La edad media de la población
europea sigue creciendo. En la actualidad, hay 42 personas mayores de 65 años
por cada 100 trabajadores y en el porcentaje sigue aumentando. La tendencia al
envejecimiento de la población europea es inequívoca. Esto es lo que se ha
preocupado de recordar José
Ramón Pin Arboledas, profesor del IESE, quien ha definido el fenómeno como
«tsunami demográfico». Así pues, la constatación es clara: nuestras sociedades
europeas se extinguen. ¿Remedio? Importar población. ¿No hay ninguna solución
más simple? Sí: estimular la formación de parejas, apoyarlas económicamente por
parte del Estado, realizar campañas de natalidad, lanzar estímulos fiscales a
la paternidad, responsabilizar a la población de la necesidad de crear un
futuro para ellos y para su país... lo que, inevitablemente, pasa por tener
hijos. Todas estas fórmulas fueron rechazadas por el PSOE en su primer mandato
e inmediatamente tuvo el poder a partir de 1983. La derecha, por su parte, no
ha hecho absolutamente nada para revertir esa tendencia… salvo abrir las
puertas a la inmigración, como hizo Aznar a partir de 1996.
El impacto social negativo que la inmigración ha tenido en
toda Europa (expresada nítidamente con el crecimiento de las formaciones
euro-escépticas y anti-inmigración que están al filo de obtener la mayoría en
varios países europeos) no ha servido para que los partidarios de la tesis “a
menos natalidad, mas inmigración” se den por vencidos. Nuevamente, se juega con
el miedo: “los inmigrantes son necesarios para pagar las pensiones”, una vieja
cantinela carente de credibilidad a la vista de lo sucedido en estos últimos 20
años en el curso de los cuales, la sociedad española ha perdido cohesión interior,
se han insertado bolsas de población mal integrada y con una demografía cuatro
veces superior a la española que, para colmo, son una losa para nuestra
economía.
Hoy sabemos que basta con políticas de austeridad y
limitación en el gasto público para poder seguir manteniendo el Estado del
Bienestar como en sus mejores tiempos. Sabemos, además, que en toda Europa las
políticas integración han fracasado: seguir por esa vía sería absurdo. En
algunos países europeos se empieza a intuir que solamente estimulando la propia
natalidad puede salvarse la actual crisis demográfica.