9ª Arista
Neodelincuencia con actores geopolíticos emergentes
El cáncer de la corrupción ha
llegado hasta tal punto en los actores geopolíticos emergentes, que incluso su misma
marcha hacia el pelotón de cabeza de los países “que cuentan” está
comprometido. La corrupción está presente en todos los escalones de la
administración hindú, incluso en los niveles más pedestres; otro tanto puede
decirse de China que, periódicamente, se ve obligada a realizar campañas
anticorrupción a la vista de la proliferación vermicular del fenómeno. En
China, la existencia de un fuerte partido comunista, al ir perdiendo conciencia
de sí mismo y de la propia doctrina a defender, ha generado en su mismo
interior fenómenos de corrupción y centrifugación del Estado (los Estados
débiles son más sensibles a la corrupción que los Estados fuertes). En
“democracias” como Brasil o México, las clases políticas se han habituado a
vivir de las suculentas “mordidas”, pero es que una parte sustancial de la
población, a su nivel, también vive de los circuitos de la delincuencia o,
simplemente, está integrada en los mismos. No se termina de ver la legitimidad
que políticos corruptos pueden reclamar a la hora de perseguir a la
delincuencia de a pie. Incluso en países islámicos como Irán, la corrupción no
se mira particularmente mal, en la medida en que el individuo no la realiza
para sí mismo, sino para su familia, su tribu, su clan. Uno se corrompe, muchos
se benefician: luego no existe una condena social a la corrupción, sino una sed
de integrarse en sus circuitos, sea como sea.
Por otra parte, países como
China tienen una gran tradición mafiosa. Las famosas tríadas entran en este
juego todavía hoy. De hecho, el maoísmo no solamente no liquidó estos residuos
de otros tiempos sino que, incluso, Mao–Tse–Tung contó con las “sociedades
bandidos” para organizar su partido comunista en algunas zonas. Aquellas aguas
trajeron estos lodos, y hoy China es un caldo de cultivo extremadamente
favorable para la corrupción interrelacionada con el aparato del Estado.
Sabemos que en el Primer Mundo
las bandas mafiosas jamás podrán acceder al poder, pero sí que se limitarán a
amamantar, convivir y pactar con los gestores del mismo. No estamos, en cambio,
seguros de lo que ocurrirá en los países en desarrollo acelerado. En Colombia
ya existieron casos de narcotraficantes que quisieron –hartos de pagar la mordida
a la clase política– constituirse ellos mismos como clase política de
reemplazo. El gran cambio político que se produjo en Italia en la segunda mitad
de los años 90 no fue motivado por la asfixia del país, sino porque los clanes
de la neodelincuencia estaban hartos de pagar “tangentes” a la clase política
que, muy frecuentemente, superaban el precio mismo de los servicios. Así que
decidieron borrar de un plumazo a la vieja clase política degenerada,
desgastada y avejentada del centro–izquierda y gestionar ellos mismos el poder.
Era la forma de ahorrarse el pago de las “tangentes”.
Existe el riesgo de que, en los
próximos años, las mafias del narcotráfico generen en estos países una
acumulación de capital tal, que controlen amplios sectores de la economía. La
juventud de estos países en desarrollo acelerado, y la inexistencia de
“dinastías económicas”, ha favorecido que las élites corruptas hayan surgido al
calor del poder y conozcan bien sus mecanismos. Por otra parte, en estos países
no existe un marco democrático formal digno de tal nombre. No se sabe el tiempo
que el PC seguirá manteniendo la hegemonía en China, ni lo que ocurrirá cuando
se imponga la democratización política, inevitable e inseparable de la
democratización económica. En ese momento, es indudable que se producirá una
“crisis” y serán precisos reajustes de asentamiento; lo que hoy no puede
predecirse es la dimensión de esa crisis y las consecuencias políticas que
tendrá. Lo que sí parece muy probable es que, en ese momento, distintos grupos
económicos –y no importa si su acumulación de capital se ha logrado por medios
lícitos e ilícitos– “pujarán” y lucharán para controlar el Estado o, al menos,
algunos de sus sectores clave.
Existe otro escalón de menor
importancia, pero fundamental para entender la naturaleza de esta “arista”. En
África ya nadie discute que todos los gobiernos africanos albergan grados
extremos de corrupción y que África es un gigantesco semillero de todas las
corruptelas, no realizadas solamente por mafias, sino por los mismos
funcionarios del Estado que actúan a la manera mafiosa. Estas mafias, a menudo
tribales, hoy son el Estado. Las petroleras han tenido que entenderse con ellas
para realizar sus prospecciones. De la misma forma que la inmigración masiva y
salvaje ha hecho que barrios enteros de los países del Primer Mundo hayan sido
colonizados primero por gentes venidas del Tercer Mundo, luego han practicado
la limpieza étnica contra autóctonos y, finalmente, se niegan a reconocer
cualquier norma (son las zonas de “non droit”); eso mismo ocurre en toda
África: toda África es una gigantesca zona de “non droit” donde solamente rige
la corruptela, el racket y
el crimen mafioso, sobre unas poblaciones agonizantes y en estado de
depauperación creciente. En extensas zonas de Asia, en Asia Central, en
Iberoamérica, existen similares procesos. Cada vez más países caen en manos de
grupos mafiosos (se llamen como se llamen) y el drama producido es éste: lejos
de ver cómo se amplían los “islotes democráticos”, estamos asistiendo a la
extensión de la corrupción en el Tercer Mundo como si se tratase de una mancha
de aceite.
No hay que perder de vista,
finalmente, que la retórica que alimentó a los “países no alineados” en los
años 60–80 sigue vigente, en parte, todavía hoy. La diferencia es que hoy,
muchos de esos países ya han caído en poder de las mafias de la
neodelincuencia.
