miércoles, 26 de febrero de 2014

Las aristas del mundo cúbico (V)


9ª Arista
Neodelincuencia con actores geopolíticos emergentes

El cáncer de la corrupción ha llegado hasta tal punto en los actores geopolíticos emergentes, que incluso su misma marcha hacia el pelotón de cabeza de los países “que cuentan” está comprometido. La corrupción está presente en todos los escalones de la administración hindú, incluso en los niveles más pedestres; otro tanto puede decirse de China que, periódicamente, se ve obligada a realizar campañas anticorrupción a la vista de la proliferación vermicular del fenómeno. En China, la existencia de un fuerte partido comunista, al ir perdiendo conciencia de sí mismo y de la propia doctrina a defender, ha generado en su mismo interior fenómenos de corrupción y centrifugación del Estado (los Estados débiles son más sensibles a la corrupción que los Estados fuertes). En “democracias” como Brasil o México, las clases políticas se han habituado a vivir de las suculentas “mordidas”, pero es que una parte sustancial de la población, a su nivel, también vive de los circuitos de la delincuencia o, simplemente, está integrada en los mismos. No se termina de ver la legitimidad que políticos corruptos pueden reclamar a la hora de perseguir a la delincuencia de a pie. Incluso en países islámicos como Irán, la corrupción no se mira particularmente mal, en la medida en que el individuo no la realiza para sí mismo, sino para su familia, su tribu, su clan. Uno se corrompe, muchos se benefician: luego no existe una condena social a la corrupción, sino una sed de integrarse en sus circuitos, sea como sea.

Por otra parte, países como China tienen una gran tradición mafiosa. Las famosas tríadas entran en este juego todavía hoy. De hecho, el maoísmo no solamente no liquidó estos residuos de otros tiempos sino que, incluso, Mao–Tse–Tung contó con las “sociedades bandidos” para organizar su partido comunista en algunas zonas. Aquellas aguas trajeron estos lodos, y hoy China es un caldo de cultivo extremadamente favorable para la corrupción interrelacionada con el aparato del Estado.


Sabemos que en el Primer Mundo las bandas mafiosas jamás podrán acceder al poder, pero sí que se limitarán a amamantar, convivir y pactar con los gestores del mismo. No estamos, en cambio, seguros de lo que ocurrirá en los países en desarrollo acelerado. En Colombia ya existieron casos de narcotraficantes que quisieron –hartos de pagar la mordida a la clase política– constituirse ellos mismos como clase política de reemplazo. El gran cambio político que se produjo en Italia en la segunda mitad de los años 90 no fue motivado por la asfixia del país, sino porque los clanes de la neodelincuencia estaban hartos de pagar “tangentes” a la clase política que, muy frecuentemente, superaban el precio mismo de los servicios. Así que decidieron borrar de un plumazo a la vieja clase política degenerada, desgastada y avejentada del centro–izquierda y gestionar ellos mismos el poder. Era la forma de ahorrarse el pago de las “tangentes”.
Existe el riesgo de que, en los próximos años, las mafias del narcotráfico generen en estos países una acumulación de capital tal, que controlen amplios sectores de la economía. La juventud de estos países en desarrollo acelerado, y la inexistencia de “dinastías económicas”, ha favorecido que las élites corruptas hayan surgido al calor del poder y conozcan bien sus mecanismos. Por otra parte, en estos países no existe un marco democrático formal digno de tal nombre. No se sabe el tiempo que el PC seguirá manteniendo la hegemonía en China, ni lo que ocurrirá cuando se imponga la democratización política, inevitable e inseparable de la democratización económica. En ese momento, es indudable que se producirá una “crisis” y serán precisos reajustes de asentamiento; lo que hoy no puede predecirse es la dimensión de esa crisis y las consecuencias políticas que tendrá. Lo que sí parece muy probable es que, en ese momento, distintos grupos económicos –y no importa si su acumulación de capital se ha logrado por medios lícitos e ilícitos– “pujarán” y lucharán para controlar el Estado o, al menos, algunos de sus sectores clave.

Existe otro escalón de menor importancia, pero fundamental para entender la naturaleza de esta “arista”. En África ya nadie discute que todos los gobiernos africanos albergan grados extremos de corrupción y que África es un gigantesco semillero de todas las corruptelas, no realizadas solamente por mafias, sino por los mismos funcionarios del Estado que actúan a la manera mafiosa. Estas mafias, a menudo tribales, hoy son el Estado. Las petroleras han tenido que entenderse con ellas para realizar sus prospecciones. De la misma forma que la inmigración masiva y salvaje ha hecho que barrios enteros de los países del Primer Mundo hayan sido colonizados primero por gentes venidas del Tercer Mundo, luego han practicado la limpieza étnica contra autóctonos y, finalmente, se niegan a reconocer cualquier norma (son las zonas de “non droit”); eso mismo ocurre en toda África: toda África es una gigantesca zona de “non droit” donde solamente rige la corruptela, el racket y el crimen mafioso, sobre unas poblaciones agonizantes y en estado de depauperación creciente. En extensas zonas de Asia, en Asia Central, en Iberoamérica, existen similares procesos. Cada vez más países caen en manos de grupos mafiosos (se llamen como se llamen) y el drama producido es éste: lejos de ver cómo se amplían los “islotes democráticos”, estamos asistiendo a la extensión de la corrupción en el Tercer Mundo como si se tratase de una mancha de aceite.

No hay que perder de vista, finalmente, que la retórica que alimentó a los “países no alineados” en los años 60–80 sigue vigente, en parte, todavía hoy. La diferencia es que hoy, muchos de esos países ya han caído en poder de las mafias de la neodelincuencia.

