jueves, 14 de octubre de 2021

PANFLETO “REVISIONISTA” CONTRA EL NACIONALISMO POLACO DE 1939 Y EL NACIONALISMO DEL “PROCÉS” (3 de 3):

La traducción del libro de Udo Walendy, Verdad para Alemania, me ha llevado a renovar algunas antiguas conclusiones y a comparar el nacionalismo polaco de 1939 con el nacionalismo catalán de nuestros días. Ambos son, en efecto, una forma de sífilis mental: peligrosos, incluso para los quienes los sostienen y cuyas consecuencias resultan siempre incalculables. La exacerbación del nacionalismo en Polonia -estimulado desde el Reino Unido y desde EEUU- cegó a los polacos: les impidió ver que, esa guerra que deseaban para hacer efectivo su “su imperio desde Berlín a Moscú y desde el Báltico al mar Negro”, los destrozaría en apenas quince días, pero que sería el pistoletazo de salida de un conflicto de dimensiones mundiales. En el caso del nacionalismo catalán, el drama se ha repetido, pero en clave de humor, no como tragedia, sino como comedia de enredo.

Los indepes han querido rivalizar con una lengua que hablan 600 millones de personas en todo el mundo, que en apenas veinte años será la lengua de todo un continente, han querido separar a Cataluña de su matriz histórica desde la noche de los tiempos (la mítica Hespérides, la Hispania romana, el Reino Visigodo), han sostenido ensoñaciones infantiles (que Cataluña seguiría automáticamente en la UE tras haberse escindido o que, tras la escisión, las relaciones con España seguirían siendo iguales), han generado pequeños efectos centrífugos (el intento de los podemitas andaluces de impulsar un movimiento indepe análogo al catalán), y generado una crisis de Estado, posible solamente a causa de la ambigüedad constitucional de nuestro país. Pero hay dos elementos que nos gustaría señalar.

El primero de todos ellos, es recordar cómo han sido posibles estas dos situaciones, en 1939 y en 2017. ¿Cómo proyectos enloquecidos, inviables a poco se examinen a media distancia, han podido ser aceptados por la población, especialmente en unos momentos en los que las clases políticas no eran particularmente apreciadas? En efecto, no olvidemos que, en 1939, Polonia estaba gobernada por una dictadura inmisericorde, mucho más dura con las minorías étnicas que vivían en su territorio, que cualquier otro gobierno europeo, incluido el Reich alemán. Las dictaduras del Piłsudski y de Smigly-Ridz, crearon los primeros campos de concentración en territorio europeo, en los que encerraron a disidentes de todas las orientaciones políticas. De los 400 ministros polacos del período de las entreguerras, vale la pena no olvidar, que la mitad fueron masones y que la masonería polaca había sido creada en 1920 con el visto bueno del dictador Piłsudski que se permitió recomendar quién sería el Gran Maestre. Y no citamos este dato por “conspiranoia”, sino por lo que explicaremos más adelante. Ahora, donde queríamos llegar era a que la exacerbación nacionalista fue transmitida a la población por la prensa polaca que, especialmente, desde marzo de 1939 hizo continuos llamamientos a la guerra, caricaturizó a los alemanes y sembró el odio contra ellos. Algo similar ocurrió en la Cataluña del “procés”. Y ya se sabe que la “carne de periodista” es barata.

En el inicio de la segunda década del milenio, era evidente que el pujolismo que había gobernado en Cataluña durante tres décadas, se encontraba agotado por la corrupción que él mismo había generado. En esa época, nadie podía dudar que Cataluña y Andalucía eran las dos regiones más corruptas del Estado Español. CiU se desintegró precisamente por la retahíla de casos de corrupción que llegaron a los tribunales y por aquellos otros que todavía circulan por sedes judiciales como serpientes de verano. Y ahí está la “familia Pujol” empantanada en investigaciones abiertas que se prolongarán hasta el infinito. Además, las noticias sobre esos casos de corrupción se superpusieron a los efectos deletéreos de la crisis económica en Cataluña y a las políticas de ZP que sumieron a España en una profunda crisis económica. Esa debilidad del Estado fue el momento que eligieron los independentistas para plantear su utópica secesión. Así, de paso, evitarían que muchos de los suyos se sentaran ante los tribunales españoles por sus consabidas corruptelas. Y, entonces, hicieron lo mismo que los polacos en 1939: si la clase política estaba hundida en el descrédito, utilizaron a la prensa para difundir su programa independentista presentándolo como la panacea universal. A fin de cuentas, durante el pujolismo, habían creado una tupida red de medios de comunicación dependientes de la gencat, se habían reservado el reparto de subsidios y subvenciones a medios de comunicación privados, a cambio, naturalmente, de que difundieran los puntos de vista que interesaban a los limosneros. Y así influyeron decisivamente sobre las opiniones de una población que hasta ese momento no se había sentido indepe.

¿Qué diferencia hubo entre la influencia de la prensa polaca en 1939 y la de la prensa subsidiada en la Cataluña de los últimos años? Es simple: en 1939, la prensa polaca difundía noticias queridas por los “amos del mundo” en aquel momento que, simplemente, buscaban abortar la experiencia fascista (el fascismo alemán, apeado de las “leyes del mercado”, había conseguido absorber en tres años los 7.000.000 de parados generados por la crisis del 29, mientras que los EEUU tenían teniendo en esa misma época 6.000.000 de parados y las fábricas funcionando a medio gas), mientras que el proyecto indepe interesaba solamente a unas cúpulas que no contaban con el más mínimo apoyo exterior (el independentismo siempre fue un “mal negocio” para los grandes inversores y un feo asunto para la UE, y una banda de payasos para cualquier país con algún proyecto mundial).

