sábado, 1 de agosto de 2020

> Doriot y el Partido Popular Francés - Cuando los comunistas pasaban en masa al fascismo (3 de 10) - La ruptura de Doriot con el bolchevismo


Fisuras en la gran muralla

En el otoño de 1926, Doriot asistirá al VIIº Congreso del Komintern. El tema central que acapara las discusiones es el comunismo chino y la situación en aquel país a la vista de que el Kuomintang y su jefe Chang Kai–Chek, se han distanciado de la política rusa, ha despedido a los consejeros militares soviéticos y detenido a varios dirigentes del Partido Comunista local. Stalin quiere evitar la ruptura definitiva y envía una delegación dirigida por Ealr Browder, deje del PC norteamericano, Rom Mann, del PC inglés y Jacques Doriot. Después de un corto período de puesta al día sobre la situación en China, abordan el Transsiberiano hasta Vladivostok y el 17 de febrero llegan a Canton para desplazarse luego a Hong–Kong, Nankin y Hankon. La delegación no puede evitar constatar la creciente hostilidad del Kuomintang hacia los comunistas y, a pesar de que los tres miembros de la delegación redactan un informe falsamente optimista, no pueden evitar que a su regreso a Moscú en mayo de 1927, la represión contra los comunistas chinos haya aumentado y la ruptura con el Kuomintang sea total.

Durante ese tiempo, Stalin ha sustituido a Zinoviev con Bujarin. Poco después, Trotsky será separado de la dirección bolchevique y enviado a Alma–Ata, en plena Siberia, para ser luego expulsado de la URSS en abril de 1928. El motivo de todos estos cambios es solo uno: Stalin empieza a comprobar las dificultades en utilizar al Komintern como instrumento de una “revolución mundial” y, a partir de entonces, cambia de estrategia. La Internacional Comunista, desde entonces hasta el final del organismo e, incluso, hasta el final de la URSS, no será otra cosa que una estructura internacional al servicio de las necesidades exteriores de Moscú. Los comunistas justifican esta actitud argumentando que en la URSS se había producido la primera “revolución proletaria” que era preciso apuntalar, defendiendo sus conquistas sociales y convirtiéndola en el foco emisor, en una segunda fase, de la “revolución mundial”.

Doriot acepta y asume esta versión, pero su espíritu crítico y realista y, especialmente, su viaje a China, le han demostrado suficientemente que el mundo es más complejo de lo que los razonamientos mecanicistas del Komintern sostienen. Y, entonces comete el peor pecado que podía cometer un soldado de la “revolución mundial” en la época: criticar, aunque fuera en privado, las posiciones de la organización en relación a China. Es la primera fisura en el rígido sistema de convicciones políticas defendido por Doriot en aquellos años, pero a partir de entonces, lo que ha empezado como una simple discrepancia sobre un tema secundario se va ampliando y terminará convertirse –en Doriot y en tantos otros militantes sinceros de la Internacional– en una brecha ante la que tendrán la sensación de encontrarse en el lado erróneo.

Los cambios en la URSS suponen también un cambio en la línea política de la Internacional y una intromisión creciente en la vida de los Partidos Comunistas occidentales. Mientras Doriot y la dirección comunista francesa propone una estrategia de colaboración con los socialistas, Moscú impone la estrategia de “clase contra clase” que excluye cualquier posibilidad de manos tendido hacia el partido de la pequeña burguesía progresista… Doriot, que tras regresar de Moscú se ha encontrado con una nueva condena de prisión y con la inmunidad parlamentaria levantada, ha ingresado en prisión el 18 de julio y liberado a principios de noviembre. En esos meses de cárcel, la pequeña fisura que se inició tras retornar de su estancia en China, se ha ido ampliando. Sus biógrafos estiman que ha sido en esa época cuando perdido su fe en Moscú.

Incluso está por no presentarse a las elecciones legislativas de 1928. Acepta finalmente, pero casi por inercia. La policía irá a detenerlo de nuevo al parlamento, pero conseguirá eludir el ingreso en prisión y se refugiará en la clandestinidad, volviendo a participar en la campaña electoral de 1928 con documentación y nombre falsos. Hablará en mítines en Saint–Denis, Lille o Valenciennes. No podrá evitar ser de nuevo detenido el 19 de abril de 1928. Diez días después será reelegido diputado. Doriot tenía razón en sus críticas a la política de Moscú: el partido pierde la mitad de sus 25 diputados.

