Info|Krisis.- El 6 de octubre de 2014 se cumple el 80 aniversario de los “hechos de
1934”. En aquella ocasión, Luis Companys, presidente de la Generalitat de
Cataluña, se subía al balcón del Palacio de la Generalitat y proclamaba la
unilateral y efímera “República Catalana” que batió todos los récords de
brevedad: apenas duró desde las 7:30 hasta la 1:00 de la madrugada del día
siguiente, esto es, 18 horas y 30 minutos. Los paralelismos entre aquella
situación y la actual son sorprendentes, pero mucho más sorprendente es que
ambos episodios coronen una particular visión masoquista de la historia de
Cataluña. ¿Es comprensible que el nacionalismo se recree en la derrota, se
nutra de la derrota y quiera reeditar las derrotas históricas? Así parece, en
efecto.
La Generalitat de Cataluña en su
insensata interpretación de la historia ha mencionado la revuelta del “Conde
Paulus” contra la monarquía visigoda de Wamba como una de las primeras muestras
históricas del “factor diferencial catalán”. Y esto a pesar de que dicha revuelta
incluyera a la Septimania y a la Tarraconense, la primera transpirenaica y la
segunda abarcando un espacio mucho mayor que la actual Cataluña.
La figura histórica de Paulus es
cuestionable. Enviado para sofocar una rebelión, traicionó a su rey en beneficio
de sus resentimientos personales. Pidió ayuda a todos los enemigos de los godos
y nadie respondió. Lo esencial del conflicto se produjo, no en la Tarraconense,
ni en el espacio de la actual Cataluña, sino en la Septimania francesa. Paulus
se rindió en Nimes. En el curso del juicio, Wamba le preguntó por el motivo de
la rebelión y si le había agraviado u ofendido. Paulus y sus lugartenientes
callaron. Ante el silencio de los acusados, el rey visigodo les enseñó el
juramento de fidelidad que habían firmado meses atrás como prueba de su
falsedad y traición. Así lo escriben las crónicas escritas a finales del siglo
VII y así hay que creer que ocurrieron los hechos. Falta decir que Paulus fue
llevado a Toledo, rapado al cero y se le colocó una corona hecha con espinas de
pescado… Murió sin gloria en la cárcel de Toledo.
Sorprende que los maquilladores
de la historia que han poblado las
Consellerias de Educación y de Cultura de la Generalitat aludan a la
revuelta del Conde Paulus como uno de los hitos históricos de Catalunya. Hay en
el episodio histórico mucho de bochorno (Barcelona abrió las puertas a Wamba y
entregó a los partidarios del Conde rebelde y lo mismo ocurrió en Gerona), nulo
heroísmo y una ambición sin mesura que lo precipitaron a la derrota. Hace falta
irresponsabilidad para considerar el episodio como uno de los hitos de la
“catalanidad”, especialmente porque no tenía nada que ver con Cataluña. Es, en
cualquier caso, se trata de una primera muestra de masoquismo histórico a la
que seguirán otras muchas hasta llegar al actual soberanismo.
El episodio deja también claro
que los territorios situado al norte de los Pirineos en la llamada Septimania,
el Mediodía francés, fue un territorio con múltiples contactos con el noreste
de la Península Ibérica. De hecho, tras cristalizar los núcleos pirenaicos de
la Reconquista (la Covadonga catalana) y formarse los condados que participaron
y dieron origen al Reino de Aragón (eso que el soberanismo actual llama en el
colmo de la irrealidad “federación catalano-aragonesa”), siguieron mirando
hacia el norte de los Pirineos y el Reino de Aragón mantuvo como área de
expansión el Mediodía francés. Vale la pena recordar que, hasta bien entrada la
Reconquista esos núcleos, como los asturianos, siguieron teniendo clara la idea
de que su resistencia inicial y las sucesivas ofensivas que siguieron estaban
impulsadas no por el deseo de ser “naciones independientes”, sino para
reconstruir la unidad del reino visigodo y superar lo que los romances medievales
llamaron “la pérdida de España”.