Por regla general entre los actores geopolíticos emergentes hay que aceptar el axioma “Estados débiles – mafias fuertes”, hasta el extremo de que muy frecuentemente la “mafia” se confunde con el Estado, lo integra e incluso lo estructura. El caso de Kosovo, situado en el corazón de los Balcanes es significativo. A pesar de encontrarse en el interior de un actor geopolítico tradicional, Kosovo es un Estado frustrado organizado por los intereses de la política norteamericana en Europa y cuya administración fue entregada a una organización mafiosa, la UÇK. Ahora bien, en África, no existen mafias en el sentido europeo, el carácter africano tiene como referencia a la “tribu” y, por tanto, no existen mafias tentaculares extendidas en el interior de las fronteras de un país concreto, sino comportamientos corruptos y mafiosos de una familia, un clan, o incuso una tribu. De hecho, hoy, casi toda África puede ser considerada como un conjunto de “Estados fallidos” en los que una parte sustancial de la actividad económica tiene que ver con las actividades de grupos mafiosos y con la corrupción en la tarea de gobierno.

La existencia de estos grupos mafiosos, fuertemente armados, suelen ser utilizados por compañías de pocos escrúpulos que pretenden explotar las riquezas naturales de esas zonas. En el caso de que la mafia en el gobierno (excluimos por completo que las elecciones en toda África negra, sean legales y exista en ellas fair play y honestidad en los recuentos de votos y en a misma realización de las campañas) no acceda a las condiciones que plantea una multinacional para la explotación de los riquezas naturales, ésta recurre siempre, invariablemente a suscitar una revuelta tribal en estado puro o religioso-tribal (en países como Nigeria en donde cristianismo, islam y animismo chocan con frecuencia) que permite tomar el control por las armas de esa región y garantizar la explotación del objeto económico en cuestión.

En otras zonas de Iberoamérica, la acumulación rápida de capital que genera el comercio de cocaína facilita el que los grupos mafiosos compren a políticos locales a bajo precio, puedan realizar sus inversiones y reciclado de dinero negro con tranquilidad e incluso tiendan a ser un poder paralelo que puede hablar de tú a tú con el poder estatal excepcionalmente débil y carcomido por corruptos.

En zonas de inestabilidad permanente como Afganistán, la ausencia completa de actividad económica hace que la inmensa mayoría de la población agrícola se oriente hacia el cultivo de las adormideras en un intento de Indochina, verdadero laboratorio mundial de la heroína. No se trata de que estos grupos “gobiernen” al Estado, sino que el Estado es débil o prácticamente inexistente lo que facilita el campo de acción del narcotráfico.

¿Cuál será la evolución en los próximos años de esta arista? Va a ser muy difícil que en todos estos Estados de África, Asia e Iberoamérica sea posible desembarazarse de la corrupción en el interior del Estado, sino que es mucho más lógico pensar, no que va a producirse una colusión entre los intereses de la neodelincuencia y los de las clases dirigentes de los Estados, como en los actores geopolíticos tradicionales, sino que los grupos de neodelincuentes van a dominar, controlar e incluso gobernar en mayor o menos medida en estos Estados: la neodelincuencia dominará más allí donde haya “menos Estado”, controlará menos allí donde el Estado sea más fuerte. La lista de “Estados fallidos” irá en aumento. Países como China, India, Pakistán, Irán o Brasil, verán como el poder se va fracturando y, poco a poco, sectores del mismo son ganados para la neodelincuencia. Las prácticas mafiosas se irán ampliando, la corrupción se enseñoreará a partir de crisis de crecimiento por las que les será necesario pasar al cambiar su estructura social. China puede dar sorpresas en esta dirección y sufrir problemas interiores extremos, pero también India e Irán y, por supuesto Brasil, país que sufrirá una crisis económica sin precedentes en esa zona cuando reviente la burbuja inmobiliaria que ya ha alcanzado una masa crítica explosiva.

En general, es de prever que los intereses contrapuestos que actúan en esas zonas generen más guerras civiles en África, provoquen situaciones de tensión civil en Asia y estallidos de violencia en Brasil, situaciones que, en su conjunto, serán favorables para la acción de las mafias, el tráfico de armas, la exportación de oleadas de inmigración masiva y el debilitamiento de los Estados, incluso en el caso Chino.

10ª Arista
Neodelincuencia con actores geopolíticos tradicionales

Uno de los elementos más sorprendentes del actual proceso de “solidificación” del mundo, o de tránsito del mundo esférico al cúbico, es la irrupción de la corrupción generalizada entre las clases políticas del Primer Mundo. Siempre ha existido corrupción en las democracias, pero ésta se hallaba limitada a la aparición de algunos “bribones” (el affaire del “estraperlo” durante la II República, por ejemplo) y a la persistencia del caciquismo (fenómeno de otra índole); así mismo, siempre había existido el regalo interesado a la autoridad de turno, pero nunca como hasta ahora se había operado el proceso de generalización de la corrupción hasta no quedar absolutamente ningún flanco del espectro político fuera de este proceso degenerativo.

El hecho nuevo es que los grandes negocios solamente se hacen a la sombra del poder y la paradoja de que nunca un “estado liberal” (y por tanto abstencionista en cuestiones económicas) ha generado una situación en la que SOLAMENTE sea posible realizar grandes negocios contando con el apoyo de los distintos niveles del poder. Quien no está integrado en esos mecanismos, como máximo puede montar una charcutería o una mercería, pero jamás un negocio rentable con un peso decisivo. Se vende al Estado, se comercia con el Estado o construye quien goza de los parabienes del Estado o de alguno de sus escalones administrativos. Obtener ese apoyo implica: tener una buena red de contactos más allá de los partidos políticos y de los mecanismos representativos y realizar contraprestaciones a los que abren la puerta a ese tipo de negocios. Es el do ut des llevado a su límite más desagradable.

