martes, 19 de agosto de 2014

Los errores de Podemos (III): El democratismo, enfermedad infantil


Podemos debería leer aquella obra de Lenin, El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo. Allí hay alguna de las claves de porqué el proyecto lanzado por Pablo Iglesias y sus amigos, tendrá éxito… pero será estéril. Ganar votos no es difícil, basta con prometer el oro y el moro, disponer de altavoces mediáticos y enlazar con el estilo de una época. En esto ha consistido el éxito presente y futuro de Podemos. En esto radicará también su esterilidad. A fin de cuentas, toda política realista pasa por reconocer los problemas de la población: y uno de ellos, acaso el primero de todos, es que el grueso de la población española carece de capacidad crítica, voluntad, interés e incluso conciencia de cuáles son sus problemas más allá de los estrictamente inmediatos... En esas circunstancias las organizaciones de tipo asambleario o el recurso constante a apelar a consultas a la población, carece de sentido. Solamente está en condiciones de opinar de manera precisa y objetiva quien conoce la naturaleza de los problemas… no quien, simplemente ha oído hablar de ellos

En la izquierda se da por descontado que la democracia es el mejor sistema posible… aunque es frecuente que no exista coincidencia sobre qué se entiende por “democracia”. No es lo mismo la democracia tal como la consideran los “indignados”, el movimiento del 15–M y Podemos, que la “democracia” tal como la concebía Lenin o como la querían los socialdemócratas de su tiempo, o sus equivalentes en nuestros días. “Democracia” es, sin duda, el término más desnaturalizado del vocabulario político desde Aristóteles y Platón hasta nuestros días, hasta el punto de que cabe preguntarse, si es viable hablar de “mando del pueblo” en el actual momento histórico y si es posible hablar de “democracia” sin definirla antes.


¿”Mando del pueblo”? ¿Existe el “pueblo”?

En su acepción más extendida, “democracia” es una forma de elegir a los representantes de un pueblo mediante el recuento numérico de votos. A través de un acto casi mágico, la parcela de “soberanía individual” que reside en cada ciudadano, tras el recuento de votos, se suma a otras parcelas individuales, expresando la decisión de la mayoría. Se trata de un proceso meramente cuantitativo. De ahí que no pueda extrañar la “calidad” de los políticos y la eficiencia de las opciones que han recibido al favor mayoritario de los votos. La calidad siempre, absolutamente siempre, está reñida con la cantidad. Y en “democracia”, lo cualitativo desaparece siempre en beneficio de lo cuantitativo. Ahí está la trampa. No es raro, por tanto, que en las democracias de “baja calidad” como la española, todas las opciones mayoritarias estén de acuerdo en reducir al máximo la capacidad crítica de la ciudadanía, no vaya a ser que el ejercicio del arma de la crítica hiciera en algún momento pasar a la clase política por las armas de la justicia.

De todas formas, el objetivo de este artículo no es realizar una crítica a la democracia cuantitativa, crítica que desde Enrique Ibsen y su obra de teatro –verdadero ensayo político– El enemigo del pueblo, ya está realizada y nunca ha sido ni contestada, ni superada, ni refutada. De hecho, siempre que un “demócrata” asume la defensa de la democracia, a la vista de la enormidad de datos en contra se limita a una tímida argumentación basada en las boutâdes: “la democracia es el menos malo de todos los sistemas políticos” o aquello otro de que “la democracia es el peor sistema político a excepción de todos los demás”…

La base sobre la que se establecía el poder ha pasado de ser de “origen divino” a tener una “base popular”. En los antiguos regímenes el rey detentaba el poder por “voluntad de Dios”. En la actualidad la soberanía reside en el “pueblo”. Pero las cosas no son tan simples. La primera cuestión es saber si existe el “pueblo”.

Si consideramos como “pueblo” a los habitantes de un conjunto territorial es evidente que la respuesta debe ser afirmativa. Pero lo que ya no está tan claro es si estamos aludiendo a “pueblo” o a “masa de población”. El pueblo deja de ser una “masa” cuando está organizado, y vertebrado por principios, estructuras orgánicas y cultura digna de tal nombre. Nada, por tanto, de lo que existe hoy. Luego, la soberanía, en la práctica no puede residir en la “masa” cuya característica esencial es que carece de capacidad de decidir: para decidir hay que comprender las situaciones, conocer los problemas, tener capacidad discursiva para plantear iniciativas. Difícilmente una masa que apenas tiene capacidad para pensar en la satisfacción de sus necesidades primarias, que carece de ideales y conciencia comunitarios y que se rige fundamentalmente por la ley del mínimo esfuerzo y la máxima satisfacción, podría decidir sobre algo más que cuestiones muy básicas. Y, aun así, los mecanismos de control mental que se vienen utilizando en los últimos cien años, contribuirían a condicionar las respuestas según los intereses de quienes controlaran los medios de comunicación.