Por regla general entre los
actores geopolíticos emergentes hay que aceptar el axioma “Estados débiles –
mafias fuertes”, hasta el extremo de que muy frecuentemente la “mafia” se
confunde con el Estado, lo integra e incluso lo estructura. El caso de Kosovo,
situado en el corazón de los Balcanes es significativo. A pesar de encontrarse
en el interior de un actor geopolítico tradicional, Kosovo es un Estado frustrado
organizado por los intereses de la política norteamericana en Europa y cuya
administración fue entregada a una organización mafiosa, la UÇK. Ahora bien, en
África, no existen mafias en el sentido europeo, el carácter africano tiene
como referencia a la “tribu” y, por tanto, no existen mafias tentaculares
extendidas en el interior de las fronteras de un país concreto, sino
comportamientos corruptos y mafiosos de una familia, un clan, o incuso una
tribu. De hecho, hoy, casi toda África puede ser considerada como un conjunto
de “Estados fallidos” en los que una parte sustancial de la actividad económica
tiene que ver con las actividades de grupos mafiosos y con la corrupción en la
tarea de gobierno.
La existencia de estos grupos
mafiosos, fuertemente armados, suelen ser utilizados por compañías de pocos
escrúpulos que pretenden explotar las riquezas naturales de esas zonas. En el
caso de que la mafia en el gobierno (excluimos por completo que las elecciones
en toda África negra, sean legales y exista en ellas fair play y honestidad en
los recuentos de votos y en a misma realización de las campañas) no acceda a
las condiciones que plantea una multinacional para la explotación de los
riquezas naturales, ésta recurre siempre, invariablemente a suscitar una revuelta
tribal en estado puro o religioso-tribal (en países como Nigeria en donde
cristianismo, islam y animismo chocan con frecuencia) que permite tomar el
control por las armas de esa región y garantizar la explotación del objeto
económico en cuestión.
En otras zonas de Iberoamérica,
la acumulación rápida de capital que genera el comercio de cocaína facilita el
que los grupos mafiosos compren a políticos locales a bajo precio, puedan
realizar sus inversiones y reciclado de dinero negro con tranquilidad e incluso
tiendan a ser un poder paralelo que puede hablar de tú a tú con el poder
estatal excepcionalmente débil y carcomido por corruptos.
En zonas de inestabilidad
permanente como Afganistán, la ausencia completa de actividad económica hace
que la inmensa mayoría de la población agrícola se oriente hacia el cultivo de
las adormideras en un intento de Indochina, verdadero laboratorio mundial de la
heroína. No se trata de que estos grupos “gobiernen” al Estado, sino que el
Estado es débil o prácticamente inexistente lo que facilita el campo de acción
del narcotráfico.
¿Cuál será la evolución en los
próximos años de esta arista? Va a ser muy difícil que en todos estos Estados
de África, Asia e Iberoamérica sea posible desembarazarse de la corrupción en
el interior del Estado, sino que es mucho más lógico pensar, no que va a
producirse una colusión entre los intereses de la neodelincuencia y los de las
clases dirigentes de los Estados, como en los actores geopolíticos
tradicionales, sino que los grupos de neodelincuentes van a dominar, controlar
e incluso gobernar en mayor o menos medida en estos Estados: la neodelincuencia
dominará más allí donde haya “menos Estado”, controlará menos allí donde el
Estado sea más fuerte. La lista de “Estados fallidos” irá en aumento. Países
como China, India, Pakistán, Irán o Brasil, verán como el poder se va
fracturando y, poco a poco, sectores del mismo son ganados para la
neodelincuencia. Las prácticas mafiosas se irán ampliando, la corrupción se
enseñoreará a partir de crisis de crecimiento por las que les será necesario
pasar al cambiar su estructura social. China puede dar sorpresas en esta
dirección y sufrir problemas interiores extremos, pero también India e Irán y,
por supuesto Brasil, país que sufrirá una crisis económica sin precedentes en
esa zona cuando reviente la burbuja inmobiliaria que ya ha alcanzado una masa
crítica explosiva.
En general, es de prever que los
intereses contrapuestos que actúan en esas zonas generen más guerras civiles en
África, provoquen situaciones de tensión civil en Asia y estallidos de
violencia en Brasil, situaciones que, en su conjunto, serán favorables para la
acción de las mafias, el tráfico de armas, la exportación de oleadas de
inmigración masiva y el debilitamiento de los Estados, incluso en el caso
Chino.
10ª Arista
Neodelincuencia con actores geopolíticos tradicionales
Uno de los elementos más
sorprendentes del actual proceso de “solidificación” del mundo, o de tránsito
del mundo esférico al cúbico, es la irrupción de la corrupción generalizada
entre las clases políticas del Primer Mundo. Siempre ha existido corrupción en
las democracias, pero ésta se hallaba limitada a la aparición de algunos
“bribones” (el affaire del “estraperlo” durante la II República, por ejemplo) y
a la persistencia del caciquismo (fenómeno de otra índole); así mismo, siempre
había existido el regalo interesado a la autoridad de turno, pero nunca como
hasta ahora se había operado el proceso de generalización de la corrupción
hasta no quedar absolutamente ningún flanco del espectro político fuera de este
proceso degenerativo.
El hecho nuevo es que los
grandes negocios solamente se hacen a la sombra del poder y la paradoja de que
nunca un “estado liberal” (y por tanto abstencionista en cuestiones económicas)
ha generado una situación en la que SOLAMENTE sea posible realizar grandes
negocios contando con el apoyo de los distintos niveles del poder. Quien no
está integrado en esos mecanismos, como máximo puede montar una charcutería o
una mercería, pero jamás un negocio rentable con un peso decisivo. Se vende al
Estado, se comercia con el Estado o construye quien goza de los parabienes del
Estado o de alguno de sus escalones administrativos. Obtener ese apoyo implica:
tener una buena red de contactos más allá de los partidos políticos y de los
mecanismos representativos y realizar contraprestaciones a los que abren la
puerta a ese tipo de negocios. Es el do ut des llevado
a su límite más desagradable.