Ningún mecanismo del Estado está en condiciones de realizar una tarea de “limpieza”. A menudo la política de “manos limpias” no es más que un slogan para intentar desbancar a unos políticos corruptos por otros que llegan con hambre atrasada. Casos como la “Operación Malaya” parecen ser apenas una cobertura destinada a ocultar el hecho decisivo e importante: que toda España es una gran y gigantesca Marbella, o dicho de otra manera, que el motor de la economía nacional es, o bien la especulación inmobiliaria, o bien el sector de la construcción surgido al calor de recalificaciones masivas y drásticas. Tras esto se oculta el hecho fundamental: el campo se muere, la agricultura, lejos de ser un negocio, es un sector sometido a presiones contradictorias (la del Estado, las de las Comunidades Autónomas, la de la UE, la de la globalización) que lo hacen altamente inviable; Europa sufre un proceso de regresión industrial que la  está convirtiendo a marchas forzadas en una zona de servicios; la economía especulativa no crea riqueza sino que aumenta las desigualdades de renta y, finalmente, la espiral “recalificación–construcción–especulación” no puede prolongarse indefinidamente.

Además de esta confluencia de intereses, se trata de otra arista que alcanzará su máxima tensión en los próximos años. En ella van a confluir los intereses de las bandas de neodelincuentes que actúan en los actores geopolíticos tradicionales. Estos países, bien por haber alcanzado un alto grado de democracia (Europa), bien por haber encontrado dificultades a su evolución política (Rusia) o bien simplemente por estar aquejado de distintas patologías sociales (EEUU), son terreno abonado para la neodelincuencia. Las consecuencia de la acción de los grupos de neodelincuentes en estas tres zonas difiere en intensidad (y dentro de cada zona hay áreas mucho más afectadas que otras) pero no en sus características.

En efecto, en esta parte encontramos, en primer lugar, a los grandes capos de la droga y a las bandas de neodelincuentes que trabajan el tráfico de sustancias ilícitas y su fabricación. Estas zonas cuentan con un aceptable nivel de vida y espacio para el ocio, de ahí que una parte de las ganancias personales se suelan orientar hacia el consumo de sustancias prohibidas. Aunque es cierto que cada vez se va aboliendo más la diferencia entre “drogas para élites” y “drogas para los pobres”, lo cierto es que la cocaína y las drogas de diseño van ligadas a un status económico que goza de una situación más cómoda en relación a subproductos de la cocaína, el haschisch o incluso el alcohol que, en determinadas zonas (Rusia) adquiere el carácter de plaga. Así mismo, la geopolítica de las drogas hace que no todas lleguen con la misma facilidad a las distintas zonas geográficas: el continente americano es tierra de cocaína y España una zona de tránsito para su entrada en Europa. Así mismo, la heroína fabricada en Oriente genera legiones de toxicómanos entre las capas más bajas de los países por los que circula hasta llegar al “Corredor Turco” de los Balcanes desde donde se distribuye a Europa.

En cuanto al haschisch, Marruecos sigue siendo el principal exportador mundial, si bien en Europa y en EEUU cada vez es más frecuente el cultivo de tiestos de esta planta en pequeña escala. Es significativo que en todos estos países la presión sobre este tipo de consumo vaya disminuyendo a incluso en algún país (Uruguay), tras despenalizarse ya se hayan realizado las primeras pruebas para su legalización en un proceso que en breve se extenderá a todo el mundo. Por otra parte, cada zona geopolítica tiene algún producto “estimulante” que, antropológicamente, está ligado a cultos iniciáticos y religiosos.

En estos países en los que la población goza, inicialmente, de un aceptable nivel cultural y de vida, y en donde hasta no hace mucho las clases medias eran mayoritarias, era en donde se avivaron movimientos contestatarios en los años 60-70 que luego fueron sistemáticamente absorbidos por los consumos de drogas. En Italia, como síntoma, el “movimiento del 77” fue literalmente destruido por el consumo de heroína  (especialmente la fracción compuesta por los “indios metropolitanos”). En otras zonas (como el País Vasco), las fuerzas de seguridad del Estado no se emplearon a fondo en la represión del narcotráfico y, simplemente, dejaron que sectores de la juventud vasca en los años 80 y 90 fueran pasto de las drogas evitando así que se incorporaran a los movimientos reivindicativos o, directamente, a ETA. En la actualidad, es evidente que los consumos ilegales, especialmente de drogas blandas, cada vez gozarán de más permisividad a la hora de sumir en situaciones letárgicas y apáticas a amplios sectores sociales arrojados a la crisis. Todo esto, indudablemente, hará que el papel de la neodelincuencia crezca y que se inter penetre con sectores de la administración y del mismo gobierno.

El dinero que mueve el narcotráfico y las distintas formas de neodelincuencia que veremos, hace que la represión policial sea hasta cierto punto ineficaz contra él. Un policía, una comisaría entera puede ser neutralizada simplemente con unos sobornos que absorberán no más del 10% del total de beneficios producidos por esos comercios ilícitos. Estos genera el que se formen dentro de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado grupos mafiosos que realizan actividades ilícitas, detienen selectivamente a delincuentes y procuran que lo esencial de sus beneficios derive de sus actividades delictivas. La corrupción es un proceso invasivo al que no se puede combatir con la legislación habitual. De hecho, las legislaciones y las prácticas “políticamente correctas” utilizadas en los actores geopolíticos tradicionales para combatir a la neodelincuencia, no pueden ofrecen éxitos: el Estado (y, por consiguiente, la sociedad de la que el Estado es su encarnación jurídica) siempre juega con desventaja especialmente en aquellos países con legislaciones garantistas. El resultado final es que la represión sobre la neodelincuencia queda siempre neutralizada por las niveles de corrupción creciente en los cuerpos de seguridad del Estado y en la misma magistratura. Este cuadro queda agravado por le permisividad deliberada de los Estados ante determinadas drogas a fin de estar en condiciones mantener el control social y la tranquilidad.

