domingo, 23 de febrero de 2014

Por una salida identitaria a la crisis


El artículo que sigue se publicó en la revista Identidad en 2009, firmado con no se qué seudónico de los muchos que utilizaba para firmar en esa revista; así pues, hay que tener en cuenta la fecha para entender algunas referencias y carencias. En cualquier caso, creemos que lo esencial sigue estando vigente y por eso precisamente lo recuperamos para Info|krisis. Por supuesto, la tesis que presentábamos de que la crisis que se inició en 2007 era sistémica y no coyuntural, ha sido confirmada por el tiempo... (y añadiríamos, lamentablemente)

Infokrisis.- La historia es dinámica y suele circular a más velocidad de lo que percibimos. Estamos entrando en un nuevo momento histórico: la crisis económica se superpone a la crisis étnica y al descredito de los partidos hasta ahora mayoritarios. Esto abre las puertas de par en par a las nuevas opciones identitarias que día tras día se afirman en todos los países europeos. ¿Y en España? Los que hemos llegado tarde a la democracia también llegamos tarde a la cita identitaria, pero no por mucho tiempo. 
Todo el país está preocupado por Belén Esteban y por los nuevos rostros que aflorarán con la enésima edición del Gran Hermano. El fútbol se ha convertido en algo diario y raro es el día que algún canal de TV no retransmite un encuentro deportivo irrelevante. Los fines de semana resulta difícil encontrar una radio que no retransmita un partido, incluso de categoría regional. Y las fiestas mayores del verano y del principio del otoño promovidas por los ayuntamientos son cada vez más ostentosas y se diría que para ellas la crisis no ha pasado: hay bajadas presupuestarias para todo menos para el panen et circensis. Los pequeños parlamentos regionales, a falta de temas de mayor calado, legislan sobre la rotulación de los comercios, sobre los correbous o sobre la utilización de caminos vecinales, pero medidas contra la crisis, ninguna; acaso porque no existen. Incluso cuando se produce una noticia de calado como el inicio del juicio por el Caso Malaya, todo tiende a frivolizarse y parece como si estuviéramos ante un nuevo episodio del colorín en lugar de ante un caso ejemplar y que podría ser ejemplarizante de corrupción en el cual unos “listos” deberán responder de sus exacciones. España está así: entre adormecida e idiotizada, mientras todo un país bosteza, se pierde el ritmo de la modernidad.  


Las noticias de la crisis ya no son puramente económicas. La persistencia de la crisis económica, la ha terminado transformando en crisis social: era previsible que 5.000.000 de parados a los que, poco a poco, se les van acabando los subsidios terminaran siendo un problema social; era previsible que los 4.000.000 de jóvenes que habían abandonado sus estudios para trabajar en los distintos oficios de la construcción intentaran reintegrarse de nuevo en centros de formación, mientras que otras promociones de jóvenes que tienen necesidad de trabajar y no tienen capacidad o interés para el estudio, se suman al paro hasta elevarlo entre los jóvenes menos de 30 años  al 60% (47% hace un año); era previsible que apareciera una generación ni–ni, desorientada por la crisis y por un sistema de enseñanza que había fracasado mucho antes de empezar el desplome económico; era previsible que reaflorase el trabajo negro cuando incluso durante el período de máxima expansión económica el trabajo en precario se había adueñado de la contratación, mientras que hoy apenas el 8% de los contratos sean indefinidos, generando una situación de angustia en el 92% restante sobre si al acabar el contrato será posible encontrar un nuevo empleo… ¿Cómo no hablar de crisis social? Lo que se está produciendo es algo mucho mayor: es una mutación de nuestra sociedad. 
Dos crisis superpuestas: la social y la étnica 
Los cambios que la crisis económica genera en la sociedad española están siendo de gran calado y caminan al paso con otro gran cambio introducido deliberadamente por nuestros gobernantes desde 1997: la inmigración masiva que altera el sustrato étnico y cultural de nuestro pueblo, modifica los “paisajes” de todo el país, agrava el problema del paro y lastra los presupuestos generales del Estado al cotizar a la Seguridad Social solamente un 25% de la inmigración realmente existente en España.
