistas que garantizaran su supervivencia. Hubo pueblos con predisposición al comercio y a la navegación y otros, ásperos y austeros, que preferían la tierra firme y garantizar estructuras organizativas sólidas. El mar se enfrentó a la tierra; el comercio al Estado: Atenas contra Esparta, Cartago contra Roma, EEUU contra la URSS. Tribus, ciudades, repúblicas, imperios... el paso del tiempo cambiaba las formas organizativas y unas se adaptaban más que otras a la realidad de cada momento.

El tratado de Westfalia generó la crisis de “formato imperio”. A partir de ahí empezó a despuntar el “modo nación”. Como siempre, algunas de estas naciones “cuajaron” antes y otras después y las primeras, en su expansión comercial generaron “imperios coloniales”. En el siglo XVIII, ya no había espacio para las sociedades tradicionales europeas que habían recibido el morituri en Westfalia. Ahí empezó el problema catalán.


La Guerra de Sucesión fue algo más que una lucha entre dos dinastías rivales para la corona España. Fue la lucha entre dos concepciones: la unitaria y reduccionista de los borbones y la tradicional y foral de los austriacistas. Que la primera empezaba a responder mucho mejor a las necesidades de su tiempo era evidente. Que la otra se había quedado atrasada en el tiempo, también. Era absurdo, por ejemplo, que cada uno de los reinos de la Corona de Aragón y el Principat cobraran en el siglo XVIII peajes interiores para pasar por sus territorios. Era un “fuero” de otro tiempo, de otra época. De un estadio histórico previo. Pues bien, la Cataluña independentista tiene su ideal en esa época: principios del siglo XVIII. El propio nacionalismo catalán surgió de la emulación del romanticismo alemán (siglo XIX) y encontró la excusa justificativa algo más tarde (en 1919) con el “principio de las nacionalidades” anunciado por el presidente Woodrod Wilson como fundamento teórico para desmembrar los Imperios Centrales tras la segunda guerra mundial.

Problema: estamos hablando de elementos del siglo XVIII, del siglo XIX y de principios del siglo XX. A lo largo de todo ese tiempo, la historia se ha ido acelerando. Las formas organizativas que murieron en Westfalia (la idea del Imperio), fueron sustituidas por otras –la idea de la Nación Estado- que hoy ya ni siquiera funcionan. Pregunto: ¿puede concebirse que sea independiente una Nación Estado que ni siquiera es capaz de abordar en solitario un proyecto técnico como el Airbus (que ha precisado el concurso de ocho naciones europeas)? El presupuesto del CERN es superior al de la mayoría de los Estados europeos, las independencias nacionales son teóricas, en absoluto reales a principios del siglo XXI. Desde los años 30 en los que en las oficinas del Tercer Reich ya se planificaba un “nuevo orden europeo”, estaba claro que las naciones colonialistas europeas perderían sus imperios coloniales y que deberían agruparse para optimizar sus recursos. Tras la Nación Estado existen nuevas fórmulas de estructuración más adecuadas. Que nadie lo dude: desde 1945 se está viviendo el ocaso de la fórmula Nacion Estado. Y todo esto tiene mucho que ver con el independentismo catalán.

Fue en 1906 cuando Prat de la Riba se preocupó de sistematizar doctrinalmente los fundamentos del nacionalismo catalán en su libro La nacionalitat catalana (positivismo francés + romanticismo alemán). Prat distingue entre Nación y Estado. Éste, dice, es algo artificial, una creación política. La nación es una “entidad natural” con historia, cultura y lengua propias. Así pues, la nación es un “hecho natural” que existe tanto si se le reconoce como si no… Dice que, según esto, Cataluña es una nación que, de manera “natural” se dirige hacia la construcción de un “estado” y llama “anormalidad morbosa” al caso de una nación que no sea independiente. Por tanto, Cataluña debe tener un “Estado propio”. Aunque Prat no formulara esta última conclusión (tenía simpatías maurrasianas y sus conclusiones iban hacia el federalismo que para él era una actualización de la España foral), otros se encargaron de hacerlo. Era 1906 cuando se lanzó el libro, sin duda la mejor formulación orgánica del pensamiento nacionalista catalán. Lo que no quiere decir que fuera la más correcta.

Prat miraba hacia atrás y era incapaz de prever el futuro. No dejaba de ser un sentimental. Se le podía responder que el Estado no es una construcción artificial, sino que esta formado por “asociaciones naturales” (y él debía saberlo porque conocía la doctrina maurrasiana). ¿O es que la familia no lo es? de la misma forma que agruparse en torno a un ayuntamiento es otra tendencia natural o que gente que se dedique a la misma profesión o pertenezca a la misma casta se organice y se asocie a otros es igualmente natural. Pero no es la crítica al bueno de Prat de la Riba lo que nos interesa sino el hecho de que hoy, en 2018, los mejores entre los nacionalistas catalanes se empeñan en buscar fórmulas que quedaron ya muy atrás cuando se firmó el Tratado de Westfalia y que habían sido superadas por otras que hoy, igualmente, han desaparecido o están en declive. Resulta patético que la última trinchera del nacionalismo sea el presidente Wilson y su formulación del principio de las nacionalidades al término de la Primera Guerra Mundial.

