lunes, 3 de julio de 2023

LO QUE QUEDABA POR DECIR DEL CONFLICTO UCRANIANO (1 DE 3)

O se está a favor de la OTAN y, por tanto, a favor de su mayordomo ucraniano, Zelensky; o bien, se está en contra de la OTAN, en tanto que expresión del dominio militar norteamericano sobre Europa y, por tanto, se está en contra Zelensky. Y, dado que, en todo conflicto, hay dos bandos: tomar partido por uno u otro no puede ser nunca el resultado de una opción subjetiva, visceral o suscitada por la propaganda dominante, se esté donde se esté, sino como resultado de una reflexión lo más ampliamente posible, hacerlo implica evidenciar cuál es la alternativa que se considera más próxima. Y, además, el análisis debe realizarse en función de cómo afecte el conflicto al país al que se pertenece. Todo lo demás que pueda decirse sobre el conflicto ucraniano, es superfluo. Esto implica añadir algo a lo que ya hemos escrito desde febrero de 2014 sobre esta temática. Aspiramos a presentar en estos tres artículos:

1) Describir el origen del conflicto.

2) Definir la naturaleza misma del conflicto en sus distintas fases.

3) Definir las consecuencias del conflicto para España y para Europa.

Se nos permitirá añadir una pequeña introducción sobre nuestra posición personal ante el conflicto.

UCRANIA Y YO

De Ucrania sabía en 1988 lo que se había dicho tantas veces: que si era “el granero de Europa”, que si existía un nacionalismo cuyo líder histórico era Stephan Bandera y que existían grupos centrífugos que aspiraban a independizarse de la URSS (por entonces la “perestroika” todavía pensaba en reformar, no en abolir, el comunismo). Diez años después, en 2017-18 traduje la obra de Michele Rallo, L’Ukrania e il suo fascismo – L’Organizzazione dei Nazionalisti Ukraniani dalle origini alla guerra fredda que apareció fragmentado en los números 50, 51, 52, 53 y 54 de la Revista de Historia del Fascismo (que en los próximos días será publicado en forma de volumen unitario) y que consideramos esencial para una comprensión histórica del origen del problema.

Por supuesto, me interesé por Ucrania a raíz de los incidentes del “euromaidán”, en las falsas “revoluciones naranja” y desde el estallido del conflicto en las repúblicas del Donestz. En cualquier caso, debo aclarar que nunca tuve intención de realizar un análisis sobre el conflicto ni desde el punto de vista ruso, ni desde el ucraniano: en 2014 opinaba todavía que se trataba de un conflicto entre dos formas de nacionalismo, muy habitual en la Europa del Este, pero debo aclarar que mi opinión no estaba marcada ni por la propaganda rusa, ni por los contenidos masivamente divulgados por los medios de comunicación occidentales. Dicho lo cual contaré una pequeña anécdota.

En París conocí a un exiliado ruso. Debió ser en 1988. Anatoly Ivanov, cenamos en un bistró del barrio Latino y tuve ocasión de recibir algunas informaciones directas sobre la deriva que estaba emprendiendo la URSS. Pocos años después, Ivanov, volvería a Rusia y sería uno de los puntales de la “nueva derecha” de ese país. Me sorprendieron algunas de sus tomas de posición sobre la masonería y el judaísmo, pero en general me pareció un hombre juicioso y bien informado sobre su país. Le pregunté por el nacionalismo ucraniano. Recuerdo su respuesta: “Mejor que se vayan, son parásitos; nos cuestan mucho”. Archivé la respuesta sin tener elementos suficientes para rebatirla o, incluso, para entenderla.

Empecé a aceptar que algo de razón tenía Ivanov cuando, sin excesivas tensiones, se inició el proceso de independencia ucraniana el 21 de enero de 1990 que se prolongaría algo más de un año. Gorvachov estaba en el poder. No hubo resistencias numantinas. Fue como si Rusia se hubiera quedado un peso de encima. Quedaban, claro está, el problema del arsenal nuclear depositado en territorio ucraniano y la orientación política del país. Así que, poco después de la independencia, Bielorrusia, Rusia y Ucrania firmaron el tratado que disolvía la URSS y creaba la Comunidad de Estados Independientes. Ucrania estaría donde había estado siempre: formando parte de la Europa del Este, vinculada a Rusia. La cuestión nuclear tampoco fue difícil de negociar: simplemente, Ucrania, desde 1996 dejó de ser un país “nuclear” entregando a Moscú todo el arsenal atómico heredado de la URSS. No había ninguna razón para que ambos países entraran en guerra. Absolutamente ninguna.