Permanecerá en prisión hasta el 25 de octubre de 1929, Maurice Thorez, que había perdido su escaño como diputado comunista, perro fiel a Moscú hasta su muerte, lo denuncia por primera vez como “catalizador de las disidencias internar”. Le acusa de aproximarse a la socialdemocracia y desconsiderar los peligros del trostkysmo. Y una vez más, el Komintern desplaza a sus agentes a París y consiguen la eliminación de Sémard, considerado como demasiado “blando”, sustituyéndolo por el equipo formado por Thorez, Henri Barbé, Pierre Célor y Benoît Frachon, aunque formalmente será la asamblea del VI Congreso, celebrado en Saint–Denis la que suscriba la nueva dirección comunista.


De este equipo, Barbé es, sin duda, quien más cerca está de Doriot. Amos, por lo demás, se encuentran en situación de clandestinidad. La evolución política de Barbé fue similar a la de Doriot y ciertos aspectos de su biografía son de un paralelismo sorprendente. Tras haberle sucedido al frente de las Juventudes Comunistas de Francia, se convertirá, también como Doriot a una edad temprana, en uno de los principales jefes del partido. Tampoco podrá evitar terminar siendo acusado de “disidente” en 1931, expulsado del buró político, enviado a Moscú, degradado y, finalmente, en 1934, expulsado del partido poco después de que lo hubiera sido Doriot. Entre 1936 y 1939 se integrará en el PPF del que será secretario general. Durante la ocupación alemana pasará al RNP de Marcel Déat y será el secretario general del Frente Revolucionario Nacional, una especie de ampliación frontista del RNP. A diferencia de Doriot, Barbé sobrevivirá a la Segunda Guerra Mundial y en 1949 empezará a colaborar con publicaciónes anticomunistas, haciéndose bautizar en 1949 y colaborando hasta su muerte con la revista católico–tradicionalista francesa Itinéraires publicada por el pensador católico Jean Madiran. Pues bien, Henri Barbé, de cuyo testimonio no puede dudarse, tanto por esta evolución que terminó alejándolo del bolchevismo, como por su amistad con Doriot y su proximidad a él en los años veinte, explica la sensación que tuvo cundo se encontró con él en Bruselas, ambos en clandestinidad: “Se había transformado completamente. El monje fanático bolchevique devorado por la fe y la voluntad revolucionaria, se había transformado en un político astuto, escéptico, cáustico y pronto me di cuenta de que se burlaba e ironizaba sobre todo lo que pocos años antes había venerado”…

Algunos biógrafos de Doriot han considerado tales consideraciones de Barbé como “exageradas” o simplemente causadas por la distancia en la que fueron escritas (treinta años después de la entrevista). Otros consideran que en 1928, a pesar de sus primeras críticas a la política oficial del Komintern, siguió siendo un comunista fiel y abnegado. De todas formas, lo cierto es que cuando Barbé le pidió que participara en la “tribuna de discusión” de L’Humanité exponiendo sus posiciones, rechazó la oferta al estimar que nunca podría expresar sus verdaderos criterios. Hacia el inicio de la primavera de 1929, Barbé no dudó en atacarlo públicamente a través de las columnas del diario comunista  denunciando que en torno suyo se estaban agrupando oportunistas y traidores de los que podía esperarse cualquier reacción hostil e inesperada en el congreso del partido.

Quienes sostienen que Doriot seguía siendo entonces un comunista fiel al Komintern utilizan como argumento la autocrítica que realizó poco antes y durante la celebración del VIº Congreso del PCF. Unos días antes, en efecto, se había retractado de cualquier posición hostil: “To tengo el derecho de servirme de tales argumentos… Jamás nadie tiene el derecho de ser un auxiliar de la burguesía contra su propio partido”, había dicho. Pero, ni aun así, en esos verdaderos psicodramas colectivos que eran los congresos del PCF en aquella época, Doriot logró evitar que, sistemáticamente todos los oradores que fueron pasando por la tribuna del congreso rivalizaran por denunciar su posición y rechazar sus planteamientos. Es más, cuando le tocó a él mismo subir a la tribuna asumió sus “errores” y admitió que la dirección del partido hubiera emprendido una lucha titánica contra sus posiciones: “Rechazar reconocer los propios errores –dijo– supone cristalizar en torno a uno a todos los oportunismos. Se parte de una pequeña divergencia. Poco a poco la brecha se agrava. Y pronto uno se encuentra a la cabeza de la oposición a la Internacional Comunista. No jugaré jamás este papel”. Ni aun así, la dirección del partido consideró suficiente el nivel de la autocrítica. El delegado del  Komintern que manejaba los hilos del congreso (y del que todavía hoy se discute su personalidad, tratándose probablemente de Boris Mikhailov (a) “Williams”) reiteró el rechazo a la autocrítica: “Doriot no se ha encaminado de nuevo hacia el partido partiendo con el pie izquierdo, sino que lo ha hecho con el derecho…”.

Al día siguiente, Doriot volvió a tomar la palabra. Eran las 22:30 de la noche del domingo. Fue entonces cuando mostró que su carácter de hombre recio estaba por encima de su sumisión al Komintern. Asumió la parte de autocrítica que ya había realizado, pero se negó a ir más allá: “No quiero reconocer errores de otros que yo no he cometido”. Afirmó ante el silencio sepulcral de la asamblea que siempre estaría dispuesto a discutir cualquier tesis política en todo momento, y que toda tesis debía confrontarse a los hechos, en alusión al fracaso del partido en las últimas elecciones que le había llevado a perder la mitad de las actas de diputado.

El congreso tenía lugar en Saint–Denis. Era el lugar elegido por la dirección del partido para escenificar el juicio inquisitorial contra uno de sus dirigentes. La dirección entrante prohibió que Doriot figurase en la lista de candidatos para las elecciones municipales que deberían de celebrarse en mayo de 1929, pero a pesar de esta actitud hostil, hizo todo lo necesario para que la campaña comunista fuera un éxito. El partido, en efecto, progresó ampliamente obteniendo 104 alcaldías, de las que 26 eran en ciudades mayores de 5.000 habitantes. Después, su energía puesta al servicio del partido no cesó. Volvió a Alemania a preparar campañas junto a los dirigentes del Partido Comunista Alemán contra el Plan Young (que había sustituido al Plan Dawes para ordenar los pagos de indemnizaciones de guerra de Alemania). En otras intervenciones en el parlamento denunció cuestiones tan diferentes como el colonialismo o los efectos más perversos del Tratado de Versalles. Y luego, a principios de 1930 se produjo un episodio, no por inesperado menos trascendental para su carrera política.

Camille Villaumé, alcalde comunista de Saint–Denis que había resultado elegido en la lista en la que a él se le había prohibido figurar, dimitió de sus cargos en el partido y se lajeó de la organización junto a la mayoría de los concejales electos que constituyeron el Partido Obrero y Campesino. Fue preciso convocar elecciones anticipadas. Doriot figuraba en un puesto secundario y la lista estaba presidida por Gaston Venet, un obrero metalúrgico que resultó elegido alcalde en la segunda vuelta (tras la primera, los socialistas llamaron a votar por las listas de la derecha). Sin embargo, a los pocos meses, el partido ordenó a Venet volver a la fábrica y la prefectura de policía descubrió graves irregularidades de gestión que fueron comentadas en grandes titulares por toda la prensa. A partir de ese momento, ya no había posibilidad de nombrar otro alcalde que no fuera el propio Doriot. En el pleno municipal, finalmente, éste fue elegido por 30 votos a favor, 1 en contra y 5 abstenciones. A partir de entonces, Doriot, pasó a ser “el alcalde de Saint–Denis”, título que siempre lo ha caracterizado más que el de “diputado comunista” o “líder del PPF”…


Pero la alcaldía que hereda Doriot está sumida en una profunda crisis. La célula comunista de la localidad se ha derrumbado. Apenas cuenta con 200 afiliados y apenas 70 militantes. Tres equipos municipales en menos de un año y el grave deterioro de la imagen comunista habían pulverizado aquella célula. A partir de entonces, Doriot entiende que lo único que será capaz de remontar la situación es una gestión honesta y eficiente en la que lo que se haga sea justamente lo que se ha prometido en el programa. Es justamente lo que hace: adopta medidas sociales en todas direcciones, hacia los parados que están aumentando vertiginosamente a raíz de la crisis económica mundial de 1929, hacia la infancia desistida, hacia los ancianos… En 1934, 3.000 niños de Saint–Denis, gracias a Doriot, podrán disfrutar de vacaciones gratuitas en casas de colonias. A estas medidas se une la construcción de infraestructuras, así mismo de carácter social: en poco tiempo, Saint–Denis puede contar con una biblioteca pública, una piscina municipal cubierta, una guardería… También se inicia la publicación de un diario comunista local, L’Émancipation. A principios de 1931, la crisis de la célula comunista de Saint–Denis está superada y el partido vuelve a disponer en este municipio de la banlieu parisina de una sólida sección, bien asentada y sin que ninguna otra fuerza política, ni de derechas ni de izquierdas le pueda hacer sombra.

Pero la situación a nivel nacional del partido es completamente diferente. Desde 1927, el PCF ha perdido a la mitad de sus adheridos. Es el resultado de la política sectaria dictada desde Moscú y ejecutada por los esbirros del Komintern dirigidos por Manouilski. Éste no dudará en cortar cabezas: primero cae Barbé, luego Pierre Célor, más tarde Genri Lezeray, todos ellos miembros de la dirección que, bruscamente, pasan a ser considerados como “responsables de un grupo fraccional”. Solamente la lealtad a Moscú es recompensada con reconocimientos y promociones. Maurice Thorez, perro fiel entre los perros fieles, será santificado por Manoulski (y por su segundo, Eugen Fried, un judío eslovaco de amplia experiencia agitativa que había participado en la revuelta húngara de Bela Khun en 1919) y elevado al rango de Secretario General en enero de 1936. Fried y Thorez, estrechamente unidos por una buena amistad que comenzó en 1931 y que hará que compartan incluso amantes. Los comunistas que en eso momento permanecen en el partido, son de un fuste diferente a las primeras promociones que se habían escindido del socialismo e integrado en la Internacional. Completamente acríticas, ciegos seguidores de las órdenes llegadas de Moscú, por mucho que desafiaran al sentido común y a la oportunidad política, se limitaban a cumplir órdenes, ya no eran militantes, eran, simplemente “creyentes”.

Ese no fue el proceso mental seguido por Doriot. Para él, los valores que le habían llevado al comunismo seguían incólumes y conservaban toda su actualidad, especialmente después de que hubiera estallado la crisis de 1929. En noviembre de 1931, en el parlamento francés volvió a elevar su voz: denunció las consecuencias del sistema de producción capitalista que había generado en poco tiempo tres millones de parados y a los hombres de la derecha que afirmaban seriamente que la mayoría de parados eran “profesionales de la holgazanería que recibían un subsidio por negarse gustosa y voluntariamente a trabajar”. Poco después, ataca en la sede del sindicato comunista, la CGTU, a León Blum quien sostenía también que la suerte de los trabajadores capitalistas era mucho mejor que la de los trabajadores soviéticos, en donde, recordaba Doriot, el paro había sido desterrado y los salarios aumentaban. A esto seguirá un nuevo discurso parlamentario en el que exigirá la jornada de 8 horas, 40 horas de trabajo a la semana, tres semanas de vacaciones por año, licencia por maternidad. Y mientras presentaba estas exigencias propagaba en sede parlamentaria los progresos en la construcción del socialismo en la URSS. ¿Estaba engañado Doriot sobre la realidad de la URSS? ¿era consciente de que estas proclamas eran mera propaganda? Es seguro que albergaba dudas y también parece claro que estaba desorientado por la política de Stalin, al menos así se lo confió a algunos amigos.

