domingo, 15 de julio de 2018

365 QUEJÍOS (77) – LOS VIEJOS HIPILOYAS NUNCA MUEREN


Mi pueblo es pequeño, marinero. En invierno parece como muerto. Más tranquilo que una digestión de verdura hervida. El censo dice que son 3.000 los habitantes, un 30% disperso por urbanizaciones y quizás otro 30% empadronado pero no residente. Así que aquí nos conocemos todos. Pero en verano, esto se ve invadido por toda una fauna extraña procedente de los barrios altos de Barcelona. Y de eso me quejo, de que lo que viene pretende estar “a la última” pero su creatividad apenas llega a imitar usos y costumbres de aquella “gauche divine”, más conocida luego como “izquierda caviar” que ha ido dando la tabarra desde finales de los años 60. Así pues, me quejo de que hay gente que cree estar en vanguardia de la moda y en realidad va con 50 años de retraso.

En los años 60, a esta fauna la había dado por el fenómeno hippy. Cuando el fenómeno llegó a España, en EEUU, su tierra madre, ya se habían extinguido. En realidad, Charles Manson fue el último hippyloya. Después suyo nadie volvió a reivindicar aquel título. Pero fue, precisamente en el 68 cuando la moda llegó a Cataluña (solamente en Ibiza había llegado un poco antes). Amor libre, porrito encajado entre los labios, sandalias flip-flop, pelo largo, flowers a tutiplé, comunas y mística oriental de baratillo. Eso los más salvajes. Los menos asilvestrados y que, en el fondo, no querían salir de la zona de confort de papá y mamá, optaron por las discotecas y pubs de moda (la Cova del Drac junto a todos los garitos de la calle Tuset y, sobre todo, Bocaccio) y tomaron conciencia de que su misión era “política”: niños bien, ganados por el pop, coqueteando con el marxismo y dándoselas de intelectuales. No era un movimiento, era un grupo de individualidades que respondían a los mismos rasgos taxonómicos: profesiones liberales, hijos de la alta burguesía, intelectuales reales o imaginarios, progresistas, muchos de ellos viviendo de la pluma o de la edición y, todos ellos, sin problemas económicos. Todos comprometidos con la “oposición democrática”, pero la mayoría sin militancia política real. Ninguno de ellos, nunca vivió la clandestinidad, ni los riesgos de una militancia ilegal. Les dio por la contracultural y el underground. Les llamaban “gauche divine” como un insulto y ellos aceptaron la definición como rasgo distintivo.

Estábamos en el tardo franquismo. Era la hora en la que el “compromiso político” (salvo que fueras un obrero) salía gratis para los intelectuales. El undergound y la contracultura desaparecieron de EEUU y, consiguientemente, el fenómeno se extinguió en España. Un sector importante se reconvirtió siguiendo las orientaciones místicas de los hipiloyas norteamericanos y el descubrimiento de las religiones orientales. El yoga especialmente.

Hay que realizar dos precisiones: el yoga, en la India, es uno de los escalones más bajos de la espiritualidad. Por debajo solamente tiene al faquirismo. Así que los que creen que el yoga es una “vía espiritual”, más vale que no se engañen: es una técnica de relajación con una base espiritual que no se puede entender completamente si no se comparte el universo védico en el seno del cual nacieron los distintos yogas. A lo que hay que añadir que los “misioneros” que trajeron el yoga de la India hasta occidente desde finales del siglo XIX, lo que trajeron fue una versión adulterada que resultaba imposible vender en la India, pero que se adaptaba bien al supermercado espiritual occidental como producto de rebajas. Los mismos resultados pueden obtener con cualquier método de relajación o con cualquier terapia psicológica.

Desde mediados de los 70, un sector de la “gauche divine”, de la “izquierda caviar”, mutó en el seudo espiritualismo. Y ahí están, en mi pueblo, haciendo “yoga en la playa”, con sus abalorios comprados en la India a cualquier mercachifle, con sus pañuelos orientales recién tradidos de Madrás o de Daramsala, con sus cortes de pelo a lo yogui tirado de Bombay, con sus cuatro posturitas rompecuellos y quiebraespaldas, con su pasotismo efecto del porrito descontrolado, sus hijos productos del amor libre y educados por la vida, berreando mientras ellos y sus acólitos intentan practicar “yoga en la playa”. Si está de mona la quinoa, se ponen hasta el ojete de quinoa, si es el tofu lo consumen en sobredosis y si se trata de beber, incluso te defienden que un latigazo de tu propio pis a primera hora es “depurativo y mineraliza el cuerpo”. Políticamente escépticos, nunca osarán criticar al “prucés”… Eso es lo que queda de la “izquierda caviar” cuya proliferación vermicular en los meses de verano en mi pueblo me hace elevar esta queja. Me quejo de que los viejos hipiloyas nunca mueren.