Fue gracias a Luis el Piadoso
(Ludovico Pío, hijo de Carlomagno) que Barcelona se liberó de la ocupación
islámica. No se conoce mucho del episodio. Se cree saber que a poco de ser
ocupada la ciudad por los musulmanes, la mayoría de habitantes se convirtió al
islam para evitar pagar impuestos. Varias leyendas cuentan que al aproximarse
las tropas francas de Luís el Piadoso, los barceloneses de la época recuperaron
la fe, se sublevaron y cortaron la cabeza al rey moro (la tradición cuenta que
esa cabeza, convertida en “carassa”
de cartón piedra, fue colgada de la puerta Norte de la Catedral de Barcelona y
allí estuvo hasta 1967, escupiendo caramelos a los niños por la boca el Día de
los Reyes Magos -lo sé porque es uno de mis recuerdos infantiles-. Ese año, la
visita del embajador turco a la catedral aconsejó retirar la “carassa” con turbante al almacén de la
sacristía en donde sigue todavía). El episodio no es muy recordado por los
historiadores nacionalistas, no sabemos si por que tiene poco de heroico o
porque en aquel momento, el norte de la actual Cataluña, de Aragón y Navarra,
eran feudatarios de los francos y conocidos como “Marca Hispánica”, nombre que,
en sí mismo, deja poco margen al maquillaje histórico. La influencia aragonesa
sobre los territorios franceses duró unos siglos.
Y entonces llegó Muret. Era 1213
y fue una consecuencia de las guerras contra el catarismo. Derrota espantosa en
la que pereció Pedro II, rey de Aragón, conde de Barcelona y Señor de Montpellier,
por este orden. Pedro II sintetizaba en sí mismo y en su origen a las
“Españas”, pues no en vano era hijo de Alfonso II el Casto de Aragón y de Doña
Sancha de Castilla. En Muret estuvo flanqueado por los condes de Foix, Toulouse
y Cominges, occitanos todos. Hubo muchas causas de la derrota, pero una de
ellas, la principal según su hijo Jaime I (que apenas tenía 5 años en ese
momento y que fue entregado a los templarios para su educación), fue también muy “española”: la noche antes de la
batalla, simplemente, se fue de putas, uso y abusó del moyate. Entre el folgar
y el beber, a la mañana siguiente no se tenía en pie. En la misa previa hubo
que agarrarlo para que pudiera arrodillarse y levantarse. En plena batalla los
caballeros francos lo identificaron, lo aislaron, lo derribaron y lo remataron.
La tropa aragonesa se desbandó. Fue el fin de las aspiraciones de la Corona de
Aragón al Norte de los Pirineos, a partir de ese momento se orientaría en su
expansión Mediterránea.
La derrota de Muret es tratada
como algo propio por la historiografía catalana, empezando por Rovira Virgili.
El episodio (que demuestra solamente que Pedro II estaba obligado a actuar en
defensa de sus feudatarios del norte cuando estos fueron amenazados por Simón
de Monfort y los francos con la excusa del catarismo) es considerado,
incomprensiblemente, por ellos como un nuevo hito histórico y una muestra de la
tan cacareada “especificidad catalana”.
Los ejemplos podrían
multiplicarse. El 11 de septiembre de 1714, otra derrota, pero no del “soberanismo
catalán” sino de la Casa de Habsburgo y de una forma de entender la estructura
del Reino de las Españas, también sufre su retorcimiento. El “gran hito” del
soberanismo es también una derrota, pero sobre todo un gran fraude que la
Generalitat viene conmemorando despojándola de su verdadero significado
histórico y atribuyéndole otro que ninguno de los defensores de Barcelona en
1714, ni de los exiliados austriacistas, le atribuyeron en la época. Para los
amantes de las curiosidades históricas les diremos que los escombros del barrio
de la Ribera (la zona de la muralla de Barcelona que más resistencia opuso a
los borbónicos) fueron arrojadas al mar en cantidad tal que sobre ellas se
construyó el barrio de la Barceloneta (le mismo que el Ayuntamiento de Barcelona
ha abandonado al turismo de litrona, borrachera y descontrol en lo que
constituye otra derrota de la convivencia en la Ciudad Condal).
El siglo XIX fue el gran siglo
español de Cataluña. Fueron catalanes los que combatieron contra los
revolucionarios jacobinos franceses en la “Guerra Gran” para salvaguardar
España de la penetración de las ideas revolucionarias. Fueron los menestrales
de Barcelona los que se sublevaron contra Napoleón, a pesar de que éste les
ofreciera que Cataluña se integrara en Francia con presuntas ventajas
lingüísticas. Fueron los resistentes del Bruch, los defensores de Gerona, fue
una barcelonesa, Agustina Zaragoza i Doménech, la que pasó a la historia como
“Agustina de Aragón”. Fueron catalanes quienes defendieron la pertenencia de
Cuba a la Corona de España y, antes que ellos, los catalanes presentes en
Maracaibo que impidieron que esta ciudad se integrara en la Primera República
de Venezuela, recibiendo por ello la ciudad el título de “Muy Leal”. Fueron los
capitales retornados a Cataluña tras la independencia de Macaibo los que
hicieron florecer la industria catalana. Incluso fue Buenaventura Carlos
Aribau, el autor de la Oda a Cataluña, un autor que se expresaba habitualmente
en castellano y cuya carrera profesional transcurrió siempre, siempre… en
Madrid. Pocos siglos, en definitiva, hubo tan “españoles” en Cataluña como el
XIX.