Esta es una batalla desigual que se decanta de manera creciente a favor de la neodelincuencia y de su colusión con determinados niveles administrativos en un proceso de corrupción incipiente que, en el momento de escribir estas líneas no se ve como podría concluir con las armas facilitadas por las legislaciones de estos países. Y no debería ser necesariamente así: las leyes se pueden modificar inmediata y bruscamente mediante decretos. El problema es que no existe voluntad política para acabar con los comercios ilícitos y, para colmo, existe una predisposición por parte de los Estado a sumir a las masas en la pasividad y la narcosis más absoluta a la sociedad a fin de evitar protestas y movimientos sediciosos.

Los instrumentos de los que disponen las fuerzas de seguridad del Estado para afrontar a la delincuencia son inmensos y garantizan el éxito y la destrucción del narcotráfico en poco tiempo: legiones de funcionarios remunerados, tiempo ilimitado para analizar y buscar pruebas, avances tecnológicos prácticamente ilimitados en los sistemas de vigilancia e investigación, redes informáticas entrelazadas que pueden identificar anomalías y acumulaciones bruscas de capital en determinadas manos… bien, todo eso existe, pero nunca, absolutamente nunca, se utiliza de manera aplastante contra el narcotráfico y no tanto por una pulcritud casi extrema en el respeto a los derechos humanos (sería justo afirmar que los capos del narcotráfico tienen otro derecho que el de un juicio justo y que los derechos al alcance de un ciudadano normal no pueden ser los mismos que los de un mega-delincuente) como por un interés de parte: si los consumos de drogas desaparecieran de un día para otro, la gente en lugar de narcosis y apatía, es posible que experimentase más nítidamente la sensación de vida, que utilizara sus capacidades intelectuales y discursivas y que en pocos años cuestionaran cualquier aspecto del sistema socio-político de sus respectivos países. Eso hace que la delincuencia, que inicialmente debería tener perdida la batalla ante el Estado, dados los intereses de supervivencia del mismo, sobreviva siempre a cualquier represión teórica o real y que exista una colusión entre sectores de servidores del Estado y de la clase política con las grandes mafias de la delincuencia.

Algunas experiencias sucedidas desde principios del milenio han indicado a las claras cómo iba a evolucionar la situación en este terreno. La “intifada” que sacudió Francia en noviembre de 2005 y que, desde entonces, ha tenido sucesivos chispazos en el Reino Unido, Suecia, Alemania, Bélgica, nuevamente en Francia e incluso en España a partir de los episodios de El Egido, se une a lo que ya sabíamos de la vida en los guetos negros norteamericanos. En efecto, se trata de barrios a los que han ido a parar poblaciones homogéneas caracterizadas por estar próxima al umbral de la miseria y que habitualmente pertenecen a razas distintas a la que hasta ese momento ha constituido lo esencial de ese país. Son negros en EEUU, magrebíes y africanos en Europa, caucásicos en Rusia. Las desconfianzas y los odios étnicos hacen que las zonas en las que irrumpen estos grupos étnicos, con rapidez registren un vaciado de la población inicial y un rápido proceso en el que impongan su presencia y se conviertan en el único grupo étnico presente en el barrio. La falta de opciones laborales, y la baja formación profesional de estos grupos hace que estén fuera del mercado laboral y les sea imposible insertarse en él. Dentro de este marco, algunos descubren que la delincuencia en una forma de ganarse la vida que ayuda en muy poco tiempo a salir de la miseria e incluso a poder llevar un nivel de vida con ciertos lujos. En esas zonas, tienden a acumularse delincuentes y a establecerse mafias. Cualquier forma de “trabajo” o es ilícita o es no declarada. Así se forma un gueto. La característica central del gueto es que allí donde existe, el Estado ha dejado de estar presente. No puede haber administración fiscal, ni aplicarse legislación laboral alguna, las comisarías de policía son verdaderos “fuertes” en tierra hostil, una simple detención de algún maleante se convierte en una “operación militar” en la que los policías están pertrechados como un ejército en una tarea de ocupación.
En Francia, es decir, muy cerca de nosotros, hay 2.000 zonas de “non droit” y, un poco por toda Europa, en los arrabales de las grandes ciudades industriales, la inmigración de aluvión llegada desde los años 80 ha ido extendiéndose y sustrayendo cada vez más territorios a la administración real del Estado. Hay zonas en Francia que “están” en Francia, pero ya no “son” Francia. Son otra cosa muy diferente, tanto étnica, como social, cultural y económicamente. Estos guetos suelen estar tranquilos mientras llegan convenientemente subsidios y subvenciones, pero cualquier incidente imprevisto puede hacer saltar la chispa. Y en estas zonas gobiernan mafias locales sin discusión. En los años que vendrán veremos como los Estados negociarán y subsidiarán a estas mafias para que mantengan tranquilos los guetos.

Por este otro camino, las mafias de los guetos se convertirán en interlocutores válidos de las administraciones. En el año 2004, el Ayuntamiento de Barcelona ya negoció con los Latin Kings para evitar que su acción se fuera ampliando, en un proceso que sirvió solamente para fraccionar a esta formación, subvencionar a una de las cúpulas y hace que allí donde solamente había una mafia, apareciera media docena de subproductos. Hubiera sido mucho más simple la política de “mano dura”, encarcelamientos preventivos y repatriaciones forzadas antes que sentarse a negociar con una mafia.

El hecho de que dentro de los Estados existan áreas en las que el Estado ha desaparecido implica que se ha creado otra “administración” paralela compuesta por miembros de las mafias, que administran esa zona, reparten beneficios, autorizan la acción de tales o cuales grupos de delincuentes, y, por supuesto cobran rackets de protección, actividades todas ellas delictivas, pero equivalente a una “tarea de gobierno” invertida. Y los Estados, especialmente en Europa, transigen para evitar revueltas que evidenciarían su debilidad y su fracaso ante la neodelincuencia. “Si no los puedes combatir, únete a ellos, o déjales el campo libre, en cualquier caso, evita conflictos”, tal parece la consigna de las administraciones europeas.

Esta arista genera debilidad y conflicto en los actores geopolíticos tradicionales, establece un principio de convergencia entre sectores corruptos de los gobiernos y bandas mafiosas, y favorece el aumento y la persistencia de los tráficos ilícitos.

11ª Arista
Recursos energéticos y progreso científico con actores geopolíticos emergentes

La arista que recoje la confluencia entre la cara del cubo que representa a los actores geopolíticos emergentes con aquella otra en la que se encuadran los recursos energéticos y el progreso científico es extremadamente conflictiva. En efecto, la civilización moderna es la civilización de la energía y del progreso científico. Sin emergía, las fábricas detendrían su producción, la vida ciudadana, los transportes, se detendrían e inmediatamente la propia civilización declinaría. Ni uno sólo de los recursos de la modernidad, desde el transporte en automóvil hasta la energía eléctrica, pasando por la telefonía móvil o la microinformática, dependen directamente de la energía. Sin ella no es concebible la modernidad, salvo en las distopías estilo Mad Max. El progreso científico suele acompañar, especialmente, a la eficiencia de los recursos energéticos, especialmente en un mundo en el que la necesidad de energía supera a las posibilidades de producirla a precio aceptable.
Para colmo las fuentes de materias primas se encuentran en buena medida en los actores geopolíticos emergentes que, por el momento, siguen registrando las principales reservas de hidrocarburos y extensiones inexplotadas todavía de recursos minerales y biológicos. Así mismo, disponen de recursos demográficos extraordinarios y de élites culturales que no tienen inconveniente en formarse en universidades situadas en los actores geopolíticos tradicionales, donde se encuentran los principales centros de formación e investigación científica. Sin embargo, al acabar los estudios, es relativamente frecuente que dichos estudiantes no regresen a sus países de origen, sino que permanezcan allí donde han estudiado. Esto genera el que, por el momento, la vanguardia del progreso científico se centre todavía en los actores geopolíticos tradicionales.

Resulta una incógnita saber cómo evolucionará la situación en las próximas décadas. Todo induce a pensar que se tenderá a una lenta igualación e incluso a una especialización en zonas del saber. Ahora bien, si hasta la llegada de la gran crisis de la globalización iniciada en 2007, la investigación científica era realizada por el Estado, las Universidades y las Empresas, el nuevo ciclo iniciado entonces ha hecho que los actores geopolíticos tradicionales, especialmente Europa y EEUU, se vieran más afectados que los actores emergentes, lo que ha hecho que disminuyeran las asignaciones estatales para investigación científica y las empresas redujeran (o incluso liquidaran) sus asignaciones para investigación científica. Sin embargo, hasta la primavera de 2014, esta crisis ha sido menor entre los actores geopolíticos emergentes (sin olvidar que, a partir de esa fecha es presumible que, antes o después, estallen “burbujas” en distintas zonas de esa área que generen dificultades insuperables a la economía mundial) que han podido recuperar algo del retraso que tenían en la materia. Países como China o India, dotados de un superávit extraordinario gracias a su alto nivel de exportaciones, han acortado terreno con las potencias tradicionales. Sin embargo, es cierto que, tanto en unos como en otros actores, se tiende a concentrar la investigación en áreas muy concretas –las que pueden reportar mayores beneficios-: nanotecnología, ingeniería genética, criogenia, vinculadas especialmente a las ciencias de la salud, el gran negocio del siglo XXI. Otros sectores avanzan mucho más lentamente: la ingeniería aeronáutica, por ejemplo,  ha avanzado muy poco desde los años 80, ha existido solamente progreso “técnico”, en absoluto progreso “científico”. China, de momento, es capaz de hacer en astronáutica lo que EEUU o la URSS hicieron hace casi medio siglo. La robótica avanza todavía lentamente. La tecnología de los drones supone solamente una mejora de lo ya existente desde hace décadas. En terrenos como la agricultura los avances que se producen son cuestionables. La clonación está detenida desde los problemas que generó la “oveja Dolly” que siguen siendo insuperables casi quince años después del experimento. Se avanza aceleradamente en unos sectores de investigación, no en todos. Y la crisis económica ha favorecido hasta ahora el que los actores emergentes acorten terreno con los tradicionales.