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¿Para qué emperrarse en crear una nación en una época en la que la fórmula Estado Nación está en declive y visiblemente es inadecuada para la organización de las sociedades? Incluso la crisis del nacionalismo español deriva de que, aunque esté un paso por delante del catalán y tenga mejores justificantes históricos, también es una fórmula que pertenece al pasado: el Reino Visigodo fue imitado y superado por los Reinos de la Reconquistas, las Españas sucedieron a tales reinos y la España unitaria se impuso ante la inadecuación de la anterior. Pero la historia es un rodillo y de la misma forma que, hasta ahora, la fisonomía de España ha cambiado en varias ocasiones, que a nadie le quepa la menor duda que seguirá cambiando.

¿Qué le fallaba a Prat de la Riba? Todo. Se anclaba, por ejemplo, en el “derecho catalán” (del que hoy nadie habla, por cierto), se anclaba en una lengua (de origen hispano-romance tal como aceptan todos los filólogos), en un arte, en una cultura y en una historia que, en su conjunto, ni están completamente separadas del resto de España, ni siquiera tienen la intensidad suficiente para constituir factores diferenciales nítidos (la raza, esto es, el ADN, ese si que es un factor diferencial “natural”, en tanto que biológico, los demás, en absoluto). Las especificidades catalanas están demasiado cerca de las de cualquier otra región del Estado como para hacer de ellas algo “especial”.

Además se une otro elemento no desdeñable. A principios del siglo XX, Cataluña tenía tres millones de habitantes, un tercio de los cuales procedía de fuera de la región. Entre 1940 y 1975 llegaron a Cataluña otros dos millones de ciudadanos de fuera de sus límites provinciales. Y, para acabar de arreglarlo, entre 1996 y 2018 han llegado 1.500.000 de inmigrantes de los países más remotos. ¿Qué queda de Cataluña ante estas avalanchas? Es muy triste recordar que Cataluña es hoy una de las zonas del mundo con una tasa de natalidad más baja ¡del mundo! Los linajes catalanes van desapareciendo poco a poco.
La facilidad de integración de las anteriores oleadas de inmigración a Cataluña, previas a 1996, se explica precisamente porque los recién llegados eran, cultural, étnica y religiosamente, contiguos a los catalanes de soca i arrels, a diferencia de los recién llegados desde entonces que pueden hablar catalán (porque en las escuelas les obligan a ello) pero que NO SON, ni remotamente, cultural, étnica, ni religiosamente, catalanes… Dicho de otra manera: si desde siempre, Cataluña, recibió de manera natural residentes de otras partes del Estado (los primeros barceloneses fueron antiguos legionarios de Augusto que habían participado en las guerras cántabras), fue porque nunca existió prevención contra ellos. Se hablaba catalán o castellano, y ambas lenguas estaban tan próximas que, bastaba con poner un poco de buena voluntad para entenderse. Los indepes pretenden ignorar el hecho de que la Cataluña DE HOY, ya no tiene la misma composición que la Cataluña de Pau Clarís o del mito de los "nueve barones de la fama"... y urge ser realistas a este respecto porque el nacionalismo y el independentismo se basan en la imposición de una parte, ni siquiera mayoritaria y en crisis reproductiva, al todo.

Cataluña llegó tarde a reivindicar ser una nación, seguramente porque no lo era, ni, por supuesto lo es hoy. Los nacionalistas se empeñan en reivindicar la especificidad de un territorio en el que los catalanes de soca i arrels son MUY MINORITARIOS y en donde sostienen que solamente hay una forma de vivir en Cataluña: asumiendo que es una nación y hablando catalány siendo independientes. Lo primero es difícil: aunque Cataluña fuera una “nación”, importaría hoy muy poco porque el tiempo de las Naciones Estado terminó en el siglo XX. Y respecto a la obligatoriedad de la enseñanza en catalán, lo cierto es que desde los años 80 el número de catalano-parlantes permanece estable: no más del 35% de la población lo utilizan con regularidad. ¿Entienden por qué desde el principio del “procés” dijimos que sería imposible porque el indepes carecían de “fuerza social” suficiente para desgajar Cataluña del resto de España? Me quejo de que, para los indepes, el sentimiento está muy por encima de la razón, de la lógica y del sentido común.

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