Para colmo, en un marco en el que los canales educativos han tendido sistemáticamente en las últimas décadas a amputar desde la escuela la capacidad crítica a los alumnos, lo que tenemos es una masa invertebrada incapaz de responder con criterio objetivo a cualquier cuestión que se le plantee. No es que el “pueblo” no tenga razón; es que la “masa” nunca puede tener respuestas a problemas que excedan más allá de los meros instintos primarios o del sentimentalismo y la emotividad.

Algunos ejemplos del “derecho a decidir”

Es inútil preguntar a la masa si quiere o no quiere estar en la OTAN. Sea cual sea la respuesta (OTAN si, OTAN no) nunca será capaz de advertir las implicaciones finales de la opción. Todo lo más que podrá hacer será fiarse de una serie de consideraciones subjetivas que toman cuerpo en función de sugestiones generadas por intereses ajenos a las masas y suscitadas desde los medios de comunicación o desde los distintos centros de poder; nunca desde la racionalidad, la frialdad y la objetividad.

Es inútil exigir el “derecho a decidir” si quienes tienen que “decidir” ignoran lo esencial del problema que se les plantea y si entrar en la materia, conocerlo e informarse, les supone un esfuerzo excesivamente superior para su capacidad y su disponibilidad, esfuerzo que no están dispuestos a realizar en modo alguno e incluso para el que no tienen capacidad intelectual de discernimiento. La quiebra de un sistema educativo no se mide por el número de suspensos que cosechan sus alumnos, sino por el grado de preparación que demuestran para vivir en sociedad y afrontar los problemas y retos de una sociedad moderna. En este sentido, la quiebra del sistema educativo español, puede decirse que es absoluto.

En un problema como el referéndum soberanista catalán, por ejemplo, la carga emotiva se sitúa en que todos tenemos derecho a decidir sobre “nuestro” futuro y, por tanto, todos quieren tener la oportunidad de decidir si a Cataluña le iría mejor separada de España… pensando que la mayoría de los electores tienen a su disposición los instrumentos suficientes como para poder responder a esta pregunta, sin olvidar que lo esencial de la cuestión no es esa.

Porque el “derecho a decidir” solamente puede aplicarse cuando existe un conocimiento de la situación y del problema en los términos en los que se plantea en un momento dado.

Y en lo que se refiere a la formación de una nación o a la secesión de una parte del Estado, no estamos hablando de decidir en función de los datos disponibles en “un momento dado” y que están al alcance de una generación en una determinada coyuntura… sino que afecta a todas las generaciones que vendrán y modificará la obra realizada por las generaciones que nos han precedido. Algo que no se puede expresar en votos. De ahí que nunca, ninguna nación se haya formado por acuerdo de una mayoría, sino que haya expresado una voluntad histórica manifestada a lo largo de generaciones.

Existen otras decisiones en las que tampoco la mejor opción nacerá de la suma de los votos a favor y de los votos en contra obtenidos en referéndums. ¿Es posible plantear a la “masa” preguntas técnicas sobre cómo resolver sus problemas? ¿Puede una masa conocer cuál será la línea económica que le aportará más seguridad a él y a la comunidad en la que vive? ¿Tiene conocimientos técnicos para poder discernir sobre la materia y valorar las implicaciones de su opinión cuando la tome? Si a una masa se le preguntara qué es más importante impulsar un programa de investigación aeroespacial o repartir todos esos fondos para uso y disfrute de las masas ¿qué elegiría? Si se organizara un referéndum en el interior de una prisión ¿podría reconocerse la victoria “electoral” de 51 violadores sobre 49 funcionarios de prisiones…? Eso precisamente es la democracia: la ley del número, al margen de cualquier otra consideración.

No es raro que  en las elecciones sea frecuente que no ganen “los mejores”, sino aquellos que mienten con más desparpajo, que adulan a las masas cultivando así su voto, que prometen sin intención de cumplir pero con la expectativa de un apoyo electoral masivo por parte de los engañados y de los seducidos. No hay nada más que ver los debates electorales, los argumentarios de las campañas, para percibir la calidad de los candidatos y el fuste de los vencedores. Luego ocurre que, en el ejercicio de su cargo, un Chaves, un Griñán, un Pujol –por citar solamente a los que hoy están en el candelero de la actualidad– saquean el erario público, extorsionan, roban o simplemente hacen de su gestión una verdadera práctica propia de salteadores de caminos. Han salido del voto de una masa cerril que ha visto en ellos al no va más de la honestidad y la eficacia.

Hemos elegido a presidentes que han ordenado masacres con cargo a los presupuestos generales del Estado (Felipe y los GAL). Hemos elegido a presidentes que han provocado verdaderas hecatombes económicas (con Aznar y su modelo económico). Hemos elegido a verdaderos inútiles que han generado, por su propia ignorancia e incapacidad para ocupar el cargo, convulsiones sociales y endeudamiento masivo por generaciones mientras predicaban ingeniería social y alianzas de civilizaciones. Y, como colofón, las urnas han dado las riendas del poder a alguien para quien los problemas tienen solución o no la tienen. Si la tienen, el tiempo la da, y si no la tienen, ¿para qué preocuparse? Ese es Rajoy y esto es lo que han dado de sí 36 años de “democracia constitucional”. Hemos votado en no menos de treinta ocasiones para llegar a donde estamos… a un lugar que no es el mejor de los mundos posibles.

No era esta, desde luego, la democracia que defendía Platón, ni tiene nada que ver con el concepto clásico de “mando del pueblo” o del “Senatus Populusque Romanorum”. Es más bien un ejercicio práctico de uno de los corolarios del “principio de Murphy”, aquel que dice que “si alguien puede equivocarse, se equivoca”…

Podemos y el democratismo

Podemos tiene, por el momento, una estructura organizativa de carácter asambleario. Herri Batasuna, en sus primeros tiempos mantenía asambleas abiertas a todos los ciudadanos (allá por los años 80). El “movimiento de los indignados” fue en todo momento asambleario y abierto. De hecho, el programa de Podemos ha surgido de las aportaciones introducidas por cientos de asambleas.

Existe una idea que planea sobre el programa de Podemos desde sus primeras páginas: la idea de “democracia”. Hay en el programa, tres puntos que definen la tendencia que ya desde Lenin se llamó “democratismo”: el suponer que cualquier alternativa que se plantee a una comunidad puede ser respondida a través de una votación popular. En tres puntos concretos del programa de Podemos se insiste en esta idea y en cómo llevarla a la práctica:

-                                             El punto 4.1. Impulso a la participación.
-                                            El punto 5.5. Garantizar la celebración de referendos
-                                           El punto 5.7. Ejercer el derecho a decidir.

Los títulos de estos parágrafos son suficientemente elocuentes como para que valga la pena reproducir su contenido. Lo que se está proponiendo a la población es que tenga el derecho a expresar sus opiniones… lo que parece algo sumamente razonable, especialmente si tenemos en cuenta que la inmensa mayoría de decisiones tomadas por los gobiernos suelen ir en contra de los intereses populares (harina de otro costal es que esos gobiernos estén en el poder por votación irreprochablemente democrática…). Pero si tenemos en cuenta todo lo dicho en los parágrafos anteriores, empezaremos a albergar las más serias dudas sobre la posibilidad de que, no el “pueblo”, sino la “masa” pueda opinar con conocimiento de causa, y por tanto, con precisión.

Lo más elocuente no son los tres puntos en donde se explicita el “democratismo” de Podemos, sino en el espíritu que planea sobre la totalidad de su programa. Estamos ante una especie de absolutismo al revés: “todo para el pueblo… pero decidido sólo por el pueblo”. Podemos parece no haber contemplado la situación de la sociedad española: con su sistema educativo quebrado, con una población apática, que ha votado durante décadas a sus verdugos, con una izquierda que se mueve en el terreno de los tópicos humanistas–universalistas, con una masa que ha perdido la noción de “comunidad del pueblo”, que, como máximo tiene minorías obsesionadas con algunos temas (el animalismo, la ecología, el feminismo y los derechos de las minorías sexuales, el papeles para todos, etc)… eso es la sociedad española, lo más alejado de un mundo feliz.

Quizás en esto radique la mayor ingenuidad de Podemos y su mayor riesgo: Podemos se niega a reconocer el rosto auténtico de nuestra sociedad (una sociedad que no tiene “derecho a decidir” porque ha manifestado una “incapacidad para decidir”; una sociedad que carece de capacidad crítica y discursiva para poder decidir con conocimiento de causa; una sociedad a la que se le ha amputado su capacidad crítica especialmente por sucesivas reformas educativas planteadas siempre por socialistas…) y casi parece un límite extremo y vertiginoso al “optimismo antropológico” del que hacía gala el peor Zapatero.

