lunes, 21 de diciembre de 2020

FIESTAS DEL FUEGO: Cuando algo arde en nuestro interior

En cierta ocasión un periodista preguntó a Jean Cocteau qué salvaría del Museo del Prado en caso de incendio. Cocteau respondió: "Las llamas". Y es que el fuego ha ejercido una atracción mágica que alcanza, desde las más altas cumbres del arte y de la cultura, a la patología mental y a lo escatológico. Freud asoció el fuego a la orina y, por lo demás, los pirómanos experimentan una fascinación enfermiza por el fuego que, según el psiquiatra, estaría relacionado con la incontinencia urinaria en la infancia... Afortunadamente, la proliferación de fiestas del fuego en toda la geografía española, evidencia que, para la mayor parte de la población, este elemento está hoy ligado al ocio como ayer lo estuvo a cultos religiosos y rituales. Esta es nuestra excusión por las sendas del fuego...

EL FUEGO Y LA FIESTA

Basta observar las fechas de mayor proliferación de las fiestas en las que el fuego tiene un papel capital, para concluir que está asociado a los Solsticiós. El Sol, en su desplazamiento, anual, alcanza puntos extremos de mayor y menor acercamiento a la Tierra: las "dos puertas solsticiales", relacionadas con las fiestas de San Juan Bautista y San Juan Evangelista, situadas en las proximidades del Solsticio de Invierno y del Solsticio de Verano, respectivamente.

Los otros dos hitos del Sol, marcan los equinoccios, puntos medios en los que el Sol pasa por el ecuador de su trayectoria y los días son iguales a las noches. Mientras los equinoccios marcan una línea vertical (arriba-abajo), los equinoccios señalan los puntos extremos de la trayectoria del Sol señalando una línea horizontal (derecha-izquierda). La verticalidad se asocia simbólicamente a las llamas y al aire, mientras que la horizontalidad tiene que ver con las aguas y la tierra. De ahí deriva el protagonismo del fuego en las fiestas tradicionales relacionadas con los Solsticios: se quiere utilizar el elemento más próximo al Sol para revivir los momentos más importantes de su tránsito.

La fiesta se convierte así en un rito y un rito no más que la reproducción de un arquetipo -el Sol- a través del elemento que le resulta más próximo -el Fuego- con la intención de que el elemento correspondiente de nuestro interior -el Alma- se avive. Así, "una vez más, lo que está arriba es como lo que está abajo": el Sol en el Cosmos y el Alma en el individuo, la pieza de unión, la columna que une cielo e individuo, es el elemento ígneo. Mediante los ritos se sacraliza el fuego, es decir, se convierte en sagrado.

SIMBOLISMO DEL FUEGO

El Sol como el Fuego tiene un doble aspecto, da vida y, al mismo tiempo, puede destruirla. Calienta y quema. De la misma forma, existe un fuego benéfico -derivado del Sol- y un fuego telúrico, siniestro, sin luz, el relacionado con el que bulle en las entrañas de la Tierra. El mundo clásico contempló como opuestos y enemigos el fuego de Apolo (el Sol) y el de Vulcano, el fuego de la fragua situada en las entrañas de la Tierra.

En las fiestas tradicionales el fuego es benéfico en la medida en que destruye y consume la negatividad. En las distintas doctrinas iniciáticas subyace el mismo principio: el "hombre viejo" es calcinado por el Fuego, dando nacimiento al "hombre nuevo". Aun hoy, en San Juan, existe la costumbre de escribir en un papel todo lo negativo que se desea olvidar, a fin de que el nuevo ciclo se inicie sin lastres. Otros queman muebles y objetos viejos con idéntico significado: limpiar lo anterior, superar el pasado, calcinándolo. El fuego tiene siempre un carácter purificador. En la misma dirección hay que incluir la interpretación que los rosacrucianos del siglo XVII daban a la inscripción INRI, leyéndola como "Igne Natura Renovatum Integra", literalmente, solo el Fuego renueva íntegramente a la Naturaleza".

