lunes, 21 de marzo de 2022

10 TESIS SOBRE EL CONFLICTO UCRANIANO (1 de 3)

 

1. LO QUE SE DIRIME EN UCRANIA
NO SON LAS “LIBERTADES UCRANIANAS”,
SINO EL DESTINO DEL “NUEVO ORDEN MUNDIAL”.

Se equivoca el que piense que en el conflicto ucraniano los “derechos humanos”, “la democracia” o la “libertad de los pueblos” tienen algo que ver. Esos argumentos sirven solamente como argumentos emotivos para una opinión pública bombardeada constantemente por imágenes que afectan a sus sentimientos, pero que no tienen nada que ver con la realidad del conflicto.

Lo que está en juego en este conflicto, excede con mucho las fronteras ucranianas. El “nuevo orden mundial”, el “pensamiento único”, la “corrección política”, la ideología del “cambio climático”, de los “estudios de género” y del complejo LGTBIQ+, del veganismo, de la igualdad a ultranza y del mestizaje cultural, han encontrado resistencias en Europa, especialmente en países como Hungría, Chequia o Polonia, pero estos países son pequeños y débiles como para poder suponer un riesgo. El gran problema del “nuevo orden mundial” diseñado por el Foro Económico Mundial es que un gran país como Rusia, se constituya como baluarte y referencia contra todos estos principios. De ahí que haya sido necesario retar a Rusia, tratar de ponerla contra las cuerdas para vencer la gran resistencia al diseño político-económico-social diseñado por el centro de decisión del universo globalista-mundialista.

La situación generada décadas antes de la crisis de 2007-2011, caracterizada por una pérdida creciente del poder adquisitivo de la población, un aumento desmesurado de la deuda pública de los Estados y una tendencia a la financiarización de las economías occidentales, ha hecho que el proceso inflacionista ya no pueda contenerse más. Los dos años de restricciones por el Covid han favorecido la bajada del consumo y, consiguientemente, han ralentizado la inflación, pero en el momento en el que se han extinguido los riesgos, presuntos o reales, del Ómicron, la inflación ya no puede frenarse mediante confinamientos ni restricciones. De ahí que, tanto la Reserva Federal como el Banco Central Europeo, tengan previstas subidas de los tipos de interés. Pero no está claro que estas medidas puedan contener el fenómeno y eso podría llevar a cambios políticos radicales en distintos países europeos que pueden registrar el ascenso de fuerzas políticas que escapan al control de los centros de decisión mundialistas. Porque el gran problema es la deuda de los estados (lo que implica necesariamente alzas fiscales) y la pérdida de poder adquisitivo de los salarios (resultado de la inflación y que provoca descontento social) que pueden hacer estallar en cualquier momento, movimientos de protesta similares a los que han sacudido Canadá en el mes de febrero de 2022 con un mes de huelga general de camioneros o a los problemas registrados en Francia a lo largo de 2020-2021 con los “chalecos amarillos”.

El “nuevo orden mundial” tiene prisa por gobernar en todo el mundo sin enemigos. Y cualquier espectáculo político, sanitario, mediático, bélico, será utilizado para reforzar la posición del Foro Económico Mundial y de los gestores del neocapitalismo. La experiencia canadiense demuestra que, el nuevo orden mundial es consciente de que precisa nuevas un nuevo arsenal legislativo, para imponer leyes que restrinjan las libertades y pongan el poder en manos de la “élite” económica. Y se trata de aprobar estas leyes antes de que sobrevenga el colapso de la economía mundial a causa del binomio explosivo deuda-inflación.

Por eso la OTAN lanzó el órdago contra Rusia invitando a Ucrania a entrar en el club. El bienestar y las libertades de los ucranianos, les importan a los “señores del dinero” solamente en la medida en que apelar a estos valores les permite realizar una última ofensiva contra el régimen ruso. Si el presidente ruso Vladimir Putin no hubiera respondido a la escalada de provocaciones de la OTAN, políticamente estaría muerto y las fuerzas que también en el interior de Rusia, aunque todavía débiles en relación a la totalidad del poder, hubieran hecho peligrar el liderazgo de Putin y desactivar Rusia como foco de resistencia contra el “nuevo orden mundial”.