Sea como fuere, Doriot, a pesar del bache que supuso para él el VIº Congreso del PCF, logra reforzar su posición dentro del partido, consolidarla de cara a las elecciones generales que tendrán lugar en mayo de 1932 en donde será elegido para una tercera legislatura, obteniendo la mayoría absoluta en la primera vuelta después de una campaña particularmente dura. La victoria es todavía más sensible en la medida en que otros dirigentes comunistas de primera fila (Cachin, Duclos –que estará al frente del partido hasta los años 60– o Marty –futuro brigadista internacional en España conocido como “el carnicero de Albacete”) no conseguirán ser reelegidos diputados. El desastre electoral es memorable y le será reprochado a Thorez cuando tenga lugar el XIIº Congreso de la Internacional Comunista en Moscú. Doriot le acompaña e incluso tiene un enfrentamiento a puñetazos con él en las calles de Moscú, pero la desautorización que ha recibido Thorez supone una victoria para Doriot que regresa a París con posibilidades de dirigir el partido. Pero Fried, el amigo íntimo y compañero de correrías de Thorez, que ha permanecido en la capital francesa, recomienda a éste que permanezca unas semanas más en Moscú, aproveche para “trabajar” a algunos miembros del aparato de la Internacional, mientras él rompe en seis trozos la organización comunista de París y Banlieu de la que Doriot hubiera sido nombrado secretario general. Esta organización, en términos absolutos suponía el 35% de los votos del comunismo francés y el 32% de sus adheridos. De formar una organización única y poderosa pasó a ser desmembrada en seis delegaciones, solo una de las cuales –la de París Norte, a la que correspondía Saint–Denis– estaría dirigida por Doriot.

Los biógrafos de Doriot coinciden en que despreciaba a Thorez incluso antes del VIº Congreso del Partido Comunista. Le reprochaba falta de carácter, servilismo, de él decía que jamás se le había visto en cabeza de ninguna manifestación, lo que era cierto, pero más cierto todavía era que Thorez siempre se había sentido celoso de todo militante que gozara de aprecio y consideración por parte de las bases. Un aprecio del que él siempre estuvo huérfano, a pesar de haber dirigido el comunismo francés durante más de dos décadas.

Cuando tiene lugar la siguiente reunión de la Internacional Comunista en diciembre de 1933, Doriot, significativamente, no asistirá, sin embargo entregará a los delegados una propuesta en la que preconiza un “frente único” formado por la SFIO (el partido socialista) y el PCF, “no solamente en la “base, sino también en la cúspide”. Thorez se apresurará a criticar esta posición y la ejecutiva de la internacional la rechazará más rápidamente aún. Doriot no abandonará su propuesta, a pesar de que sabe perfectamente que, en caso de fracasar, será inmediatamente castigado con el ostracismo definitivo. En la reunión del Comité Central del PCF que tendrá lugar a principios de 1934, vuelve a la carga, sabiendo que los perros fieles del Komintern no admitirán asumir otra posición más que la dictada por Moscú.

Para entender el por qué Doriot actúa así es preciso aportar algunos datos complementarios. El 31 de octubre de 1933, Francia y Moscú habían suscrito un pacto de apoyo mutuo como respuesta a la llegada de Hitler al poder. El pacto se firmará finalmente en mayo de 1935, pero meses antes ya había sido denunciado por Doriot. Obviamente, dicho pacto perjudicaba a los intereses del PCF. El partido, persistentemente, había negado la existencia de negociaciones para llegar a dicho pacto y había calificado esa posibilidad como “calumniosa y absurda”. Sin embargo, las negociaciones habían sufrido distintos altibajos y, finalmente, el visto bueno por las dos partes se dio en abril de 1934, justo cuando se estaba gestando un cambio en la línea del PCF. A Doriot no se le escapaba que la victoria del NSDAP en Alemania suponía el final del Partido Comunista Alemán y que, a partir de ese momento, la situación internacional ser radicalizaría apareciendo de nuevo el peligro de guerra en Europa. La única posibilidad para evitarlo era que las izquierdas ascendieran al poder y eso solamente podía lograrse mediante un acuerdo entre las mismas: frente a la política stalinista de “clase contra clase”, Doriot seguía proponiendo cada vez con más vigor, la política de “unión de las izquierdas”. Pero había otro elemento que estaba precipitando la situación.

El 6 de febrero de 1934, enfurecidos por las noticias diarias de corrupción que agitaban al país y especialmente por el llamado “affaire Stavinsky”, los excombatientes y las ligas fascistas llamaron a una concentración en la Plaza de la Concordia que debía atravesar el puente sobre el Sena y dirigirse a la sede de la Asamblea Nacional sitiándola. La Asociación Republicana de Antiguos Combatientes, dirigida por el PCF, se sumó extraoficialmente al acto de protesta. Doriot no pudo asistir al estar en ese momento ejerciendo como diputado en el interior del edificio de la Asamblea, sin embargo, era evidente que varios centenares de militantes comunistas que habían acudido a la Plaza de la Concordia, precedían de París Norte y seguían la consigna dada por él y por Barbé (que estuvo presente en los incidentes). El día 9, la manifestación convocada por el PCF como protesta por la masacre de entre 100 y 200 muertos en la jornada de protesta del día 4, fue prohibida, sin embargo, Doriot y Barbé, desafiando la prohibición y la recomendación de la dirección del PCF de evitar enfrentamientos, mantuvieron la convocatoria enfrentándose durísimamente a las fuerzas policiales en la zona de Gare de l’Est y luego del Faubourg Saint–Martin, muriendo nueve personas.


A raíz de todos estos incidentes los comunistas y socialistas de Saint–Denis lanzaron un llamamiento a la huelga general para el 12 de febrero que fue seguido masivamente. Doriot convocó un mitin en el teatro municipal de la población que pronto se convirtió en un escenario demasiado restringido para albergar a los miles de asistentes. Doriot, que en ese momento ya había decidido adoptar una línea política propia al margen de lo que decidiera el partido, propuso “unidad de acción” y la creación de un Comité de Vigilancia Anti–fascista del que formarían parte dos socialistas, dos comunistas, dos miembros de la CGT (sindicato socialista) y ocho de la CGTU (sindicato comunista). Una gigantesca manifestación recorrió las calles de Saint–Denis cuya envergadura no pudo ser eludida por L’Humanité. El diario comunista decidió aceptar los hechos consumados: “En Saint–Denis la roja, la calle pertenece a los obreros”.

Pero, al mismo tiempo, el Secretario General condenó la formación del Comité de Vigilancia que Franchon definió como “crimen contra la clase obrera”. Duclos y Thorez, los dirigentes comunistas de menos carisma pero más elevado por su fidelidad perruna a Moscú, aprovechaban para proponer la expulsión de Doriot. Duclos escribió en el diario comunista: “Una lucha eficaz contra la burguesía no puede disociarse de un lucha contra el Partido Socialista, su principal apoyo social”… la misma línea que había permitido el ascenso del NSDAP al poder en Alemania ante la impotencia de una izquierda divida e impotente. Conscientes de que la expulsión de Doriot en aquellas circunstancias entrañaría una revuelta generalizada de las bases del norte de París, decidieron enviar a agitadores para tratar de ganar a las bases que apoyaban a Doriot. Éste ya no fue autorizado para utilizar las columnas de L’Humanité para responder a los ataques reiterados, histéricos y venenosos que cada mañana difundían el tándem Duclos–Thorez. El propio director del diario, Maurice Cléroy dimitió seis meses después tras haber desarrollado una úlcera de estómago que él mismo achacó a la deshonestidad con la que la dirección del partido había tratado a Doriot. Éste, sin embargo, disponía de las columnas de L’Émancipation para contestar a los ataques. Era evidente que ambas partes habían pasado a una escalada de ataques que era imposible que terminara con una simple autocrítica o la exclusión de una sola persona. El PCF se encontraba en ese momento al borde de la escisión.

A principios de abril de 1934 se dio otro paso en esa dirección. Doriot publicó una Carta abierta a la Internacional Comunista con una tirada de 30.000 ejemplares, cuyo texto fue remitido a la dirección del partido y al ejecutivo del Komintern. El 21 de abril, “Moscú” respondió: las dos partes fueron convocadas a Moscú. Era evidente que el problema era demasiado grande para que el propio PCF pudiera superarlo por sus propios medios. Además, las dos partes estaban demasiado enfeudadas en sus posiciones, conscientes de sus fuerzas y habían desarrollado demasiada hostilidad mutua. Además, el Komintern era también consciente de que su política en Francia había resultado un inmenso fiasco y era preciso cambiar, especialmente en un momento en el que estaban llegando a buen puerto las negociaciones con la derecha y tras la firma del acuerdo, el pacto sería todavía más sólido con un gobierno de izquierdas en Francia. Los acontecimientos del 6 de febrero habían demostrado que la República podía haber caído en manos de un gobierno autoritario de derechas y si esto ocurría, el pacto franco–soviético podría darse por muerto. Sin olvidar que una escisión de los doriotistas podía hacer perder al PCF un tercio de sus efectivos. Por todo ello, “Moscú” estaba abierta a dialogar con las dos partes y proponer una solución de compromiso.

Pero Doriot, a estas alturas, ya estaba cansado de este juego. Despreciaba profundamente a Doriot y era ya perfectamente consciente de que la Internacional no era nada más que una pieza de la política exterior de la URSS. Se negó a ir a Moscú. El pretexto era extremadamente hábil: primero dimite de sus funciones como alcalde y concejal, luego convoca nuevas elecciones… lo que le impide viajar a la URSS. Los socialistas se suman a su candidatura que fácilmente agrupa el 57,6% de los votos. Doriot, el 13 de mayo, vuelve a ser alcalde de Saint–Denis…

Contra lo que podía suponerse, el Komintern alaba sus resultados en un visible intento de mejorar las relaciones con él. Pero insiste en su actitud: no irá a Moscú a arrodillarse ante los burócratas del Komintern: “Iré a Moscú cuando los jefes de la Internacional Comunista hayan desautorizado y rectificado lascalumnias y las mentiras que desde hace tres meses se han difundido sobre mí en la prensa del Partido y por los militantes del Comité Central”. La respuesta del partido no se hace esperar: Thorez pone en marcha una nueva campaña de desprestigio. Por una parte, los militantes fieles al aparato comunista ponen en marcha una discreta campaña de boca–oreja difundiendo los más increíbles rumores sobre la vida personal y el comportamiento de Doriot. Por otro, la prensa del partido prosigue sus ataques “intelectuales”. Se difunde la idea de que la “buena vida” ha llevado a Doriot a la “obesidad”. Se le achaca el que haya engordado… pero ninguna foto, ni ningún recuerdo de la época parecen dar la razón a esta “acusación”. Con todo, la campaña no tiene como objetivo denunciar los reales o supuestos cambios “estéticos” de Doriot, sino abrir el camino para su escisión procurando que sea lo menos gravosa para el partido.

La gran paradoja de este episodio y lo que realmente demuestra la vileza moral de los dirigentes del comunismo francés de la época, es que toda esta campaña se organiza justo cuando la Internacional lanza la idea de “frente común” con los socialistas y cuando Thorez y el Comité Central del PCF acaban de iniciar –por orden de Moscú, por supuesto– relaciones con los socialistas. Tenía razón L’Émancipación cuando publicó un artículo en el que se decía: “Permítasenos encontrar extraño que en el momento en el que se habla con los jefes socialistas, se prepare la expulsión de aquel que ha preconizado esta política. Un buen consejo a los futuros dirigentes del partido: no tengáis razón seis meses antes que los demás…”. Al final, Doriot tenía razón y lo había expresado por iniciativa propia, sin sumisión bovina a las directivas del Komintern, sin dejar de defender la posición que siempre fue más lógica y razonable, sin negar la realidad. En realidad, si se le expulsó, no fue porque no tuviera razón, sino porque no había demostrado ser lo suficientemente sumiso.

El 27 de junio de 1934, Jacques Doriot es definitivamente excluido del Partido Comunista de Francia. El 14 de julio de 1935 se constituiría el Partido Popular Francés. Queda explicar lo que ocurrió entre ambas fechas.