Ningún mecanismo del Estado
está en condiciones de realizar una tarea de “limpieza”. A menudo la política
de “manos limpias” no es más que un slogan para intentar desbancar a unos
políticos corruptos por otros que llegan con hambre atrasada. Casos como la
“Operación Malaya” parecen ser apenas una cobertura destinada a ocultar el
hecho decisivo e importante: que toda España es una gran y gigantesca Marbella,
o dicho de otra manera, que el motor de la economía nacional es, o bien la
especulación inmobiliaria, o bien el sector de la construcción surgido al calor
de recalificaciones masivas y drásticas. Tras esto se oculta el hecho
fundamental: el campo se muere, la agricultura, lejos de ser un negocio, es un
sector sometido a presiones contradictorias (la del Estado, las de las
Comunidades Autónomas, la de la UE, la de la globalización) que lo hacen
altamente inviable; Europa sufre un proceso de regresión industrial que
la está
convirtiendo a marchas forzadas en una zona de servicios; la economía
especulativa no crea riqueza sino que aumenta las desigualdades de renta y,
finalmente, la espiral “recalificación–construcción–especulación” no puede
prolongarse indefinidamente.
Además de esta confluencia de
intereses, se trata de otra arista que alcanzará su máxima tensión en los
próximos años. En ella van a confluir los intereses de las bandas de
neodelincuentes que actúan en los actores geopolíticos tradicionales. Estos
países, bien por haber alcanzado un alto grado de democracia (Europa), bien por
haber encontrado dificultades a su evolución política (Rusia) o bien simplemente
por estar aquejado de distintas patologías sociales (EEUU), son terreno abonado
para la neodelincuencia. Las consecuencia de la acción de los grupos de
neodelincuentes en estas tres zonas difiere en intensidad (y dentro de cada
zona hay áreas mucho más afectadas que otras) pero no en sus características.
En efecto, en esta parte
encontramos, en primer lugar, a los grandes capos de la droga y a las bandas de
neodelincuentes que trabajan el tráfico de sustancias ilícitas y su fabricación.
Estas zonas cuentan con un aceptable nivel de vida y espacio para el ocio, de
ahí que una parte de las ganancias personales se suelan orientar hacia el
consumo de sustancias prohibidas. Aunque es cierto que cada vez se va aboliendo
más la diferencia entre “drogas para élites” y “drogas para los pobres”, lo
cierto es que la cocaína y las drogas de diseño van ligadas a un status
económico que goza de una situación más cómoda en relación a subproductos de la
cocaína, el haschisch o incluso el alcohol que, en determinadas zonas (Rusia)
adquiere el carácter de plaga. Así mismo, la geopolítica de las drogas hace que
no todas lleguen con la misma facilidad a las distintas zonas geográficas: el
continente americano es tierra de cocaína y España una zona de tránsito para su
entrada en Europa. Así mismo, la heroína fabricada en Oriente genera legiones
de toxicómanos entre las capas más bajas de los países por los que circula
hasta llegar al “Corredor Turco” de los Balcanes desde donde se distribuye a
Europa.
En cuanto al haschisch,
Marruecos sigue siendo el principal exportador mundial, si bien en Europa y en
EEUU cada vez es más frecuente el cultivo de tiestos de esta planta en pequeña
escala. Es significativo que en todos estos países la presión sobre este tipo de
consumo vaya disminuyendo a incluso en algún país (Uruguay), tras
despenalizarse ya se hayan realizado las primeras pruebas para su legalización
en un proceso que en breve se extenderá a todo el mundo. Por otra parte, cada
zona geopolítica tiene algún producto “estimulante” que, antropológicamente,
está ligado a cultos iniciáticos y religiosos.
En estos países en los que la
población goza, inicialmente, de un aceptable nivel cultural y de vida, y en
donde hasta no hace mucho las clases medias eran mayoritarias, era en donde se
avivaron movimientos contestatarios en los años 60-70 que luego fueron
sistemáticamente absorbidos por los consumos de drogas. En Italia, como
síntoma, el “movimiento del 77” fue literalmente destruido por el consumo de
heroína (especialmente la fracción
compuesta por los “indios metropolitanos”). En otras zonas (como el País
Vasco), las fuerzas de seguridad del Estado no se emplearon a fondo en la
represión del narcotráfico y, simplemente, dejaron que sectores de la juventud
vasca en los años 80 y 90 fueran pasto de las drogas evitando así que se
incorporaran a los movimientos reivindicativos o, directamente, a ETA. En la
actualidad, es evidente que los consumos ilegales, especialmente de drogas
blandas, cada vez gozarán de más permisividad a la hora de sumir en situaciones
letárgicas y apáticas a amplios sectores sociales arrojados a la crisis. Todo
esto, indudablemente, hará que el papel de la neodelincuencia crezca y que se
inter penetre con sectores de la administración y del mismo gobierno.
El dinero que mueve el
narcotráfico y las distintas formas de neodelincuencia que veremos, hace que la
represión policial sea hasta cierto punto ineficaz contra él. Un policía, una
comisaría entera puede ser neutralizada simplemente con unos sobornos que
absorberán no más del 10% del total de beneficios producidos por esos comercios
ilícitos. Estos genera el que se formen dentro de los cuerpos y fuerzas de
seguridad del Estado grupos mafiosos que realizan actividades ilícitas,
detienen selectivamente a delincuentes y procuran que lo esencial de sus
beneficios derive de sus actividades delictivas. La corrupción es un proceso
invasivo al que no se puede combatir con la legislación habitual. De hecho, las
legislaciones y las prácticas “políticamente correctas” utilizadas en los
actores geopolíticos tradicionales para combatir a la neodelincuencia, no
pueden ofrecen éxitos: el Estado (y, por consiguiente, la sociedad de la que el
Estado es su encarnación jurídica) siempre juega con desventaja especialmente
en aquellos países con legislaciones garantistas. El resultado final es que la
represión sobre la neodelincuencia queda siempre neutralizada por las niveles
de corrupción creciente en los cuerpos de seguridad del Estado y en la misma
magistratura. Este cuadro queda agravado por le permisividad deliberada de los
Estados ante determinadas drogas a fin de estar en condiciones mantener el
control social y la tranquilidad.
