Hoy se ha sabido que la pasada
semana, un joven magrebí consiguió colarse en el arsenal de El Ferrol y fue
detenido tras lanzarse al mar. El incidente comenzó cuando unos centinelas
vieron acercarse a un joven de aspecto magrebí y al impedirle el paso empezó a vociferar
en árabe. Los centinelas cerraron las puerta de seguridad, pero el joven
consiguió entrar en el recinto del arsenal unos 50 metros, hasta que uno de los
militares disparó al aire y el sujeto se lanzó al agua a pocos metros de donde
se encontraba una fragata. El joven, sobre el que pesaba una orden de
expulsión, fue detenido. El incidente no es importante: el sujeto en cuestión,
ni tenía antecedentes yihadistas, ni iba armado. Al parecer buscaba paralizar
su expulsión cometiendo un delito. Sin embargo, la facilidad con la que
consiguió colarse en una zona militar de máxima seguridad, han generado
preocupación sobre la vulnerabilidad y permeabilidad del arsenal y de otras
instalaciones de alto valor estratégico.
La noticia ha salido a la luz
pública en el mismo momento en el que en L’Hospitalet de Llobregat la policía detenía
a un paquistaní vinculado a redes yihadistas y, concretamente por “participación
directa en actividades de edición, difusión y propaganda de contenidos de
naturaleza yihadista”. Se trataba de un “islamista radical”. Indudablemente,
tampoco se trataba de alguien “peligroso”: toda su actividad de proselitismo la
realizaba en redes sociales. La propia Audiencia Nacional, mediante el titular
del Juzgado de Instrucción nº 5 ha comunicado que se trataba de un “elemento radicalizador”.
Pero lo que queda claro es que, en este momento, un sector de la comunidad
islámica ve con simpatía, e incluso admiración, la acción del Estado Islámico
en Siria o de los Talibanes en Afganistán. No existen redes yihadistas
dispuestas a traer el terrorismo a España, pero sí dispuestas a convertir la yihad
en algo popular entre la comunidad islámica.
Estas dos noticias aparecidas hoy
en medios de comunicación tienen que ver con la defensa, la seguridad nacional
y la lucha contra el terrorismo yihadista. Y las dos son preocupantes. Vale la
pena preguntarse si, en este momento, el costosísimo material de que se han
dotado nuestras fuerzas armadas (el costosísimo Eurofigther, los submarnos S-80
y las fragadas F-100, los A-400) son efectivos ante la lucha antiterrorista y
si son suficientes para afrontar al “enemigo del sur” (Marruecos es el único
riesgo real para nuestra soberanía en el exterior, al amenazar directamente la
seguridad de Ceuta, Melilla y Canarias y al mantener el régimen marroquí sus
reivindicaciones territoriales dentro de su política de “Gran Marruecos”)
especialmente, cuando el grueso de todas estas unidades se encuentran en la
península o en operaciones en el exterior (que, en ningún modo, están
relacionadas con nuestra seguridad nacional) y Ceuta, Melilla y Canarias
podrían ser ocupadas por Marruecos antes de que el Ministerio de Defensa
pudiera reaccionar.
La renovación de las FFAA
iniciada por Aznar (para estar en condiciones de satisfacer las exigencias del “amigo
americano”) y de Pepe Bono (para repartir buenas comisiones) supuso un enorme
esfuerzo (entre 30 y 40.000 millones de euros que tardarán en pagarse (como una
hipoteca) en torno a 30 años. Mucho antes de que terminen de pagarse, todo este
material estará obsoleto y será preciso renovarlo. Sin olvidar que, en muchos
casos, como en el caso de una impresores informática, lo costoso de estos
materiales no es su adquisición sino su mantenimiento.
Lo limitado de los presupuestos
de defensa hace que el futuro de nuestras FFAA sea problemático: no solamente
no están en condiciones de responder a las exigencias de una lucha interior
contra el terrorismo yihadista, sino que además, tardarían en responder –a la
vista del actual despliegue estratégico- a las necesidades del teatro de
operaciones magrebí (el único, insistimos, que representa un riesgo real para
nuestro país). A esto hay que añadir la inestabilidad política y la absoluta
incomprensión que toda la clase política, de derechas, de centro y de
izquierdas, manifiesta hacia el papel de las FFAA y en la comprensión de los
riesgos estratégicos que afrontamos.
Si a esto añadimos que disponer
de blindados con casi cuarenta años de servicio, fragatas con treinta años
navegando, Harriers de despegue
vertical diseñados en los años 60 y activos desde los 80, YF-18 con más de treinta años volando, helicópteros con medio siglo
de servicio y barcos de transporte y desembarco que responden a las
concepciones de la Segunda Guerra Mundial, hace falta preguntarse, salvo unos pequeños
escuadrones aéreos, tenemos el derecho de plantear si nuestras FFAA están en condiciones
de garantizar la defensa nacional. La respuesta, a la vista de los dos incidentes
que hemos comentado, parece ampliamente negativa.
El presupuesto de defensa ha
disminuido tanto como ha aumentado la rapacidad de la clase política y el
despilfarro del Estado generado por esa misma clase política para su beneficio.
El resultado ha sido la pulverización de las idea de la “defensa nacional”, su
imposibilidad práctica y el hecho de que todo dependa de la suerte: suerte de
que Marruecos no esté en disposición de atacar Ceuta, Melilla y Canarias;
suerte de que el peligro yihadista no sea todavía una posibilidad inmediata…
¿Hasta cuándo durará esa suerte?