Por eso, no hay que dejarse impresionar por las imágenes que vemos desde hace dos semanas y que ni siquiera sabemos si nos auténticas, ni si las cifras de refugiados son las que dicen los medios y en qué dirección se producen.  Lo que está en juego no son las “libertades ucranianas”, sino algo mucho más importante: las posibilidades de aceleración o de ralentización de la lucha por implantar un nuevo orden mundial irreversible, para lo cual Rusia debe estar desactivada y sometida al mismo proceso de vasallaje que Europa.

 

2. LA OTAN SIGUE SIENDO
EL INSTRUMENTO DEL PENTÁGONO
PARA RECORDAR A LOS EUROPEOS QUIÉN GANÓ EN 1945.

La responsabilidad de la OTAN en este conflicto es patente. Una vez más, la OTAN ha tirado la piedra y escondido la mano. Inicialmente, la OTAN nació como respuesta oficial al “expansionismo soviético”, pero esto no es del todo cierto. Incluso en el período estalinista, la URSS limitó su expansión a lo acordado en la Conferencia de Yalta, esto es, a Europa Oriental. Se le puede achacar a la URSS, tratar de lograr una salida a los mares cálidos del sur, fomentar el comunismo como coadyuvante a su política exterior, pero se atuvo a los acuerdos de Yalta, lo que no impidió que en 1949 se constituyera la OTAN: “Occidente” quedó impresionado por el “golpe de Praga” de 1948, olvidando que un anciano enfermo terminal (Roosevelt) y un alcohólico empedernido (Churchill) habían entregado Europa del Este a Stalin.

Europa quedó arrasada durante la Segunda Guerra Mundial (una guerra que fue estimulada por el presidente Roosevelt y por la alta finanza internacional, que se había mostrado incapaz de superar la crisis iniciada en 1929 y de la que EEUU no salió hasta que se pusieron en marchas las fábricas con la nueva guerra). En 1945, Europa debía de dar prioridad a su reconstrucción y no estuvo en condiciones de asumir su propia defensa. Las naciones europeas subrogaron su defensa a la del único país que había resultado indemne en la guerra: los EEUU y que, de paso, había convertido la reconstrucción de Europa en un “big business”.

Pero el “peligro comunista” que había sido la excusa para que el Imperio alineara a sus vasallos en la OTAN y confirmara que una nueva guerra mundial volvería a tener a Europa como escenario, se desplomó en los años 80. Entre la revuelta de los astilleros de Danzig en diciembre de 1980 y la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989, la URSS, víctima especialmente de la ineficacia de su sistema político, se hundió. En aquel momento, la OTAN perdió su razón de ser: una “alianza” sin enemigos no está justificada. EEUU y Rusia pactaron la reducción de cabezas nucleares. Pero, en lugar de esforzarse en mantener la paz, la OTAN, que, incluso hoy, no es nada más que la prolongación del imperialismo norteamericano y un instrumento de encuadramiento de sus vasallos, optó por extender sus líneas hacia el Este: a partir de 1997 se fueron incorporaron los antiguos países que formaron parte del “Pacto de Varsovia” en la OTAN: la República Checa, Hungría y Polonia en 1999, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia, Eslovenia en 2004, Albania y Croacia en 2009, Montenegro en 2017… ¡y todo esto sin que hubiera el más mínimo signo de que Rusia intentaba expandirse por Europa! En ocasiones, la excusa esgrimida era tan estúpida como infantil: la incorporación de estos países se justificaba para afrontar la “amenaza nuclear iraní” y, más tarde, “la amenaza de Corea del Norte”…