No es raro que exista un pacto tácito de silencio entre los dos grandes partidos para ocultar el tema de la inmigración en las elecciones generales, pues no en vano, ambos, PP y PSOE, son responsables solidarios de la llegada de 6.000.000 de inmigrantes que constituyeron la mano de obra barata en período de crecimiento económico y que se transformaron en el principal agujero de las cuentas públicas desde 2008. Alguien olvidó que los períodos de crecimiento económico y formación de burbujas son limitados en el tiempo y que la inmigración que llegaría en ese plazo (y que ni siquiera entonces era necesaria a la vista de que, incluso en momentos de gran crecimiento del PIB estábamos en torno a un 9% de paro… salvo para abaratar el precio de la mano de obra) no se iría cuando las “burbujas” estallaran. 
Bruscamente, en 2009 nos empezamos a dar cuenta de que teníamos dos problemas: una crisis social propia generada por el impacto brutal de la crisis económica sobre nuestra sociedad (agravada, además, por el fracaso del sistema educativo español y por la mala administración del Estado de los caudales públicos) a la que se unía una crisis étnica que, por todos los medios se oculta, pero que está ahí, latente.  
Para ver el alcance y la gravedad de la crisis étnica basta con mirar las páginas de sucesos de los diarios y pasearse por algún gueto de inmigración de los muchos que proliferan en la costa mediterránea, en Canarias, en Andalucía, en Madrid y empieza a salpicar incluso a las zonas con menos densidad de inmigración: Galicia y la cornisa cantábrica. Lo que veremos es descorazonador: gentes llegadas de 123 países del mundo (especialmente magrebíes, andinos y subsaharianos), desocupados, que viven de no se sabe bien qué, sin posibilidades de encontrar empleo en el próximo lustro como mínimo, sin intención de retornar a su país y preocupados sólo por acogerse a la reagrupación familiar, desinteresados por cualquier cosa que signifique “integración” y en movimiento del INEM a Asistencia Social, de ahí a Cáritas, para hacer luego algún trabajo no regulado los más responsables y para integrar las redes de delincuencia cada vez más tupidas los mas desaprensivos. Eso es hoy la inmigración y ha eso nos ha llevado el PP y el PSOE.  
Hace más de 10 años, Guillaume Faye ya advirtió que las bandas étnicas que entonces empezaban a asolar Francia desembocarían en redes mafiosas armadas que supondrían un riesgo para el Estado. Así ha ocurrido, efectivamente, detrás de la expulsión de los gitanos rumanos en Francia, lo que se encuentra es un tiroteo en las inmediaciones de Orleans y el saqueo de una comisaría de policía: sí, el asalto, saqueo de una comisaría en la que varios policías resultaron apaleados. Los ataques armados contra policías, bomberos que acuden a apagar los vehículos incendiados por inmigrantes en las noches francesas, se han generalizado. Así está Francia… y ese es el espejo en el que debemos mirarnos.  
Por el momento, inmigrantes magrebíes ya respondieron agresivamente a los Mossos de Esquadra en El Vendrell, prácticamente cada kilo de cobre que se roba en España es sustraído por inmigrantes generando problemas en las infraestructuras de comunicaciones; algunos bares de Barcelona y Madrid son “bares étnicos” cerrados a otras comunidades. La mafia colombiana realiza impunemente en España sus ajustes de cuentas y en los patios de muchos colegios y en las inmediaciones de los centros de estudio, desde hace tiempo, se suelen producir situaciones de tensión por la actividad de las bandas latinas que ni trabajan, ni estudian, pero aprovechan el tiempo libre –24 horas– para delinquir… La formación de guetos étnicos prosigue cada vez más acelerada y ya hoy zonas enteras de nuestro país son enclaves de países extranjeros en donde al autóctono se le mira mal, y se le induce a abandonar el barrio en el que ha vivido siempre. A eso se le llama “limpieza étnica” y eso está ocurriendo ante nuestros ojos. 