Sobre la cuestión de la energía hace falta decir algo más. A partir de finales de los años 90 se produce un fenómeno importante: el cambio político en Venezuela con el consiguiente ascenso del presidente Chávez al poder. Si tenemos en cuenta que Venezuela es el principal exportador de petróleo a EEUU (por la proximidad y el volumen de su producción), el papel “díscolo” de Chávez impulsó a los EEUU, entre otras iniciativas, a promover nuevas prospecciones petroleras especialmente en la plataforma costera de África Occidental. Pero el cambio venezolano no iba a venir solo. Venezuela no era el único productor de petróleo que había sufrido un cambio político. Casi veinte años antes se había producido el derrumbe de la monarquía iraní y su sustitución por un régimen fundamentalista religioso. Irán es un productor petrolero de segunda división, pero a partir de 2002, la creciente escasez de petróleo, ha tendido a realzar su papel. El hecho de que se hayan descubierto nuevas tecnologías de extracción de petróleo (especialmente el fracking) retrasa solamente unos años el problema final: por el momento, no existe fuente energética de sustitución y cada día que pasa se consumen millones de barriles de petróleo que la naturaleza a incubado durante millones de años que no pueden ser sustituidos sino pobre y modestamente por pizarras asfálticas, hidrocarburos elaborados a partir del reciclado de aceites o bien de recursos biológicos.  

En 2003, se produjo un acercamiento histórico entre los gobiernos venezolano e iraní, al que pronto se sumó el cubano y, más tarde, el boliviano. A partir de ese momento, Cuba recibió suministro gratuito de petróleo venezolano. El ascenso al poder de Evo Morales y la intervención de la industria petrolera, supuso un nuevo refuerzo para este “eje”. Por otra parte, desde principios de los años 80, la OPEP –los productores tradicionales de petróleo– se iba debilitando, por la defecciones interiores y, especialmente, por el ascenso de la producción de países que no estaban integrados en dicha organización. Hoy, la OPEP representa un canal de producción minoritario en relación al total de las extracciones petroleras mundiales, realizadas al margen de sus directrices.

Por esto, la arista formada por los actores geopolíticos emergentes y los actores energéticos es hoy más importante que nunca. Todo induce a pensar que en los próximos años el eje propulsado por Venezuela-Irán va a ir aumentando su producción y peso específicos. A partir de esto puede entenderse el por qué los EEUU están interesados en desestabilizar ambos regímenes: no es para impedir que un gobierno pro-castrista se siente en Caracas o que el régimen de los ayatolahs amenace al Estado de Israel: si los EEUU quieren derribar a esos regímenes es precisamente por su importante volumen en la producción de crudos.

La línea de tendencia en este momento consiste en que algunos productores de petróleo no integrados en la OPEP se sienten solidarios con los actores emergentes o bien ellos mismos lo son. Se diría que, salvo en el caso de India y China, los actores geopolíticos emergentes son autosuficientes en materia energética y una parte importante del comercio mundial de petróleo pasa a través suyo, algo que los hace especialmente codiciados ante la perspectiva de escasez de crudo.

Por otra parte, los actores geopolíticos emergentes precisan, cada vez más, mayores recursos energéticos. La falta de experiencia de algunos en política internacional y, especialmente, la particular problemática interna de la mayoría (con fuerte presencia de movimientos religiosos fundamentalistas, o bien con problemas sociales agudos e irresolubles o de difícil solución) hace imposible prever cuáles van a ser los desarrollos de este conflicto. ¿Cómo puede reaccionar China si se ve acosada por intentos de desestabilización norteamericanos (a partir del Tíbet, del Turkestán chino, del Falung Gong o de la disidencia interior) y ve su crecimiento económico estancado? ¿cómo puede reaccionar India si su adversario geopolítico tradicional, Pakistán, puede ser espoleado a crearle problemas en la región de Cachemira? ¿Cómo puede reaccionar Irán si el gobierno norteamericano aumenta su presión por la cuestión de su proyecto nuclear? O lo que es mucho más inquietante: ¿cómo puede reaccionar el nuevo “eje del mal” formado en torno a Venezuela si logra superar los reiterados intentos desestabilizadoes y a través del ideal “bolivariano” logra ganar a otros gobiernos de Iberoamérica compitiendo con Brasil como potencia hegemónica en la zona?

Si la energía es el puntal del desarrollo, los países en vías de desarrollo son los que, desde luego, no pueden renunciar al suministro energético y detener su crecimiento económico, so pena de que se produzcan situaciones de inestabilidad interior absolutamente insuperables. Las guerras por el control de la energía, los golpes de Estado favorables a tal o cual actor geopolítico en pequeños países en los que se han descubierto bolsas de petróleo, serán algo cotidiano –lo están siendo- en los próximos años.

Hay en esta arista otro problema: el aumento de la población entre los actores geopolíticos emergentes es brutal. Solamente China ha tenido el valor de aplicar desde hace 30 años la política del “hijo único” para disminuir su presión demográfica, pero ahora, cuando la sociedad empieza a percibir los efectos y la pirámide de población se ha invertido, no está clara la sostenibilidad de aquella sociedad. África, en apenas 20 años, amenaza con doblar su volumen demográfico. A ello han contribuido las mejoras en la asistencia a la infancia y la disminución de la mortandad infantil. Sin embargo, estas mejoras sanitarias no se vieron acompañadas de un esfuerzo de instrucción y responsabilización de las poblaciones en el uso de anticonceptivos. En toda África la población ha crecido mucho más rápidamente que la industrialización, con lo que la inmensa mayoría de la población africana vive abocada a la miseria y al subempleo permaneciendo todavía muy lejos de los estándares europeos. Esto genera una presión demográfica que tiene su espita de salida hacia Europa por una parte y hacia conflictos internos generadores de hambrunas, mortandades generadas por guerras civiles y delincuencia, por otra. Pero existe otra consecuencia igualmente indeseable: el agotamiento de los recursos alimentarios del planeta. El “creced y multiplicaros” que comparten las tres religiones “del Libro”, es hoy completamente inviable. 