Podemos ha realizado algo que ni el político más corrupto se había atrevido a hacer: no solamente ha cortejado a franjas del electorado adulándolo y satisfaciéndolo en su narcisismo, sino que ha trasladado esta adulación a toda la masa: “tú, masa, tienes derecho a decidir sobre tu futuro y sobre cualquier tema que te afecte. Tú puedes opinar de economía, de política internacional, sobre educación y defensa, sobre sanidad y ciencia. Y, poco importa si en las últimas décadas, tú mismo, masa, te has puesto la cuerda en el cuello y has tirado de ella, poco importa si has elegido a los políticos más corruptos e inútiles que te han puesto la bota sobre el cuello y, poco importa, si ni siquiera tienes interés en opinar, lo que importa es que puedes hacerlo y, por tanto, tienes derecho a hacerlo”. Dejando aparte las buenas intenciones de los votantes de Podemos e incluso aplicando el principio de honestidad a su dirección, vale la pena recordar que de principios falsos y de bases movedizas no pueden surgir líneas políticas que aporten rectificaciones radicales a los rumbos problemáticos que ha tomado la modernidad.  

Vale la pena recordar la Política de Aristóteles: Una quinta especie [de democracia] es aquella que traspasa la soberanía a la multitud, que reemplaza a la ley; porque entonces la decisión popular, no la ley, lo resuelve todo. Esto es debido a la influencia de los demagogos” (Lib. VI, Cap. IV, Especies de democracia). Esta fue la primera definición del democratismo que ha asumido Podemos.

No olvidemos el origen de esta organización: el 15–M del 2011, el “pueblo” tomó la calle. El 25–M del 2012, ese mismo “pueblo” rodeó el parlamento. Era evidente que la fase siguiente del movimiento iba a ser introducirse en el parlamento. La doctrina organizativa en todos estos “tempos” ha sido la misma: organización asamblearia, impulso a las iniciativas legislativas populares, utilización de las nuevas tecnologías para ejercer el voto en las asambleas, etc. La estrategia es que, los representantes de Podemos en el Congreso, en los futuros ayuntamientos y comunidades autónomas,  sabrán atender a las necesidades de la población por que las decisiones han surgido del “pueblo mismo, sin mediación alguna”, de tal forma que cuando Podemos tenga mayoría en el parlamento, será el pueblo quien esté representado y tomando las decisiones. Así se resetea el sistema como en un ordenador, para cuando se active de nuevo el sistema operativo se instale la “democracia real”.

Cuando un “comunista consejista” como Anton Panneköek criticaba la nueva constitución soviética aprobada por Stalin decía de ella que era la “más democrática del mundo” pues afirmaba que el Partido Comunista en el poder era el representante de “toda la población”. Sin establecer paralelismos sobre Stalin y Podemos, si percibimos el mismo espíritu “democratista”, ese “fundamentalismo democrático” que ya había criticado Lenin con su peculiar visión mecanicista de la acción de la vanguardia organizada en el partido comunista en su folleto El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo.

Podemos cae dentro de los errores de la izquierda progresista que ya se habían expresado desde la Revolución Francesa. El propio Roberspierre en su Discurso sobre los principios de la moral política pronunciado el 18 pluvioso del año II (…o más claramente, el 5 de febrero de 1794) se había dado perfecta cuenta del problema: “La democracia no es un estado en el que el pueblo –constantemente reunido– regula por sí mismo los asuntos públicos; y todavía menos es un estado en el que cien mil facciones del pueblo, con medidas aisladas, precipitadas y contradictorias, deciden la suerte de la sociedad entera. Tal gobierno no ha existido nunca, ni podría existir sino fuera para conducir al pueblo hacia el despotismo”. Lenin, posteriormente atacó con los mismos argumentos a las corrientes izquierdistas, recordando que cuánto más democrático era un país capitalista, más se encontraba su parlamento sometido a los intereses de la bolsa y de los banqueros.  Recordará que las ideas “democratistas” son residuos pequeño–burgueses procedentes del anarquismo, tanto en su teoría como en su práctica y que, habitualmente, tienden a converger finalmente con la socialdemocracia y los movimientos más tibiamente reformistas.

Podemos es, en el sentido leninista, una organización “democratista”, de modelo organizativo inspirado en el anarquismo asambleario que terminará por converger con otros restos de la izquierda en descomposición. Después de las elecciones autonómicas y municipales de mayo de 2015, Podemos estará en condiciones de formar gobiernos en algunas autonomías y en decenas de ayuntamientos, no en solitario sino en coalición con lo que haya sobrevivido del PSOE, de IU, Equo, Compromís, etc.

Eso no será lo peor: lo peor es que ni Podemos, ni el conjunto de la izquierda postmoderna lograrán entender nunca que una “masa” no es un “pueblo” y que para lograr un cambio efectivo en la sociedad hace falta una vanguardia organizada que, con frecuencia, se vea obligada a actuar contra la “masa” y en contra del peso muerto de las “masas”.

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