martes, 28 de agosto de 2018

365 QUEJÍOS (122) – EL NIÑO EMPERADOR


Está ahí: es el Rey de la casa y manda más que cualquier otro de sus miembros. Todo se lo merece y todo lo dan. Todo se lo consienten: quiere un perro, le compran un perro, aun a sabiendas que serán otros quienes lo tendrán que cuidar, quiere un videojuego nuevo, se lo compran porque, de lo contrario, insistirá una y otra vez hasta agotar nuestros nervios. Lo merece todo para que sea feliz. ¿Quién es? Es el llamado “niño emperador”, un verdadero síndrome psicológico, que tiene unas características cada vez más frecuentes en la sociedad española. Casi es el producto de un desvarío freudiano. Me quejo de dos cosas: de que haya cada vez más “niños emperador” y me quejo también de que haya cada vez menos padres que merezcan este nombre.

Para educar a los hijos -esto es, para ser padres- no basta con querer tener hijos y amarlos con locura. Se supone que cuando se decide tener hijos estos factores ya están presentes, pero si bien son necesarios, no son en absoluto suficientes: porque, además, hace falta tener la dureza, la claridad de miras, y la decisión para EDUCAR. Dureza para no transigir, ni aceptar nada que se desvíes del objetivo (preparar al niño para la vida), claridad de miras para saber hacia dónde se quiere educar y de qué forma hacerlo y decisión porque habrá que superar muchos obstáculos, entre ellos, ver cómo se [mal]educan a otros hijos o, incluso, como el Estado genera un sistema educativo al fracaso educativo.

Cuando las sociedades eran más estables, los padres educaban a sus hijos, tomando el ejemplo de cómo les habían educado a ellos. Ahora, cuando la inestabilidad se ha insertado en el alma de las sociedades de todo el mundo, los padres ya han perdido el norte: no saben, ni nadie les enseña a educar a sus hijos. En realidad, debería existir una “escuela de padres” e impartirse con carácter obligatorio cursos para “gestionar la paternidad”, como hay cursos prematrimoniales. Pero, mejor no, ¿quién daría esos cursos? El Estado anda perdido, la Iglesia carece de influencia efectiva y no existen instituciones privadas. Así que los padres optan por todo aquello que mantiene al niño tranquilo y, aparentemente, feliz. Y un buen día se dan cuenta de que están aquejados del síndrome del “niño-emperador”.

La cosa consiste en que el niño desarrolla unos rasgos muy concretos: no tolera ningún tipo de preisón ni de incomodidad, se aburre, tiene ataques de ira, rebietas que pueden llegar a la violencia y que frecuentemente alcanzan el insulto. Para ellos solamente existe su ego y su propiedad. Todo lo que está fuera de ellos, les resulta molesto, peligroso, incomprensible y la empatía es algo que no está presente en su constitución personal. Allí donde van exigen que todos estén pendientes de ellos, en todo momento. Carecen de sentimiento de culpa y son incapaces de adaptarse a situaciones nuevas. Para colmo, a pesar de que se les dé todo lo que piden y se consienta en hacer su santa voluntad, son tristes, permanentemente enfadados, ansiosos, practican el chantaje emocional… y todo para salirse simplemente con la suya.

El síndrome está clínicamente tipificado. No es una ficción de conservadores reaccionarios como el que suscribe, sino una enfermedad contemporánea que afecta a los más pequeños de la casa y que está cada vez más presente. Las interpretaciones a porqué ahora ha aparecido este enésimo problema psicológico, no terminan de ser convincentes porque todas, más o menos, están elaboradas desde el comedimiento de la corrección política. Y ya se sabe que todo lo que se mueve hoy en el mundo está sometido al “libertad, igualdad, fraternidad”, del que solamente cuenta el primer término que se reduce a “hacer lo que a uno le dé la puta gana”. Se conviene que el síndrome aparece en padres sobreprotectores: pero, claro, cuando se tiene 1,2 hijos por pareja ¿cómo no se va a ser sobreprotector?

Seguro que todos nosotros conocemos a algún “niño emperador”. Lo que no suelen decir los psicólogos es que los rasgos que lo caracterizan están muy próximos a los que muestran los psicópatas: de hecho el “niño emperador” es un estadio inferior que puede –o no- degenerar en psicopatía. Pero de lo que se trata, a fin de cuentas, es cómo detener este crecimiento hipertrófico de esta enfermedad psicológica infantil.

¿Remedios? No… remedios no hay mientras se mantenga el mismo paradigma político-cultural de “libertad-igualdad-fraternidad”. En realidad, el “niño emperador” es la cristalización de lo que da de sí dicho lema en materia educativa. Mientras no exista un cambio de paradigma social –“orden-autoridad-jerarquía”, no estaría mal- el número de “niños emperador” irá creciendo y los padres, lo único que pueden hacer es tratar de no sobreprotegerles y mostrarse firmes. Es decir, apenas nada. Me quejo, a fin de cuentas, de que ser padres hoy es una tarea heroica.