La mejora de los sistemas de cultivo y estabulación, de tratamiento de los alimentos y de presentación, tiene como contrapartida un ascenso vertiginoso de la inseguridad alimentaria que no es tomado en consideración por los gobiernos sino muy tardíamente. Ciertamente, las tierras pueden abonarse masivamente e incluso es posible que den varias cosechas al año… hasta que dejan de producir, completamente agotadas e incapaces de regenerarse a causa de la acumulación de abonos, pesticidas, herbicidas, fungicidas, vermicidas, que se ha vertido sobre ellas. A partir de ese momento son tierras muertas. En cuanto a los cultivos hidropónicos no pueden aplicarse en todo el mundo, especialmente desde el momento en el que el agua también se está convirtiendo en un bien escaso y comercializable. En el futuro, las guerras por el agua igualarán en violencia e intensidad a las guerras por el petróleo y el comercio del agua generará tanto movimiento económico que corre el riesgo de ser objeto de revueltas sociales que afectarán especialmente a los países emergentes.

El mundo multipolar solamente puede ser estable dentro de una perspectiva de suficiencia de recursos energéticos y alimentarios y de sostenibilidad ecológica. Y este es el problema: no existen recursos “sostenibles” en un planeta de posibilidades limitadas. Antes o después, algunas zonas del planeta (o algunos grupos sociales) quedarán al margen del progreso y de la modernidad. La demografía explosiva generada por la mejora de las condiciones sanitarias ha convertido en imposible la sostenibilidad del planeta. Ese es el problema de fondo, que se dará especialmente entre los actores geopolíticos emergentes y ante este problema el progreso científico no tiene ninguna respuesta, sino tan sólo una permanente fuga hacia delante.

Por tanto, es previsible que un mundo multipolar, en lugar de ser un mundo que se “sostiene” sobre varias “patas” (y por tanto es más estable que un mundo unipolar o bipolar) y por tanto tiene mayor estabilidad, sea un mundo en el cual tal estabilidad solamente se mantenga mediante la “paz armada” y la desconfianza y vigilancia recíproca, a costa de zonas marginales del planeta que, por su falta de capacidad para organizar Estados fuertes o potencias regionales, se vean desgarrados por el intervencionismo de las distintas potencias regionales. Nunca como en las décadas que se avecinan, el progreso científico y los recursos energéticos serán tan necesarios, pero nunca como hasta entonces se percibirán con tal nitidez los límites de dicho progreso y lo limitado de las fuentes de energía. La apelación a la ciencia para que restablezca el equilibrio entre necesidades y recursos, es la última línea optimista en el que se pueden refugiar las poblaciones, la última trinchera del progresismo. Así pues, esta arista es de un dramatismo extremo, especialmente porque las poblaciones de los actores geopolíticos emergentes crecen todavía a una velocidad endiablada y la necesidad de recursos es más fuerte que en otros lugares del planeta.  

12ª Arista
Recursos energéticos y progreso científico con actores geopolíticos tradicionales

No parecería ser ésta en principio una arista conflictiva: a fin de cuentas, la meca del progreso ha sido siempre Europa y los EEUU que corresponden, más o menos, a los actores geopolíticos tradicionales junto a Rusia. Ahora bien, el talón de Aquiles de Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial es el suministro energético y poder garantizarlo permanentemente. Así como los EEUU disponen de yacimientos en su territorio (antes en el Sur y ahora en Alaska y en diversas zonas en las que se extrae mediante el procedimiento del fracking) y otro tanto ocurre con Rusia, Europa, por el contrario, es altamente tributaria del exterior en materia energética. Esta carencia se ha compensado hasta ahora con altos niveles de investigación científica, tanto en Europa como en los otros dos actores geopolíticos tradicionales, que han garantizado una mayor eficiencia en los rendimientos, fuentes de energía diversificadas, pero no suficiente como para eliminar el problema central: el consumo de energía aumenta a mayor velocidad que la creación de nuevas fuentes, lo que deja suponer que en un período más o menos largo, pero en cualquier caso limitado en el tiempo, se producirá el colapso. ¿A menos que la ciencia realice sustanciales avances en este terreno? Es posible, pero no seguro. De hecho, el resultado de las protestas antinucleares ha contribuido precisamente a agravar la situación.

En efecto, la energía nuclear garantizaba el suministro de energía allí donde la energía hidráulica o la energía térmica no llegaban. Con grandes inversiones era posible conseguir producir energía a un precio relativamente barato, eso sí, con riesgos, pero minúsculos en comparación a los que debería afrontar un mundo con déficit energético crónico. Las protestas ecologistas obligaron a los gobiernos a dar marcha atrás e ir cerrando centrales nucleares. El razonamiento era simple: si hay riesgo, impera el principio de seguridad, por otra parte, la utilización de energías alternativas hará innecesario asumir ese riesgo. El error procedía en tanto que la energía eólica, como la solar, todavía no habían alcanzado un nivel de eficiencia que las hiciese rentables y comercializable en gran escala. Los costos siguen siendo grandes, el rendimiento inferior a otras formas de energía y en cuanto al impacto sobre el medio ambiente sigue existiendo, infinitamente menor que el nuclear pero la fabricación de los componentes generaba abundantes residuos. Durante unos años países como España vivieron del espejismo de considerar a las energías alternativas, su instalación y rendimiento, como un “negocio”: era negocio en tanto que estaba subvencionado; no lo era si, prescindiendo de la ayuda estatal, se atendía al valor del kilowatio y a la capacidad de producción, acaso la peor relación inversión-riesgo. Y pasarán años, décadas quizás, antes de que los científicos logren aumentar exponencialmente la eficiencia de estas energías para que puedan ser consideradas como alternativas reales a las formas tradicionales de energía.