Esta es una batalla desigual
que se decanta de manera creciente a favor de la neodelincuencia y de su
colusión con determinados niveles administrativos en un proceso de corrupción
incipiente que, en el momento de escribir estas líneas no se ve como podría
concluir con las armas facilitadas por las legislaciones de estos países. Y no
debería ser necesariamente así: las leyes se pueden modificar inmediata y
bruscamente mediante decretos. El problema es que no existe voluntad política
para acabar con los comercios ilícitos y, para colmo, existe una predisposición
por parte de los Estado a sumir a las masas en la pasividad y la narcosis más
absoluta a la sociedad a fin de evitar protestas y movimientos sediciosos.
Los instrumentos de los que
disponen las fuerzas de seguridad del Estado para afrontar a la delincuencia
son inmensos y garantizan el éxito y la destrucción del narcotráfico en poco
tiempo: legiones de funcionarios remunerados, tiempo ilimitado para analizar y
buscar pruebas, avances tecnológicos prácticamente ilimitados en los sistemas
de vigilancia e investigación, redes informáticas entrelazadas que pueden
identificar anomalías y acumulaciones bruscas de capital en determinadas manos…
bien, todo eso existe, pero nunca, absolutamente nunca, se utiliza de manera
aplastante contra el narcotráfico y no tanto por una pulcritud casi extrema en
el respeto a los derechos humanos (sería justo afirmar que los capos del
narcotráfico tienen otro derecho que el de un juicio justo y que los derechos
al alcance de un ciudadano normal no pueden ser los mismos que los de un
mega-delincuente) como por un interés de parte: si los consumos de drogas
desaparecieran de un día para otro, la gente en lugar de narcosis y apatía, es
posible que experimentase más nítidamente la sensación de vida, que utilizara
sus capacidades intelectuales y discursivas y que en pocos años cuestionaran
cualquier aspecto del sistema socio-político de sus respectivos países. Eso
hace que la delincuencia, que inicialmente debería tener perdida la batalla
ante el Estado, dados los intereses de supervivencia del mismo, sobreviva siempre
a cualquier represión teórica o real y que exista una colusión entre sectores
de servidores del Estado y de la clase política con las grandes mafias de la
delincuencia.
Algunas experiencias sucedidas
desde principios del milenio han indicado a las claras cómo iba a evolucionar
la situación en este terreno. La “intifada” que sacudió Francia en noviembre de
2005 y que, desde entonces, ha tenido sucesivos chispazos en el Reino Unido,
Suecia, Alemania, Bélgica, nuevamente en Francia e incluso en España a partir
de los episodios de El Egido, se une a lo que ya sabíamos de la vida en los
guetos negros norteamericanos. En efecto, se trata de barrios a los que han ido
a parar poblaciones homogéneas caracterizadas por estar próxima al umbral de la
miseria y que habitualmente pertenecen a razas distintas a la que hasta ese
momento ha constituido lo esencial de ese país. Son negros en EEUU, magrebíes y
africanos en Europa, caucásicos en Rusia. Las desconfianzas y los odios étnicos
hacen que las zonas en las que irrumpen estos grupos étnicos, con rapidez
registren un vaciado de la población inicial y un rápido proceso en el que
impongan su presencia y se conviertan en el único grupo étnico presente en el
barrio. La falta de opciones laborales, y la baja formación profesional de
estos grupos hace que estén fuera del mercado laboral y les sea imposible
insertarse en él. Dentro de este marco, algunos descubren que la delincuencia
en una forma de ganarse la vida que ayuda en muy poco tiempo a salir de la
miseria e incluso a poder llevar un nivel de vida con ciertos lujos. En esas
zonas, tienden a acumularse delincuentes y a establecerse mafias. Cualquier
forma de “trabajo” o es ilícita o es no declarada. Así se forma un gueto. La
característica central del gueto es que allí donde existe, el Estado ha dejado
de estar presente. No puede haber administración fiscal, ni aplicarse
legislación laboral alguna, las comisarías de policía son verdaderos “fuertes”
en tierra hostil, una simple detención de algún maleante se convierte en una
“operación militar” en la que los policías están pertrechados como un ejército
en una tarea de ocupación.
En Francia, es decir, muy cerca
de nosotros, hay 2.000 zonas de “non droit” y, un poco por toda Europa, en los
arrabales de las grandes ciudades industriales, la inmigración de aluvión
llegada desde los años 80 ha ido extendiéndose y sustrayendo cada vez más
territorios a la administración real del Estado. Hay zonas en Francia que
“están” en Francia, pero ya no “son” Francia. Son otra cosa muy diferente,
tanto étnica, como social, cultural y económicamente. Estos guetos suelen estar
tranquilos mientras llegan convenientemente subsidios y subvenciones, pero
cualquier incidente imprevisto puede hacer saltar la chispa. Y en estas zonas
gobiernan mafias locales sin discusión. En los años que vendrán veremos como
los Estados negociarán y subsidiarán a estas mafias para que mantengan
tranquilos los guetos.
Por este otro camino, las
mafias de los guetos se convertirán en interlocutores válidos de las administraciones.
En el año 2004, el Ayuntamiento de Barcelona ya negoció con los Latin Kings
para evitar que su acción se fuera ampliando, en un proceso que sirvió
solamente para fraccionar a esta formación, subvencionar a una de las cúpulas y
hace que allí donde solamente había una mafia, apareciera media docena de
subproductos. Hubiera sido mucho más simple la política de “mano dura”,
encarcelamientos preventivos y repatriaciones forzadas antes que sentarse a
negociar con una mafia.
El hecho de que dentro de los
Estados existan áreas en las que el Estado ha desaparecido implica que se ha
creado otra “administración” paralela compuesta por miembros de las mafias, que
administran esa zona, reparten beneficios, autorizan la acción de tales o
cuales grupos de delincuentes, y, por supuesto cobran rackets de protección,
actividades todas ellas delictivas, pero equivalente a una “tarea de gobierno”
invertida. Y los Estados, especialmente en Europa, transigen para evitar
revueltas que evidenciarían su debilidad y su fracaso ante la neodelincuencia.
“Si no los puedes combatir, únete a ellos, o déjales el campo libre, en
cualquier caso, evita conflictos”, tal parece la consigna de las
administraciones europeas.
Esta arista genera debilidad y
conflicto en los actores geopolíticos tradicionales, establece un principio de
convergencia entre sectores corruptos de los gobiernos y bandas mafiosas, y
favorece el aumento y la persistencia de los tráficos ilícitos.
11ª Arista
Recursos energéticos y progreso científico con actores
geopolíticos emergentes
La arista que recoje la
confluencia entre la cara del cubo que representa a los actores geopolíticos
emergentes con aquella otra en la que se encuadran los recursos energéticos y
el progreso científico es extremadamente conflictiva. En efecto, la civilización
moderna es la civilización de la energía y del progreso científico. Sin emergía,
las fábricas detendrían su producción, la vida ciudadana, los transportes, se
detendrían e inmediatamente la propia civilización declinaría. Ni uno sólo de los
recursos de la modernidad, desde el transporte en automóvil hasta la energía
eléctrica, pasando por la telefonía móvil o la microinformática, dependen
directamente de la energía. Sin ella no es concebible la modernidad, salvo en
las distopías estilo Mad Max. El progreso científico suele acompañar,
especialmente, a la eficiencia de los recursos energéticos, especialmente en un
mundo en el que la necesidad de energía supera a las posibilidades de
producirla a precio aceptable.
Para colmo las fuentes de
materias primas se encuentran en buena medida en los actores geopolíticos
emergentes que, por el momento, siguen registrando las principales reservas de
hidrocarburos y extensiones inexplotadas todavía de recursos minerales y
biológicos. Así mismo, disponen de recursos demográficos extraordinarios y de
élites culturales que no tienen inconveniente en formarse en universidades
situadas en los actores geopolíticos tradicionales, donde se encuentran los
principales centros de formación e investigación científica. Sin embargo, al
acabar los estudios, es relativamente frecuente que dichos estudiantes no
regresen a sus países de origen, sino que permanezcan allí donde han estudiado.
Esto genera el que, por el momento, la vanguardia del progreso científico se
centre todavía en los actores geopolíticos tradicionales.
Resulta una incógnita saber
cómo evolucionará la situación en las próximas décadas. Todo induce a pensar
que se tenderá a una lenta igualación e incluso a una especialización en zonas
del saber. Ahora bien, si hasta la llegada de la gran crisis de la
globalización iniciada en 2007, la investigación científica era realizada por
el Estado, las Universidades y las Empresas, el nuevo ciclo iniciado entonces
ha hecho que los actores geopolíticos tradicionales, especialmente Europa y
EEUU, se vieran más afectados que los actores emergentes, lo que ha hecho que
disminuyeran las asignaciones estatales para investigación científica y las
empresas redujeran (o incluso liquidaran) sus asignaciones para investigación
científica. Sin embargo, hasta la primavera de 2014, esta crisis ha sido menor
entre los actores geopolíticos emergentes (sin olvidar que, a partir de esa
fecha es presumible que, antes o después, estallen “burbujas” en distintas
zonas de esa área que generen dificultades insuperables a la economía mundial)
que han podido recuperar algo del retraso que tenían en la materia. Países como
China o India, dotados de un superávit extraordinario gracias a su alto nivel
de exportaciones, han acortado terreno con las potencias tradicionales. Sin
embargo, es cierto que, tanto en unos como en otros actores, se tiende a
concentrar la investigación en áreas muy concretas –las que pueden reportar
mayores beneficios-: nanotecnología, ingeniería genética, criogenia, vinculadas
especialmente a las ciencias de la salud, el gran negocio del siglo XXI. Otros
sectores avanzan mucho más lentamente: la ingeniería aeronáutica, por
ejemplo, ha avanzado muy poco desde los
años 80, ha existido solamente progreso “técnico”, en absoluto progreso “científico”.
China, de momento, es capaz de hacer en astronáutica lo que EEUU o la URSS
hicieron hace casi medio siglo. La robótica avanza todavía lentamente. La
tecnología de los drones supone solamente una mejora de lo ya existente desde
hace décadas. En terrenos como la agricultura los avances que se producen son
cuestionables. La clonación está detenida desde los problemas que generó la “oveja
Dolly” que siguen siendo insuperables casi quince años después del experimento.
Se avanza aceleradamente en unos sectores de investigación, no en todos. Y la
crisis económica ha favorecido hasta ahora el que los actores emergentes
acorten terreno con los tradicionales.
Sobre la cuestión de la energía
hace falta decir algo más. A partir de finales de los años 90 se produce un
fenómeno importante: el cambio político en Venezuela con el consiguiente
ascenso del presidente Chávez al poder. Si tenemos en cuenta que Venezuela es
el principal exportador de petróleo a EEUU (por la proximidad y el volumen de
su producción), el papel “díscolo” de Chávez impulsó a los EEUU, entre otras
iniciativas, a promover nuevas prospecciones petroleras especialmente en la
plataforma costera de África Occidental. Pero el cambio venezolano no iba a
venir solo. Venezuela no era el único productor de petróleo que había sufrido
un cambio político. Casi veinte años antes se había producido el derrumbe de la
monarquía iraní y su sustitución por un régimen fundamentalista religioso. Irán
es un productor petrolero de segunda división, pero a partir de 2002, la
creciente escasez de petróleo, ha tendido a realzar su papel. El hecho de que
se hayan descubierto nuevas tecnologías de extracción de petróleo (especialmente
el fracking) retrasa solamente unos
años el problema final: por el momento, no existe fuente energética de
sustitución y cada día que pasa se consumen millones de barriles de petróleo
que la naturaleza a incubado durante millones de años que no pueden ser
sustituidos sino pobre y modestamente por pizarras asfálticas, hidrocarburos
elaborados a partir del reciclado de aceites o bien de recursos biológicos.
En 2003, se produjo un
acercamiento histórico entre los gobiernos venezolano e iraní, al que pronto se
sumó el cubano y, más tarde, el boliviano. A partir de ese momento, Cuba
recibió suministro gratuito de petróleo venezolano. El ascenso al poder de Evo
Morales y la intervención de la industria petrolera, supuso un nuevo refuerzo
para este “eje”. Por otra parte, desde principios de los años 80, la OPEP –los
productores tradicionales de petróleo– se iba debilitando, por la defecciones
interiores y, especialmente, por el ascenso de la producción de países que no
estaban integrados en dicha organización. Hoy, la OPEP representa un canal de
producción minoritario en relación al total de las extracciones petroleras
mundiales, realizadas al margen de sus directrices.
Por esto, la arista formada por
los actores geopolíticos emergentes y los actores energéticos es hoy más
importante que nunca. Todo induce a pensar que en los próximos años el eje
propulsado por Venezuela-Irán va a ir aumentando su producción y peso
específicos. A partir de esto puede entenderse el por qué los EEUU están
interesados en desestabilizar ambos regímenes: no es para impedir que un
gobierno pro-castrista se siente en Caracas o que el régimen de los ayatolahs amenace al Estado de Israel:
si los EEUU quieren derribar a esos regímenes es precisamente por su importante
volumen en la producción de crudos.
La línea de tendencia en este
momento consiste en que algunos productores de petróleo no integrados en la
OPEP se sienten solidarios con los actores emergentes o bien ellos mismos lo
son. Se diría que, salvo en el caso de India y China, los actores geopolíticos
emergentes son autosuficientes en materia energética y una parte importante del
comercio mundial de petróleo pasa a través suyo, algo que los hace
especialmente codiciados ante la perspectiva de escasez de crudo.
Por otra parte, los actores geopolíticos
emergentes precisan, cada vez más, mayores recursos energéticos. La falta de
experiencia de algunos en política internacional y, especialmente, la
particular problemática interna de la mayoría (con fuerte presencia de
movimientos religiosos fundamentalistas, o bien con problemas sociales agudos e
irresolubles o de difícil solución) hace imposible prever cuáles van a ser los
desarrollos de este conflicto. ¿Cómo puede reaccionar China si se ve acosada
por intentos de desestabilización norteamericanos (a partir del Tíbet, del
Turkestán chino, del Falung Gong o de la disidencia interior) y ve su
crecimiento económico estancado? ¿cómo puede reaccionar India si su adversario
geopolítico tradicional, Pakistán, puede ser espoleado a crearle problemas en
la región de Cachemira? ¿Cómo puede reaccionar Irán si el gobierno
norteamericano aumenta su presión por la cuestión de su proyecto nuclear? O lo
que es mucho más inquietante: ¿cómo puede reaccionar el nuevo “eje del mal”
formado en torno a Venezuela si logra superar los reiterados intentos
desestabilizadoes y a través del ideal “bolivariano” logra ganar a otros
gobiernos de Iberoamérica compitiendo con Brasil como potencia hegemónica en la
zona?
Si la energía es el puntal del
desarrollo, los países en vías de desarrollo son los que, desde luego, no
pueden renunciar al suministro energético y detener su crecimiento económico,
so pena de que se produzcan situaciones de inestabilidad interior absolutamente
insuperables. Las guerras por el control de la energía, los golpes de Estado
favorables a tal o cual actor geopolítico en pequeños países en los que se han
descubierto bolsas de petróleo, serán algo cotidiano –lo están siendo- en los próximos
años.
Hay en esta arista otro
problema: el aumento de la población entre los actores geopolíticos emergentes
es brutal. Solamente China ha tenido el valor de aplicar desde hace 30 años la
política del “hijo único” para disminuir su presión demográfica, pero ahora,
cuando la sociedad empieza a percibir los efectos y la pirámide de población se
ha invertido, no está clara la sostenibilidad de aquella sociedad. África, en
apenas 20 años, amenaza con doblar su volumen demográfico. A ello han
contribuido las mejoras en la asistencia a la infancia y la disminución de la
mortandad infantil. Sin embargo, estas mejoras sanitarias no se vieron
acompañadas de un esfuerzo de instrucción y responsabilización de las
poblaciones en el uso de anticonceptivos. En toda África la población ha
crecido mucho más rápidamente que la industrialización, con lo que la inmensa
mayoría de la población africana vive abocada a la miseria y al subempleo permaneciendo
todavía muy lejos de los estándares europeos. Esto genera una presión demográfica
que tiene su espita de salida hacia Europa por una parte y hacia conflictos
internos generadores de hambrunas, mortandades generadas por guerras civiles y
delincuencia, por otra. Pero existe otra consecuencia igualmente indeseable: el
agotamiento de los recursos alimentarios del planeta. El “creced y
multiplicaros” que comparten las tres religiones “del Libro”, es hoy
completamente inviable.
La mejora de los sistemas de cultivo y estabulación, de
tratamiento de los alimentos y de presentación, tiene como contrapartida un
ascenso vertiginoso de la inseguridad alimentaria que no es tomado en
consideración por los gobiernos sino muy tardíamente. Ciertamente, las tierras
pueden abonarse masivamente e incluso es posible que den varias cosechas al año…
hasta que dejan de producir, completamente agotadas e incapaces de regenerarse
a causa de la acumulación de abonos, pesticidas, herbicidas, fungicidas,
vermicidas, que se ha vertido sobre ellas. A partir de ese momento son tierras
muertas. En cuanto a los cultivos hidropónicos no pueden aplicarse en todo el
mundo, especialmente desde el momento en el que el agua también se está
convirtiendo en un bien escaso y comercializable. En el futuro, las guerras por
el agua igualarán en violencia e intensidad a las guerras por el petróleo y el
comercio del agua generará tanto movimiento económico que corre el riesgo de
ser objeto de revueltas sociales que afectarán especialmente a los países
emergentes.
El mundo multipolar solamente
puede ser estable dentro de una perspectiva de suficiencia de recursos
energéticos y alimentarios y de sostenibilidad ecológica. Y este es el
problema: no existen recursos “sostenibles” en un planeta de posibilidades
limitadas. Antes o después, algunas zonas del planeta (o algunos grupos
sociales) quedarán al margen del progreso y de la modernidad. La demografía
explosiva generada por la mejora de las condiciones sanitarias ha convertido en
imposible la sostenibilidad del planeta. Ese es el problema de fondo, que se
dará especialmente entre los actores geopolíticos emergentes y ante este
problema el progreso científico no tiene ninguna respuesta, sino tan sólo una
permanente fuga hacia delante.
Por tanto, es previsible que un
mundo multipolar, en lugar de ser un mundo que se “sostiene” sobre varias “patas”
(y por tanto es más estable que un mundo unipolar o bipolar) y por tanto tiene
mayor estabilidad, sea un mundo en el cual tal estabilidad solamente se
mantenga mediante la “paz armada” y la desconfianza y vigilancia recíproca, a
costa de zonas marginales del planeta que, por su falta de capacidad para
organizar Estados fuertes o potencias regionales, se vean desgarrados por el
intervencionismo de las distintas potencias regionales. Nunca como en las
décadas que se avecinan, el progreso científico y los recursos energéticos
serán tan necesarios, pero nunca como hasta entonces se percibirán con tal
nitidez los límites de dicho progreso y lo limitado de las fuentes de energía.
La apelación a la ciencia para que restablezca el equilibrio entre necesidades
y recursos, es la última línea optimista en el que se pueden refugiar las
poblaciones, la última trinchera del progresismo. Así pues, esta arista es de
un dramatismo extremo, especialmente porque las poblaciones de los actores
geopolíticos emergentes crecen todavía a una velocidad endiablada y la
necesidad de recursos es más fuerte que en otros lugares del planeta.
12ª Arista
Recursos energéticos y progreso científico con actores
geopolíticos tradicionales
No parecería ser ésta en
principio una arista conflictiva: a fin de cuentas, la meca del progreso ha sido
siempre Europa y los EEUU que corresponden, más o menos, a los actores
geopolíticos tradicionales junto a Rusia. Ahora bien, el talón de Aquiles de
Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial es el suministro energético
y poder garantizarlo permanentemente. Así como los EEUU disponen de yacimientos
en su territorio (antes en el Sur y ahora en Alaska y en diversas zonas en las
que se extrae mediante el procedimiento del fracking)
y otro tanto ocurre con Rusia, Europa, por el contrario, es altamente
tributaria del exterior en materia energética. Esta carencia se ha compensado
hasta ahora con altos niveles de investigación científica, tanto en Europa como
en los otros dos actores geopolíticos tradicionales, que han garantizado una
mayor eficiencia en los rendimientos, fuentes de energía diversificadas, pero
no suficiente como para eliminar el problema central: el consumo de energía
aumenta a mayor velocidad que la creación de nuevas fuentes, lo que deja
suponer que en un período más o menos largo, pero en cualquier caso limitado en
el tiempo, se producirá el colapso. ¿A menos que la ciencia realice
sustanciales avances en este terreno? Es posible, pero no seguro. De hecho, el
resultado de las protestas antinucleares ha contribuido precisamente a agravar
la situación.
En efecto, la energía nuclear
garantizaba el suministro de energía allí donde la energía hidráulica o la
energía térmica no llegaban. Con grandes inversiones era posible conseguir
producir energía a un precio relativamente barato, eso sí, con riesgos, pero
minúsculos en comparación a los que debería afrontar un mundo con déficit
energético crónico. Las protestas ecologistas obligaron a los gobiernos a dar
marcha atrás e ir cerrando centrales nucleares. El razonamiento era simple: si
hay riesgo, impera el principio de seguridad, por otra parte, la utilización de
energías alternativas hará innecesario asumir ese riesgo. El error procedía en
tanto que la energía eólica, como la solar, todavía no habían alcanzado un
nivel de eficiencia que las hiciese rentables y comercializable en gran escala.
Los costos siguen siendo grandes, el rendimiento inferior a otras formas de
energía y en cuanto al impacto sobre el medio ambiente sigue existiendo, infinitamente
menor que el nuclear pero la fabricación de los componentes generaba abundantes
residuos. Durante unos años países como España vivieron del espejismo de
considerar a las energías alternativas, su instalación y rendimiento, como un “negocio”:
era negocio en tanto que estaba subvencionado; no lo era si, prescindiendo de
la ayuda estatal, se atendía al valor del kilowatio y a la capacidad de
producción, acaso la peor relación inversión-riesgo. Y pasarán años, décadas
quizás, antes de que los científicos logren aumentar exponencialmente la
eficiencia de estas energías para que puedan ser consideradas como alternativas
reales a las formas tradicionales de energía.
La esperanza en que el progreso
científico solvente esta perspectiva es algo ingenua. Se está trabajando en esa
dirección especialmente entre los actores geopolíticos tradicionales, pero se
ignora si la producción de energía de fusión es técnicamente viable y, en caso
de serlo, cuándo se podrá utilizar. Por otra parte, la energía es un arma y en
un mundo multipolar como el que tenemos ante la vista resulta impensable admitir
que en caso de aparecer nuevos recursos, éstos serán puestos al alcance de
cualquiera actor.
La actitud de los distintos
actores emergentes ante los problemas que plantea la escasez creciente de
recursos energéticos varía según su tradición cultural: desde el humanismo
europeo hasta la agresividad norteamericana, pasando por la tosquedad rusa. Los
norteamericanos se han mostrado dispuestos a generar guerras para controlar los
recursos energéticos y su conducción estratégica. Europa, al renunciar a la
operatividad de sus fuerzas armadas, ha puesto en manos de los EEUU su defensa
y, por tanto, está obligada a negociar con los países productores. En cuanto a
Rusia, suele utilizar el chantaje energético cuando le conviene y no tiene
inconveniente en exportar energía para obtener dependencia política de algunos
países. Así mismo, entre los países emergentes las actitudes también varían
desde la rapacidad desesperada china, hasta la capacidad de negociación india,
la idea de autosuficiencia brasileña o iraní. El camino hasta aquí ha sido largo y
complicado.
El mundo de los hidrocarburos y
su importancia para los actores geopolíticos tradicionales cobró forma a
principios del siglo XX cuando el motor de explosión empezó a generalizarse y a
partir de la Segunda Guerra Mundial, la victoria o la derrota de los ejércitos,
se demostró que tenían mucho que ver con el control de los pozos petroleros. La
victoria sonrió a las potencias aliadas en función de dos factores principales:
el papel de los EEUU, resguardados de cualquier ataque por parte de las
potencias del Eje y la seguridad con que rcibían el suministro petrolero (procedente
de Bakú, Texas y Golfo de México). Alejamia y Japón, en cambio, se vieron
castigados dramáticamente por la limitación de recursos petroleros (apenas
procedente de Ploestri en Rumania y de las pizarras bituminosas de Prusia
Oriental).
Los EEUU extrajeron consecuencias
del conflicto y pactaron el mantenimiento de la dinastía de los Saud en Arabia
Saudí, a cambio de la garantía de suministro de petróleo. Diez años después de
concluir la Segunda Guerra Mundial, el suministro de petróleo ya se había
reorganizado. Las “siete hermanas” (las grandes compañías petroleras hasta los
años 90) acometieron la explotación sistemática de las reservas, utilizando
capital occidental. Por su parte, la mayoría de los países productores de
petróleo se organizaron en la OPEP que jugó un papel capital en la regulación
de los precios y de los volúmenes de extracción, alcanzado su momento álgido
con motivo de la primera crisis del petróleo en 1973, tras la Tercera Guerra
Árabe–Israelí.
En esa época, la OPEP
estableció cuotas de producción, dirigió flujos petroleros, reguló los precios
y, así, contribuyó a la estabilidad del sistema mundial y, especialmente,
garantizó la regularidad en el suministro de energía a precio estable y barato hacia
el Primer Mundo. La URSS, por su parte, era autosuficiente en materia
energética y la industria formaba parte del gigantesco conjunto estatizado
propio de una economía comunista.
El hundimiento del
superpetrolero Torrey Canyon, en
1969, provocó la primera marea negra a partir de la cual prosperó la conciencia
econólica, justo en el momento en que empezaba a generalizarse la aplicación
pacífica de la energía nuclear. A esto se unió el impacto de la crisis del
petróleo de 1973. Estos dos hechos hicieron que algunos empezaran a advertir
los riesgos de depender exclusivamente del petróleo y el carbón, primeros
productores de polución atmosférica y con riesgo de agotamiento. Entre 1969 y
1989, la energía nuclear se consideró la alternativa más ventajosa a los
combustibles fósiles. Sin embargo, a partir del desastre de Chernobil, la
abolición de la energía nuclear se convirtió (sólo en el Primer Mundo) en un
slogan electoral, asumido primero por los ecologistas, luego por la izquierda
progresista y más tarde por la derecha conservadora. Esto no fue óbice para que
en el Forum 2004 de Barcelona, el ex presidente soviético Gorbachov,
reivindicara –sin éxito- la necesidad de la energía nuclear para asegurar el
crecimiento económico, cuando ya se advertía el punto de inflexión entre un
consumo petrolero en crecimiento continuo y el descenso en el hallazgo de
nuevos pozos petroleros, la energía nuclear estuvo prácticamente proscrita en
el Primer Mundo, incluso hoy se siguen cerrando centrales, mientras que en el
Tercer Mundo –especialmente en China– prosigue la construcción de nuevas.
La contradicción estriba en que
mientras la energía nuclear se muestra a medio plazo como la única posibilidad
de obtener energía a precio asequible, en tanto los proyectos de energía de
fusión no puedan concretarse y comercializarse (lo cual no ocurrirá antes del
2035 ó 2040), la “conciencia ecológica” (más o menos superficial) de las
poblaciones acomodadas del Primer Mundo, impide que cualquier gobierno resuelva
abordar la construcción de nuevas centrales nucleares, salvo que esté dispuesto
a asumir los costes electorales de la decisión. En estas condiciones, el futuro
energético del Primer Mundo, especialmente de Europa, se presenta como
problemático.
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