martes, 11 de junio de 2024

FIRMA DE LA AMNISTÍA: EL PROBLEMA NO ES EL REY, ES LA CONSTITUCIÓN

Hoy abundan los comentarios sobre el hecho de que Felipe VI firmará la ley de amnistía. He visto calificativos de todos los colores dedicados al Rey por este hecho. Y, sin embargo, el problema no es el Rey: el problema es la constitución de 1978 que reduce a la figura del monarca a un papel meramente simbólico y representativo (es decir, a casi nada) e, incluso, está OBLIGADO POR LA CONSTITUCIÓN a firmar cualquier papelajo que le remita el gobierno, por repugnante que sea. Así que, vamos a ser claros: no me quejo de que el Rey firme una ley que, inmediatamente, será recurrida y, seguramente, tumbada en instancias judiciales, de lo que me quejo es de que algunos no se han enterado de cuál es la situación, aquí y ahora, de la monarquía y de la propia estructura del Estado.



¿Y SI NO FIRMARA LA LEY DE AMNISTÍA?

Si el Rey Felipe VI no firmara la ley de amnistía, ésta entraría en vigor igualmente… y, por lo mismo, sería recurrida inmediatamente ante el Tribunal Constitucional. El problema no sería ese. A fin de cuentas, esta ley-cambalache, no la ha redactado el Rey, ni siquiera el PSOE o el gobierno, sino Pedro Sánchez, al que, de momento, siguen apoyando 5.000.000 de sus últimos mohicanos subsidiados. Y, en una democracia constitucional, lo que cuenta es el texto constitucional, no la lógica, ni el sentido común, ni mucho menos la ética o la moral. En un régimen monárquico no constitucional, el Rey dictaba las leyes y, desde luego, hubiera resultado muy difícil que, en esa situación, Felipe VI, hubiera dictado una ley-cambalache como ésta. Pero, estamos en una “monarquía constitucional” y, por tanto, la “soberanía” reside en el “pueblo”... Y esa “soberanía” se mide en votos. Y hoy, el que gobierna es Pedro Sánchez y el que dicta las leyes es él, no otro.

Sería bueno repasar el título II de la constitución: “De la Corona”, artículos del 56 al 65. Ahí queda definido el carácter de la monarquía, sus prerrogativas, sus atribuciones. Estas reducen, prácticamente, a la mera función simbólica, actos mecánico-protocolarios y poco más. El artículo 82 explica que “Corresponde al Rey: a) sancionar y promulgar leyes”… y eso es lo que hizo durante 40 años su padre y eso es lo que hace hoy el Rey Felipe VI.

No se dice que pueda negarse a sancionar y la posibilidad de dejar de promulgar leyes, el redactado tiene un carácter mecánico y afirmativo: se sobre entiende que debe “sancionar y promulgar” todo lo que el gobierno le coloca bajo su real nariz. Eso es todo.

¿Y si no lo hiciera? Se recuerda el caso de Balduino de Bélgica, opuesto a la ley del aborto que le presentó el gobierno y decidió no sancionarla. El 4 de abril de 1990, Balduino abdicó durante 36 horas, alegando “objeción e conciencia”. Ferviente católico y contrario al aborto, declaró que “su conciencia no le permitía firmar la ley”. Poco antes, en su mensaje de fin de año, de 1989, Balduino había recordado que “los niños merecen especial protección y cuidado, y ello incluye los derechos del no nacido”. Obviamente, la ley del aborto fue aprobada. La abdicación temporal hizo que la regencia recayera en el gobierno que había impulsado la ley del aborto que, inmediatamente, firmó y aprobó. El 5 de abril, Balduino volvió a ser Rey de los belgas.

En España, la constitución es muy clara: “corresponde al Rey sancionar y promulgar leyes”, en absoluto discutirlas, negarlas, esquivarlas o contradecirlas. En otras palabras: “firma y calla”. Si no firma, en tanto que figura simbólica, el hecho en sí no tiene valor: la ley de la amnistía ha sido aprobada en el Congreso de los Diputados, esto es, aprobada por la “soberanía popular”, y, por tanto, es “indiscutible”… En ninguna parte de la constitución, se dice que el Rey tenga derecho de veto. Ese corresponde al Tribunal Constitucional en exclusiva y sin discusión posible.

Es evidente que la ley de amnistía rompe las reglas del juego de la constitución de 1978, pero no corresponde al Rey decirlo -a la vista de sus atribuciones en la “carta magna” del 78- sino a otras instancias constitucionales. Lo que el mandato constitucional exige al Rey se le exige es una absoluta neutralidad en el terreno legislativo y de gobierno.

Claro está que el Rey, en teoría, podría manifestar su disgusto públicamente. De hecho, ya lo hizo en su momento, cuando el silencio de Mariano Rajoy ante la proximidad del referéndum independentista le obligó a enviar un mensaje a la nación el 3 de octubre de 2017 defendiendo la unidad de España y el cumplimiento de la ley. En aquella ocasión, esta actitud ya fue objeto de críticas por parte de los sectores republicanos, ahora, una nueva intervención en contra de una ley preparada por el pedrosanchismo, daría la excusa para que la izquierda cuestionara la monarquía. De hecho, es lo que está esperando Pedro Sánchez para superar la crisis de su imagen pública: sacrificar a la monarquía para salvar su propio “reinado”.


MONARQUÍA O REPÚBLICA

En 1978, para desencallar definitivamente la transición, los “padres del a constitución” optaron por mantener la “monarquía que quiso Franco” (la de Juan Carlos I) como ÚNICO gesto de continuidad del antiguo régimen con el régimen constitucional… pero, eso sí, desprovista de cualquier atribución real y relegada a un mero papel representativo y mecánico de sanción y promulgación de leyes o a un mando teórico sobre las Fuerzas Armadas… siguiendo las directrices del gobierno de turno. Así, la “oposición democrática” aceptó renunciar a la “ruptura”. A cambio tuvo un sistema de partidos, un sistema jurídico garantista, la puerta abierta a la fracturación autonómica del Estado y el papel decisivo de que los nacionalistas catalanes y vascos se convirtieran en el elemento decisivo cuando ninguna de las dos opciones de centro-derecha y de centro-izquierda tenían la mayoría absoluta, pocos organismos efectivos de control, una relativa división de poderes y una ley d’Hondt que favorecía a las grandes opciones y castigaba a los minoritarios.

España, se convirtió, pues, en “monarquía”, aunque, de hecho, es una “república enmascarada” a la vista de la nulidad de los poderes reales. A eso se le llamó “monarquía constitucional española”. Era eso o república y ya se sabe el resultado que han dado los dos primeros experimentos de ese tipo en España.

En el siglo XXI, la izquierda, en algún momento, especialmente la extrema-izquierda y los independentistas, han estado tentados de relanzar el tema de la república. Con escaso éxito. Y el PSOE, a pesar de que se considera un partido “republicano”, ha optado por silenciar esta actitud. Pero su posición en cualquier momento puede cambiar. Un Pedro Sánchez acorralado judicialmente, electoralmente de capa caída, puede aprovechar el más mínimo error del Rey Felipe VI para abrir el debate, prometer un referéndum sobre la república y engañar de nuevo a los que quieren ser engañados y a alguno más que cree que la monarquía es cosa del ayer.

Y este es el problema: en el caso de que el Rey Felipe VI no firmara la ley de amnistía, el “casus belli” estaría servido.

¿Y por qué sería negativo un régimen republicano? ¿acaso no se cumpliría el refrán de “a la tercera va la vencida”? Existen dos buenos motivos para rechazar esa posibilidad.

¿QUIÉN ES HOY REPUBLICANO?

Vivimos en una época de “política de bloques”. En España estos bloques están perfectamente definidos: “derecha conservadora” frente a “izquierda progresista”. A pesar de que, tanto en un bloque como en otro hay monárquicos y republicanos, lo cierto es que, de forma ampliamente mayoritaria la “derecha conservadora” es monárquica, mientras que la “izquierda progresista” es republicana. Piense usted en qué bloque se sitúa y asuma automáticamente su condición de monárquico o republicano. Ah, y no vale decir en un “espacio centrista”, por que los “tercerismos” ya no tienen espacio en la “era de los bloques”.

Pensemos lo que puede suponer para alguien cuyo universo se sitúa en la “derecha conservadora” el ser “republicano”: supone ir del brazo con ERC, con los independentistas catalanes y etarras, con el PSOE e IU, con Sumar y Podemos. Esa es la compañía, hasta el punto de que puede decirse que, en una eventual e improbable “tercera república” ocurriría como en las dos primeras: que las fuerzas “progresistas” la considerarían como algo propio, se creerían autorizados a hacer y deshacer a su antojo, sin dar a la otra parte, la posibilidad siquiera de expresarse. Quien conoce la historia de la Segunda República sabe que eso fue, exactamente, lo que ocurrió en aquellos años. ¿Está usted dispuesto a trabajar por la “tercera república” sabiendo que los grupos políticos más odiosos de este país están por esa opción?

¿CUÁLES SON NUESTRAS RAÍCES?