Pasemos a la segunda cuestión. El nacionalismo polaco de 1939 y el nacionalismo catalán de nuestros días, no son más que dos formas del nacionalismo clásico, esto es, del “individualismo de las naciones”, actualizado en 1919 por el “principio de las nacionalidades” tal como fue enunciado por el presidente norteamericano Woodrow Wilson: “aquella comunidad con un lenguaje propio es una nación”. El “principio” no dejaba de ser un enunciado facilón para una cuestión compleja (el reordenamiento de Europa Central tras la destrucción de los “imperios europeos” (el Reich Alemán, el Imperio Austro-Húngaro y el Imperio Ruso). Pero, el nacionalismo y las naciones eran algo muy diferente a la igualdad “nación = lengua”.

En realidad, la “nación” es un invento relativamente reciente, no anterior a la Revolución Francesa de 1789. Antes, lo que existían eran “reinos”. Fue a partir del establecimiento de las guillotinas jacobinas, cuando empezó a hablarse de “nación” e, incluso, un cuarto de siglo antes, con la Revolución Americana. Pero estos fenómenos políticos no venían aislados, sino que formaban parte de un mismo “paquete”: liberalismo económico, burguesía como clase hegemónica, caída de las aristocracias y liquidación de los restos de feudalismo, y nuevos valores traídos por la masonería (entienden porque antes aludíamos a la importancia que tuvo la masonería en Polonia de los años 30).

El nacimiento de la “nación” sigue al nacimiento del capitalismo, no lo precede, hasta el punto de que “nación-burguesía-capitalismo” forman un todo indisociable que fue cobrando forma a través del siglo XIX y añadiendo otros rasgos: progresismo, republicanismo, materialismo, valores masónicos, etc. Y, en el fondo, el nacionalismo no, es más, como hemos dicho, que el “individualismo de las naciones”, es decir, la doctrina “individualista”, derivada en buena medida del humanismo renacentista, aplicada a los conjuntos humanos. Un “nacionalista” estima no aspira a otra cosa que, a hacer valer los derechos de su nación, sobre cualquier otro, sobre sus minorías y sobre sus vecinos. De hecho, el ejemplo polaco es paradigmático y muestra el límite al que tiende, de manera natural, todo nacionalismo: hacia el “imperialismo”, es decir, el intento de ampliar su territorio a costa de sus vecinos.

En el caso polaco, esta tendencia “imperialista” es explícita -por mucho que los vencedores de 1945 intentaran eludirla, porque, gracias a ella se explicaba el origen del conflicto- y notoria, mientras que en el caso catalán tiene un planteamiento, como mínimo, curioso. Los primeros doctrinarios del nacionalismo catalán, Prat de la Riba en concreto, ya aludían explícitamente al “imperialismo catalán” en su obra La Nacionalista Catalana (alguna reedición realizada por la gencat elimina este problemático capítulo…). Hacia finales de los años 60, un grupo minúsculo, el PSAN, lanzó el término “Països Catalans” como remedo del “imperialismo catalán” que llegarían “desde Salses a Guardamar y desde Fraga a Mahón”. El “ideal” no daba para más. El intento, promovido por la gencat, de hacer pasar a la Corona de Aragón como “federación catalano-aragonesa” va en la misma dirección.

El hecho es que el nacionalismo polaco fue estimulado desde EEUU y el Reino Unido, los vectores más agresivos del capitalismo en los años 30, mientras que el independentismo catalán que reapareció 80 años después, ni siquiera logró el consenso de la “burguesía catalana”, esto es del “mundo del dinero” regional y, por tanto, fracasó. Sin tener en cuenta, claro está, el otro factor importante: el capitalismo de los años 30 era una etapa anterior y completamente diferente al capitalismo de principios del siglo XXI. Aquel era un capitalismo “industrial”, el actual es un capitalismo “globalizado”, en el que los pequeños capitalismos “regionales” tienen muy poco, o nada, que aportar.

Una última afirmación: el “nacionalismo” ama tanto a la nación que es capaz de hipotecarla a quien le garantice su independencia. Lo hemos visto en los últimos años del siglo XX: los nacionalistas kosovares, literalmente, se vendieron a los EEUU con tal de poder construir una “república mafiosa”; antes, los nacionalistas croatas hicieron otro tanto, hipotecándose a los alemanes; los beluchos hubieran deseado venderse a los soviéticos tras la invasión rusa de Afganistán, sabedores de que eran la última etapa de la marcha rusa hacia los “mares cálidos”. O bien, a los norteamericanos, interesados en contener a los soviéticos en su masa continental. Los nacionalistas polacos de 1939, se vendieron a norteamericanos y británicos (y, posteriormente, serían traicionados por ellos) y los nacionalistas catalanes, y este fue su drama y su impotencia, no tenían a quién venderse. Debió ser en la Universitat Catalana d’Estiu, cuando Josep Guía dio una clase sobre “independencia y geopolítica”, concluyendo que, sin duda, el Reino Unido estaría “interesado” en la independencia catalana. En el ambiente flotaba la “necesidad” de “ofertarse” a Londres, de la misma manera que Puigdemont intentó hacer otro tanto con Rusia. Primero la independencia nacional, a costa de lo que sea, y aunque luego debas vivir realquilado en tu propio país… tal es el fatal destino de todo nacionalismo.