Info|krisis.- Los tiempos no están como para
muchas alegrías y los analistas políticos correríamos el riesgo de ingresar en
urgencias psiquiátricas si no desconectáramos con cierta frecuencia de la triste
cotidianeidad político-económica que nos rodea. Siempre, claro está, nos queda
ver la tele. Pero uno de los directivos de Tele 5 lo dijo hace unos años: “Yo vendo publicidad, pero entre anuncios
pongo programación para que la gente vea mi publicidad”. No, no nos queda
ni la tele, ni la de pago, ni el TDT, a menos que queramos intoxicarnos con 40
minutos de programación por 20 de publicidad. Además, la publicidad aparece en
los momentos más críticos de las películas, hacia el final, en los momentos-clímax.
Así pues a nadie le extrañará que sea un fanático del peer to peer para series y películas. Todo antes que aguantar que Jack el destripador fragmente una
película interesante en seis partes entre inserciones publicitarias masivas.
Una película al día parece una dosis razonable, sin interrupciones, en la calma
del hogar, en la serenidad de la noche.
En los dos últimas días he visto
dos películas que quizás valga la pena comentar y que, en cualquier caso,
figuran entre las que se pueden recomendar para cinéfilos medianamente
exigentes. El Veredicto y Borgman.
Dos películas tan diferentes, tan iguales..
Vaya por delante que ambas son
películas europeas y filmadas en países muy próximos: Bélgica y Holanda. Ambas
son recientes (se filmaron en la segunda mitad de 2013) y ambas han pasado
discretamente por las salas de exhibición españolas. No es que uno sea un
fanático de las versiones originales subtituladas, pero quizás en este caso los
subtítulos concentran lo esencial de los diálogos. Ambas cintas han recibido galardones
internacionales. Borgman, sin ir más
lejos, fue premiada en el Festival de
Cannes (Sección oficial de largometrajes a concurso) y en el Festival de Sitges de Cine Fantástico
como la mejor película. En cuanto a El
Veredicto recibió en Montreal el premio a la mejor dirección. Se trata,
pues, de un cine que ha recibido reconocimientos de las altas instancias
cinematográficas europeas o que, desde Canadá, miran a Europa. En cierto
sentido se trata de películas complementarias. Nos explicamos.
El Veredicto es hiperrealismo; Borgman,
en cambio, surrealismo. La primera tiene que ver con el cambio de percepción
que se está produciendo en Europa en relación a la delincuencia y a la justicia
garantista. La segunda es la descripción de una pesadilla. Siempre, ayer y hoy,
el sueño de la razón, provoca monstruos. En la primera película, el “monstruo”
es jurídico. En la segunda, onírico. Ninguna de las dos películas podían
haberse filmado –y mucho menos, entendido- hace 10 ó 15 años-, sin embargo,
ahora son mucho más comprensibles cuando se están produciendo vuelcos en muchos
países europeos y los partidos (y filosofías) que han dominado el escenario
europeo después de 1945 y mucho más especialmente tras 1968, son reconocidas
como indigencias ideológicas.
El Veredicto y el problema de
la justicia garantista
El Veredicto plantea un sencillo problema del que no faltan casos
en Europa (y particularmente en nuestra desgraciada España). Un padre de
familia, con esposa e hija, brillante profesional, hombre popular en su
círculo, un tipo normal como a ninguno nos molestaría ser, es decir, como usted
y yo aspiramos a ser, bruscamente ve como mujer a hija son asesinadas, cae en
una lógica depresión, no recibe el ascenso laboral que merecía y, para colmo,
el asesino, gracias a un subterfugio jurídico y de procedimiento, es puesto en
libertad y la causa sobreseído. A la vista de que en Europa todavía queda gente
con sangre en las venas. El padre, marido, empleado ejemplar, un buen día
compra una pistola, y pura y simplemente, hace lo que la justicia no ha sido
capaz de hacer. Vaciarle un cargador entre frente y testículos. Se deja detener
y la película no es sino la crónica de un proceso que suscita más expectación en
la sociedad que un strip-tease de Sor Citröen.
Para el aparato estatal de
justicia está claro: a pesar de que la opinión pública esté volcada en favor
del padre, marido, empleado ejemplar, jueces, fiscales, ministerio de justicia,
no puede tolerar que alguien usurpe las funciones que ellos se arrogan,
repartir justicia, a pesar de que lo hagan con la habilidad de un elefante en
una cacharrería. La posición del abogado defensor alinea a los que creemos que
si el aparato de justicia no está a la altura de su misión, el ciudadano tiene
el derecho a asumir esa carencia del Estado. La posición de la acusación y la
del propio tribunal es que si el ciudadano se toma la justicia por su mano, se
acaba el “Estado de Derecho” y viene la selva. No hay –no puede haber– término
medio. Tal es el argumento de una película sobria, difícil y
extraordinariamente bien llevada desde el punto de vista del lenguaje
cinematográfico.
