miércoles, 26 de septiembre de 2018

365 QUEJÍOS (149) – LA "SALIDA FEDERAL"

Dicen que el PSOE, de tanto en tanto, tiene ramalazos federalistas. Si los tiene es porque ignora la historia de España. De hecho, ignora aún más: ignora la Historia, con mayúscula. Si ZP y Maragall se entendieron bien fue porque ambos sostenían una concepción federalista de España. Cuando alguien pregunta ¿cuál fue el precedente del nacionalismo catalán? La respuesta frecuente es el conservadurismo carlista que, al acabar su Tercera Guerra en el XIX se transmutó en regionalismo por aquello de que la distancia a los viejos fueros no era tanta. Error. Eso valió para el nacionalismo vasco y para algunos grupos del catalán, pero no para su componente central de la que ha terminado saliendo el independentismo. Esta corriente surgió del federalismo. Hasta en nuestro ambiente político, algún tontopoyas olvidable, ha querido recuperar el “federalismo” para la “causa patriótica”. ¿De qué me voy pues a quejar? Del federalismo, muerto, enterrado y maloliente, pero que, con cierta frecuencia, tiene zumos sacerdotes que lo desentierran, lo perfuman y lo ofrecen como la última genialidad.

¿Qué se entiende por “federalismo”? En España fue una de las formas del republicanismo decimonónico. Su gran ideólogo fue Franesc Pi i Maragall, catalán afincado en Madrid, uno de los fugaces presidentes de la fugaz Primera República. En 1876, después de todo aquel caos, ya mas reflexivo y meditabundo, publicó un ensayo, Las nacionalidades, en el que exponía sus concepciones. Para Pi, el federalismo era la única forma de mantener la “unidad del Estado”. Fíjense bien: había que desguazar el Estado en sus distintas regiones y cantones y luego… federarlos. Cualquiera diría que, para ir y volver, vale más no ir.  Y, de hecho, la historia, hasta la fecha no registra ningún proceso de este tipo: no hay casos –pero es que ni uno- en el que un Estado se haya descompuesto voluntariamente para luego reagruparse mediante un “pacto federal”. Todas las “federaciones” que en el mundo han sido tienen una irreprimible tendencia a surgir de “Estados” independientes que creen poder aumentar su peso y su poder, aproximándose –esto es, “federándose”- unos con otros. La historia, como siempre, no acompaña los delirios progresistas.


El caso es que, en Cataluña, el federalismo pimaragallano fue una de las componentes del catalanismo político que llegaron acompañadas de los primeros despuntes del socialismo utópico. Su máxima difusión coincidió con la “Revolución de Septiembre”, llamada también “la Gloriosa” (1868) y estuvo presente en el Partido Republicano Democrático y Federal y de agrupaciones similares que florecieron como hongos en toda Cataluña. Distaban mucho de ser opciones unitarias: de tanto pensar en “federar”, ellos mismo eran una olla de grillos: por un lado los moderados (o “benévolos”) y por otros “los intransigentes”… estos últimos exigían que todas las partes federadas fueran “iguales”, es decir, debían adquirir la plena independencia antes de federarse. En las elecciones de enero de 1869 las primeras con sufragio universal en España, los federalistas catalanes obtuvieron 28 escaños sobre 37. La masonería catalana de la época era casi sin excepción federalista. Ya entonces destacó un nombre, Valentí Almirall, presidente del Club de los Federalistas, de tendencia “intransigente”. En 1873, cuando se proclamó la Primera República, esta peña protagonizó el primer intento frustrado de declarar la independencia de Cataluña.

No todos los federalistas catalanes eran favorables a la independencia. Incluso algunos eran contrarios a la autonomía. Como siempre, el caos. Igual que ahora: federalistas fueron algunos sectores de CiU, federalista fue el PSC, en mayor o menor medida, federalista fue ERC en su momento e incluso algunos miembros de la CUP proponen la independencia y luego la “federación de los pueblos ibéricos”. Así pues, de todo hubo y de todo sigue habiendo.

Pero si el federalismo fue otra de las componentes caóticas del siglo XIX, en el XXI las cosas no han ido mucho mejor. Pascual Maragall lo redescubrió y, como el hombre era original en todo, añadió una coletilla: no se trataba, como querían los “federalistas intransigentes” del XIX de un “federalismo igualitario” en el que todas las partes fueran independientes en la misma medida, sino un “federalismo asimétrico” que no se extendería a toda España, sino, como máximo a Cataluña, País Vasco, Galicia… ¿y por qué no a Canarias? ¿o a Andalucía? ¿y por qué no Cartagena? Si el pobre Maragall introducía la coletilla era simplemente porque lo que el nacionalismo catalán no ha podido soportar nunca es ser tratado en pie de igualdad con ninguna otra parte del Estado: para eso defienden la existencia de un “factor diferencial”… así pues, democracia, igualdad, federalismo, pero unos más federados que otros y unos más autónomos que otros. Maragall ha medida que se ha ido haciendo mayor (y ha ido perdiendo facultades) se ha hecho cada vez más caótico. Pero esta propuesta –que un PSC obediente y sumiso, aceptó como la “gran innovación” en el primer lustro del milenio- superaba cualquier ideas despiporrante que se le hubiera ocurrido antes.  

Así que cuando ZP y Maragall tenían estas ideas en sus cabecitas locas, ni siquiera eran conscientes de que no había precedentes históricos o de que, luego, todas las autonomías restantes exigirían el mismo trato “asimétrico”, con lo que se volvería a una “simetría descoyuntada”. Me temo que esto es lo que el muy imitado Pedro Sánchez tiene en estos momentos en la cabeza cuando habla de “reforma constitucional profunda”. De eso me quejo: de que quien ignora las enseñanzas de la Historia está condenada a repetir los patinazos. Y aquí hay mucho ignorante. Así pues, cuando oigo hablar de “federalismo”, asimétrico o descoyuntador, me pregunto cuántos cigarrillos de la risa se han fumado.