El desplome de la socialdemocracia 
La superposición de estas dos crisis (la social y la étnica) puede dar lugar a efectos insospechados. En toda Europa ha generado una desconfianza hacia el poder que ha permitido que esta situación fermentara sin hacer nada y ha alimentado el crecimiento de los llamados partidos de “extrema–derecha” (falsa denominación atribuida por los adversarios a los “partidos identitarios” en la medida en que, sobre todo, defienden la identidad nacional de sus países). Es previsible que en los próximos años esta decantación se agrave. De hecho, en la actualidad, en toda Europa, la socialdemocracia ha entrado en crisis y entre sus menguados votantes, cada vez figuran más inmigrantes “integrados”. La crisis y las erróneas políticas de inmigración acometidas especialmente por la socialdemocracia en los últimos 30 años en toda Europa, los mitos “integracionistas” que han promovido, están pasando factura a la izquierda europea y desintegrándola con mucha más efectividad que cualquier otro factor.
La crisis de la socialdemocracia europea tiene mucho que ver con el hecho de que su electorado natural –las clases trabajadoras– sean el que más han padecido el problema de la inmigración, las que se han visto más afectadas por la competencia desleal de los inmigrantes en materia salarial y que han tenido que sufrir en sus barrios las operaciones de “limpieza étnica”. Eso explica suficientemente que una buena parte de la clientela de los partidos identitarios europeos proceda de sectores sociales que anteriormente entregaban su voto a la socialdemocracia. Y es ahí por donde los partidos identitarios crecen tal como ha demostrado el último éxito de los Demócratas Suecos, hoy fulcro de la balanza política de aquel país. 
Si tenemos en cuenta que su defensa de la identidad nacional y de las tradiciones autóctonas tiene cierto impacto sobre el voto tradicional de las derechas europeas, se percibirá claramente que la tendencia aún incipiente es hacia una transformación del mapa político europeo en dos fuerzas principales y en un sin fin de opciones secundarias.  
Identitarios ante el futuro 
En efecto, el crecimiento económico producido en Europa durante los “30 años gloriosos” (1945–1973) generaron en los años 70 y 80, un progresivo aburguesamiento de las clases trabajadoras europeas que aún siguieron votando a la izquierda socialdemócrata (y en Francia e Italia a los Partidos Comunistas). Pero en los años 80 y 90 se empezó a producir el tránsito del voto de izquierdas al voto identitario a medida que aumentaba la inmigración masiva. 
Mientras la izquierda mantenga el dogma de la multiculturalidad y del mestizaje, esa izquierda está condenada a convertirse en una fuerza que terminará recogiendo solamente el voto de antiguos socialistas de períodos líticos, jubilados en plena ancianidad, inmigrantes integrados y yuppies de ambiciones humanitarias. La izquierda había apostado por el neoliberalismo desde el Congreso del SPD alemán en Bad Godesberg y no le fue mal mientras el neoliberalismo gozó de buena salud, pero en el momento en que estalló la gran crisis económica de julio de 2007, la socialdemocracia estaba demasiado comprometida con el capital para poder aportar respuestas que satisficieran a las clases trabajadoras que, desde hacía tiempo, veían con desconfianza las tendencias multiculturales e inmigracionistas que ellos, en sus puestos de trabajo y en sus barrios, debían sufrir más que nadie. De ahí al desplome no había más que un paso. 
Pero votar a la derecha era excesivo para estos sectores que, a fin de cuentas, pedían “justicia social” y desconfiaban también de ese neoliberalismo que era el jardín privilegiado y la única forma económica concebida por la derecha. Era normal que esos sectores desencantados de la socialdemocracia o se refugiaran en la abstención (como ocurre en España) o votaran a partidos identitarios, allí en donde estos partidos habían demostrado una mínima claridad de juicio y estaban ajenos a los esquemas de la vieja extrema–derecha. En este sentido los Demócratas Suecos son paradigmáticos: desde su origen hasta su eclosión han realizado este tránsito inevitable. 
En las próximas décadas, hay que prever que aunque la crisis económica remonte leve y puntualmente, lo que no remontará es la crisis étnica: las tasas de natalidad de la inmigración y su afluencia son lo suficientemente espectaculares como para pensar que la tendencia al vuelco demográfico del Viejo Continente es cada vez más acusada. Si la socialdemocracia intenta cambiar su posición favorable a la inmigración y al multiculturalismo, no solamente se traicionará a sí misma y toda su gestión en los últimos 30 años, sino que además perderá su único eslogan que le queda en propiedad, siendo todo lo demás una mera corrección y atenuamiento de las posiciones de derechas sobre el neoliberalismo.
De ahí que cualquier análisis lleve a certificar en breve la muerte de la socialdemocracia y su progresiva sustitución por partidos identitarios que unan un fuerte sentido social a sus propuestas de repatriación de la inmigración.  
En cuanto a la derecha, sobrevivirá y gozará de buena salud, mientras que el neoliberalismo siga siendo indiscutible. Si el dogmatismo de la izquierda es ideológico y situado en el terreno de los valores finalistas, el dogmatismo de la derecha es económico e instrumental. Existe derecha porque existe liberalismo. Si la derecha no fuera liberal, sería una derecha tradicional y daría respuestas corporativas y monárquicas, aludiría a la “justicia social” enarbolando la Rerum Novarum y hablaría de valores a defender en lugar de oportunidades para progresar electoralmente renunciando a cualquier valor.
El llamamiento de los partidos identitarios al foralismo, al respeto y a la defensa de las tradiciones locales y a los valores éticos y morales, tiene también un extraordinario poder de atracción para esa derecha tradicional que en muchos países europeos (incluida España), para sobrevivir ha debido travestirse y enmarcarse dentro de la derecha liberal, desde mediados del siglo XIX. 
Crisis sistémica e inestabilidad  
No olvidemos, por otra parte, que esta crisis económica no es coyuntural (como la de 1973, o la del período 1976–1981 en España, o la de 1989, o la de las punto.com a finales del milenio). Esta es una crisis estructural y sistémica que no depende de la mejor o peor gestión del poder político (aunque la mala gestión puede agravar y extenderla, obviamente, tal como está ocurriendo en España), sino de la estructura misma de la organización económica mundial (la globalización). Esto implica que la crisis actual no terminará, como máximo se producirá un crecimiento económico puntual y limitado incapaz de prolongarse en el tiempo; el sistema ha alcanzado un punto en el que vivirá en constante inestabilidad hasta que se aborde su profunda y definitiva reforma.  
Pero quien podría reformar el sistema (el poder político), está condicionado por el poder económico (la alta finanza internacional). Y este poder económico –del que las clases políticas dirigentes actuales no son más que “validos” o simples “delegados”– no experimenta la sensación de que precise ninguna reforma porque hoy, con la estructura actual, obtiene más rendimiento del capital que nunca antes en la historia. 
La buena noticia es que las formaciones tradicionales de centro–derecha y de centro–izquierda que han sido en las últimas décadas la “voz de su amo” (el poder económico) están vivienda los últimos momentos de su hegemonía en solitario. Hay que prever que la derecha liberal se mantenga como fuerza hegemónica todo el tiempo que dure la actual fase del capitalismo, mientras que la izquierda se desploma y se genera con buena parte de ésta y con una parte sustancial de la otra, una potente fuerza identitaria en toda Europa. Esta situación de crisis de las opciones que han dirigido Europa en los últimos 65 años, generará también la aparición de un sin fin de opciones políticos de menor calado que respondan a problemas concretos de la sociedad (problemas regionales, problemas ecológicos, problemas de grupos sociales concretos: jubilados, jóvenes, inmigrantes, etc.) que fragmentarán extraordinariamente el panorama político y obligarán, antes o después, a reformas en profundidad del sistema político en toda Europa y, por lo mismo, de la misma Unión Europea que, a estas alturas, puede considerarse un proyecto embarrancado y paralizado.  
Son precisamente las fuerzas identitarias quienes presentan en sus programas –algo que los medios de comunicación suelen olvidar con demasiada frecuencia– un punto fundamental para salir de la crisis económica: romper con la globalización, considerar a Europa y Rusia como un espacio económico homogéneo que tiene todos los elementos como para prescindir de la alta finanza internacional e incluso de las fuentes energéticas exteriores. Porque la salida definitiva a la crisis pasa por la destrucción del sistema mundial globalizado que ha generado una inestabilidad permanente en la economía internacional. 
El futuro de Europa 
El siglo XXI será un siglo de grandes cambios tecnológicos (ingeniería genética, criogenia, energía de fusión, nanotecnología), pero también de grandes cambios políticos. Las fuerzas que fueron hegemónicas en Europa desde 1945 (y en España desde 1977), periclitarán (están periclitando) y se verá el emerger en la gobernabilidad de las naciones a opciones identitarias (se está viendo) que responden mejor a las nuevas exigencias generadas por la inmigración masiva, la crisis económica y la corrupción generalizada de las viejas élites políticas. Al final de todos estos cambios y mutaciones no estaremos ya ante un sistema sino ante otro completamente diferente. El sistema político, el sistema económico y el sistema social que hayan surgido de una serie de reformas en cadena serán completamente diferentes al que hemos visto a principios del milenio. 
Como en el alumbramiento de cualquier opción nueva, el momento del parto será inevitablemente doloroso: para volver a la normalidad será preciso atravesar una situación de shock, un fuerte traumatismo que impulse a las grandes decisiones y que vendrá forzado por las circunstancias. Ese traumatismo derivará, por sí mismo, de los límites actuales del sistema: un sistema que no puede crecer indefinidamente, una inmigración que crece más que la población autóctona y que es completamente diferente en ideales, aspiraciones y voluntades, y superar el límite de sufrimiento y privación de la población que no podrá ser olvidado ni por los subsidios ni por elentertaintment mediático.  
La agresividad de que está haciendo gala la inmigración en Europa, la coagulación de grandes redes de delincuentes llegados del extranjero, los tiroteos y destrucciones contra edificios oficiales e infraestructuras que están teniendo lugar en Francia, la imposibilidad por ir más allá de donde se ha llegado en materia de integración, el acaparamiento del narcotráfico en todas sus variedades por redes extraeuropeas (magrebíes, colombianos, nigerianos), todo eso apunta en dirección a que el shock al que nos referimos tendrá lugar cuando todos estos grupos generen tensiones insoportables con los Estados europeos similares a las que se produjeron en Francia en noviembre de 2005 y se reproducen con cierta frecuencia. Y a esa presión corresponderá una reacción de las fuerzas sanas de Europa, liberadas de la sumisión a lo políticamente correcto. 
Si añadimos a la crisis económica y al vuelco étnico, la expansión del fanatismo islámico de los países del sur del Mediterráneo tenemos tan cerca, nos daremos cuenta de que la situación es más que grave. La población magrebí crece a más velocidad que su economía y genera unas tasas de paro insoportables que tienen como resultado el que los menesterosos se vuelven hacia el Islam (verdadera esperanza para desesperados) y/o emprendan el camino de la inmigración. Y lo que traen en sus maletas no es deseo de integración, sino islamismo y desesperación. A nadie se le escapa que los países del Magreb son una bomba de tiempo y que, la presencia norteamericana en Marruecos solamente logrará retrasar unos años a la subversión islámica. Nadie sabe quién puede gobernar mañana en el Magreb y qué postura adoptará en relación a Europa, pero de lo que no cabe la menor duda es que mañana el Magreb será más islámico que hoy y, el carácter belicista de la expansión islámica, hace que estemos ante un problema añadido que colocar en el complejo tablero de la Europa del futuro.  
La esperanza es que los partidos identitarios tengan la fuerza, la claridad de ideas y la pureza de ánimos suficientes como para, en la intensificación de la crisis que se avecina, estén en condiciones de tomar las riendas.  
¿Demain l’Espagne? 
Parafraseando el título del famoso libro de Santiago Carrillo publicado a principios de los 70, cabe preguntarse ahora sobre la perspectiva de crecimiento de los partidos identitarios en España y si va a cumplir las mismas pautas que se han dado en otros países europeos o nuestro país en esto también va a ser diferente. 
La democracia llegó tarde a España y por tanto el proceso de normalización con Europa también se ha retrasado. Desde 1945 hasta 1985, prácticamente los partidos identitarios estuvieron ausentes de la escena europea, salvo en Italia y por circunstancias muy determinadas. Ha sido en los últimos 25 años cuando han ido apareciendo chispazos aquí y allí y ha sido posible hablar de “fenómeno identitario europeo” como de una realidad que se acerca al gobierno en Austria, Italia, Suiza, Flandes, que tiene notables representaciones en el Reino Unido, Alemania, en los países nórdicos, en el Este Europeo, sin aludir a la “excentricidad holandesa” polarizada en torno a Wilders. Si en 1985 se produjo esa eclosión fue porque en ese momento los dos partidos de centro–derecha y de centro–izquierda que habían gobernado alternativamente en Europa desde 1945, empezaron a “pinchar”. En España la democracia llega en 1978 y diez años después ya empieza a dar los primeros síntomas de agotamiento con la corrupción felipista; sin embargo quedaba experimentar las soluciones de derecha.  
Cuando el paro ya había superado los 3.000.000 de parados, cuando la corrupción carcomía el felipismo, España se entregó a la derecha que logró un crecimiento económico innegable… a costa de entronizar un modelo que tal como se podía prever suponía “pan para hoy y hambre para mañana”. Cuando los errores de Aznar y las bombas del 11–M lo apearon del poder, la socialdemocracia española ya no era tal, sino un amasijo de ideas humanistas, universalistas, mal estructuradas, más propias de una ONG buenista que del gobierno de un Estado Europeo: y eso es lo que nos ha gobernado y nos ha situado ante el abismo. Buena parte del electorado votará a Rajoy en 2012 con la nariz tapada y sin confianza en que tenga claridad y valor para aplicar medidas que atenuaran la crisis a medio plazo.
Salvo en Catalunya, donde la PxC afronta la última etapa antes de su primera prueba electoral importante, en el resto del Estado, los partidos identitarios distan mucho de haber irrumpido en el panorama político. Hay grupúsculos que aluden a la necesaria lucha contra la inmigración, pero que carecen de estatura política, generalmente mal dirigidos y con mezclas de temas que remiten a la vieja extrema–derecha y, por tanto, a la esterilidad política completa. No importa, esto no es relevante: las opciones políticas aparecen solamente allí en donde las condiciones sociales las exigen y la inmigración todavía es un problema nuevo en España (apenas 15 años).  
Si en Catalunya se han producido movilizaciones es precisamente porque es allí en donde 1.250.000 inmigrantes suponen la mayor concentración de todo el Estado. En la Comunitat Valenciana y en la Comunidad de Madrid existen concentraciones similares que generan el caldo de cultivo para una “respuesta”. De dónde salga esa respuesta tiene poca importancia. Lo importante es que la eclosión identitaria se producirá, antes o después, por simple agotamiento de cualquier otra opción. Si no son las pequeñas formaciones actuales que intentan ocupar ese espacio, será mediante líderes improvisados, escindidos de los grandes partidos o mediante la transformación de movimientos cívicos en partidos anti–inmigración, surgidos de las masas y con voluntad poder, o incluso por el efecto arrastre que pudiera general la PxC fuera de Catalunya. 
Tal es la perspectiva para los próximos años. Construyendo partidos identitarios, construimos el futuro de nuestro pueblo y pensamos en un futuro para nuestro pueblo más allá de la crisis económica, social, política y étnica que tenemos encima.
© Ernesto Milà – Infokrisis – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen