Robert Paris (1) cita una frase extraída de las Lecciones de
Harvard de Gaetano Salvemini (2): “Si el fascismo presentaba una doctrina
coherente, lo debe al hecho de que los fascistas han adoptado otra vez el
conjunto de la doctrina nacionalista”. La frase es ilustrativa de la
importancia que se le da a la doctrina nacionalista que fue recogida por
Mussolini y es, de hecho, una de las componentes de cualquier forma de fascismo
y, en nuestro juicio, la componente, como veremos, más importante. A fin de
cuentas, el fascismo es una forma de exaltación nacional con la novedad de que
a esto le viene añadida un ansia de justicia social.
La frase de Salvemini es admisible especialmente a partir
del 23 de febrero de 1923 cuando los “camisas azules” nacionalistas y los
“camisas negras” fascistas se fusionaron formándose el Partido Nacional
Fascista. Pero cuando se produce esta fusión, el nacionalismo italiano ya es
muy diferente del que había nacido a mediados del siglo XIX, por lo que sería
mucho más justo decir que los “nuevos nacionalistas” que aparecieron en el
período del intervencionismo y durante el ascenso del fascismo fueron
progresivamente convergiendo con Mussolini entre 1919 y 1923 que había adoptado
la mayoría de sus tesis. La fusión final reconocía la identidad entre ambas
formaciones.
La formación y
tendencias del nacionalismo
El nacionalismo italiano (3) había nacido en el primer
tercio del siglo XIX y reconocía que la “nación” era una comunidad homogénea y
depositaria de valores tradicionales y propios que constituían el patrimonio
cultural y religioso del pueblo. A pesar de que arraigó en la Italia del
Risorgimento, la inspiración del nacionalismo venía de otros países y sus
primeros representantes nacionalistas italianos se limitaron a adaptar las
ideas que habían sido expuestas inicialmente por Adam Weishaupt, fundador de
los Iluminados de Baviera y paradójicamente también por el que quizás fuera su
principal detractor, el abate Augustin Barruel (4), si bien a modo de denuncia.
Con la aparición del nacionalismo durante la Revolución
Francesa, el “patriotismo monárquico” se transforma en “nacionalismo
republicano”. A pesar de su relativamente corta vida, el nacionalismo
(entendido como exaltación del Estado-Nación y, por tanto, que apenas cuenta
con dos siglos de existencia) ha atravesado por varios ciclos. Entre finales
del período napoleónico y las revoluciones de 1848, el nacionalismo fue la
expresión de la burguesía progresista y liberal utilizada como ariete contra
las monarquías y la aristocracia. Posteriormente (entre 1848 y 1871), la
llamada “edad del librecambismo” acentuó el liberalismo del nacionalismo,
convirtiéndose en Italia en motor del Risorgimento; es entonces cuando se
consolida la hegemonía burguesa y cuando aparece el binomio liberalismo-Estado
Nacional. La etapa siguiente se desarrolla entre 1871 y 1914, período en el
cual el nacionalismo se transforma en imperialismo en los distintos países
europeos y propone un proteccionismo económico. Todo esto hace que aparezcan continuas
rivalidades entre los Estados Nación europeos que reivindican unos a otros
parcelas de sus territorios respectivos, claman contra las políticas
arancelarias que dificultan las exportaciones entre los distintos países y
compiten por conquistas territorios extraeuropeos para incorporarlos a sus
imperios, procesos que, sumados, llevan al desencadenamiento de la Primera
Guerra Mundial.
Así pues, los rasgos de los distintos nacionalismos
históricos son, por una parte, lo que se ha llamado “la nacionalización de las
masas” (5) (es decir el intento de transmitir a las masas una “cultura
nacional”) y, de otro lado, el impulso colonialista. Se ha calificado al siglo
XIX como el “siglo de los nacionalismos” y, por tanto, no es raro que terminara
siendo el siglo de los conflictos entre naciones europeas que se prolongaron
hasta mediados del siglo XX.
Existen distintas formas de nacionalismo atendiendo a su
origen: el “nacionalismo humanitario” de Rousseau y Herder de carácter
setecentista, el “nacionalismo jacobino” nacido con la revolución francesa,
habitualmente intolerante, misionero y fanáticamente unitario, el liberal de
Burke y Cavour y el “nacionalismo económico” que dio nacimiento a distintas
formas de proteccionismo. Otros como Louis Snyder (6) han identificado cuatro
formas de nacionalismo (“integrador” que tiende a la unificación de Estados
Nacionales, “desmembrador” que tiende a la ruptura de grandes imperios –como el
otomano– y a la formación de Estados-Nación con sus fragmentos, “agresivo” o imperialista,
vinculado a las dos guerras mundiales del siglo XX y “contemporáneo” que
tendría dos aspectos contradictorios, el impulso descolonizador y la expansión
imperialista). Por su parte, Hobsbawn (7) establece tres fases de desarrollo
del nacionalismo: el redescubrimiento de las tradiciones culturales y
antropológicas vernáculas, la agitación política militante y la nacionalización
de las masas final.
La irrupción del
nacionalismo en Italia
El nacionalismo italiano aparece en el Risorgimento y, a
través de sucesivas transformaciones, cristalizará en el irredentismo del que
ya hemos hablado. Hay que distinguir
este nacionalismo irredentista aparecido en torno a 1880 del nacionalismo
mazziniano que constituyó el motor del proceso de unificación italiano.
Mientras que éste es liberal, masónico, republicano, laico y propone la paz
entre las naciones, el irredentismo es agresivo, frecuentemente antiliberal, no
necesariamente republicano y, en cualquier caso, imperialista (8).
En 1896, el imperialismo italiano sufrió la derrota en Adua
(9) que, como veremos, tuvo como consecuencia directa la fundación de la
Associazione Nazionalista Italiana por Enrico Corradini y Luigi Federzoni. Adua
supuso el punto de inflexión entre el viejo nacionalismo mazziniano que había
quedado reducido a pequeños círculos intelectuales y el nuevo nacionalismo
imperialista que terminará realizando su aporte doctrinal al fascismo.
Corradini había fundado en 1903 la revista Il Regno (10) muy influida por el
nacionalismo francés de la época, especialmente por el conde de Gobineau y por
Charles Maurras. Corradini era uno de los más fervientes defensores del
imperialismo italiano y en sus obras literarias, así como en sus ensayos
políticos no dejaba de clamar para que Italia tuviera “un lugar bajo el sol”.
Partidario de la intervención de Italia en la Guerra Mundial, a través de
distintos medios de prensa, Corradini calificará como bestia negra a los
neutralistas.
Corradini sostenía la curiosa teoría de que el nacionalismo
era la transposición internacional del socialismo y distingue entre “naciones
proletarias” y “naciones plutocráticas” (un tema en el que insistirá el
Mussolini del Ventennio con cierta frecuencia) que están obligadas a mantener una especie de
“lucha de clases” a dimensión internacional. Para él, Italia y Alemania serían
esas “naciones proletarias” e Inglaterra la “nación plutocrática” rival. Las
naciones “proletarias” para Corradini no pueden estar permanentemente
subordinadas a las “plutocráticas”, tienen derecho a su “lugar bajo el sol”. El
pacifismo tiende a mantener el statu-quo, por tanto no es admisible y trabaja
en beneficio de las “naciones plutocráticas”. La respuesta debe ser, pues, la
“lucha de clases internacional” (11).
En Corradini se encuentran también otras ideas que serán incorporadas al fascismo: por ejemplo, aquella según la cual la nación está por encima de los individuos que la componen y, por ello, puede exigir a sus ciudadanos cualquier sacrificio en su nombre. Habla de “doctrina espiritualmente aristocrática” que desemboca en una aspiración de que Italia sea gobernaba “por los mejores” que, para él, nunca emergerán como producto de una votación popular. Se puede observar perfectamente el origen del elitismo fascista y su antidemocratismo. En sus escritos, Corradini atacará el igualitarismo democrático, otra idea que será heredada por el fascismo. Así mismo, negará que el ser humano esté predispuesto a hacer el bien, sino que, por el contrario, concibe la vida como lucha y enfrentamiento con otros hombres y naciones. Para él la idea de “fraternidad” es imposible de cristalizar salvo en el marco de una “comunidad nacional” coherente (12).
Corradini fue el primero en introducir en el discurso
político los mitos históricos de la península itálica: la fundación de Roma y
el imperio romano, los condottieri renacentistas, pero también sus artistas y
demás glorias de Italia, algo que Mussolini recuperaría e integrará en su
fascismo.
La andadura de Il Regno se prolongó hasta 1905 siendo
sustituida por La Voce promovida por Giuseppe Prezzolini y Giovanni Papini,
ambos antiguos colaboradores de Il Regno. Sin embargo, había algunos cambios de
orientación notables entre ambas publicaciones. La nueva revista era el reflejo
de todas las contradicciones de un nacionalismo que se buscaba a sí mismo pero
que todavía no terminaba de encontrar una línea propia y definitiva. En las
columnas de la nueva revista, en efecto, colaboraron personajes neo-hegelianos
como Giovanni Gentile y Benedetto Croce, junto a nacionalistas ortodoxos,
exsocialistas como Salvemini y nacionalistas discípulos de Corradini. La
revista aspiraba a estar por encima de los partidos y a situar la causa de
Italia más allá de las luchas entre partidos. En relación a la experiencia de
Il Regno, la línea de La Voce fue mucho más oscilante y abierta inicialmente a
corrientes liberales y mazzinianas. Concebían a la nación como “unidad y
totalidad” y, por tanto, lo que aspiraba a ser el “todo” (el nacionalismo) no
podía adquirir la forma de “parte” (esto es, de partido) por lo que se
limitaron a constituirse como “asociación” el 3 de diciembre de 1910. Así nació
la Associazione Nazionaliste Italiana.
