jueves, 7 de octubre de 2021

PANFLETO “REVISIONISTA” CONTRA EL NACIONALISMO POLACO DE 1939 Y EL NACIONALISMO DEL “PROCÉS” (2 de 3): Nacionalismo polaco y catalán frente a frente.

 

Me gustaría aquí introducir el ejemplo del nacionalismo catalán. En la transición, se podía dudar de que “nacionalismo” e “independentismo” fueran lo mismo. De hecho, se habilitó un término nuevo para definir al “pujolismo”: “nacionalismo moderado”. En realidad, era solamente “morado” en la medida en que Jordi Pujol supo chantajear mejor a los gobiernos del Estado que sus sucesores (y también porque gozó de una mejor situación general: entrada de España en la OTAN y llegada de miles de millones para compensar la “reconversión industrial”). Pero como se encargaron de demostrar sus sucesores políticos: al final del camino, todo “nacionalismo” (radical o moderado) tiene como objetivo la creación de una nueva nación y poco importa los métodos que utilice para ello (la convocatoria de referendos ilegales o las declaraciones unilaterales de independencia).

Es más, el engaño del nacionalismo catalán desde la época de Macià, consistía en considerar que la creación de la gencat (decimos “institución” y no “restauración” por que la gencat creada en 1933 no tenía nada que ver la Generalitat de Catalunya histórica), no era, como creían quienes querían pensar en la buena voluntad y en el fair-play de los nacionalistas, una entidad destinada al “autogobierno de Cataluña dentro del Estado”, sino sólo un paso previo para alcanzar la independencia. Paso necesario, porque en 1933 no se daban las condiciones necesarias para la independencia (como no se dieron en 1934, como tampoco se dieron en la transición cuando no existía apenas nacionalismo catalán y como no se dieron a partir de la crisis del pujolismo, ni probablemente se darán jamás).

¿Qué es lo que une al nacionalismo catalán con el nacionalismo polaco (que, como hemos  visto, fue el gran causante de la segunda guerra mundial)?  En 1939, el pueblo polaco estaba exaltado gritando en las calles: “¡A Berlín!” y clamando a la guerra contra Alemania. De 4.800 km de fronteras, el gobierno polaco aspiraba a rectificar en beneficio propio, 4.000. Aquí hay una primera similitud con el caso catalán. En primer lugar, porque el pueblo polaco, en su mayoría era pacífico y tranquilo. Había estado 200 años partido entre tres naciones y, ahora, recuperada su independencia, lo normal era vivir en paz y evitar nuevos conflictos. Pero los nacionalistas pensaban otra cosa.

En Cataluña, la triste realidad es que los independentistas convencidos, nunca han sido más allá del 25% (cifra normal, porque el uso del catalán como primera lengua, en el territorio catalán, está situado en torno al 30-35% y no todos los que lo utilizan son independentistas). Era ese 25% el que estaba dispuesto a creer todas las mentiras del nacionalismo (desde que el 11 de septiembre de 1714 Cataluña “perdió su independencia”, hasta que “España nos roba”), otro 25% de la población es una masa que se inclina como cañas al viento hacia donde sopla la brisa y el resto, simplemente son contrarios al independentismo (25%) o que lo miran con desconfianza (otro 25%).

Pero, si esto es así, ¿cómo es posible que un 25% de la población haya estado en condiciones de implementar el “procés”? La respuesta es muy simple y repite lo que ocurrió en Polonia en 1938-1939.

Por una parte, ese 25% (y más en concreto, los dirigentes y funcionarios de los partidos que detentan el poder en la gencat) controla los medios de comunicación de mayor difusión en Cataluña: o bien, medios de comunicación oficiales creados por la gencat, o bien medios de comunicación privados que aspiran a una subvención que les permita seguir vivos y, para ello, son capaces de repetir como un magnetofón las consignas emitidas desde plaza Sant Jaume.

En Polonia  ocurrió exactamente lo mismo: en un momento dado, los medios de comunicación nacionales, hacia el otoño de 1938, parecieron, al unísono, acometer una campaña de exaltación nacionalista, belicismo y agresividad anti-germana. Esto hizo que, inmediatamente, la opinión pública reaccionara y se iniciaran las agresiones contra la población alemana residente en territorios polacos. El clima belicista fue incrementando su tono por culpa de las informaciones y editoriales publicados en prensa y, al final, el país se convirtió en una carrera para ver quién era o parecía ser más anti-germano. Había miembros del gobierno que intuían que no saldría nada bueno de aquella exaltación, pero tratar de detenerla, hubiera sido suicida para ellos y se habrían hecho, inmediatamente, acreedores del título de “traidores” (botiflers para Cataluña en la época del “procés”).

Otra similitud. El imperialismo polaco es el propio de todo nacionalismo. Como ya dijimos en la primera entrega, Polonia, después de la Primera Guerra Mundial aspiraba a ser una “gran potencia europea” y precisaba, por tanto, un Imperio. Era un objetivo de gobierno y no la fantasía enfermiza de unos nacionalistas radicales alucinados. Ese imperio debería llegar desde Berlín a Moscú y del mar Báltico al mar Negro (algunos ultrarradicales consideraban que la frontera “natural” de Polonia serían los Urales, dando la mano a ¡los japoneses!).

Inevitable recordar que, según la tonalidad del nacionalismo catalán, los “Païssos Catalans” son más o menos grandes. No se trata ya de la independencia de Cataluña, sino de incluir a la “franja de poniente”, a l’Algher sardo, a la Cataluña francesa, a las Baleares y al Reino de Valencia. Y todo ello, porque, en algún momento de la historia por allí pasó algún catalán. Casi es un chiste que, para dar el parte meteorológico, se utilice en ocasiones el mapa de Cataluña y en otras el de los “Païssos Catalans” (para evitar suscitar protestas). Es, igualmente significativo, que durante un tiempo la gencat insistiera mucho en que TV3 se viera en la Comunidad Valenciana y Baleares, pero se opusiera a que las televisiones insular y valenciana se pudieran ver en el Principat.

Los doctrinarios de los “Països Catalans” justifican esta pretensión con el “principio de las nacionalidades” (si se habla un idioma diferente, estamos ante una “nación” diferente). El problema está en que el uso del catalán en todas estas zonas es muy minoritario y siempre por debajo del 50%. Pero esto no es un obstáculo para los nacionalistas catalanes que consideran que la situación es fácilmente reversible: sin embargo, tras tres décadas de “inmersión lingüística” en Cataluña, lo que se ha logrado es que el uso del catalán haya descendido.

Tanto en el caso polaco como en el catalán, lo que generó la pujanza de un “nacionalismo tóxico”, no fue que la población compartiera esas ideas, sino que los resortes del poder estuvieron en manos de “nacionalistas tóxicos” animados a llevar sus fantasías a la práctica.

¿Qué le faltó al “nacionalismo tóxico catalán” y qué le sobró al “nacionalismo tóxico polaco”? Es muy simple: el nacionalismo catalán fue siempre considerado como un “mal negocio” por los inversores y una idea anti-europeista. No tuvo nunca ni un solo apoyo exterior. Ningún país europeo, ni siquiera el Reino Unido, estaba interesado en apoyar al nacionalismo catalán para que formara una “nación-Estado”. Y, claro está, en lo que se refiere a la Unión Europea, el hecho de que fuera una “unión de Estados-Nación” y no una confederación de calderilla nacional, era determinante. Ninguno de los “grandes” europeos iba a apoyar una iniciativa que, en lugar de favorecer la convergencia europea, suponía un paso en la balcanización de Europa y hubiera podido crear conflictos internos en cada nación. En cuanto a lo que se refiere al apoyo de Soros, se trata de un “fake”: Soros tiene más inversiones en Madrid y no se hubiera hecho peligrar.  Sobre la noticia de que Putin estaba tras el proceso, habrá que reprochar a los fontaneros de la Embajada de los EEUU en Madrid, el tener tan poca imaginación.

Si los apoyos internacionales al “procés” fueron cero, ocurrió lo contrario en el caso del nacionalismo polaco: el mariscal Smigly Ridz contaba con el apoyo público de Francia, el apoyo incondicional del Reino Unido a partir de 1938, el apoyo discreto del Presidente Roosevelt. Con estos aliados, el gobierno polaco pensó que tenía al alcance de la mano una guerra victoriosa contra Alemania que le permitiría construir su “imperio”. A partir de ahí, hizo todo lo posible para que encallara cualquier intento de negociación. El régimen polaco (una dictadura antisemita y perseguidora de cualquier otra minoría, que jamás recurrió al plebiscito y que tenía campos de concentración desde mediados de los años 20) quiso jugar su partida para entrar en el “club de las grandes potencias”. En realidad, estaba entrando en el juego de Francia (que aspiraba a ser primera potencia continental y veía con desconfianza la reconstrucción alemana), en el juego del Reino Unido (que quería seguir con su política consuetudinaria desde el siglo XVIII de estimular los enfrentamientos entre las naciones continentales para evitar que ninguna fuera hegemónica en el continente), y en el juego de Roosevelt (que necesitaba una guerra después de que el “New Deal” ideado para salir de la crisis de 1929, fuera un fracaso: solo una conflagración pondría -como, de hecho, pudo- las fábricas USA a pleno rendimiento).

Y es que los “pequeños nacionalismos” siempre terminan siendo títeres de los “grandes nacionalismos”. En el caso del “procés”, su fracaso se explica porque ninguna gran potencia se interesó por él. Lo que no fue obstáculo para que sus impulsores siguieran fanatizando a la, cada vez más mermada audiencia de los “mitjans de comunicació catalana” para que dos tercios de su tiempo los sigan utilizando en tratar de mantener vivo al zombi independentista.