Es, por ejemplo, significativo
que el protagonista apenas habla (ni siquiera declara en el tribunal), pero
utiliza en todo momento un lenguaje gestual intenso y más descriptivo que
cualquier frase. Puesto ante la tesitura de declarar “trastorno mental
transitorio” y recibir una condena simbólica, o de no mostrar arrepentimiento, asumiendo
su responsabilidad ante el fallo judicial que ha puesto en libertad, exento de
cualquier responsabilidad al asesino de su familia, con la posibilidad de recibir
una pesada condena, nuestro padre, marido, empleado ejemplar, opta por la
segunda opción: desafiar a un aparato de justicia ineficiente. Y vence.
Por eso decimos que si la
película se hubiera filmado hace una década el final habría sido otro y el
planteamiento muy diferente: entonces el progresismo dominaba el Europa, el
humanismo-universalista, que parecía hablar por boca de la fiscalía,
consideraba que alguien que se orinaba en la cama de pequeño, cuyo padre le
había propinado media docena de capones y que había terminado en un
reformatoria, estaba eximido de comportarse normalmente y tenía el derecho no
solo de asesinar y adoptar comportamientos asociales, sino que tal
comportamiento sería “entendido” por la “justicia” y considerado como atenuante
para cualquier actividad posterior. La justicia “garantista” llevaba a estas
percepciones ridículas. Lo hemos visto en casos patéticos como el de Sandra
Palo, sin olvidar a Marta del Castillo y a tantas otras víctimas cuyos han asesinos, en lugar de subir al patíbulo, se
han visto favorecidos por la Ley del Menor, uno de los subproductos más infames
del período aznariano, madre de todos los problemas y de las más infames
injusticias.
La sociedad no debe temer –de hecho,
no teme- al ciudadano, honesto, justo, al padre, marido, empleado ejemplar,
cuando sustituye a un aparato de justicia injusto y se toma la justicia por su
mano, ya que no hay mano del Estado capaz de hacer justicia. La sociedad lo que
debe temer es al salvaje psicópata al que los psicólogos humanistas justifican
cualquier crimen… porque en su infancia sufría de incontinencia urinaria. Hasta
no hace mucho, el “Estado de Derecho” era el tótem sobre el que se mantenía un
aparato de justicia a medio gas. Ahora, el ciudadano está harto. Pide medidas
urgentes y radicales. Hace unos años solamente la cadena perpetua era algo que
muy pocos defendían y, no digamos, la pena de muerte. Ahora, en toda Europa la
cadena perpetua es algo que la inmensa mayoría considera justo, necesario y
conveniente y la exigencia de pena de muerte se está convirtiendo en clamor
unánime ante determinados delitos. La concepción progresista y
humanista-universalista pierde fuelle y le exigencia de mano dura sube como la
espuma. Es un signo de los tiempos.
Resultaría difícil encontrar una
película que sintetizara en apenas hora y media esta temática, de manera más
austera, clara e incluso didáctica. Y sin términos medios: porque el acusado es
absuelto. Sí, vale la pena contar el final: hace diez años, esta misma película
hubiera terminado con una condena. Ahora resultaba imposible otro final que
sacar al acusado en hombros, darle la vuelta al palacio de justicia, y
concederle las orejas y el rabo del asesino. Hiperrealismo en estado puro. Hiperrealismo
flamenco. Así que tres hurras para el director, Jan Verheyen.
Borgman o la realidad convertida en pesadilla
Y luego está Borgman, hasta cierto punto antítesis de la anterior. Lo que en El Veredicto es realismo sin concesiones
en esta otra película se diría que uno revive las escenas de Un perro andaluz y La edad de Oro, de Dalí y Buñuel, verdaderos manifiestos de cine
surrealista. Lo onírico hecho cinta. Hacía tiempo que no se filmaba nada en
este tono. Borgman, como todo el cine
surrealista, es imposible de interpretar fuera de la psicología de su autor (en
este caso Alex van Warderdam, su director). Cada uno de nosotros podemos intuir
o analizar nuestros sueños y los símbolos que contiene, pero resulta imposible
analizar los de otros. Resulta ocioso, por tanto, recurrir a la simbología para
entender Borgman, y absurdo
plantearse si se trata de una película anti-religiosa, anti-burguesa, satánica
o un híbrido de drama y comedia. El cine surrealista es lo que es su autor.
Imposible entender la escena del “obispo podrido” en La Edad de Oro sin conocer
la obsesión de Dalí por el cuadro de Valdés Leal “Finis Gloriae Mundi”, imposible entender la presencia de un asno
putrefacto sin saber que fue uno de los hallazgos más macabros del Dalí infante
en la apacible Figueras de los primeros años del siglo XX. Por tanto, tampoco
tiene mucho sentido tratar de desentrañar todas las estructuras simbólicas de Borgman, incomprensible para quien no
las ha experimentado en su propia interioridad.