Era inevitable que Rusia se sintiera amenazada porque cada vez más, las baterías de misiles nucleares estaban más cerca de sus fronteras y, consiguientemente, acortaban los tiempos de respuesta. Además, cuando en 1999, la OTAN bombardeó Serbia de manera absolutamente injustificable (Estado hermanado por lazos de sangre con Rusia), se puso de manifiesto la voluntad agresiva de esta alianza. Quedaba Ucrania. Pero en 2010, el presidente ucraniano Viktor Yanukovich afirmó que Ucrania no se incorporaría a la OTAN “en el futuro inmediato” y optó por “ser un Estado europeo no alineado”. Incluso el parlamento ucraniano votó contra la adhesión a la OTAN. A partir de aquí, Yanukovich firmó su sentencia: en 2014, tomando como excusa su negativa a pedir la adhesión a la Unión Europea, se desataron los extraños incidentes de la Plaza Maidan que derribaron al gobierno legal ucraniano y generaron la antesala de la situación actual. Las relaciones con la OTAN volvieron -como por ensalmo- a reavivarse y, finalmente, tras la llegada al poder de Volodimir Zlensky, un actor judío sin formación política, Ucrania manifestó su intención de pedir la adhesión a la OTAN y a la UE…

La distancia de Kiev a Moscú y la de Karkov a Moscú es, respectivamente, de  862 km y 750 km, lo que implica que un misil con cabeza nuclear, lanzado desde la frontera ucraniana, puede llegar a Moscú en ¡dos minutos! Obviamente, Moscú no podía aceptar eso. Putin lo expresó con claridad: “es como si nosotros pusiéramos mísiles en la frontera de Río Grande”.

Ha sido la constante e innecesaria expansión de la OTAN hacia el Este, lo que ha generado el conflicto en Ucrania, especialmente después de que un gobierno instalado por los instigadores de los sucesos en la plaza Maidan, situarán a un presidente títere de la OTAN en el palacio presidencial de Kiev. Ucrania era la “línea roja” que la OTAN no podía cruzar. Al hacerlo, al invitar a Zelensky a entrar en la alianza, selló su destino e hizo inevitable la guerra.

Rusia está luchando en estos momentos por su seguridad. Eso es todo. La OTAN, ha jugado a la ruleta rusa, mostrando su beligerancia y expandiéndose, oleada tras oleada, hacia el Este: hasta que, al cruzar la “línea roja”, ha recibido la respuesta decidida de Moscú: a pesar de las “sanciones”, a pesar de los “envíos de armas”, a pesar de las declaraciones de solidaridad, lo cierto es que Ucrania ha sido abandonada a su suerte. Los “capitanes araña” de la OTAN, los “armadores”, han entendido, finalmente, la barrera que no podían traspasar y han abandonado a su suerte al perro fiel cuyo acceso al poder facilitaron.

La OTAN es culpable de lo que está pasando en Ucrania y ahora es cuando los ucranianos que se sentían acompañados por “Occidente”, han entendido que están solos y que las irresponsabilidades geopolíticas se pagan caro.


3. EN EUROPA YA HAY UN VENCEDOR EN ESTE CONFLICTO:
WASHINGTON QUE SE OFRECE COMO
PROVEEDOR ENERGÉTICO DE EUROPA
.

Lo más vergonzoso de este conflicto, después de la provocación de la OTAN y de su marcha atrás, es la actitud de los gobiernos europeos que intentan “sacar pecho” y demostrar posturas de “fuerza”, cuando en realidad se han visto abocados a adoptar una posición que, incluso redundará en su propio futuro.

Los países de la Unión Europea no solamente no estaban preparados para este conflicto, sino que les ha sorprendido en el peor momento posible: a la salida de los dos años de Covid, cuando ya nada puede controlar la inflación que se adivinaba desde el 2019 y que solamente los confinamientos, con las consiguientes restricciones al consumo, habían conseguido detener momentáneamente. A esto se han sumado los aumentos de precio de la energía que, en España, se han visto todavía más agravados por el contencioso argelino-marroquí y por el aumento de la presión fiscal generada por la mala gestión de la cosa pública, la increíble deuda del Estado Español, las partidas presupuestarias habilitadas por el gobierno para satisfacer a sus electorados clientelares y conseguir apoyos parlamentarios y por ser uno de los gobiernos más obedientes a las directrices del Foro Económico Mundial en todo lo relativo a la Agenda 2030, con todo el esfuerzo presupuestario que implica.

Hoy todavía nadie ha preguntado a Felipe González, porqué durante su mandato se eligió como trazado para el gaseoducto que trae gas argelino a España, una ruta que pasaba por Marruecos, habida cuenta de que el conflicto del Sáhara convertía a estas dos naciones en enemigas con riesgo de que Marruecos interrumpiera el gaseoducto (como, de hecho, así ha ocurrido después de que el Polisario relanzara la guerra suicida con Marruecos desde territorio argelino). Para colmo los tópicos ecologistas y las prevenciones contra la energía nuclear y las imposiciones de la Agenda 2030, han convertido el déficit energético de España en irremediable.

La muestra indirecta de “buena voluntad” rusa y de su deseo de “coexistencia pacífica” se evidencia en el suministro de gas natural a Europa. Así mismo, la duplicidad y el chantaje de los gobiernos ucranianos (por cuyo territorio pasaban los gaseoductos, saliéndoles gratuito el suministro de gas que, para colmo, saqueaban regularmente, constituyendo la primera fuente de ingresos para la oligarquía mafiosa que, en realidad, es quien gobierna el país) hizo necesario que el gobierno ruso planteara la construcción de gaseoductos que esquivaban el tránsito por Ucrania y optaban por desviarse hacia el Báltico, para asegurar el suministro de gas a Europa.

Una vez iniciado el conflicto, Europa se ha visto obligada a aceptar el chantaje impuesto por Washington para mayor gloria de sus negocios y de sus ansias depredadoras. Dado que Europa no estaba en condiciones de enviar ayuda militar real a Ucrania (sumado todo lo ofrecido por Europa, sería notable en caso de guerra entre dos países africanos, pero no en un conflicto con un país como Rusia con una industria militar y tecnológica desarrollada y autónoma), impulsada por Washington, optó por las “sanciones económicas”. Y esas sanciones son una especie de hará-kiri para la economía europea, que las costuras de la UE no van a soportar durante mucho tiempo.

La UE, portento de organismo carente de personalidad política propia, no ha dudado en sumarse al carro de las sanciones (con ciertas reticencias, bien es cierto, de gobiernos como el francés que ven peligrar su situación ante las próximas elecciones presidenciales), y no han dudado en firmar compras de gas norteamericano destinadas a suplir la falta de reservas existentes en el continente. A pesar de que, como han indicado los especialistas, el consumo de gas se reduzca en el continente un 4%, lo cierto es que el gas norteamericano se compra a un precio ¡el 40% más caro que el gas comprado a Rusia! (ver El Economista). La esperanza de que la generación de electricidad con gas disminuya gracias al fuerte crecimiento de las renovables resulta altamente ilusoria y entra dentro de los objetivos de la Agenda 2030, impuesta por el Foro Económico Mundial en su capítulo de “transición energética”. Si a esto unimos, la presión ejercida para desterrar la energía nuclear de Europa (con referencias a Chernobyl y a centrales diseñadas hace más de medio siglo), justificadas por los mismos objetivos de la Agenda 2030 en Europa, cabe decir que, la quimera de las “energías alternativas” y de la “transición energética”, contribuirá todavía más a elevar los precios de la energía en el viejo continente.

Europa, hace décadas, debía de haber sido consciente de que los hidrocarburos son la forma de energía característica de los EEUU y a la que tienden, el gas la forma que adoptada por los rusos y que a Europa no le quedaba otro camino más que centrarse en la energía nuclear y en la construcción masiva de nuevas centrales en todo el continente, realizada con los actuales criterios tecnológicos y de seguridad. Pero las campañas de descrédito de la energía nuclear, unidas a la quimera de que las “energías alternativas” serían suficiente para compensar el cierre de nucleares, la sangría económica que deriva de la importación de gas, y la creciente demanda energética, han situado al continente al borde del abismo energético: ahora, inevitablemente, la imprevisión de la UE, su falta de perfil político (e incluso tecnocrático, la única baza de la que pudo alardear en sus comienzos) nos obliga a depender COMPLETAMENTE de fuentes energéticas del exterior, lo que sería hasta cierto punto viable… de no ser porque la compra masiva de gas a EEUU, bruscamente, aumenta la factura en un ¡40%! Inviable para la industria, los servicios y para la misma supervivencia de la sociedad europea.