Fue también un siglo de derrotas:
la burguesía catalana, hacia mediados del XIX, empieza a creerse fuerte porque
experimenta una acumulación de capital como apenas se veía en España. Unos
incidentes en la puerta de la muralla generados por unos excursionistas que
pretendían entrar vino en la ciudad sin pagar tasas, generó la bullanga de 1842 que seguía a otros
muchos episodios del mismo tipo, todos dramáticos para la población barcelonesa
y para los edificios religiosos de la ciudad (en el XIX, Barcelona vio
destruido lo esencial de sus edificios góticos). En esta ocasión, se demostró
la debilidad de la burguesía catalana que pronto vio como los grupos más
extremistas la superaban y le arrebataban el control de la situación,
concluyendo el episodio con el lanzamiento de 1.014 bombas sobre la ciudad
desde la fortaleza de Montjuich y con la desbandaba de la burguesía
barcelonesa, no por miedo al ejército español sino a los extremistas a los que
había dado alas en la primera parte de la revuelta.
Luego irrumpió el nacionalismo y
todo este inmenso rosario de derrotas, fue cubierto por poetas, artistas,
lingüistas, arquitectos, folkloristas y músicos, que crearon una “tradición
catalana” en el último tercio del siglo XIX que no era sino una reconstrucción
romántica, y a menudo gratuita, forzada y retorcida (e incluso basada en
destrucción de documentos históricos: véase los desmanes de Próspero Bofarull
al frente del Archivo de la Corona de Aragón) de lo que fue la “Cataluña histórica”.
Así hasta llegar a 1909 cuando la
burguesía catalana estaba dispuesta a dar un paso al frente y escindirse del
Estado Español, y seguramente lo habría intentado, de no ser porque la clase
obrera demostró la fragilidad de la construcción nacionalista y el carácter de
instrumento ideológico del nacionalismo catalán al servicio de los “señores
locales del dinero”. Fue al denostado ejército español al que la burguesía catalana
tuvo que recurrir para salvar su patrimonio de las iras de la clase obrera
durante la “Semana Trágica”. A partir de ese momento, la alta burguesía
entendería en los años siguientes que la independencia de Cataluña era
imposible mientras existiera un movimiento obrero a la ofensiva y necesitase al
ejército español para salvar sus dineros y patrimonios. Patrimonio primero.
Patria después. Tal era el lema de la burguesía catalana desde el conde de
Güell hasta el gang de los Pujol.
El disparate siguiente llegó hace
hoy justamente 80 años. Fue la proclamación del “Estat Catalá” por parte de Luís
Companys. Al acabar su discurso en el balcón de la Generalitat dijo
textualmente: «Ara ja no direu que no sóc prou catalanista» ('Ahora ya no podréis
decir que no soy suficientemente catalanista')… reconociendo que había sido
arrastrado por los radicales. Y es que en nacionalismo catalán se parece al
islam en que le resulta imposible mantener durante mucho tiempo una posición
moderada: siempre, antes o después, terminan prevaleciendo, casi de manera
natural, los partidarios de las posiciones más extremistas, los
fundamentalistas, como si la moderación fuera apenas un momento de equilibrio
inestable que más pronto que tarde se rompería. Seguramente por esto el soberanismo
actual se entiende tan bien con el “islam catalán”: en efecto, ambos siempre
tienden a deslizarse inevitablemente por sus pendientes más extremistas.
Hoy también, Artur Mas, como ayer
Companys, no es dueño del soberanismo: se ve arrastrado por él. Mas apenas es
otra cosa que el mascarón de proa de un proceso insensato e inviable, que, una
vez más vuelve a asustar a la burguesía catalana y a lo que queda de industria
regional, mientras la población, habituada a TV3 y a los medios de comunicación
subsidiados por la Generalitat sigue creyendo que la independencia está al
alcance de la mano y que basta tener el 51% de votos sobre el 49% en una
consulta popular realizada en un momento puntual para acceder a la
independencia… La santa candidez del “pueblo soberanista” (con Karmele
Marchante al frente, haciendo encuestas para la ANC) es digna del ingenuo maquillaje
histórico de la historia de Cataluña que tantos han denunciado.
