El PP acaricia el poder. Si Sánchez fuera un político inteligente,
convocaría hoy mismo elecciones anticipadas, amparándose en que las
discrepancias con Podemos son cada vez mayores. Sánchez contaría ahora con dos
factores que se irán atenuando con el paso del tiempo: en primer lugar, no
podrá seguir explicando la crisis económica -probablemente, mas grave que la de
2007-2011- solamente responsabilizando a “Rusia”; ni tampoco contará con una
nueva pérdida del norte por parte del PP que, dejada atrás la crisis de Casado,
volverá a repuntar en las encuestas.
Pero Sánchez es sólo un político ambicioso de pocos escrúpulos,
como su colega canadiense Justin Trudeau: dos piezas troqueladas por el Fondo
Económico Mundial, a medida de su proyecto mundialista y globalizador. No en
vano, se han sentado juntos en la cumbre de la OTAN, han departido, han
aparecido como hermanos en todas las fotos. A Sánchez, ni siquiera le ha
importado que Trudeau esté tan quemado como la brasa de una barbacoa al
atardecer. Simplemente, el Foro Económico Mundial los crea y ellos se juntan.
Esa ambición por satisfacer a los poderosos y engañar al ciudadano es lo que
tienen en común Sánchez y Trudeau y, por eso mismo, ni uno ni otro convocan
elecciones anticipadas y no lo harán hasta que no se lo ordene la
“superioridad”: es decir, la asamblea de “señores del dinero”.
El problema es que una serie de arribistas, de derechas y de
izquierdas, de centro-derecha y de centro-izquierda, liberales y
socialdemócratas, cortejan a la corte de la riqueza y el poder mundial. Casado
no era completamente consciente de quién mandaba, lo intuía, pero no sabía
hasta qué punto, incluso en el interior de su partido, tenían fuerza y poder.
Se enteró cuando dudó sobre si mantener los pactos con Vox. Y los “señores del
dinero” no permiten dudas ni vacilaciones. Si dudas sobre quién van a ser tus
aliados, has perdido. Casado no le prestó mucho interés al asunto.
Intuía que la compañía de Vox -no aceptada por esos círculos mundialistas-
podía ser peligrosa, pero si le ayudaba a mantener el poder en algunas
comunidades autónomas y, en las próximas elecciones generales, a cambia de
algunas prebendas, Vox le cedía sus votos para la sesión de investidura, mejor
que mejor. Error de apreciación.
Vivimos una época dominada por lo que podríamos llamar “la
dictadura del dinero”: no importa que haya elecciones libres, no importa que
gobiernen unos y otros, de lo que se trata es de que todos los que toquen poder
acepten el hecho inconfesable pero muy real de que los “señores del dinero”,
organizados en el Foro Económico Mundial, mandan por encima de cualquier otra
instancia, por encima de constituciones y soberanía, y, hoy por hoy, son la
única fuente de legitimación del poder. Si alguien duda de ellos, si un
político no está dispuesto a ofrecer todo, absolutamente todo él, en cuerpo y
espíritu, a los “señores del dinero”, puede darse por políticamente muerto.
Ahora, Casado ya se ha enterado. Feijóo no quiere que le pase lo mismo.
Ayer, Feijóo presentó los miles de firmas que avalan su
candidatura única a la presidencia del PP. Candidato único, elegido seguro. No
habrá sorpresas. Nadie en el PP quiere, ahora, que vuelva a pasar lo que ha
pasado con Casado y Ayuso, que una polémica interne les quite una victoria que
casi tocan con las manos. No volverá a pasar, por supuesto. Todos los
dirigentes del PP formarán junto a Feijóo, barones y marqueses, mandarines y
caciques, todos con su tropa. No está claro que todos sean conscientes de quién
manda en el partido. La mayoría creen que manda el secretario general, sea
quien sea. Se equivocan: el secretario general, en el PP tanto como en el PSOE,
mandan mientras cumplen las consignas que les llegan de instancias superiores,
de los “amos del dinero”. Su iniciativa es mínima y nunca en asuntos de capital
importancia. Mandan, mientras sigan obedeciendo y haciéndose acreedores de la
confianza del verdadero poder. Si Feijóo se desvía un ápice, muere
políticamente, como ha muerto Casado, mientras que otros, como la Ayuso, saben
que su techo es el actual y que, más allá de dónde están, ya no podrán escalar.
Almeida, por su parte, opta por reconocer que están más cómodos en la alcaldía
de Madrid (capital de una nación de la periferia europea y, por tanto,
políticamente, insignificante) y prefiere hacerse olvidar a nivel nacional.
Lo hemos dicho y lo hemos repetido: la crisis que llevó a Casado a
la tumba, no ha sido por una polémica absurda sobre una facturita miserable
(que son unos cuántos cientos de miles de euros por unas mascarillas inútiles,
cuando lo que se dirime es el destino de un país) con la Ayuso, sino la actitud
del Partido Popular ante Vox. Y existían dos posiciones: la de Casado (“con
Vox, mejor que no, pero si no hay más remedio, pactad…”) y la de Ayuso (“como
no tenemos, ni probablemente tengamos mayoría absoluta, mejor empezar a pensar
en pactar con Vox, antes que con el PSOE”).
Feijóo, en cambio, lo tiene mucho más claro, quizás porque procede
de una región en donde el PP nunca ha tenido que pactar para mantenerse en el
poder autonómico gallego. Además de esto, Feijóo ha extraído una enseñanza del
duelo Casado-Ayuso: nunca oponerse a los designios de los “señores del dinero”,
sino, antes bien, seguir por el camino que trazan –“ellos, que saben…”- sin
dudas, sin vacilaciones, sin medias tintas. Por eso, Feijóo es el único
candidato y por eso mismo será elegido por una base que, lo que quiere, es
disfrutar de las mieles del poder y colocar a hermanos, primos, cuñados y
amigos del alma en los resortes del poder.
Feijóo ha demostrado hoy su "valía". Antes de la celebración del
congreso, antes de que se cierren los pactos en Castilla y León, a despecho de
las necesidades del PP de esa autonomía y de los intereses de la Ayuso en
Madrid, Feijóo lo ha dicho en voz bien alta: “El PP descarta a Vox como socio
preferente y orecerá al PSOE que gobierne siempre la lista más votada”… La
frase es característica del espíritu que reina entre los aspirantes a gobernar
por cuenta de los “señores del dinero”: se trata, ante todo, de demostrar el
espíritu que les guía (pactar con el PSOE y cerrar el paso a los “populistas”).
Todo lo demás (incluso, cuando desde el punto de vista técnico, el que
“gobierne la lista más votada” es una garantía de inestabilidad y de parálisis
política que se demostraría en cada votación parlamentaria, a la vista de que
la “lista más votada” no es, necesariamente -y menos en estos tiempos en los
que las “mayorías absolutas” ya han quedado lejos- la que pueda ganar
votaciones en los parlamentos) absolutamente todo lo demás es secundario.
¿Por qué el PP se opone de una manera tan encarnizada a Vox, que, empezó
siendo una especie de PP(auténtico) antes de encontrar su propio camino en la
estela de los populismos europeos? Es fácil responder a esta pregunta: Vox está
por la “soberanía nacional”, extrae votos de los sectores anti-inmigracionistas
(y el mestizaje y la multiculturalidad son valores intocables que debe asumir
todo perro fiel de los “señores del dinero”), no tiene confianza en la Agenda
2030, ni cree en los “grandes problemas” que ésta sitúa (LGTBIQ+, igualdad,
cambio climático, multiculturalidad, etc.) y, antes bien, se identifica con
todo lo que es hostil en el terreno político internacional, a estos objetivos.
Por tanto, Vox es “otra cosa”, como Marina Le Pen lo es, al igual que Viktor
Orban o el propio Donald Trump… Esta es la cuestión de fondo.
El nuevo mundialismo cultural y la globalización económica que
proponen los “señores del dinero”, o se acepta o se rechaza. Y si se acepta,
esto implica que se asumen todas las consecuencias. Entonces, se está en el
“buen camino”. Cualquier duda, cualquier vacilación, cualquier mano tendida a
los que se sitúan fuera de esa línea roja, equivale a la “muerte política”, al
ostracismo, a hacerse acreedor de calificativos denigratorios (“ultra”,
“violento”, “extremista”, “radical”, “populista”, “xenófobo y racista”,
“machista y homófobo”…).
El mundo político está dividido en dos por esa línea roja: o a
favor del “nuevo orden mundial”, de la “agenda 2030”, de la “corrección
política”, del “pensamiento único”, a favor del mundialismo y de la
globalización, o bien en contra de algo de todo esto, o contra todo esto, o por
las ideas de nación, soberanía, liberalismo tradicional, identidad étnica y
cultural. O se está con los intereses de los “señores del dinero” o bien se
están con los intereses de una ciudadanía a la que se requiere su voto y para
ello hace falta articular un discurso con aceptos populistas. Cuanto antes la
clase política de derechas reconozca la existencia de esa “línea roja” que ya
no está marcada por la divisoria “izquierda-derecha”, antes se reorganizarán
las fuerzas contrarias al mundialismo y a la globalización.
El PP, en su interior, tiene tres almas: la que piensa en términos
de derecha tradicional y no tiene problemas en pactar con otros grupos de la
derecha (Ayuso), los oportunistas que pactarían a su derecha si hiciera falta y
con la socialdemocracia cuando se prestara la ocasión (Casado) y, los que
tienen claro el axioma de “nunca pactar con el populismo” (Feijóo). Gana esta
última tendencia, sí, pero el problema es que, esta actitud va a tener
consecuencias electorales en forma de corrimientos de votos.
Si bien la actitud de Feijóo puede atraer a antiguas electores de
Ciudadanos (grupo que ya puede darse por finiquitado y al que solo le queda
entonar el morituri), también es muy posible que pierda electores por su
derecha y que estos vayan a parar a Vox que, en tanto que “frente del rechazo”
puede atraer a sectores que hasta ahora han votado a la izquierda, pero que no
están identificados (o, incluso, han llegado a horrorizarse) con las temáticas
y obsesiones de esa izquierda en materia LGTBIQ+, o en materia de inmigración,
y que sienten verdadera náusea por el PP, pero no así por un partido
“populista”. Vox crecerá en esa dirección, a condición de que adopte sin
excepción los mismos temas en función de los que ha crecido el populismo
europeo. Ahora bien, la duda es si Vox y sus cuatros locales son conscientes de
dónde están y de por qué están marginados y condenados al ostracismo por el
resto de fuerzas políticas.
Feijóo, de momento, se ha cubierto las espaldas: de su “programa”
y de cómo piensa dotar al PP de algo parecido a una estrategia, solamente
sabemos que, “nada con Vox”. Ahí, ha dado en el clavo, porque el resto importa
poco: a partir de ahora, si nos creemos a que los medios de comunicación serán
benévolos con él, a que, incluso el PSOE procurará no erosionarlo más de la
cuenta e incluso pensará que, aunque en las próximas elecciones pierda las
riendas de La Moncloa, siempre podrá llegar a un acuerdo con el PP. A fin de
cuentas, el PP es, para la UE mucho más presentable que Podemos. Y, mira por
dónde, el PSOE es también, para Feijóo, más asumible que Vox, a la hora de
establecer pactos.
Pero no lo olvidemos. El Foro Económico Mundial no es una reunión
de mil-millonarios con influencia. Antes bien, es el punto de encuentro de
“trillonarios”, dinastías económicas tejidas desde el siglo XVII, fondos de
inversión monstruosos. Élites económicas cuyo único plan consiste en encontrar
virreyes políticos y mediáticos lo suficientemente débiles, ambiciosos y
desaprensivos como para seguir sus consignas al pie de la letra. El día que los
electores lo entiendan, posiblemente, las actuales siglas que han protagonizado
los últimos 45 años de política española desaparecerán para siempre.