EL LARGO CAMINO HACIA EL CONFLICTO UCRANIANO

A partir de la independencia, cuando cesaron de llegar las subvenciones del Estado Soviético, Ucrania inició una rápida caída por la pendiente: entre 1991 y 1999, el país perdió el 60% de su PIB y su economía sufrió hiperinflación. Nada más nacer, Ucrania se había convertido en un “Estado fallido”: corrupción, criminalidad organizada, aparición de una oligarquía mafiosa (siempre, por cierto, de origen judío-jazaro), caos social, caracterizaron al país desde la independencia hasta el año 2000. En los siete años siguientes, la economía se repondría especialmente gracias a las aportaciones rusas y a que este país ya había conseguido salir del hoyo que supuso el período Eltsin, el hombre bendecido por Occidente como impenitente borracho y enterrador de Rusia.

En ese período, la OTAN ya había vulnerado algunas de las promesas formuladas por George Bush a Gorbachov y era evidente que estaba adelantando sus líneas en dirección a la frontera ucraniana. La prueba inequívoca de la traición eran las incorporaciones que estaban realizando los antiguos países del Pacto de Varsovia, a la Unión Europea (lo cual era lógico) y a la OTAN (lo que suponía una vulneración de los acuerdos). Y, además, cada vez estaban más presentes los “quintacolumnistas” occidentales en la política ucraniana.

Cuando en 2004, Viktor Yanukóvich venció en las elecciones presidenciales, bastó una campaña de agitación para desencadenar manifestaciones de apoyo al candidato opositor, Viktor Yúshchenko que, finalmente, se hizo cargo del poder. Sin embargo, no pudo evitar que dos años después, Yanukóvich lo sustituyera y que, poco más de un año después, éste fuera derrotado por Yulia Timoshenko. El mal recuerdo que dejaron favoreció el que Yanukóvich volviera a la presidencia en 2010. Hay que decir que Yanukóvich ha sido definido como “pro ruso”, mientras que la pareja Yúshchenko- Timoshenko eran pro-occidentales.

El deterioro de las relaciones con Rusia se sitúa entre 2006 y 2009 cuando los rusos quisieron establecer un precio razonable para el gas natural ruso. Hasta ese momento, Ucrania pagaba un precio simbólico por ese gas, a cambio de dejar pasar a través de su territorio, los gaseoductos hasta Europa Occidental. Los rusos se quejaban de que se habían producido “pinchazos” en los gaseoductos y habían sido desviados cantidades ingentes de gas.

A partir de ese momento, Putin empezó a plantear la construcción de gaseoductos que contorneasen al Estado ucraniano por el Norte (el North Stream) y por el Sur (a través de Turquía). La intención era doble: hacer pagar a los ucranianos el precio de mercado por el gas que consumían y eludir las malas prácticas que comprometían la integridad de los gaseoductos y de sus flujos a través del territorio ucraniano.

Estaba claro que los rusos, dada la inestabilidad política en Ucrania, habían entendido perfectamente que el paso siguiente de los países occidentales era vender a Ucrania el mismo “pack” que habían vendido a los antiguos países del Pacto de Varsovia: entrar en la UE y, de paso, en la OTAN. Y la OTAN, no lo olvidemos, tenía solamente una finalidad: combatir, no ya al “expansionismo soviético”, sino luchar contra Rusia.

Esta posición de Occidente se vio todavía más clara cuando se produjo el “Euromaidán” en 2013. Yanukóvich, presidente electo del país, manifestó su rechazo a llegar a un acuerdo con la UE y optó por estrechar vínculos con Rusia. El agit-prop pro-occidental generó una serie de manifestaciones y disturbios en la calle exigiendo la dimisión del presidente electo democráticamente. Los disturbios se saldaron con un número de muertos y heridos que es difícil de establecer. Una camarilla pro-occidental en connivencia con la oligarquía ucraniana, se instaló en el gobierno de Kiev. Zelensky es el último producto de esa camarilla. El camino para la incorporación de Ucrania a la OTAN y a la UE estaba abierto. La única diferencia era que, ni Occidente era todo lo fuerte que creía serlo antes de la crisis de 2007-2011, y Rusia había conseguido detener su caída en picado iniciada con el final de la “perestroika” y finalizada con la llegada de Putin al poder.

A partir de ese momento, Rusia actuó en una doble dirección: por una parte, acelerando prescindir de Kiev para el envío del gas a Occidente y, en segundo lugar, favoreciendo la incorporación de los territorios ucranianos que, solamente por caprichos del destino (durante la época soviética) habían sido incorporados a la entidad ucraniana, pero que, mayoritariamente, estaban poblados por rusos y que, por lo demás, eran territorios con una considerable riqueza minera. Es en ese momento cuando se inicia el conflicto ruso-ucraniano, no en febrero de 2022.

UCRANIA PARTIDA EN DOS

En efecto, el conflicto armado empieza en 2014. Tras ser destituido el presidente Yanukóvich, las regiones surorientales del país, mayoritariamente rusófilas, rechazaron la política de aproximación a la OTAN y ruptura con Rusia. La población rusófila optó por iniciar manifestaciones callejeras de protesta por las decisiones del nuevo gobierno, especialmente en materia lingüística que anulaban la co-oficialidad de la lengua rusa. Estos grupos se mostraban partidarios de integrarse en Rusia. En Crimea, las autoridades convocaron un referéndum para adherirse a la Federación Rusa. Los ciudadanos acudieron masivamente a las urnas (el 80%) y con una respuesta masiva (el 96%) a la incorporación de la República de Crimea a la Federación Rusa. Esta dinámica se contagió a las regiones del Dombás, mayoritariamente habitadas por ciudadano rusófonos, que constituyeron las Repúblicas del Donetsj y de Lugansk. El 11 de mayo de 2014, se celebraron los referendos en ambas repúblicas: con una participación del 75%, los referendos dieron un resultado del 90% a favor de la independencia y un 10% en contra.

Resultados inapelables y que responden perfectamente a la identidad lingüística de estas zonas. El gobierno ucraniano no reconoció los resultados, ni rectificó su política de “ucranianización” de estos territorios. No solo eso: inicio, instigado por los agentes de la OTAN, ataques terroristas contra los exponentes rusófilos. Es decir, desde 2014, los ataques terroristas ucranianos no han cesado. Es importante señalar que estos ataques se han realizado únicamente en el territorio de estas repúblicas, no se han producido incursiones, ni operaciones de represalia en territorios bajo administración ucraniana. A pesar de los acuerdos de Minks (febrero de 2915), los sucesivos altos el fuego no han sido respetados: los ataques de unidades irregulares ucranianas que trataban de “recuperar” el territorio de ambas repúblicas, prosiguieron.

Es importante señalar que estos ataques ucranianos se produjeron desde el mismo día del referéndum. Es más, resulta posible establecer quién fue el primer muerto de esta guerra generada, querida y promovida por la OTAN: en la ciudad de Krasnoarmiisk, la Guardia Nacional ucraniana disparó varias ráfagas de fusil contra un colegio electoral asesinando a un ciudadano. En otros pueblos, se sucedieron incidentes parecidos, incluso ataques de artillería por parte ucraniana sobre población indefensa. Es, así mismo, significativo, que en 2014 y 2018 se han celebrado elecciones en ambas repúblicas, eligiendo autogobiernos y parlamentos con representaciones de distintas opciones políticas, pero los grupos pro-ucranianos, renunciando a la vía política optaron por expediciones terroristas de castigo.

Las cifras de muertos, desde 2014 hasta la generalización del conflicto en 2022, son susceptibles de distintas valoraciones, pero oscilan entre los 15.000 y los 40.000 muertos. Las cifras de civiles muertos oscilantes entre los 3.000 y los 5.000.

UNA PRIMERA RECAPITULACIÓN

Si bien el balance del conflicto 2014-22 está sujeto a caución lo que sí puede establecerse es:

1) Que los habitantes de Crimea y de las Repúblicas del Donets y de Lugansk, han optado por una amplísima mayoría por desentenderse de la línea anti-rusa adoptada por el gobierno de Kiev y han mostrado su intención de integrarse en la Federación Rusa. Es su opción y, como tal, es una opción legítima, expresada abiertamente en las urnas y con resultados que no dejan lugar a dudas.

2) Que, a falta de sólidos apoyos en las poblaciones locales, el gobierno de Kiev optó por lanzar ataques terroristas contra estas repúblicas y operaciones que generaron un número elevado de muertos en ambos bandos (los grupos irregulares ucranianos perdieron entre 4.000 y 6.000 guerrilleros, generando un número mayor de bajas entre la población civil y entre las fuerzas pro-rusas). La intención era evidente: no se trataba de hostigar a las poblaciones prorrusas de estas repúblicas sino de ampliar deliberadamente el conflicto.

3) Que el llamado “conflicto ucraniano” no se inició en febrero de 2022, sino que era un conflicto latente en el que la voluntad de un pueblo de negarse a integrarse en la OTAN, a renunciar a su lengua y a su cultura, fue respondida por ataques irregulares.

4) Que nadie ha podido negar que la voluntad mayoritaria de las poblaciones del sureste de Ucrania iba en contra de la política adoptada por el gobierno de Kiev tras la insurrección del “Euromaidán”. Los medios occidentales han achacado a los referéndums, falta de libertad, falseamiento de las votaciones, etc, etc: pero lo cierto es que los resultados se corresponden perfectamente con los volúmenes de población rusófona y que, difícilmente un rusoparlante votaría algo que atentara contra su propia identidad cultural.

5) La intervención de la OTAN en este conflicto, como el valor al soldado, es algo que “se le supone”. Era una forma de crear problemas a Rusia (que para el Pentágono constituye una verdadera, obsesión más allá de toda lógica, motivada por el dogmatismo geopolítico más fanático, rígido e inamovible) y de ganar tiempo hasta convencer a los países europeos de apoyar al nuevo gobierno formado por un actor de mediocre carrera, Zelensky, candidato del partido Servidor del Pueblo cuyas orientaciones son nacionalismo, europeísmo, neoliberalismo y atlantismo.

 

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