Hace falta empezar a ver a Artur
Mas como la primera víctima del soberanismo que él mismo ha suscitado y que en
pocos meses le ha rebasado y apisonado. Hace falta ver a Artur Mas como la
“última derrota de Cataluña”, la culminación histórica de una concepción
nacionalista de la historia que solamente es capaz de concebir derrotas… porque
las victorias ha sido demasiado evidente que se han realizado bajo el signo de
“lo español” y resultan, por tanto, inaceptables e inasumibles para el
nacionalismo.
Hay mucho masoquismo en el
nacionalismo catalán. Ese querer ir hasta el final, aun sabiendo que ni
siquiera celebrándose el referéndum, lo más probable es que bastara con que La
Caixa o Planeta amenazaran con trasladar su sede social de Zaragoza, Valencia o
Madrid, para que se desplomara electoralmente, o incluso en las actuales
circunstancias, difícilmente llegase al 40% de síes a la independencia. Ese
seguir obstinándose en que Cataluña seguiría en la UE, y ofreciendo la “doble
nacionalidad” a los catalanes que quisieran seguir siendo españoles o afirmando
seriamente que en una Cataluña independiente el Barça seguiría en la Liga
Española de Fútbol… o bien, en represalia, se incorporaría a la francesa… todo
eso, son el resultado de un maquillaje histórico que ha hecho del fracaso la
constante en la historia de Cataluña y que en su torpe ingenuidad, considera
como “propio” algo cuyo sentido real no tiene que ver nada con sus
aspiraciones, sus ínfulas y sus fantasías romántico ingenuo-felizotas.
Suerte tiene Artur Mas de no
acabar como el Conde Paulus, abochornado cuando se le pregunta porque vulneró
el juramento realizado coronado por las espinas de una pescadilla. Artur Mas,
ni siquiera puede hacer como los barceloneses del siglo VIII, convertirse al
islam a la llegada de los moros y recristianizarse de nuevo setenta años
después con Ludovico Pío a las puertas de la ciudad. Su problema es que ya no
sabe cómo decir a las organizaciones soberanistas que él mismo ha
subvencionado, a los que ha suscitado esperanzas, a los que ha lanzado a la
calle, que la independencia es inviable y que ni siquiera garantizaría la
supervivencia de Cataluña. Sabe, además, que el día en que comunique a ERC y a
la ANC, al Ómnium e incluso a CDC que la broma se ha terminado y que hay que
reconvertirse… sabe que ese día, simplemente se lo comen. Y si no se lo comen
ellos, se lo comerá el “Islam catalá” omnipresente y cada vez más reforzado por
la natalidad y por la debilidad evidente del soberanismo que le tiende la mano.
Suerte tendrá Artur Mas de no ver
un cañón de 75 mm ante la puerta del Palau de la Generalitat como hace ahora 80
años. Suerte, incluso de que nadie, ni él mismo, ni ERC, ni la Forcadell, tengan
gran interés en proclamar el “Estado Catalán” de manera insurreccional, porque
no dudaría ni las 17 horas que duró el de 1934.
La sensación que da ahora Artur
Mas es la de un masoquista al que unos y otros le están azotando y que ha
olvidado la palabra clave para detener el juego o que no se atreve a decirla
porque sabe que le sacudirán más fuerte. Hoy Mas no es maltratado por Rajoy…
sino por los que le acompañan en la aventura. Mas es hoy el siervo, el esclavo
sumiso, el perro humillado, arrodillado, con correa al cuello y bragas de
cuero, a los pies de las CUP, de la ANC, de los radicales de la JNC y de CDC,
del Ómnium y, por supuesto, del master
de la velada, Oriol Junqueras. Hacen con él, simplemente, lo que quieren. La
reunión del viernes pasado en el que la cúspide soberanista se reunión, así lo
indica a las claras. El margen de actuación de Artur Mas es hoy tan pequeño
como el del masoquista encerrado en la jaula que él mismo ha construido.
Auguramos que en las navidades de
2014, el caganer (la gran aportación
nacionalista al pesebrismo mundial) más solicitado en Cataluña será el que
reproduzca la imagen de Artur Mas. En todo masoquismo siempre termina
existiendo una componente anal. Freud estudió el fenómeno hasta la saciedad. Es
el lógico remate a la exaltación de una historia maquillada construida derrota
a derrota, hasta la derrota final que le espera.
© Ernesto Milà - Info|krisis - infokrisis@yahoo.es - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen