En los dos
últimos días parece que alguien ha hecho sonar las alarmas y los digitales repiten
-en estos momentos de caótico inicio del curso escolar- que los adolescentes
se están convirtiendo en consumidores compulsivos de pornografía en la red.
¿Alguien podía esperar otra cosa? Es como los incidentes étnicos o el
aumento de la delincuencia ¿Es que nadie lo previó desde 1996 cuando Aznar abrió
la espita de la inmigración o cuando la justicia tiende a “reinsertar” antes
que a resarcir a la víctima? Ahora viene el llanto y el crujir de dientes.
El fin de semana
abrió el fuego La Vanguardia en su última página: un especialista
entrevistado afirmaba que el Coeficiente Intelectual de la generación de
milenials es inferior al de las anteriores. ¿A qué se debe? El mismo
especialista lo explicaba: a que el adolescente lo encuentra todo en alguna
pantalla: ordenador, Tablet, móvil, videoconsola, televisión por cable…
¿para qué pensar si todo puede encontrarse en la red?
A partir de los
años 70, el cultivo de la memoria empezó a ser arrojado de los planes de
estudio y la lista de los Reyes Godos dejó de ser un estímulo para un “músculo”
que, si no se ejercita, se atrofia, y actualmente, no ya la memoria, sino la
totalidad del conocimiento es desplazado por las posibilidades de la red.
Ahora bien, para
poder aprovechar los contenidos de la red -y, por extensión, todas las nuevas
tecnologías- es preciso tener cuatro capacidades que no están al alcance de la
inmensa mayoría de la población:
- Capacidad
de discernimiento entre lo que es “verdad” y lo que es “falso”, entre la
información objetiva y la información difundida por “enteraos”, entre lo que es
publicidad y lo que es servicio público.
- Exigencia
de calidad en los contenidos escritos, de audio, de imagen o de vídeo, y rechazo
a contenidos que no alcancen mínimos en este terreno, por muchos likes
que tengan o por muy trendig-topics que se hayan convertido.
- Capacidad cultural
que induzca a ampliar conocimientos, en lugar de convertir las pantallas de
terminales en meras herramientas que extienden el tiempo de ocio durante las 24
horas del día y constituyen la mayor reserva mundial de “información” inútil.
- Capacidad
para procesar los datos recogidos en la red, algo que está íntimamente
ligado al cultivo de la memoria y al razonamiento lógico, mucho más que a las
limitaciones de un software.
También en la
red se cumple la ley de hierro de la psicología de las masas, enunciada por Gustav
Le Bon, hace más de un siglo: la inteligencia media de una masa -y los usuarios
de internet son tan masivos como puede ser un estadio de fútbol en día de
final- no se sitúa en la media aritmética de las inteligencias de sus
integrantes, sino en el nivel más bajo de los mismos.
Todo esto es
mucho más grave cuando el usuario de Internet es una personalidad en vías de
formación, completamente influenciable que, además, está descubriendo su
sexualidad y tiene interés por ella. Es ahí en donde la adolescencia y la
pornografía confluyen.
¿Qué es la
pornografía? Es la difusión de material que contiene sexo explícito.
¿Para qué
sirve la pornografía? Para estimular la imaginación sexual (olvidando
que no todo lo que se puede imaginar es posible, ni ético, llevarlo a la
práctica.
¿Cuál es
el riesgo de la pornografía? Habituarse a ella, lo que implica -como
cualquier droga- administrarse dosis cada vez mayores.
¿Cuál es
la característica de la sexualidad en el siglo XXI? Que existe una
brecha creciente entre los contenidos cada vez más extremos de la pornografía y
las posibilidades de llevarlos a la práctica.
¿Y esto
que implica?
1) Aumento de
las neurosis sexuales y de las patologías de origen sexual.
2) Aumento de
los fracasos en el sexo real cuando alguna de las partes quiere realizar
las fantasías alimentadas por la pornografía.
3) Aumento de
la práctica del “sexo solitario” el único territorio donde la imaginación
puede volar libremente según los vientos inspirados por la pornografía.
4) Distanciamiento
creciente entre la sexualidad de varones y hembras con todo lo que ello
implica (inestabilidad de las parejas, agresiones sexuales, homosexualidad y
lesbianismo).
Todo esto se
experimenta de manera mucho más intensa en la adolescencia, esa época de
búsqueda y de tanteo sobre un mundo del que se desconoce casi todo, en el que
la “educación sexual” de las escuelas ha fracasado por completo y en donde la
mayoría de padres tampoco han sabido transmitir unos comportamientos razonables
ante el sexo. ¿Cómo reprochar a los adolescentes que consulten páginas
pornográficas en lugar de páginas de orientación sexual? El camino más
simple, el más fácil, el más sugerente, siempre es aquel que se sigue; no el
más adecuado, no el más razonable, no el más necesario.
¿Y cuál es ese
camino? Después de 50 años de predicar el “ejercicio libre de la sexualidad”
con argumentos psiquiátricos (“no hacerlo crea ‘represiones’, fuente de
perturbaciones mentales”), es preciso priorizar otra “moral sexual”
completamente diferente: la que proponga, el control sobre la sexualidad en
lugar de dejar que la sexualidad controle al individuo. Y la pornografía no es,
desde luego, la mejor vía para este objetivo, el único que podría redimir a modernidad
de su miseria sexual actual: porque, nunca la sexualidad ha estado tan exenta
de tabúes como hoy, y nunca como hoy las patologías sexuales han estado tan
extendidas.
Ahora se
intuye que “algo no funciona” y que los “controles parentales” de
la red son inviables, casi grotescos por su ingenuidad, ante al alud de la
pornografía en Internet. No hay solución posible, al menos dentro de el actual
marco social: prohibir la pornografía no es una opción, a menos que no sea
una iniciativa universal, reducirla tampoco parece realista, especialmente en
un momento en el que falta poco para que las imágenes transmitidas sean
holográficas y tridimensionales. Lograr una mayor resistencia de los
adolescentes a la pornografía, también resulta una quimera: las masas siempre
van a las salidas más fáciles y más placenteras. Educar el instinto de
reproducción y la sexualidad, tampoco es una opción realista: ¿quién lo va a
hacer? ¿una escuela que ha fracasado incluso a la hora de enseñar gramática o
que no va más allá del 2 y 2 son 4?
De ahí que la
actual alarma por los efectos de la pornografía sobre la adolescencia sea una
actitud hipócrita: “deme una solución y no me hable de un problema que era
fácilmente previsible desde el momento en que en 1995 para aprender el uso del
Explorer se recurría a la web del Play-Boy…”. Y los gobiernos callan:
una vez más, carecen de solución. Por lo demás, el hecho de que el
adolescente se esté masturbando compulsivamente e imagine prácticas sexuales
que sólo conseguirán alejar de él al otro sexo, estará encerrado en su casa y
ajeno a los problemas de la modernidad.
Entre eso, el
porrito, y la pizza, la generación Zombi tiene todo lo que le exige a la vida.
¿A quién reclamamos?