A este respecto, resulta significativo que la ceremonia de admisión de templarios en el capítulo secreto de la Orden implicara un rechazo a la cruz en la que la inscripción INRI indicaba "Rey de los Judíos". Los templarios conocían esta ceremonia iniciática como "Baphos-metheos" (cuya contracción en Baphometh se convirtió para los inquisidores en el ídolo al cual rendían culto): "Baphos", bautismo y "Metheos", fuego; la iniciación era, pues, un verdadero "bautismo por el fuego" (puede entenderse por que los inquisidores acusaban a los templarios de quemar recien nacidos). Los inquisidores dieron al Baphometh un carácter andrógino pues, efectivamente, incluía dos polaridades diferentes: el fuego masculino y el agua femenino, cuyos símbolos, antagónicos, formaban juntos el "Sello de Salomón".

Así mismo, el fuego incorpora a la fiesta significados sexuales. El hombre primitivo obtenía fuego frotando un palo contra una superficie. Si el frotamiento del pene en la vagina generaba "fuego sexual", dos materiales análogos debían operar idéntico efecto. Fue así como el hombre primitivo llegó al "descubrimiento" del fuego.

Pero aun había un fuego superior, el que procedía por "percusión" de dos "piedras uránicas", minerales procedentes de aerolitos y que, por tanto, habían "venido del Cielo". Este fuego era una reproducción del relámpago y, evocaba, así mismo, la idea de purificación. El misto ritual de la muerte entre los indo-europeos consistía, originariamente, en quemar los cadáveres para que el humo, ascendiendo hacia el Sol, reintegrara al muerto en su patria originaria, a diferencia de los pueblos meridionales que optaron por la inhumación, es decir, el regreso del muerto a la Tierra Madre, contemplada como principio de toda vida.

En todas las civilizaciones indo-europeas el Fuego ha sido representado por un triángulo con un vértice hacia arriba, indicando elevación y verticalidad. El elemento opuesto es el Agua, simbolizado por un triángulo equilátero invertido, al que también se le atribuye una propiedad purificadora. El bautismo cristiano borra el pecado original, pero el fuego del Espíritu Santo concede la Gracia. La tradición hindú, por su parte, habla de dos purificaciones del Cosmos: una mediante el Agua y otra a través del Fuego, mientras que el Génesis nos dice que en un principio "el espíritu de Dios flotaba sobre las aguas" y, finalmente, el Apocalipsis tendrá lugar mediante el "fuego purificador". Agua y Fuego son, también, principio y fin, el Alfa y el Omega.

La alquimia clásica nos dice que el elemento acuoso está en el interior del sujeto (es lo informe, lo fluido, lo movedizo) que es preciso transformar en estable y fijo a través del fuego. Lo fluido -afirma la tradición hermética- reside en el cerebro, lo ígneo en el corazón y se vehiculiza a través de la sangre. Bram Stoker nos presentó a su "Drácula" como alquimista que supo ver en la sangre la fuente de la vida. Y el tantrismo equipara el fuego a la potencia del corazón, reproduciendo el "I-Ching" para el que el fuego es sinónimo de corazón, rojo, verano y de las pasiones. 

Todas las religiones indo-europeas han visto tras el fuego la presencia de un dios. Dentro incluso de la teología católica, Dionisio de Alejandría dice que el Fuego es el mayor símbolo de Dios y recuerda que los serafines son incandescentes. En Irán fue el símbolo principal del mazdeismo, el hinduismo reconoce tres dioses del fuego, Agni, Indra y Surya, correspondientes al fuego del mundo terreno, del mundo intermedio y del mundo celeste; Bhrama, dios creador en el hinduismo, era idéntico al fuego. Al llegar el budismo, la doctrina sacrificial hinduista del fuego fue sustituida por el concepto de "fuego interior" que enlazaba con el concepto anterior del despertar del fuego interior (la Kundalini). Y no tendríamos dificultad en encontrar más y más ejemplos de estos cultos pertenecientes al tronco indo-europeo del cual procede nuestro entorno cultural.

GEOGRAFIA DEL FUEGO

En la antigüedad todo rito iniciático era una fiesta. La pérdida y la interrupción de los ritos desacralizó las fiestas. Sin embargo, observándolas y analizando sus elementos, todavía pueden percibirse ecos de la más remota antigüedad en la mayoría de nuestras fiestas, haciendo abstracción del carácter católico que todavía conservan algunas. La fiesta de San Juan es la fiesta del fuego por excelencia.

Todo induce a pensar que las actuales fiestas de San Juan procedían de los cultos paganos de los pueblos celtas. En Mayo, cuando el triunfo del Sol era patente y el día tendía a alcanzar su máxima duración, los druidas celebraban la fiesta del "fuego de Bel"; se encendían grandes fogatas y los hombres y el ganado pasaban cerca de las llamas o saltaban sobre ellas para preservarse de todo mal. Las antiguas hogueras celtas han llegado hasta nuestros días. A principios de siglo todavía se celebraban hogueras en la mayor parte de las ciudades y pueblos de España. Esta costumbre solo se ha conservado en Cataluña y, de manera muy tenue, en Madrid. El sentido de la fiesta es el que hemos definido; la purificación se obtiene, quemando algún objeto, prenda o papel que indique lo viejo, o bien, saltando sobre las llamas. La posición del Sol en ese día favorece el que, durante la noche, se recojan hierbas cuyos principios activos se encuentran en su cénit en ese día. Entre las grandes ciudades, solamente Barcelona, ha conservado en cierta medida las hogueras como elemento central de la fiesta, si bien muy atenuado y con el eje de la fiesta transferido, no al fuego, sino a la "verbena"; las hogueras se ven -como en Madrid- sometidas a la limitación de una estricta normativa municipal que resta espontaneidad y encorseta la celebración.

Es en algunos pequeños pueblos de montaña donde la celebración del solsticio de verano se celebra como en la más remota antigüedad. En el pequeño pueblo pirenaico de Isil, los jóvenes suben a las montañas en la mañana y elijen los pinos que van a cortar. Cuando el Sol ya se ha puesto descienden hasta la plaza del pueblo con los troncos convertidos en teas y los arrojan a una hoguera común: el rito indica, en este caso, purificación de la Naturaleza, en un gesto que busca renovar la fertilidad de los campos y, al mismo tiempo, denota la idea viva de comunidad, el nexo de unión entre todas las familias que forma un fuego colectivo.

Esa misma idea está presente en las fallas valencianas y alicantinas o en las hogueras de Barcelona y Madrid. Cada barrio, es decir, cada núcleo de población, comparte unas señas de identidad específicas. Originariamente, la decoración de las fallas mostraba todo lo que el barrio rechazaba. Como eco de todo esto, los temas de la mayoría de fallas suelen ironizar sobre distintos aspectos de la vida pública. Una vez más, el tema de la fiesta era el recurso al fuego purificador.

La famosa fiesta de San Pedro Manrique (Soria) celebrada el 23 de mayo, remite al símbolo del triunfo sobre el fuego: quien vence al fuego, es decir, quien está hecho de fuego y tiene en su interior bien vivo este elemento, puede caminar sobre el fuego y sobrevivir a sus brasar. Los hombres del pueblo -ni mujeres, ni extranjeros- caminan sobre dos metros de brasas, con los pies descalzos y llevando a alguién sobre los hombros. Curiosamente, la "pirobacia" se practica universalmente... en pueblos en cuyo nombre se encuentra la "sílaba básica" S-R-: Soria, Surya, Sorae, Sauri, Zoria, en Bali en Sorai, en Roma al pie del monte Soracte, donde se encontraba el templo de Seronia, en los Balcanes, Japón y América. La antropología moderna no ha logrado descifrar este enigma.

En algunos puntos de nuestra geografía, el fuego remite al carácter maléfico que ya hemos definido: es el elemento dominante en los infiernos. Desde que los "ángeles rebeldes" fueron arrojados desde el Cielo, el lugar sugerido para situar el Infierno, son las profundidades de la Tierra. Las fiestas en las que aparecen personas disfrazadas de diablos (Ainsa), dragones y tarascas (Berga) o en las que los petardos y fuegos artificiales ocupan un lugar central (fiestas de moros y cristianos celebradas en todo el levante español), muestran el carácter del mundo demoníaco (representado por diablos, dragones y moros). Siempre la idea que subyace en la fiesta es la misma: el Mal está vivo y activo en el Mundo, hay que afrontarlo y vencerlo. En Jarandilla tiene lugar todos los años en mayo la fiesta de "El Escobazo". Las escobas viejas, prendidas en la hoguera del pueblo, se utilizan para perseguir a los vecinos. Se pretende con ello depararles la mejor de las fortunas, exorcisando el mal que podría haber en ellos.

La enseñanza tradicional representa el Mal en ocasiones sobre la figura de animales totémicos. En España, quizás por el influjo de los pueblos medirionales (cretenses y minoicos, cuyo totem era el Minotauro), o por la importancia que tuvo el culto a Mitra (cuyo tema central es la muerte del toro sagrado a manos de Mitra), o acaso por la presencia durante ocho siglos de una religión extraña para el cristiano viejo, el Islam (cuyo emblema, la media luna, remitía a la cornamenta del toro), el caso es que el sacrificio del toro ocupa un lugar central en el calendario festivo: en algunos pueblos se colocan teas en los cuernos del toro y el período más álgido de las grandes fiestas taurinas está próxima al solsticio de verano. También aquí el ocio remite a un rito sagrado: el Orden (el torero, apolíneo y sereno) contra el Caos (el toro, que representa las fuerzas desencadenadas y sin control).

Idéntica temática aparece en las fiestas de moros y cristianos propias del País Valenciano y en algunos pueblos se dramatiza la lucha, no entre bien y mal, sino entre dos principios, masculino y femenino. En Vinuesa, Soria, se celebra, poco después del solsticio, el día de San Pedro, allí se queman hogueras y se salta sobre las llamas. Las fiestas de Vinuesa están organizadas por dos cofradías distintas, de solteras y casadas. En "la pinochada", las dos cofradías de mujeres simulaban una pelea, armadas con ramas de pino; luego, uniéndose, atacaban a los hombres. En otro tiempo esta pelea ritual tenía lugar contra los habitantes de la vecina Covaleda. El final de la fiesta consistía en quemar las ramas. La idea que subyace es la dualidad y la contradicción superada por el fuego.

Entre mayo y finales de junio, tienen lugar, por toda la geografía peninsular fiestas que unen dos temas distintos: el árbol y el fuego. La fiesta del "Arbol de Mayo" que se celebraba, casi sin excepción, en todas las ciudades y pueblos, rememoraba un culto de floración, era un rito celebrado para que la Naturaleza siguiera dando frutos el año siguiente. Sin embargo, algunos pueblos unificaron el carácter vegetal de esta fiesta con otro de carácter solar, teniendo el fuego como vínculo. En las inmediaciones de Alcalá un árbol desprovisto de sus ramas, era colocado en el centro de la plaza mayor, hincado en tierra y ofrecido a las jovenes; luego se quemaba. El palo se llamaba "el mayo" y en otros pueblos próximos "el palo de Judas". La dualidad, superada una vez más por el fuego, creaba la posibilidad de integración entre el mundo vegetativo y terrestre y el solar y uránico.

En otros pueblos, como Pollença, el pino desenramado y descortezado, se utiliza como cucaña en San Antonio, poco después del solsticio de invierno. El pino, transformado en cucaña, junto a unos leños, se levanta delante de la iglesia. Los jóvenes intentar ascender por el tronco untado de brea: tarea difícil, como todo camino que implique ascensión y elevación. La cucaña es un remedo de la columna que unía el cielo y la tierra en la mitología indo-aria. Finalmente, la cucaña y la pira, arden.

Hemos elegido estas fiestas del fuego para destacar en ellas algunos elementos e ideas de los antiguos rituales paganos, herencia de nuestro pasado ancestral, que aún subsisten en el seno de la modernidad.