viernes, 10 de agosto de 2018

365 QUEJÍOS (103) – COEDUCACIÓN OBLIGATORIA



Me eduqué en un colegio religioso (Escolapios) sólo para varones. No fue un problema, porque en torno al mismo existían otros dos colegios religiosos sólo para chicas (las Damas Negras y el Nelly). ¿Quién dijo que esto no era “coeducación”? A la salida del colegio, los juntábamos, a veces con la excusa de acompañar a compañeros a que buscaran a sus hermanas en los colegios vecinos y en otros, simplemente, porque notábamos que nos atraían las chicas y que había en ellas un misterio y un secreto que no alcanzábamos a comprender. Éramos tan jóvenes (como decía una canción de Los Mustangs)… No recuerdo que hubieran violaciones, abusos, actos no consentidos, e incluso existía en cada clase un porcentaje de gays que venía a ser del 5%-7% y que tenían su mundillo propio con otros juegos y otros rasgos. Eran otros tiempos y las ideologías de género no habían irrumpido. Eran los años 50 y 60. Estábamos separados de las chicas en las aulas, pero unidos en todos lo demás. Luego vino la coeducación obligatoria. No voy a achacar todos los males de la enseñanza a esta práctica (que existió en algunos colegios durante el franquismo, yo mismo fui hacia 1968 a unos cursos de verano en un colegio privado que la practicaba, así que no estaba prohibido de ninguna manera) pero si sostengo que tiene algo que ver con los procesos degenerativos de la educación en España. Y de eso de lo que me quejo.

¿Por qué diablos debe ser obligatoria la coeducación en España? ¿Cómo? ¿Qué no lo es? Durante el zapaterismo algunos centros ya alertaron de que, determinadas corrientes pedagógicas sostenían que la coeducación, lejos de ser favorable para la integración de chicos y chicas, era un problema. Estaban en su derecho de alertar a una opinión pública que empezaba a preocuparse de porqué estábamos a la cola de Europa en materia educativa. Zapatero y su ministro de educación dijeron que toda crítica era aceptable y que, por lo mismo, era igualmente aceptable que los colegios que practicaban la separación de sexos en las aulas no fueran subvencionados. Lo que, en la práctica, equivalía a hacerlos inaccesibles para la inmensa mayoría de la población… No es obligatorio, pero, en realidad sí lo es…

¿Por qué dudo que la coeducación sea la panacea? En primer lugar porque yo no la conocí, ni casi nadie de mi generación, y veo que entre nosotros hay muchos matrimonios que se han mantenido después de cuarenta años, veo que ninguno de nosotros tuvo dificultades para relacionarse con el otro sexo y no conozco ningún caso de violencia doméstica ni nada parecido. Hay que decir que era hijo de la clase media y que todos mis compañeros y amigos pertenecían a este grupo social. Es más, creo que nos favorecía el estar alejado de las chicas en horas lectivas: porqué, porque nos veíamos eximidos de estar a todas horas pendientes de demostrarles lo machitos qué éramos y de llamar su atención (la biología tiene estas cosas, desde la danza nupcial del alimoche hasta el cortejo del palomo a su paloma). Y ellas, por su parte, no tenían la obligación de estar llamando también nuestra atención de alguna manera de las muchas que sabían hacerlo. Las horas lectivas en nuestros colegios eran eso: horas para estudiar, para aprender, para socializarnos. Luego vendría la universidad en la que a nadie le extrañaba que los dos sexos andaran mezclados en las aulas. Pero, al menos en los primeros años –los años formativos- el aprender a estudiar era lo esencial. Y no era un problema porque, como he dicho, al salir de clase, nos reuníamos y convivíamos chicos y chicas.

Vino la coeducación. Las chicas quisieron imitar a los chicos. Muchas de ellas se volvieron brutales, soeces, procaces, incluso agresivas y violentas. Los chicos, por tanto, tuvieron que superarlas para llamar más su atención. Ya no se trataba de que estuvieran pendientes de lo que harían al salir de clase, sino de lo que hacían dentro de la clase. Cada sexo quería llamar la atención del otro de la manera más tosca que sabía. Y, claro está, algunos se horrorizaron y pensaron que el otro sexo estaba compuesto sólo con tontos agresivos, brutos y estúpidos o bestias intratables. En cada uno de los lados –porque en el mundo del sexo, se quiera o no, hay dos lados- aumentó el número de segregados que no querían saber nada con el otro sexo. Y lo que fue peor: las aulas se desestabilizaron en su interior, el nivel de la enseñanza decayó, porque buena parte del tiempo, los profesores se preocupaban por tratar de restablecer la normalidad y el orden necesarios para impartir una clase. Y poco a poco, todo fue desmoronándose. Unido, claro está a otros factores (programas pedagógicos absurdos, clima social cada vez más deteriorado, inmigración masiva que repercutió en las aulas y banalización de las drogas y del botellón, ritmos cada vez más agresivos y medios de comunicación que favorecían todo esto.

En cuestión de sexos, la polaridad es lo que cuenta. Si no hay polaridad no hay atracción. Y si los dos sexos son demasiado “iguales” (y no estoy hablando de derechos, sino de polaridad y atracción) no hay polaridad posible. Y cualquier lampista sabe que si no hay diferencia de polaridad suficiente, la corriente no pasa…

Me quejo de que este descenso en la polaridad empieza en la escuela con la coeducación.

Me quejo de que la coeducación no ha contribuido a elevar el nivel de la enseñanza.

Me quejo de que la coeducación no ha contribuido a erradicar malos tratos, ni agresiones sexuales.

Me quejo, finalmente, de que sólo se subvencione a los centros que imparten coeducación… lo que implica decir que la coeducación es obligatoria, a pesar de que muchos dudemos de que sea un avance.

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