Así pues, el cine surrealista es
algo personal e íntimo. ¿Dónde está el interés para el espectador? Borgman es una película poliédrica en la
medida en que puede ser examinada desde distintos puntos de vista. Todo lo que
podamos decir de ella, según el punto de vista que se adopte, puede ser real y
cierto, pero la película es algo más que lo que se desprende de cada una de sus
caras. Es una “película social” que refleja las distancias crecientes entre
ricos y pobres, pero no es sólo eso. Es una “película de terror” porque el
protagonista tiene algo de satánico y manipulador; pero nos equivocaríamos si
sólo viéramos eso. Es una película de intriga porque el director sabe mantener
el interés del espectador hasta el final; pero es mucho más que eso. Es una
película de humor porque hay escenas desternillantes que hacen más digeribles
algunos asesinatos; pero no es un humor judío al que nos tienen acostumbrados
desde los Hermanos Marx hasta Krusty el payaso. La película es todo eso y mucho
más. Como una pesadilla nos asalta, inquieta y conmueve, carece de lógica y de
sentido. No hay en ella nada racional, ni siquiera razonable. Nada de lo que
vemos tiene explicación y las categorías lógicas han quedado deshechas desde la
primera escena.
Una frase de resonancias
apocalípticas precede a la primera escena: "Y descendieron sobre
la tierra para fortalecer sus filas". No la busquen en el
Apocalipsis del Águila de Patmos ni en lugar alguno. Es producto del guionista. Aparentemente un mendigo aparece en un hogar holandés
privilegiado. Otra familia feliz que como la que arranca en El Veredicto, tiene todo lo que nos
podría gustar. El mendigo –Borgman- simplemente llama a la puerta y pide poder
bañarse. El padre de familia, no solamente se lo niega sino que ante la
insistencia insensata, le da una paliza. La mujer lo recoge, sin embargo, en la
caseta de las herramientas y desde allí se hace con el control de la familia,
asesinando al jardinero, a su mujer, al padre y a la madre que tan piadosamente
le había acogido. No hay perdón para los débiles parece querernos decir en
ciertas escenas el director. Nuevamente, retornamos a un cine actual imposible
de filmar hace 10 años cuando nadie discutía que los menesterosos eran, por el hecho
de serlo, dignos de cualquier favor.
Dos películas, dos estilos, para una sola denuncia
Borgman, como El Veredicto,
sugieren que el miedo de la sociedad europea ante los peligros que la acechan,
van creciendo. La diferencia entre ambas estriba en que mientras en la segunda
se realiza una crítica específica al sistema judicial, en la primera no se alude
a ningún plano en concreto, pero todos están presentes. Es una crítica al
sistema, realizada bajo la máscara de una pesadilla onírica incomprensible. En una
sociedad en la que la racionalidad se va alejando y el salvajismo se entroniza
no hace falta buscar explicaciones, ni contrastar opiniones en favor y en
contra, simplemente basta con describir un estado de hecho al que se ha
llegado.
No se sabe quién es Borgman, quienes son sus aliados, ni
porqué asesinan a los padres para llevarse a los hijos. No se sabe a dónde los
llevan en la escena final, como tampoco se sabe de dónde procede Borgman y sus aliados en la inicial.
Angustia es quizás la sensación que invade al espectador a partir de la segunda
mitad de la película cuando se percibe que lo que parecía haberse iniciado como
una broma banal del director, lleva camino de convertirse en tragedia.
El cine surrealista clásico, a lo
Buñuel, es difícil de seguir. A fin de cuentas, no es más que una sucesión de
escenas que han llamado la atención de guionistas y directores, pero que no
suelen decir nada al público ajeno a su psicología. Sin embargo esta película
es extraordinariamente amena y llevadera, mantiene el interés hasta el final y
genera preguntas en el paciente espectador: el final, decepciona, pero
contribuye a que el espectador se plantee interrogantes. "Y
descendieron sobre la tierra para fortalecer sus filas"… la brutalidad, el
sinsentido, lo absurdo está cada vez más presente en nuestro mundo. Se
fortalecen de día en día. Es bueno recordarlo y todo induce a pensar que cada
vez hay más gente consciente y dispuesta a ofrecer resistencia en esta Europa
que está llegando antes al límite extremo de la decadencia, que ha tocado fondo
y que, a partir de ahora, solamente le queda remontar…
Hay algo en Europa que no está presente en el resto del
mundo. El espíritu de las Termópilas y de Lepanto, de Zama y de la llanura de
Salamina, es el espíritu de resistencia que se manifiesta en nuestro continente
en momentos de crisis. Tengo fe en el renacimiento de Europa porque conozco su
historia. Solamente hace falta que Europa se desembarace de este espíritu humanista
y universalista que anula su poder y su fuerza, diga basta y eche a andar de
nuevo. Películas como estas me confirman en que algo está cambiando en Europa y
que las fuerzas de disgregación cada vez chocan con mayores obstáculos.
(c) Ernesto Milà - info|krisis - infokrisis@yahoo.es - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.