domingo, 31 de agosto de 2025

Años 60: la encrucijada del neofascismo (6ª parte) - La fantasía de las "Brigadas Europeas" o la "fantasía armada" de Thiriart


Las Brigadas Europeas o la “fantasía armada” de Thiriart

La idea de organizar unas “Brigadas Europeas” ya la tenía en mente Thiriart cuando escribió Europa: un imperio de 400 millones, solo que, en aquel momento las contemplaba para ¡apoyar la resistencia popular al comunismo en los países del Este! La mencionó a propósito de la revolución húngara de 1956. Pero, la realidad, es que, fuera de los campamentos veraniegos de Jeune Europe en los que se realizaban entrenamientos físicos sin armas de fuego, pero con ejercicios de defensa personal, todo esto quedó en meros proyectos que expuso en el capítulo IV de su obra (La Europa legal contra la Europa combatiente) y en los capítulos VII (Cómo se hará la Europa unitaria), y VIII (Los que harán Europa o el partido moderno).

Y, a decir verdad, en 1968, cuesta trabajo imaginar al presidente Gamal Abdel Nasser, –a quien Thiriart dijo haber presentado el proyecto[1]– interesándose por la idea de unas “Brigadas Europeas”, justo cuando no se había cumplido ni un año del varapalo que recibieron los ejércitos egipcio, jordano y sirio, en la Guerra de los Seis Días. Sin olvidar que, en esos momentos, Jeune Europe, transformada en Partido Comunitario Europeo, estaba reducido a rescoldos en Bélgica y, solamente, mantenía cierta actividad, en su rama italiana. El juicio de Thiriart sobre el presidente egipcio no es menos temerario: “Encontré a Nasser que me decepcionó inmediatamente. Era un hombre teatral. Estoy tentado de decir que era un hombre más de palabras que de actos” [2].

En la web del extinto Partido Comunitario Europeo[3], que dirigió Luc Michel, puede leerse que “nuestro llorado consejero político” (Thiriart) pretendía el “envío de militantes de Jeune Europe al teatro de los conflictos antiimperialistas”, añadiendo que “Roger Coudroy fue uno de los primeros en partir”. El texto en cuestión que justificaría la llegada de “militantes de Jeune Europe” a los “conflictos antiimperialistas” dice así:

"... la lucha armada en el marco de una insurrección antiestadounidense en Europa fue una hipótesis seriamente considerada por Thiriart. A partir de entonces se buscarán los medios para dotar a Jeune Europe de un aparato político–militar y encontrar un terreno en el que entrenarlo y entrenarlo.

Debido al dogmatismo chino y a pesar de la reunión de Thiriart con el primer ministro Chu Enlai en Bucarest en 1966 [ver el parágrafo siguiente], rápidamente dejó de hacerse ilusiones sobre la ayuda de Pekín. Por lo tanto, debe encontrar otros aliados: estos serán los países árabes progresistas que luchan contra el imperialismo sionista israelí y su inseparable aliado estadounidense. Las condiciones son favorables: un movimiento de resistencia palestino incipiente y embrionario; Países árabes humillados por Israel y deseosos de venganza (este sentimiento sólo aumentará después de la agresión sionista de 1967); falta de ejecutivos de alto nivel y muy técnicos; gobiernos revolucionarios, nacionalistas y no marxistas. Por tanto, indudablemente hay un terreno favorable. Queda ocuparlo. Esta será la oportunidad para que Jean Thiriart desarrolle su concepto de "Brigadas Europeas":

 

"La inevitabilidad de un próximo enfrentamiento militar entre Israel y los árabes –todo el determinismo histórico conduce a ello– debería alentar la creación de Brigadas Internacionales reclutadas aquí, en Europa, y destinadas a formar divisiones altamente mecanizadas, altamente especializadas, para ser utilizadas por la ruptura. Lo dije antes: la guerra por la liberación de Palestina nos interesa en el más alto grado porque es una guerra antiamericana. Los nacionalistas paneuropeos deben formar cuadros, probarlos, resolverlos. Una participación militar en la acción por la liberación de Palestina constituiría al mismo tiempo para los árabes un aporte material y moral y para nosotros la ocasión del establecimiento de una formación armada de intervención que seguramente podrá ser utilizada nuevamente después de la campaña de Palestina, en otros teatros"[4].

Se trataba, pues, de crear una fuerza político–militar europea, desarrollada según el modelo de las "Brigadas Internacionales", puestas en marcha por el Komintern durante la guerra civil española (1936–39). Estas "Brigadas Europeas" supervisadas por activistas de Jeune Europe habrían desempeñado el papel de "cubanos europeos"[5] animando la lucha antiamericana en todas partes. "En el marco de una acción planetaria contra la invasión planetaria del imperialismo de los Estados Unidos, es decir en el marco de una acción cuatricontinental contra Washington, es necesario vislumbrar allí una presencia militar europea (...) Esta presencia militar europea, en la propia Europa, es por el momento prematura, pero esta presencia militar puede y debe establecerse en otros teatros de operaciones, en América del Sur y Oriente Medio”.

Thiriart expone claramente las ventajas que espera de esta operación político–militar: "la ventaja para nosotros, los patriotas europeos, sería capacitar sobre el terreno a los cuadros del futuro Ejército Popular de Liberación de Europa. Son esenciales para el establecimiento de un marco militar completamente nuevo. Debemos poder tener experiencias en Bolivia o Colombia antes de hacerlo aquí en Europa. Será de alguna manera el estilo "garibaldiano", uno de los muchos aspectos de la liberación europea. Tan pronto como sea posible implementarlo en suelo europeo, tendríamos así el marco preparado para una acción militar insurreccional y liberadora".

El objetivo de Thiriart es obvio: conducir rápidamente a una acción militar antiamericana, aquí mismo en Europa. “La formación de estas brigadas debe hacerse con un estilo y con estructuras formalmente europeas desde el principio. No se puede hablar de disolver nuestros elementos con otros sino de prestarlos para campañas específicas. Todas estas operaciones estarán orientadas a construir en el teatro europeo una herramienta político–militar debidamente estructurada, supervisada, jerárquica y educada”.

Definido el concepto de estas "Brigadas Europeas", faltaba encontrar el "pulmón" en el que desarrollarlas.

"¿Dónde entrenar a estas Brigadas? En los países que están realmente decididos a romper el imperialismo estadounidense"[6].

Fin de la cita. Y es ahí en donde Thiriart llega a la conclusión de que el “teatro palestino” puede ser un buen lugar para que estas “Brigadas Europeas” realizaran su “gimnasia revolucionaria”.

Vamos a reflexionar sobre lo que acabamos de leer.

Thiriart estaba hablando de “guerra de guerrillas” ¡en Europa Occidental! en 1967–69. Son los años de La Nation Européenne. Ya por entonces, podían formularse serias dudas sobre la posibilidad de que en Europa pudiera desarrollarse algo similar. Ahí estaba la acción de la OAS que lo intentó apenas un lustro antes. Y fracasó. Ahí estaba el Frente Español de Liberación Nacional y el Directorio Ibérico de Liberación que, en los años 60, habían intentado luchar contra los regímenes de Franco y Salazar por la vía del atentado y la “guerra de guerrillas” y sus miembros habían acabado cumpliendo duras condenas de prisión. Ahí estaba ETA, regularmente desmantelada por la policía. En cuanto a la persistencia del IRA se trataba, a fin de cuentas, de una “guerra de religión”. Ejemplos no faltaban, incluso con los mismos estándares de vida que los belgas. Lo que no había, eran garantías de éxito.

De hecho, el nombre de “Brigadas Europeas” remitido a las “Brigadas Internacionales” había sido una mala elección. Estas unidades del Internacional Comunista, con una mayoría de militantes comunistas –y un elevadísimo porcentaje de origen judío, por cierto–, fueron efectivas en operaciones defensivas (especialmente en la defensa del frente de Madrid) y solamente gracias a que la URSS se preocupó de armarlas directamente, desde luego, mucho más y mejor que a las columnas anarquistas o socialistas. Luego, como explica Orwell, los propios estalinistas se preocuparon de purgar de sus filas a otras tendencias[7]. El resultado final, fue pobre y, si vamos a eso, la labor de los “asesores soviéticos” a la hora de asumir la dirección estratégica de la guerra a partir de mediados de 1937, fue bastante más eficiente que la acción de la verdadera “carne de cañón” que constituyeron los desgraciados “internacionales”. No, desde luego, ni el nombre de Brigadas era el más adecuado, ni siquiera respondía a la tradición política de la que –vale la pena no olvidarlo– procedían la mayoría de militantes de Jeune Europe.

Con la distancia que da el tiempo, hay que felicitarse de que Thiriart nunca estuviera en condiciones de implementar estas “Brigadas Europeas”. El doctrinario belga, había olvidado que un dirigente político, digno de tal nombre, no puede embarcar a sus partidarios en aventuras poco o nada meditadas, susceptibles de costarles la vida, sin la más mínima esperanza de obtener resultados, ni absolutamente ninguna garantía de continuidad.

Porque ni Thiriart ni ninguno de sus seguidores habían dado muestras –al menos no existe ningún escrito– en el que meditasen en profundidad sobre “guerrilla urbana” y “guerrilla rural”, sobre “aparato político y aparato militar”, sobre tácticas y objetivos guerrilleros, sobre ningún aspecto técnico, empezando por la viabilidad de querer combatir, no solamente a los norteamericanos en Europa, sino a los gobiernos europeos “aliados” suyos, a sus policías, a sus servicios de seguridad, a sus cómplices, y mucho más, cuando nunca en Jeune Europe existió ni siquiera una red clandestina, ni un equipo dispuesto para realizar atracos (no vayamos a cometer el eufemismo de llamarlos “requisas revolucionarias”) para financiar la propia revista La Nation Européenne, deficitaria y siempre con problemas económicos. En 1967–69, Thiriart no tiene ni un solo escrito en el que demuestra haber meditado más allá de lo que recoge el párrafo que hemos citado antes sobre la lucha armada y la “lucha de liberación nacional” en Europa.

Todos los que nos hemos movido por ambientes radicales sabemos que es frecuente encontrar en ellos lo que podríamos llamar “el fetichismo de las armas”. Cuando conocimos a Thiriart, bromeando, nos dijo que le hubiera gustado escribir un “tratado de psicopatología política”. En el momento en que lo oí, no pude evitar pensar que una iniciativa así podría volverse contra él: esta misma idea de las “Brigadas Europeas” antiamericanas, no dejaba de ser un producto psicológico de la frustración que la había causado la crisis de Jeune Europe, y el no haber podido afirmar su liderazgo dentro de la organización, ni haber podido alcanzar una posición cómoda en la política belga. Parece como si, en esa época, Thiriart hubiera adquirido un “complejo de Asterix” o se viera afectado por un verdadero “síndrome del Capitán Trueno”, consistente en creer que el golpe de mandoble podía resolver los problemas que cualquiera de las vías políticas no estaba en condiciones de resolver.

En la psicología de Thiriart no hay ni una sombra de autocrítica: los fallos en la conducción política de Jeune Europe o de La Nation Européenne, se deben a otros o bien a las situaciones cambiantes a las que es preciso adaptarse. Cuando busca ayuda en el exterior –como veremos– predica la “verdadera vía” y no admite que le den lecciones, ni siquiera Chu–Enlai, primer ministro de un país de, entonces, 1.000 millones de habitantes. Es el Baas, es Nasser, el Chu–Enlai, son los argelinos, quienes se equivocan, nunca Thiriart. Esa falta de autocrítica revela, además, cierta dosis de irrealidad sobre las propias fuerzas, a lo que se une una absoluta falta de habilidad para atraer la atención de los gobiernos elegidos para presentar sus proyectos. Antes bien, pretendió, con aires de suficiencia, dar lecciones de geopolítica a los interlocutores.

Cualquiera que haya mantenido algún tipo de relaciones sociales con “élites” y gobiernos del Tercer Mundo, sabe que no se trata solamente de “vender” un proyecto inteligente al interlocutor, sino además de crear un clima de empatía. Thiriart, con sus modales de profesor emérito, con su altivez y distancia hacia el interlocutor, lograba justamente lo contrario. Y no digamos en una cuestión tan delicada como la propuesta de abrir un “frente guerrillero antiyanqui” en Europa que, en la práctica implicaba embarcar a la propia militancia en acciones “guerrilleras” (que serían presentadas como “terroristas” por los medios de comunicación) que contribuirían, aún más, al aislamiento de quienes sostenían esas posiciones, sin olvidar los riesgos, ni el hecho de que su ya muy escasa militancia ni siquiera estaba advertida de lo que pretendía y proponía.

Aunque sus interlocutores chinos o árabes se hubieran tomado en serio estas propuestas, inmediatamente, acabada la entrevista, habrían consultado con sus propios especialistas, sobre la viabilidad de lo propuesto. Es fácil intuir que un proceso así habría llevado –como de hecho ocurrió en el caso de que todas estas relaciones fueran tal como Thiriart las contó– a cortar cualquier relación entre el anfitrión y el belga que, a todas luces parecía un aventurero en el mejor de los casos y alguien poco serio en el peor.

Para proponer algo tan extremo como la apertura de un “frente guerrillero en Europa” y proponerlo al mundo árabe y a la República Popular China, quien lo propone, debería tener detrás un movimiento político ampliamente extendido en la sociedad (lo que no era el caso de Thiriart que, en aquel momento solo le quedaba la sección italiana de su movimiento paneuropeo) y además, actuar con discreción para evitar que el apoyo a un elemento desencadenante de un movimiento armado en Europa llevara a una escalada diplomática de acusaciones entre los gobiernos europeos y el país elegido como “santuario”. Se precisaba, en cualquier caso, discreción: y esto no era de lo que hacía gala la revista de Thiriart empeñada una y otra vez en mostrarse solidario con la lucha árabe, dispuesta a enviar “brigadas” a Palestina y en cuyas portadas aparecían ametralladoras y armas enarboladas como argumentos… El viejo refrán español tiene razón en sostener que “por la boca muere el pez”.

La propuesta más seria y coherente salida del entorno del Partido Comunitario Europeo, fue realizada, por Thiriart y por Gerard Bordes. Se trataba de un Memorándum a la atención del gobierno de la República argelina. El documento estaba fechado en París el 12 de abril de 1968, y se proponía la “creación de un servicio de informaciones anti–americanas y antisionistas de cara a una explotación simultánea en los países árabes y en Europa” [8]. La propuesta, en sí misma, era viable por dos motivos: uno de ellos, por su realismo, el otro porque la puerta de entrada al gobierno argelino era Gilles Munier, corresponsal de La Nation Européenne en la capital de este país y bien relacionado con su administración. Gracias a Munier, Bordes fue a Argel en abril de 1968, pero no solamente para proponer la creación de ese “servicio de informaciones” (¿periodísticas? ¿de inteligencia y espionaje?) sino que también añadió otras propuestas adicionales como proponer una “contribución europea a la formación de especialistas de cara a la lucha contra Israel” y a la “preparación técnica de la futura acción directa contra los americanos en Europa” [9].

Con una ingenuidad rayana en la candidez, Cuadrado Costa añade: “Sorprendidos por este proyecto revolucionario, los dirigentes argelinos no mantuvieron los contactos que se rompieron inmediatamente”[10]… Es muy fácil intuir lo que ocurrió. Habitualmente, cuando un gobierno recibe una propuesta, cualquiera que sea, incluso de carácter simplemente económico, se preocupa de investigar quién es el amisor. Estamos en 1968. Solamente seis años antes, Thiriart se había manifestado públicamente a favor de la OAS, es decir, en favor de quienes trataron de impedir, con el plástico y los atentados, la independencia de ese mismo país al que ahora, se acudía en petición, no solamente de ayuda, sino para proponer iniciativas problemáticas. Fracasados estos contactos, Thiriart orientó su acción internacional hacia los gobiernos sirio e iraquí en el curso de su famoso viaje por Oriente Medio en el otoño de 1968.

Porque no hay que olvidar que la “lucha armada” que proponía Thiriart para sus “Brigadas Europeas”, solamente podría abordarse, después de una larga preparación previa, en la que el movimiento lograse una implantación social suficiente como para soportar la presión que, inevitablemente, desencadenaría el Estado desde el momento en que se iniciase la “lucha armada”. Si volvemos a las cifras que hemos dado antes de militancia en la red de Thiriart, comprobaremos que el proyecto era, no sólo suicida, sino particularmente falto de realismo.

Thiriart lanza estas propuestas (y, según dice abiertamente la traslada a líderes de países tercermundistas, que, bastante más realistas que él, ignoraron cualquier propuesta en esa dirección), dando por supuesto que tenía detrás tiene a legiones de voluntarios dispuestos a embarcarse en insurrecciones armadas y que contaba con un movimiento capaz de asumir la dirección política del proceso, de aportar militantes y cubrir las bajas que inevitablemente sufre toda iniciativa guerrillera. Pero en ese momento, su red, Joven Europa, hacía ya años que estaba en crisis y había perdido cientos de militantes y secciones nacionales enteras. A pesar del plural que utiliza Luc Michel y Cuadrado Costa en sus textos, explicando que Coudroy era “uno más” de los militantes enviados por Thiriart a los “frentes de lucha”, la triste realidad es que no existió ningún otro en similares condiciones. Dicho de manera mucho más sencilla: estas especulaciones no pasaron de ser divagaciones propias de estrategas de taberna. Podemos imaginar el efecto que debía producir un planteamiento así en interlocutores árabes, palestinos o chinos.

A finales de los años 60, era frecuente encontrar en cada esquina de Europa a alguien capaz de glosar la “heroica lucha del pueblo vietnamita” o “el combate de la resistencia palestina”, incluso “la aventura del Ché en Bolivia” o del “pueblo brasileño contra los gorilas de la dictadura”, “del Black Panther combatiendo al imperialismo yanki en su casa”, etc, etc. Era una época en la que estaba de moda, especialmente entre los diletantes, hablar de “lucha armada”, de “brigadas de combatientes”, de “resistentes”, verter sobre estas temáticas ríos de retórica, párrafos exaltados, fintas literarias desgarradas por el romanticismo y por llamamientos a la “lucha contra el imperialismo” que, aquí, en Europa, apenas eran los ecos de una asamblea estudiantil, de un mitin, o las soflamas de un boletín de extrema–izquierda. Los europeos que se dejaron seducir por tales argumentos y, contra toda lógica, creyeron que la lucha en Europa era parecida a la que tenía lugar entre los arrozales vietnamitas, en la selva congoleña o en el altiplano andino, merecerían un capítulo completo en ese tratado de psicopatología política que Thiriart jamás escribió.

Cuando en los años 70, Europa vivió un terrorismo de extrema–izquierda que golpeó especialmente en Italia y en menor medida en Francia, Alemania, Bélgica, Grecia y España, la “lucha armada” adquirió sus verdaderas dimensiones: puro terrorismo. No hubo nada heroico en el tiro en la nuca, en la bomba colocada furtivamente o en el asesinato accidental del que había elegido un mal momento para pasar por ahí. Muchos radicales de la época, seguramente, habrían firmado la sentencia de Cohn Bendit: “En el western de la civilización, todos merecen la bala que se les dispara”, pero, afortunadamente, muy pocos, la pusieron en práctica. Algunos por cobardía, otros porque el análisis los llevaba a rechazar lo que era un suicidio en Europa, sin ninguna perspectiva política, mero producto de la traslación acrítica de esquemas tercermundistas al primer mundo, copia fácil de estrategias que podían desarrollarse entre arrozales, selvas o altiplanos, pero no en una Europa con una población cada vez más pendiente del progreso económico, el pago de la hipoteca y el desenfreno consumista.

Algunos de quienes lo intentaron no fueron responsables: desconocían los efectos que podía tener la lucha armada, cuando pasa de ser ejercicio retórico a chocar con la realidad, pero eso no vale para Jean Thiriart que ya había dejado atrás las exaltaciones de su juventud y, a poco que lo hubiera meditado, sabía perfectamente lo que suponía emprender esa vía: en primer lugar por la desproporción de fuerzas entre un guerrillero “europeo” provisto de su pistola, y los recursos que el Pentágono, las policías y los servicios de seguridad nacionales tenían a su alcance, lo que, en sí mismo, reflejaba la exacta dimensión del desequilibrio de fuerzas. Y Thiriart lo sabía porque había seguido la lucha de la OAS contra De Gaulle. Ni siquiera un movimiento que gozaba de cierto apoyo popular en la metrópoli y total entre la población europea de Argelia, con oficiales decididos que habían conocido el fuego enemigo en dos e incluso en tres guerras, no pudieron soportar dos años de represión. Thiriart que, en su momento, se había solidarizado con la OAS, tenía forzosamente que conocer que, en el enfrentamiento armado de un movimiento revolucionario contra el Estado, éste siempre tiene en su mano los cuatro ases de la baraja: leyes, represión, logística y efectivos.

Thiriart nunca hizo autocrítica de estas ideas que fueron un triple producto: de sus fracasos anteriores y de vías que se le habían cerrado; de un análisis superficial absolutamente incompleto sobre la situación en Europa en el que la obsesión anti–imperialista era omnipresente; y del “zeitgeist” de la época en la que Vietnam, Palestina, las guerrillas, el Ché eran iconos atractivos para una parte de las masas.



[1] J. Cuadrado Costa, op. cit., pág. 42.

[2] Ibid.., pág. 43.

[3] http://www.pcn-ncp.com/

[4] J. Cuadrado Costa, op. cit., págs. 37-38

[5] Ibid., pág. 38

[6] Op. cit., pág. 39

[7] Sus experiencias en la Guerra Civil española están contenidas en su obra Homenaje a Cataluña, cuya primera edición inglesa data de 1938. La obra puede encontrarse fácilmente mediante programas de intercambio de archivos y en edición convencional en Editorial Debate, Madrid 2011.

[8] J. Cuadrado Costa, op. cit, págs. 41-42

[9] Ibid.

[10] Ibid., pág. 42.

 

 

 

  










miércoles, 27 de agosto de 2025

AÑOS 60: LA ENCRUCIJADA DEL NEOFASCISMO (4ª PARTE)

La no alineación en la Europa de los sesenta

Este nuevo período, en la evolución política de Jean Thiriart, no nace –y esto es lo importante– solamente de una reflexión sobre política internacional –que, en reglas generales no había variado sustancialmente en relación al período en el que Thiriart debutó en la acción política con el MAC–, sino de las frustraciones por experiencias anteriores que le obligaron a rectificar posiciones. Es decir: el “segundo Thiriart” es el resultado del fracaso del “primer Thiriart” y que este fracaso no es el resultado solamente de la selección de estrategias y tácticas (a favor de los colonos del Congo, del nacionalismo convencional, del activismo y del anti–electoralismo, de tomas de posición identificadas con el neo–fascismo convencional, etc), sino, además, de que la militancia que iba ingresando en el movimiento no seguía la evolución de Thiriart a su misma velocidad, ni, por tanto, estaban suficientemente identificados con sus tesis.

El problema real es que un individuo como tal puede evolucionar en su pensamiento y realizar todas las piruetas intelectuales que considere necesarias, pero esto no puede aplicarse a un movimiento político (salvo en casos excepcionales; ejemplo: el tránsito de Hitler del “golpismo” de 1919 a 1923, a la convicción de que había que vencer a la democracia con la democracia, de 1926 a 1933). Thiriart pretendía, incluso de sus más próximos colaboradores, que aceptaran todos los cambios de perspectiva que iba incorporando al constatar que el movimiento progresaba, pero no a la velocidad necesaria. Y la mayoría de estos colaboradores se habían incorporado al mismo, por el espíritu que emanaba el Manifiesto a la Nación Europea, que era lo suficientemente atractivo, pero también demasiado ambiguo como para que algunos temas esenciales quedaran poco precisados. A medida que Thiriart intentó precisarlos más –especialmente, a partir de que la creación de la Escuela de Cuadros, le obligara a ello– empezó a producirse la debacle. Esto, unido al carácter de Thiriart, que toleraba mal las discrepancias dentro de su movimiento, fue el germen del rosario de expulsiones y dimisiones que se produjeron entre 1963 y 1965[1].

A esto se unía una evidente “rigidez” doctrinal, en cierta medida, producto del “jacobinismo leninista” del concepto que se había forjado de cómo debía ser su organización política. Europa era demasiado diversa y amplia como para que la irrupción de un “movimiento europeo integrado” pudiera aplicarse en la práctica. Entendemos perfectamente que Von Thadden, tras la conferencia de Venecia, adujera que, para su organización, la creación de un “partido europeo” era prematura. O que el MSI no quisiera renunciar a su cuota electoral en beneficio de una nueva organización intereuropea, innovadora, efectivamente, para la militancia, pero que tenía mucho menos atractivo para el electorado que estaba atento a problemas mucho más inmediatos.

No es que Thiriart se hubiera “adelantado a su tiempo”[2], era, simplemente, que había olvidado que las distintas naciones europeas caminaban a diferentes velocidades y que, en su conjunto, la Europa de los 60 era muy rica en matices, variaciones económicas, diversidad de problemas sociales, divergente en legislaciones nacionales, confesiones religiosas y, para colmo, estaba partida en dos por el “telón de acero”; sin olvidar que las condiciones para la acción política en España, no eran las mismas que en Alemania, y completamente diferentes a las de Rumania o Yugoslavia. Era imposible aplicar un sistema rígido de organización y liderazgo continental en estas circunstancias y, sobre todo, cuando se partía de núcleos minúsculos de militantes cuyo discurso –basado en el concepto de “Europa”– estaba también en boca de la clase política de la época y, la opinión pública tenía la sensación de que, al menos en Europa Occidental, la Comunidad Económica Europea, podía conducir a la construcción de ese ideal.

Contrariamente a lo que pensaba Thiriart, no es que Jeune Europe atrajera a militantes neo–fascistas que no habían llegado a entender el mensaje de la “Europa Nación” (lo que era cierto, en alguna medida), es que la cruz céltica, los uniformes, los llamamientos a “Europa se defiende en Argel”, la colaboración con la OAS, la actitud adoptada, primero contra la descolonización del Congo y luego a favor de la independencia katangueña, los llamamientos a luchar contra la partidocracia que empezaron con el CABDA, siguieron en el MAC y estuvieron presentes en Jeune Europe, el militantismo, los choques con la izquierda, el anticomunismo y el anticapitalismo, todo eso, absolutamente todo, eran los rasgos con los que el ciudadano de la calle identificaba al neo–fascismo convencional y éste había sido encerrado en un gueto político por los vencedores de 1945, en toda Europa Occidental y, no digamos, en la Europa del Este.

En 1964, existían solamente dos actitudes posibles ante esta situación:

– o bien, flexibilizar la concepción del movimiento, adaptarlo a las condiciones de cada país, reconocer la imposibilidad de crear un único movimiento europeo compuesto por “secciones nacionales” (que, en la práctica, en la mayor parte de los casos, en Joven Europa, no terminaban de funcionar y sólo tenían importancia propagandística, para dar la sensación de que el movimiento “crecía”)

– o bien tratar de coordinarse con aquellos grupos nacionales que estuvieran sólidos y consolidados en sus propios países, intentando de federarlos, estableciendo criterios comunes (algo que se había tratado de hacer desde la creación del Movimiento Social Europeo y que siguió intentándose, en buena medida, en el Parlamento Europeo hasta la transformación del MSI en 1995 y hasta la transformación del Front National en Rassemblement National en 2018).

Pero, pensar, como pensaba Thiriart en aquellos momentos, que 10 “cuadros” alemanes, 40 belgas, 25 españoles, 100 italianos, etc, podían alumbrar un “movimiento europeo integrado”, era algo más que una ingenuidad: suponía instalarse en el irrealismo político más absoluto.

A partir de 1964–65, empezaron a manifestarse todos estos problemas. A partir de aquí, o bien se daba marcha atrás y se rectificaban algunos de los postulados originarios, o se intentaba una “fuga hacia adelante”, manteniendo la misma concepción del movimiento, pero con planteamientos y objetivos completamente diferentes. Thiriart optó por esa segunda opción. Las consecuencias fueron deletéreas: cuatro años después, el movimiento, ya esquelético, estaba completamente desintegrado: le faltó “aire” para respirar, se asfixió por falta de espacio político, no logró conquistar la credibilidad que precisaba para ser tomado en serio y poder expandirse. En ese período, Thiriart se refugió en concepciones geopolíticas (seguiría en ellas hasta su muerte) excesivamente teóricas y desplazó su temática de Europa al Tercer Mundo.

Como era de esperar –y no podía ser de otra manera– la teorización de Thiriart entre 1965 y 1969, condujo a los restos de Jeune Europa (transformados, como hemos visto, en PCE) a la extinción. El propio Thiriart, fue realista al apreciar que su camino político, iniciado en la CABDA, acababa aquí. Optó por recluirse en su trabajo como óptico y a presidir la Asociación Mundial de Optometristas, prosiguiendo en silencio, como hobby, sus reflexiones geopolíticas. Atendía en ese tiempo a los curiosos y/o inquietos que llamaban a su puerta para conocer al que fuera líder de Jeune Europe, a algunos estudiosos que elaboraban tesis universitarias y a esperar un momento para salir de nuevo a la superficie, aprovechando la desintegración del bolchevismo. La muerte le sorprendió en ese momento.

Lo que vamos a seguir en esta parte son las ideas que “el segundo Thiriart” imprimió al PCE y que, por su naturaleza misma, muestran, el gran problema del neo–fascismo de los años 60: la imposibilidad de construir un discurso político realista y creíble por un lado y de traducirlo en orientaciones estratégicas con posibilidades de aplicarse en la práctica.

1. Los elementos que contribuyeron a impulsar la evolución de Thiriart tras el fracaso de Jeune Europe.

El folleto titulado De Jeune Europe aux Brigades Rouges (De Joven Europa a las Brigadas Rojas)[3] nos sitúa en la Europa de los años 60. El autor –José Cuadrado Costa– lo escribió con la intención de destacar el “compromiso antiamericano” de Jean Thiriart y de su organización Jeune Europe, así como, especialmente, de la revista La Nation Européenne. El punto de partido es que, a partir de 1964–65, como hemos visto, Thiriart aumenta la carga de su antiamericanismo y reduce los ataques contra el bloque soviético, se olvida de la descolonización y de la OAS y se interesa por la no-alineación.

El marco histórico en el que aparecen esta mutación en el pensamiento de Thiriart está caracterizado por cuatro elementos:

1) La crisis de la no–alineación constituida en los años 50. Hasta la Guerra de los Seis Días (1967), era posible creer que un grupo de pueblos, los “no alineados”[4], podían mantener actitudes de colaboración, independientes y equidistantes a los dos imperialismos que en aquel momento pugnaban por la hegemonía mundial. Pero, a partir de la espectacular derrota árabe de 1967 y de la guerra del Vietnam, el “tercerismo” se fue difuminando: la realidad demostraba que, o se estaba alineado con la URSS contra los EEUU, enarbolando temáticas de “liberación nacional”, o se permanecía al lado de los norteamericanos en función de políticas anticomunistas, liberales y democráticas.

2) El ascenso de las “luchas de liberación” (con frecuencia, “luchas armadas”) desarrolladas en tres frentes, coordinados –al menos desde el punto de vista de la propaganda– por la Organización Latinoamericana de Solidaridad con los Países de Asia, África y América Latina (OSPAAAL), la llamada “Tricontinental” (creada en 1966 y disuelta en 2019)[5], impulsada desde La Habana por el régimen castrista. La “tricontinental” apoyó especialmente al Vietcong y a las guerrillas promovidas por la izquierda iberoamericana, así como a los movimientos de liberación de las antiguas colonias portuguesas y, por supuesto, a la resistencia palestina. Era evidente que se trataba de una iniciativa financiada por Moscú, que se radicó en Cuba para dar una mayor sensación de proximidad e independencia[6].

3) La aparición de la “nueva izquierda” que rompía con el “revisionismo” soviético y (en gran medida) seguía los pasos del maoísmo chino que, por eso mismo, a pesar de pertenecer inicialmente al bloque soviético, se escindió tras la muerte de Stalin y se situó en el área de la “no alineación” en relación a los EEUU y a la URSS. La “nueva izquierda” hizo otro tanto allí donde tuvo algún peso. Estaba interiormente fragmentada en tendencias que se reconocían, como denominador común, en el antiyanquismo, el marxismo–leninismo por una parte, las distintas capillas trotskistas y marxistas–revolucionarias por otro, y el viejo anarquismo y las corrientes utopistas y “situacionistas”[7] que desembocarían quince años después en el ecopacifismo.

4) Se produce un momento de alta politización de la juventud europea en cuyo imaginario colectivo adquiere un peso decisivo los tres elementos enumerados anteriormente y que darán vida a las distintas componentes estratégicas de la “nueva izquierda”:

1. El “Movimiento Estudiantil” que unirá las modas incipientes de la época (maoísmo, trotskismo, situacionismo, anarquismo) a una reflexión inicial sobre la “condición estudiantil” y la “ideología estudiantil” que desaparecerá pronto del “movimiento del 68” para ser sustituida por una doctrina de extrema–izquierda en la que el antifascismo (es decir, en la práctica, la lucha contra otros movimientos estudiantiles de carácter neo–fascista o, simplemente, no marxistas) pasó a ser el elemento dominante[8].

2. Los primeros intentos de llevar la “lucha armada” a Europa, siguiendo el ejemplo de las guerrillas tercermundistas y el recuerdo de la “resistencia” durante la Segunda Guerra Mundial. Sorprende el número de “intelectuales” diletantes que coqueteaban con la “lucha armada” (Debray en Francia, Feltrinelli en Italia, y en España el matrimonio Foret–Sastre), literalmente fascinados por las “acciones heroicas antiimperialistas” que tenían lugar en otros países (sin embargo, a la hora de expresar afinidades, por supuesto, siempre exaltaban al general vietnamita Giap, antes que al estudiante checo Jan Pallach inmolado como protesta por la invasión soviética de su país en 1968, lo que demuestra su inclinación y preferencias)[9].

3. El ascenso y el rápido reflujo del “movimiento estudiantil” y de la primera oleada de extrema–izquierda que se extenderá desde 1967 hasta los primeros años de la década de 1970, para luego reaparecer de manera todavía más agresiva, en la segunda mitad de esa misma década y cristalizar en fenómenos como las Brigadas Rojas, Action Directe, la Rote Armee Fraktion, ETA(p–m), los GRAPO, etc, De todos estos grupos, las Brigadas Rojas italianas llevaron esta vía más lejos que ninguna otra organización terrorista europea. Hacia principios de los 80, todo este conjunto estaba ya desintegrado y la extrema–izquierda había sido sustituida por los “partidos verdes”, mucho más tranquilizadores y que permitían una militancia más reposada.

Thiriart, empezó a ser consciente de todos estos cambios desde el momento mismo en el que se produjeron, especialmente después de que la ruptura chino–soviética se diera, no solamente en el plano ideológico, sino especialmente en el geopolítico. También percibió los cambios de preferencias de la juventud “revolucionaria” que empezó a estar fascinada por la figura del Ché, por la actividad de los movimientos de liberación. Intuyó que los nuevos “mitos” sobre los que apoyarse, ya no podían ser ni la descolonización del Congo, ni la defensa de la Argelia francesa, sino que la lucha de los palestinos contra Israel, el conflicto chino–soviético y la “no alineación”, podían integrarse en su idea de “Europa Nación”. Y, a partir de la creación de La Nation Européenne–PCE, todos estos temas aparecieron cada vez con más frecuencia en sus columnas.

Los cambios no suficientemente valorados por Thiriart

No parece –o al menos no queda constancia, que conozcamos– de que Thiriart se interesase por otros cambios en profundidad que estaban sucediendo en aquellos momentos. Si lo hubiera hecho, posiblemente, su discurso habría sido diferente: pero optó por la “frialdad geopolítica” en el análisis central que realizó. Y, sin embargo, aquella fue una época –de 1960 a 1973–, de grandes cambios económicos, sociales y culturales, especialmente en el “primer mundo” (utilizamos el término “primer mundo”, para eludir el término “Occidente” que tanto repugnaba a Thiriart[10]).

Sobre todos estos elementos (las condiciones objetivas, las condiciones subjetivas, la inadecuación creciente del área neofascista, el espacio político del que había partido Jean Thiriart y toda su militancia), se deslizaban los cambios económico–culturales que estaban teniendo lugar en el Primer Mundo y que repercutieron especialmente en las sociedades occidentales durante esa fase de la Guerra Fría[11]:

Sociedad de la abundancia en el Oeste, frente a las sociedades de la precariedad en el Este. El período de reconstrucción y prosperidad económica que se prolongó desde 1945 hasta 1973, hizo que mejoraran las condiciones de vida de la clase obrera. La “conciencia de clase” proletaria se fue deslizando progresivamente hacia las convicciones y los modos de vida burgueses. El proletariado europeo dejó de ser “revolucionario” (si es que alguna vez lo había sido), para convertirse en una fuerza más que aspiraba, legítimamente, a un modo de vida burgués y convencional. Algo que ya quedó demostrado en la actitud de los sindicatos mayoritarios franceses durante las jornadas de mayo de 1968. Desmintiendo al marxismo, la “conciencia de clase proletaria” demostró ser nada más que una aspiración a disfrutar del estatus y de la capacidad adquisitiva que hasta ese momento era propia de la burguesía.

La transformación funcional de la sociedad en un amasijo de “productores alienados” (que no eran dueños de su trabajo) y de “consumidores integrados” (que tenían el consumo como único horizonte vital y no podían prescindir, por tanto, del “sistema”). La realidad social –y, a fin de cuentas, la sociedad era el terreno en el que se dirimía la lucha política en ese momento– iba en una dirección completamente diferente a la enunciada por Thiriart, para quien las “realidades geopolíticas” se situaban por delante y por encima de las “realidades sociales” y, por tanto, para él, los destinos de las sociedades dependían de la geopolítica mucho más que de la economía y de la estructura económica de las naciones. Es significativo que, en economía, las ideas de Thiriart fueran excepcionalmente sumarias: había elegido un campo, ignorando casi completamente el otro.

Crisis de la religión católica evidenciada a partir del Concilio Vaticano II, a lo que se sumó una crisis general de “la espiritualidad” con la aparición de una “segunda religiosidad”, esto es, sectas y creencias exóticas. Tampoco este terreno pareció interesar a Thiriart que se definía como “materialista” y poco dado a las “fugas espirituales”. Y, sin embargo, el destino del cristianismo estaba íntimamente ligado a la cultura europea. Porque, a fin de cuentas, el problema –algo sobre lo que “el segundo Thiriart” no se pronunció– fue si aspiraba a construir una “sociedad tradicional” o bien una “sociedad progresista”. La segunda opción, implicaba una desvalorización del papel de la religión en la sociedad, pero la primera implicaba aceptar el papel jugado por la Iglesia en la estructura social (la familia como célula básica). Por otra parte, el “segundo Thiriart”, sin duda, pensaba que la pérdida de la fe religiosa en Occidente llevaría a una época en la que reinarían lo valores científicos y objetivos y no sería necesario recurrir al “pensamiento mágico”, sin embargo, desde Spengler se intuía que el hundimiento de la religión tradicional implicaba la aparición de un período de supersticiones y creencias excéntricas, sin raíces, esto es, en la aparición de un nuevo “pensamiento mágico” que, a diferencia de la religión cristiana, carecía de arraigo social.

Cambios en las relaciones sexuales: generadas por el lanzamiento de la píldora anticonceptiva, la irrupción del primer feminismo, las modas en el vestir, la aparición del movimiento hippy, el aumento de la pornografía, desaparición de la idea del “pudor”, todo lo cual llevaba a la normalización del “pansexualismo” (esto es de la omnipresencia del sexo en todos los órdenes, desde la publicidad hasta los espíritus). Tampoco en este terreno, Thiriart pareció tener nada que decir.

Cambios en la estructura mundial del capitalismo: durante los años 60 el capitalismo, inició la etapa final de su período “industrial” y tendió a transformarse en “multinacional”. Las corporaciones ganaron en peso e influencia, no solamente en los EEUU, sino en todo el mundo. Las economías del Oeste, esto es, capitalistas, respondieron mejor a esta nueva época en la que ya se había superado la reconstrucción de Europa, que las del Este Europeo y de la URSS, que todavía manifestaban problemas de abastecimiento de los mercados, agilidad en la gestión e innovación tecnológica. Thiriart pareció no advertir –y ni en su larga entrevista con Gil Mugarza ni en otros escritos, parece darse cuenta de la importancia del factor económico en la evolución de los pueblos y de sus sistemas de gobierno– que el capitalismo occidental demostraba, mayor ambición, más capacidad depredadora, pero también mucho más dinamismo que las economías del Este y sus sistemas (que tendían a la burocratización). A pesar de que el “primer Thiriart” había dejado constancia de la necesidad de organizar la economía en tres niveles (iniciativa privada, industrias estratégicas que debían ser propiedad del Estado e iniciativa mixta), no volvió a insistir en esta temática. Tampoco pareció conceder gran importancia a la aparición de La Era Tecnotrónica [12], en la que el principal inspirador de la Comisión Trilateral[13] que se fundaría tres años después, enumeraba las implicaciones futuras de las nuevas tecnologías entonces emergentes y como afectarían a la “gobernanza” de los pueblos. Y, si bien es cierto que existió un punto de encuentro entre el autor de esta obra y Thiriart (ambos en efecto, centraban sus análisis en la geopolítica[14]), lo hacían desde posiciones divergentes: el primero tratando de demostrar las vías a través de los que los EEUU podían seguir detentando la “hegemonía global” y Thiriart tratando de definir un “destino mundial” para Europa.

Caída del nivel cultural de las nuevas generaciones con la aparición de nuevas teorías educativas heredadas de las viejas ideas de Amos Comenius, en las que se desvalorizaba la memoria y el bagaje cultural de los pueblos, esto es, su identidad. A esto se unió la difusión de la psicodelia que irrumpió con la contracultura. Thiriart no pareció prever la caída de nivel cultural y moral que iban a producir directamente las mutaciones del capitalismo y que se evidenciaban a partir de mediados de los 60, cuando las nuevas generaciones occidentales se convirtieron en cada vez más dependientes de las “modas” (incluso de las modas políticas).

Es posible que Thiriart, aun siendo consciente de todos estos cambios, no estuvo en condiciones de integrarlos en el esquema geopolítico que estaba presente en su nuevo punto de vista de las relaciones internacionales y del futuro de Europa. De hecho, apenas hay referencias en su obra a todos estos problemas sociales.

La nueva orientación que Thiriart dio a su movimiento, cuando este pasó a llamarse “Partido Comunitario Europeo”, tuvo dos fases:

– en la primera, que ya hemos mencionado, atenuó las cargas contra el “imperialismo soviético”, aumentando las invectivas contra el “imperialismo americano”.

– en la segunda, buscando puntos de apoyo, trató de encontrarlos en la “no–alineación”, primero en el mundo árabe (en tanto que estaba enfrentado al Estado de Israel, plataforma para el desembarco de los marines en Oriente Medio) y luego en China (cuando aumentaba la tensión en la frontera del Usuri entre este país y la URSS, que llegó hasta enfrentamientos armados de cierta importancia y cuando se desarrollaba la guerra del Vietnam). Finalmente, en una última fase de su evolución (lo que hemos llamado “el tercer Thiriart”), llegar a la conclusión de que la URSS primero y luego la Federación Rusa, tras la descomposición de la anterior, eran el “aliado natural de Europa”.

Toda esta temática ha dado lugar a distintos “anécdotas”[15] sistemáticamente recogidas en el folleto antes mencionado de Cuadrado Costa: De Joven Europa a las Brigadas Rojas. La lectura de este opúsculo en la actualidad, genera inevitables confusiones, distorsiones y malentendidos, como ya los formuló cuando se publicó. Digamos, desde ahora, que las grandes “temas” que da el autor sobre el “segundo Thiriart” (el autor, no llegó a conocer la última evolución, que llamaremos, “el último Thiriart”), son, sin excepción, problemáticos, conflictivos, poco claros. Estos temas son:

– La figura de Roger Coudroy y las relaciones de Thiriart con la Resistencia Palestina.

– Joven Europa y las “Brigadas Rojas”.

– La unión revolucionaria entre Joven Europa y el maoísmo.

– La concepción “jacobino–leninista” de Thiriart.

– Las relaciones con la República Popular China.

Cuadrado Costa[16] fue uno de los jóvenes que, sin haber militado en Joven Europa, ni en su avatar posterior, el Partido Comunitario Europeo, contactaron con Thiriart –a finales de los años 70 o a principios de los 80– y recibieron de éste, directamente, las informaciones que vertió en el opúsculo mencionado.

Así pues, para abordar al “segundo Thiriart” es preciso seguir estos hitos; el primero de todos ellos son las sombras que planean sobre Rober Coudroy.



[1] Cuando Joan Colomar, Enrique Moreno y el autor de estas líneas, nos entrevistamos con Thiriart en Barcelona, nos llamó mucho la atención que nos recomendara evitar cualquier discusión interior dentro de la propia organización: “hay que evitar las polémicas interiores, si alguien no está de acuerdo, no vale la pena polemizar, es una pérdida de tiempo, suivant! (¡el siguiente!)”. Suivant!, implicaba que no había que perder el tiempo tratando de convencer a discrepantes sobre la justeza de una línea política. Personalmente, sentí que esta frase resumía, en sí misma, los motivos del fracaso de Jeune Europe.

[2] “Jean Thiriart decía habitualmente que se había adelantado veinticinco años a su tiempo, lo que era exacto”, Y. Sauveur, Qui suis-je…, op. cit., pág. 7.

[3] José Cuadrado Costa, De Jeune Europe aux Brigades Rouges – Antiaméricanisme et logique de l’engagement révolutionnaire, ed. Ars Magna, Collection Les documents d’Ars Magna, 2021.

[4] El Movimiento de Países No Alineados, fue el resultado de dos fenómenos: la descolonización y la Guerra Fría. La idea central de este bloque fue conservar la neutralidad y no declararse a favor de ninguna de las dos superpotencias en litigio, USA y URSS. El primer intento de organización de este bloque data de 1955, cuando el presidente indio Nerhu, el egipcio Nasser y el indonesio Sukarno, convocaron la Conferencia de Bandung de la que saldría el movimiento. Luego, en 1961 se convocó la conferencia de Belgrado (Tito se había sumado a la no-alineación). El movimiento sigue existiendo, al menos en teoría, en la actualidad. Sus objetivos, aparte de sus buenas intenciones iniciales, resultaron ser bastante pobres: lucha contra el imperialismo, desarme, fortalecimiento de la ONU, desarrollo, democratización, no participación en pactos militares con ninguna de las superpotencias, lucha contra el apartheid y el racismo, etc.

[5] A pesar de ser posterior a la creación de la OSPAAAL, el texto que más influyó en la organización (y también en La Nation Européenne-PCE, fue el escrito de Ernesto “Ché” Guevara, Crear dos, tres muchos Vietnam, publicado en La Habana, Cuba, el 16 de abril de 1967, en forma de folleto como suplemento especial para la revista Tricontinental, órgano del Secretariado Ejecutivo de la OSPAAAL.

[6] De hecho, cuando se inició la Perestroika, la OSPAAAL cayó en la atonía. En sus 53 años de historia, la OSPAAAL contó con un total de nueve secretarios generales designados, sin excepción, por el Partido Comunista cubano, que, como se puede observar, en su mayoría permanecieron en el cargo por un largo periodo: Osmany Cienfuegos Gorriarán (1966-1980, el gran impulsor de la organización), Melba Hernández Rodríguez del Rey (1980-1983), René Anillo Capote (1984-1994), Ramón Pez Ferro (1994-2000), Juan Carretero Ibáñez (2000-2003, que había acompañado al Che en el Congo y en Bolivia), Humberto Hernández Reinoso (2003 a 2005), Alfredo León Álvarez (2005-2006), Alfonso Fraga Pérez (2006-2012), y Lourdes Cervantes Vázquez (2013-2019). Cuando se disolvió la organización, sus funcionarios fueron recolocados por el Partido Comunista en otros puestos de trabajo. Tras la interrupción de las subvenciones procedentes de la URSS, hacia 1987, la actividad de la OSPAAAL se redujo a seguir publicando su revista mensual, dejando de “impulsar luchas de liberación nacional”. Fue sustituido en 2019 por un Instituto de Investigación Social con ambiciones mucho más limitadas. Por cierto, Cuba era la única nación iberoamericana incluidas entre los no-alineados, cuando era suficientemente conocido que había optado, en la práctica, por alinearse con la URSS y así estuvo hasta la crisis que la llevó a disolverse.

[7] De todos los elementos que formaron el conglomerado de la “nueva izquierda”, sin duda, el “situacionismo” es el más interesante y el único que, realmente puede considerarse “nuevo”. Sobre la Internacional Situacionista, su historia, su origen y su evolución, pueden leerse: Historia de la Internacional Situacionista, Jean-François Martos, Editorial Montemira, San José, Costa Rica, 2012; Los situacionistas. Historia crítica de la última vanguardia del siglo XX, Mario Perniola, Acuarela Libros & A. Machado Libros, Madrid, 2008; Internazionale Situazionista: Textos completos de la sección italiana de la Internacional Situacionista (1969-1972), Pepitas de calabaza, Logroño, 2010. También existe una base de artículos situacionistas traducidos al castellano en Archivo Situacionista Hispánico, https://sindominio.net/ash/

[8] Cf. Sobre los contenidos doctrinales del movimiento estudiantil, puede leerse el texto clásico que los sintetiza: La ideología revolucionaria de los estudiantes europeos, Alejandro Nieto, Editorial Ariel, 1971.

[9] Una síntesis de estos movimientos está contenida en el texto Lucha armada en Europa, Peio Aierbe, Editorial Revolución, 1989. Sobre las Brigadas Rojas, la organización más conocida, véase Pertenencia a banda armada. Ataque al corazón del Estado y terrorismo en Italia, Matteo Re, Madrid, 2013.

[10] “El Occidente del que tanto alardean los derechistas franceses no es más que esto: el área de expansión de la limonada americana (…). Vomitamos sobre este Occidente. Y vomitamos también sobre los que se hacen sus cómplices [e idolatran a los EEUU], primer Estado judío del mundo” (La Nation Européenne, 15 de marzo-15 de abril de 1966).

[11] Amor Dibo y Magí Bertrán, Fotogenia de la Guerra Fría, Agora de Ideas, Barcelona, 2017. Cf. Capítulo El Aspecto Histórico, págs. 20-89. Y, especialmente La fase de distensión, págs. 50-56

[12] Zbigniew Brzezinsky, Editorial Paidos, Madrid, 1970.

 

[13] La “Trilateral”, que todavía existe, fue un “Estado Mayor” de personalidades de la economía, la política y la comunicación, de los tres bloques económicos líderes en los años 70: EEUU, Europa y Japón. En gran medida fue un centro de intercambio de información, “sugerencias”, tráfico de influencias y orientación de la vida política, cultural y económica mundial que alcanzó su máxima influencia durante el período presidencial de Jimmy Carter (1977-1981).

[14] Véase, El Gran Tablero Mundial, Zbigniew Brzezinsky, Editorial Paidos, Madrid, 1998.

[15] Definimos a casi todos los capítulos de ese trabajo como “anécdotas” y no “relatos históricos”, en la medida en que los últimos son crónicas que sucedieron en el paso y que disponen de elementos suficientes como para comprobar su veracidad, mientras que una “anécdota” es un relato de episodios pasados, que no necesariamente son ciertas y que, en cualquier caso, son de imposible comprobación.

[16] Los datos sobre José Cuadrado Costa de que se disponen hoy son los mismos que existían en 1990 y que incluyó Carlos Caballero en su prólogo a Ramiro Ledesma Ramos, un romanticismo de acero (Ediciones Barbarroja, Madrid 1990, págs. 5-8: “Cuadrado Costa ha desaparecido. Algunos amigos me han informado de que ha muerto. Pero jamás he podido confirmarlo. Mi correspondencia con Cuadrado se interrumpió bruscamente hace algunos años y jamás he vuelto a saber nada de él. Pronto llegué a la conclusión de que tenía una sólida formación intelectual y -gracias a su conocimiento del alemán- podía beber directamente en las fuentes de Ramiro Ledesma. Aparte de Ledesma, los otros objetos privilegiados del estudio de Cuadrado eran los nacional-bolcheviques alemanes, la “Segunda Revolución” que intentó Ernst Röhm después de 1933, Joseph Goebbels, Pierre Drieu La Rochelle y el pensamiento de Jean Thiriarth. Nada casual, como se puede comprender. (…) Creo que Cuadrado es el único y auténtico “nacional-bolchevique” que he conocido. Un prototipo del “fascista de izquierda”. Siempre aborreció las componendas que ciertos grupos autocalificados como “fascistas” o “nacional-revolucionarios” mantenían con las fuerzas conservadoras de la derecha nacional”.