La esperanza en que el progreso científico solvente esta perspectiva es algo ingenua. Se está trabajando en esa dirección especialmente entre los actores geopolíticos tradicionales, pero se ignora si la producción de energía de fusión es técnicamente viable y, en caso de serlo, cuándo se podrá utilizar. Por otra parte, la energía es un arma y en un mundo multipolar como el que tenemos ante la vista resulta impensable admitir que en caso de aparecer nuevos recursos, éstos serán puestos al alcance de cualquiera actor.

La actitud de los distintos actores emergentes ante los problemas que plantea la escasez creciente de recursos energéticos varía según su tradición cultural: desde el humanismo europeo hasta la agresividad norteamericana, pasando por la tosquedad rusa. Los norteamericanos se han mostrado dispuestos a generar guerras para controlar los recursos energéticos y su conducción estratégica. Europa, al renunciar a la operatividad de sus fuerzas armadas, ha puesto en manos de los EEUU su defensa y, por tanto, está obligada a negociar con los países productores. En cuanto a Rusia, suele utilizar el chantaje energético cuando le conviene y no tiene inconveniente en exportar energía para obtener dependencia política de algunos países. Así mismo, entre los países emergentes las actitudes también varían desde la rapacidad desesperada china, hasta la capacidad de negociación india, la idea de autosuficiencia brasileña o iraní.  El camino hasta aquí ha sido largo y complicado.

El mundo de los hidrocarburos y su importancia para los actores geopolíticos tradicionales cobró forma a principios del siglo XX cuando el motor de explosión empezó a generalizarse y a partir de la Segunda Guerra Mundial, la victoria o la derrota de los ejércitos, se demostró que tenían mucho que ver con el control de los pozos petroleros. La victoria sonrió a las potencias aliadas en función de dos factores principales: el papel de los EEUU, resguardados de cualquier ataque por parte de las potencias del Eje y la seguridad con que rcibían el suministro petrolero (procedente de Bakú, Texas y Golfo de México). Alejamia y Japón, en cambio, se vieron castigados dramáticamente por la limitación de recursos petroleros (apenas procedente de Ploestri en Rumania y de las pizarras bituminosas de Prusia Oriental).

Los EEUU extrajeron consecuencias del conflicto y pactaron el mantenimiento de la dinastía de los Saud en Arabia Saudí, a cambio de la garantía de suministro de petróleo. Diez años después de concluir la Segunda Guerra Mundial, el suministro de petróleo ya se había reorganizado. Las “siete hermanas” (las grandes compañías petroleras hasta los años 90) acometieron la explotación sistemática de las reservas, utilizando capital occidental. Por su parte, la mayoría de los países productores de petróleo se organizaron en la OPEP que jugó un papel capital en la regulación de los precios y de los volúmenes de extracción, alcanzado su momento álgido con motivo de la primera crisis del petróleo en 1973, tras la Tercera Guerra Árabe–Israelí.

En esa época, la OPEP estableció cuotas de producción, dirigió flujos petroleros, reguló los precios y, así, contribuyó a la estabilidad del sistema mundial y, especialmente, garantizó la regularidad en el suministro de energía a precio estable y barato hacia el Primer Mundo. La URSS, por su parte, era autosuficiente en materia energética y la industria formaba parte del gigantesco conjunto estatizado propio de una economía comunista.

El hundimiento del superpetrolero Torrey Canyon, en 1969, provocó la primera marea negra a partir de la cual prosperó la conciencia econólica, justo en el momento en que empezaba a generalizarse la aplicación pacífica de la energía nuclear. A esto se unió el impacto de la crisis del petróleo de 1973. Estos dos hechos hicieron que algunos empezaran a advertir los riesgos de depender exclusivamente del petróleo y el carbón, primeros productores de polución atmosférica y con riesgo de agotamiento. Entre 1969 y 1989, la energía nuclear se consideró la alternativa más ventajosa a los combustibles fósiles. Sin embargo, a partir del desastre de Chernobil, la abolición de la energía nuclear se convirtió (sólo en el Primer Mundo) en un slogan electoral, asumido primero por los ecologistas, luego por la izquierda progresista y más tarde por la derecha conservadora. Esto no fue óbice para que en el Forum 2004 de Barcelona, el ex presidente soviético Gorbachov, reivindicara –sin éxito- la necesidad de la energía nuclear para asegurar el crecimiento económico, cuando ya se advertía el punto de inflexión entre un consumo petrolero en crecimiento continuo y el descenso en el hallazgo de nuevos pozos petroleros, la energía nuclear estuvo prácticamente proscrita en el Primer Mundo, incluso hoy se siguen cerrando centrales, mientras que en el Tercer Mundo –especialmente en China– prosigue la construcción de nuevas.

La contradicción estriba en que mientras la energía nuclear se muestra a medio plazo como la única posibilidad de obtener energía a precio asequible, en tanto los proyectos de energía de fusión no puedan concretarse y comercializarse (lo cual no ocurrirá antes del 2035 ó 2040), la “conciencia ecológica” (más o menos superficial) de las poblaciones acomodadas del Primer Mundo, impide que cualquier gobierno resuelva abordar la construcción de nuevas centrales nucleares, salvo que esté dispuesto a asumir los costes electorales de la decisión. En estas condiciones, el futuro energético del Primer Mundo, especialmente de Europa, se presenta como problemático.

(c) Ernesto Milá - info|krisis - ernesto.mila.rodri@gmail.com - Prohibida la reproducción d este texto sin indicar origen