Este es el segundo motivo para rechazar la República. Si se mira la Historia de España, se percibe con claridad meridiana que España ha sido “hecha” por la monarquía y por el catolicismo (y lo dice un agnóstico). Es cierto que la monarquía de los Reyes Católicos, que las monarquías de la Reconquista o del Imperio, no son la monarquía del siglo XXI. Es cierto también que algunos monarcas no han estado a la altura de las circunstancias (pero, para eso, la institución monárquica ha recurrido a la “regencia” cuando un monarca no está capacitado para seguir tiendo el titular de la Corona o para asumirla). El hecho de que algún representante no está a la altura no quiere decir que haya que cargar contra el principio mismo: la institución monárquica.

También es cierto que la Iglesia Católica está desgastada y sin rumbo. Pero eso no implica que los principios de la moral católica no sean válidos: de hecho, son los que corresponden a nuestra historia y esos principios son independientes de la institución en crisis en la que nacieron y pertenecen a la cultura occidental.

Pero lo cierto es que, si hay que buscar “raíces” para que una construcción política se alce y crezca fuerte y sólida, no hay que olvidar que el tronco de pueblos al que pertenecemos desde el punto de vista antropológico, los indo-europeos: y estos, siempre se han regido por la institución monárquica.

La etimología de la palabra Rey es de origen indo-europeo. La raíz reg-, corresponde en el latín a rex, en la lengua védica a raj, en galo a rig y a rix. El concepto del reg- indoeuropeo era “aquel que traza la línea, quien encarna al mismo tiempo lo que es recto”. En latín rex es “aquel que dirige” y en el mismo verbo “dirigir” está implícita la raíz reg. De la misma raíz procede el término irlandés recht, “derecho”, “ley”; el inglés right, “derecho”, el alemán recht con el mismo sentido, así como las palabras “rectitud”, “regular”, “regla”. Y de “dirigir” han surgido “dirección” y “directo”.

La historia de Europa es la historia de las monarquías. Y nosotros somos los últimos herederos de esa Europa. Nuestras raíces están en aquellas viejas monarquías.


DIEZ AÑOS DE MONARQUÍA 

Y UNA REFORMA NECESARIA

Ciertamente, Juan Carlos I no dejó un buen recuerdo. Estaba mucho más próximo a Fernando VII que a los Grandes Austrias e incluso             que a un Rey reformador como el primer Borbón Español, Felipe V. Hace diez años abdicó. Desde entonces, la institución monárquica no ha protagonizado ningún escándalo, ni corruptelas, ni amiguismos peligrosos, no ha aparecido ninguna amante “choni”, y el Rey ha cumplido con su trabajo: ha dado ejemplo de padre -lo que hoy en día no es poco- y no ha dilapidado ni siquiera desgastado a la institución monárquica. Hoy, incluso, la izquierda republicana duda si plantear el tema del cambio de régimen en un momento en el que los aplausos y las adhesiones espontáneas acompañan al Rey Felipe VI en sus desplazamientos, tanto como los pitos y los insultos al “rey negro”, Pedro Sánchez. No parece justo llamarle “traidor” por estampar su firma en la ley de amnistía a tenor de lo que ya hemos dicho.

El Rey, de hecho, debería tener más poder en el aparato constitucional español. Una futura constitución:

- Debería de reconocer la prerrogativa de consultar directamente con el Tribunal Constitucional antes de estampar su firma en una ley.

- Debería de ser el jefe efectivo de las Fuerzas Armadas sin la cortapisa del gobierno.

- Debería tener capacidad para disolver las cámaras por iniciativa propia, cuando juzgara que la situación política se ha estancado o se ha vuelto inestable o cuando percibiera que el gobierno no está en condiciones de cumplir su función.

Si hoy nos encontramos en una situación de parálisis política, de empantanamiento económico y de falta de perspectivas en todos los terrenos, no se debe a la institución monárquica, sino al presidente del gobierno y a las ambigüedades del texto constitucional: el Rey no puede hacer otra cosa más que cumplir el papel decorativo al que le ha relegado esa constitución, envejecida y con cada vez menos lustrosa.

Claro que hace falta una reforma constitucional: pero esta reforma debe tener como objetivo atenuar el poder de los partidos políticos y acrecentar el de la cúspide de la nación, la monarquía, que no está al servicio de una “parte”, sino de la “totalidad” de la nación y de los intereses nacionales. Dicho de otra manera: el Rey debe tener poderes por encima de los partidos: estos representan “fotografías” de la “voluntad nacional” en cada momento, pero la Monarquía es la voz de la historia, las raíces. Un pueblo no puede permanecer de espaldas a sus raíces ni a su pasado… para esto ya tenemos a Pedro Sánchez.