lunes, 16 de octubre de 2017

CRISIS GENCAT: LA SEMANA DECISIVA




Entramos en la semana en la que se verá quién tenía razón: si los que auguraban asaltos de los mozos de escuadra a cuarteles de la Guardia Civil, revuelta generalizada con motines en las calles… o bien los que opinábamos que todo esto era una tormenta (incluso tormentilla) en una palangana. Esta semana se verá cómo reaccionan las partes (que, lo más probable es que no sea como sus “parroquias” esperan que sea). Ni Rajoy tiene interés en “dar lanzadas a moro muerto” (porque el “procés soberanista” está definitivamente muerto y por muchos años), ni Puigdemont ir más allá de su proclama retórica de “independencia de Cataluña” (porque en los días siguientes al 1-O, el “procés” evidenció su carácter amateur e improvisado y la retirada de empresas solamente constituyó el apuntillamiento de la “república catalana” nacida muerta).

Ayer algunos síntomas exteriorizaron la situación en Cataluña:

Primer síntoma.- TV3 repitió al medio día, el último programa humorístico “Polonia”: en esta ocasión, más que crítico, la edición del programa fue hiriente y caricaturesco hacia Puigdemont y hacia el nacionalismo radical… El hecho de que los almogávares mediáticos del “procés”, TV3, pudieran, darle ellos mismos carpetazo en un esqueche de cinco minutos (RECOMENDAMOS VERLO) es significativo de que el frente independentista está partido y de que cada vez son más los nacionalistas que han comprendido la situación: imposible ir más allá. A recordar que “Polonia” es, con mucho, el programa más visto en TV3…

Segundo síntoma.- el editorial de la Vanguardia del domingo sonaba, como aquella canción de Lluis Llach, a “campanades a mort”. Se exigían responsabilidades a la gencat, se reconocía que “alguien se había equivocado”, “que alguien había calculado mal y quizás ha sido engañado”. Y se sentenciaba que “la independencia low cost no existe”… Lo que se estaba pidiendo a Puigdemont era que ejerciese la “marcha atrás”. Obviamente, se seguía repitiendo la retórica de la “negociación” y del “parlem-hi”… pero, una vez más, el editorialista era incapaz de decir sobre qué había que hablar y, especialmente, como acabar este problema que hace tiempo generaba hartazgo entre los no nacionalistas y que ahora empieza a aburrir incluso a ellos.

Tercer síntoma.- Ayer tuvo lugar el acto en memoria de Lluis Companys, el presidente de la Generalitat fusilado durante el franquismo. Ante un público muy escaso, tomaron la palabra Puigdemont, Ada Colau y la Forcadell. Hoy, el acto pasa completamente desapercibido en la prensa catalana y casi tiene más eco en la madrileña. La Forcadell, a falta de pedir algo tangible, pidió que “Rajoy se disculpara por el fusilamiento de Companys” (casi sugiriendo que el PP lo había fusilado), la alcaldesa de Barcelona daba la sensación de que estaba allí sin saber muy bien qué hacer ni que decir, y Puigdemont y se limitó a pedir “civismo y serenidad”, calificando estos días de “difíciles”.

Cuarto síntoma.- En el momento de redactar estas líneas, Trapero, el “major” de los mozos de escuadra está declarando en la Audiencia Nacional. Esta vez ya no podía eludir la cita, ni Puigdemont se lo recomendó. Toca dar una explicación a la actitud de los mozos el 1-O y a las órdenes que recibieron. Va a ser difícil que salga indemne y sin ningún tipo de imputación, pero también demostrará la voluntad de “castigar” o “hacer la vista gorda” del Estado ante todo lo que ha ocurrido en Cataluña en el último mes y medio.

Quinto síntoma.- Las declaraciones de la CUP: “Lunes 16/10 = independencia o retirada de apoyo al gobierno”. Lo primero va a ser imposible, así que a la CUP solamente le queda una segunda opción y, a partir de ahí, llevar movilizaciones callejeras… pero es la CUP, no es el movimiento de los indignados, ni mareas, ni nada por el estilo. La CUP, por pura chiripa, tiene más fuerza institucional que capacidad de movilización y, en cualquier caso, si opta por manifestaciones y movilización, va a atraer especialmente a los sectores más radicales del independentismo: será inevitable que se produzcan incidentes, justo lo que más odia el catalán medio.

Sexto síntoma.-  La carta de Puigdemont que no parece la de un “catalán a un gallego”, sino la de “un gallego a otro gallego”: imposible saber si sube o baja la escalera. Lo único que se entiende de manera comprensible es que pide dos meses de negociaciones y “reunión urgente”. Tampoco aquí se aclara qué es lo que se quiere negociar. Más parece un intento de Puigdemont de prolongar la agonía de su iniciativa durante unos meses, tratando de obtener la garantía de que no habrá sanciones (especialmente económicas) contra los protagonistas de la “intentona independentista”.

La conclusión de todos estos síntomas

1. La ruptura del frente independista y de las tres fuerzas políticas que lo componen: un PDcat del que forma parte nominalmente Puigdemont, pero la actitud de cuyos dirigentes empieza a mostrar fisuras. Son los restos del “nacionalismo moderado” que quieren recuperar protagonismo y que solamente lo obtendrán deshaciéndose de Puigdemont y de la obsesion independentis. ERC, por su parte, lucha interiormente entre los que creen que hay que ir a elecciones anticipadas (en las ERC se configurarán como opción mayoritaria del independentismo y, a partir de ahí, ya se verá…) y los que, como Junqueras, son consciente de que ERC sola no puede ir muy lejos y se obstinan en mantener vivo a JuntsxSI, a pesar de que se trata ya de una “estructura zombi”. Finalmente, la CUP, que en su radicalismo no advierte lo limitado (y localizado) de sus efectivos, y que más que un partido, es un mosaico de grupos locales, unidos solamente por su radicalismo. A esto hay que sumar que, la perspectiva de que la gencat no pueda inyectar más fondos a la ANC, al a Asamblea de Cataluña o al Omnium Cultural, supone que en medio año estas fuerzas empezarán a estar, literalmente, “caninas” y solamente pueda sobrevivir la Asociación de Municipios Independentistas que recibe sus fondos de los ayuntamientos que participan en ella.

2. La desmoralización del independentista medio: los grupos sociales que apoyan al independentismo, tenían el convencimiento que les había sido insertado por los promotores del 1-O: la independencia era posible con una votación. Efectuado el recuento –que no podía sino ser favorable a la independencia- al día siguiente, se declaraba y, asunto resuelto. A partir de ese momento, el Edén reaparecería en Cataluña. Los promotores de la campaña se equivocaron en esto: hicieron la campaña con la esperanza (remota) de que al tratarse de una votación aparentemente democrática, Europa les apoyaría y encontrarían más eco en fuerzas políticas españolas, en lugar de plantear la lucha por la independencia como un largo y duro combate en el que habría que vencer resistencias, no solamente del Estado Español, sino del interior de la sociedad catalana (de la que no más de un tercio apoya la secesión). Después de autoconvencerse de que alardear de “1.000.000 de manifestantes” en los 11-S, ver que la misma cantidad se manifestaba justo en sentido contrario, tuvo un efecto deletéreo que la gencat no pudo contrarrestar diciendo “vienen de fuera”. Dos días después, la desmoralización aumentó con la “independencia de 8 segundos” y a lo largo de la semana se convirtió en un hundimiento moral con la retahíla de empresas que abandonaban Cataluña (que superan ya las 600).

3. “Mamá está enferma (…) mamá está grave (…) mamá ha fallecido”.- El problema de Puigdemont es que el día en que decidió el rumbo de la aventura independentista, selló su destino: el político de pueblo, volvería al pueblo del que salió, después de un rutilante pase de dos años por la cúspide de la gencat. Animado por su esposa (una mujer supersticiosa de origen rumano, convencida de sus dotes de videncia), mucho más que por las condiciones objetivas de la situación, el problema que afronta ahora Puigdemont es cómo desmovilizar a ese sector de la sociedad catalana que se creyó las promesas de la gencat sobre independencia express y low-cost. Como hombre de pueblo que es, sabe que no puede decirse a alguien de sopetón que ha fallecido un familiar querido, hay que decirlo por fases: primer que está enfermo, luego que está grave, para finalmente, más bien, evitar decir que ha muerto, sino que el propio interesado se haga una idea de que la situación no tiene salida y reconozca que el familiar o a muerto o está a punto de morir. Puigdemont ha optado por esa vía. De ahí el plazo de dos meses para “negociar” (esto es para que el independentismo reconozca que “mamá ha fallecido” sin necesidad una declaración formal en esa dirección).

4. La única salida son elecciones anticipadas.- El margen de cualquier negociación es mínimo, algo en lo que ninguno de los interlocutores puede llamarse a engaño. Está claro que Puigdemont no puede dar por muerto su propio proyecto; pero la CUP está ahí para ayudarlo. Desde el instante en el que cesen su apoyo a Puigdemont (lo que puede ocurrir esta misma semana), su gobierno puede caer en cualquier momento. ¿Qué otra salida puede haber aparte de las elecciones? Simplemente ninguna. Contrariamente a los que creen que el resultado de unas elecciones no cambiaría nada y que los independentistas seguirían siendo mayoritarios, lo cierto es que cambiarían muchas cosas: lo primero de todo es que borrarían cualquier efecto del 1-O y de la malhadada y fugaz declaración de independencia. El que viniera detrás pondría el contador a cero: como si no hubiera pasado nada en Cataluña en los últimos 15 años y ahora tocara gobernar y no especular más con “elevar el techo autonómico”. La sociedad catalana ha visto las orejas al lobo: ahora sabe ya que la “independencia” no es la solución, sino un nuevo problema añadido. Algo que no le habían dicho durante la campaña del 1-O. Lo que sería más hiriente para el independentismo sería que el resultado electoral demostrara que han perdido peso (lo cual es probable) y que, incluso, los sectores de la “izquierda ambigua” se hayan contraído trasvasando votos especialmente al Cs.

5. Elegía por la izquierda-cadáver.- Por mucho que Iceta hiciera loables esfuerzos por mostrar una actitud razonable ante el independentismo, resulta claro que el “federalismo” socialista, al igual que la independencia, generan una serie de problemas añadidos que alejan de la solución a un problema que, en el fondo, fue creado por el nacionalismo mucho más que por la “falta de libertad en Cataluña”. Lo que se le puede reprochar al PSOE catalán es que haya querido permanecer en la equidistancia durante buena parte de estos últimos años: “ni españolismo, ni independentismo… federalismo”. En ese tiempo, el PSC se ha ido contrayendo en Cataluña y ya no es aquel partido que venció en las elecciones de 2003. En cuanto a la izquierda podemita, la “crisis catalana” ha supuesto para ella una pérdida de apoyos en todo el Estado, hasta el punto de que alguna encuesta señala el “sorpasso” electoral de Cs a la galaxia podemos. En realidad, esta crisis ha demostrado que Podemos es lo que podemos denominar “izquierda marciana”, preocupada por cualquier cosa políticamente correcta, derechos de los animales, de los gays, de los okupas, lucha contra el patriarcado, ultrademocratismo, derecho a la eutanasia..., casi una caricatura de izquierda que no va más allá de lo que fue el zapaterismo, con coleta y porro. Todavía hoy es un enigma el saber qué opina Podemos sobre la cuestión catalana y qué propone concretamente en el momento actual. Sus dirigentes, tanto en Cataluña, como en el resto del Estado, han dado la medida de su talla política y han redimensionado a Podemos como auténtico bluf político que ha llegado a su techo y al que solamente le queda declinar (de hecho lleva tiempo declinando y sufriendo convulsiones internas). La crisis catalana, ha contribuido a descomponer un poco más a la izquierda española y ahora falta ver los acuerdos PP-PSOE para la reforma constitucional hacia donde llevan.

Tormenta en una palangana, sin calamarsa ni mala maró

Esta crisis ha tenido como resultado el que algunos hayamos podido reír (como se decía antes: “a mandíbula batiente” o como se dice hoy “hasta partirse la caja”) con las interpretaciones que unos y otros han dado a la crisis. El domingo, 15 algunos digitales de medio pelo daban por "seguro" el que los mozos de escuadra iban a asaltar los cuarteles del ejército y la guardia civil… Y lo decían con una seriedad pasmosa. En el otro lado, la CUP amenazaba con “tomar las calles” y creía verdaderamente que podía realizar una “gesta” parecida a la de la Plaza Tahír en El Cairo… ¡Alucinados de uno y otro lado, uniros y difundid vuestros delirios alucinógenas!

No, la sangre no va a llegar al río y cómo máximo: algunos porrazos el 1-O y unas siglas del Zurich sobre las cabezas de unos o de otros, unos cuantos vehículos de la Guardia Civil abollados el día de las detenciones de cargos de la gencat… este ha sido todo el balance “bélico”. No ha habido más. El carácter catalán no es belicoso. Es más, huye de los problemas. Claro está que el nacionalismo es la exaltación irracional del “fet catalá” y que, primero el nacionalismo quiso tener “nación” (no había problema porque era una declaración teórica a cambio de un apoyo real del pujolismo a PP o a PSOE o al diablo en persona si se hubiera sentado en La Moncloa) y luego quienes creyeron que tenían “nación” quisieron ser “independientes” y, claro está, tener un Estado propio… como corresponde a toda nación. 

Esta crisis no es nueva, era previsible, pues, y estaba en embrión desde que se aprobó la constitución y demuestra que ésta debe ser reformada (veremos en qué dirección). Ha tardado 40 años en eclosionar y cuando lo ha hecho no ha pasado de ser una tormenta de verano, sin calamarsa (granizo), ni mala-maró (mas agitada), pero, eso sí, con campanadas a mort.