Poco después de la fundación de la ANI se produjo el marasmo
de la Primera Guerra Mundial y la aparición del intervencionismo italiano que
encontró en la asociación a uno de sus más decididos impulsores. Sin embargo,
el intervencionismo de la ANI estaba muy alejado del de otros sectores e incluso
del sostenido por Mussolini desde las columnas de Il Popolo d’Italia. Mientras
un sector del intervencionismo aludía a la necesidad de luchar contra regímenes
“feudales” como los imperios alemán y austro-húngaro, los nacionalistas creían
que era necesario entrar en guerra para generar una “reforma interior”. Para
Corradini la política exterior era una forma de sacudir y regenerar a la
opinión pública italiana (13). Lo que Corradini pretendía era transformar las
doctrinas sociales de la época –a las que aludía directamente cuando se refería
a “naciones proletarias” y “naciones plutocráticas”– en nacionalismo. A esto le
llamo “socialismo nacional”. Y en esto también prefiguró al fascismo. En la
pequeña publicación de apenas cuatro páginas L’Idea Nazionale, la ANI empezó a
difundir estas tesis que, posteriormente aparecerían como marcas distintivas
del fascismo a lo largo del Ventennio:
- Estado fuerte como objetivo a alcanzar.
- Mitos de la antigüedad romana como referencia.
- Imperialismo como "política de prestigio".
- Exaltación de la milicia como "estilo de vida".
- Autarquía como "nacionalismo económico".
- Corporativismo como forma de organización del Estado
Sería difícil resumir en tan pocas líneas los rasgos
distintivos del fascismo.
La evolución del
nacionalismo versus el fascismo
Cuando tiene lugar el congreso de Florencia todavía hay
zonas grises entre las distintas corrientes nacionalistas (liberales,
mazzinianos, republicanos, monárquicos) que distan mucho de estar unificadas.
Con el paso del tiempo, los editoriales de L’Idea Nazionale irían completando
la definición del nacionalismo defendido por la ANI, creando un corpus
doctrinal que prefigura la doctrina fascista.
No es raro que en la corta marcha hacia la concreción
doctrinal la vida de la ANI estuviera jalonada de purgas: en el Segundo
Congreso (Roma, 20-22 de diciembre de 1912) la ANI se deshace de su sector
democrático y se establece la incompatibilidad entre nacionalismo y masonería.
En el siguiente Congreso (16-18 de mayo de 914) son purgados los liberales. A
partir de ese momento solamente quedaron los nacionalistas que, en rigor,
pueden ser calificados como proto-fascistas.
En 1913, los nacionalistas obtuvieron el 0’6% de los votos y cinco escaños que demostraron ser los intervencionistas más radicales. En 1919, los miembros de la ANI vuelven a presentarse a las elecciones, esta vez apoyando los colores del Partito dei Combattenti obteniendo 20 diputados, pero en las siguientes en 1921 estarán incluidos en los Blocchi Nazionali que incluían a nacionalistas, futuristas y fascistas, logrando 105 diputados solamente superados por el Partito Popolare Italiano (108 diputados) y por los socialistas (123 diputados). Poco después se producía la Marcha sobre Roma (29 de octubre de 1922) (14).
Por entonces el nacionalismo ya había confluido con los
Fasci di Combatimento de Mussolini; la nueva formación se llamaría Partito
Nazionale Fascista en 1921. Tras la Marcha sobre Roma, varios entre los
principales dirigentes de la ANI ocuparon altos cargos en el nuevo régimen:
Federzoni, uno de los fundadores de la ANI y redactor de L’Idea Nazionale y
diputado nacionalista desde 1913 fue Ministro de Colonias y luego del Interior,
siendo senador desde 1928 y presidente del Senado entre 1929 y 1939 tras haber
sido uno de los nacionalistas que negociaron con Mussolini la fusión. Eso no
fue óbice para que en 1943 apoyase la destitución de Mussolini siendo por ello
condenado a muerte en contumacia por el tribunal de Verona. Otro nacionalista, Constanzo Ciano, fue
Ministro de Correos y Comunicaciones y Presidente de la Cámara de los Diputados
y de la Cámara de las Corporaciones hasta su fallecimiento en 1939. Fue padre
de Galeazzo Ciano di Cortelazzo, yerno de Mussolini. Finalmente, Alfredo Rocco,
el compilador del llamado Codice Rocco (código penal italiano), jurista de
prestigio y representante del ala derecha del fascismo, procedía así mismo de
la ANI. En cuanto a Enrico Corradini ingresó también en el Partido Fascista
Republicano a pesar de que no participó inicialmente en la vida política del
nuevo régimen. Fue senador y ministro a partir de 1928 falleciendo poco
después.
Conclusión
El nacionalismo italiano de la ANI puede ser considerado
como proto-fascista y como una componente “centrista” del fascismo. Su doctrina
sobre “naciones proletarias” y “burguesas” evidencia una inspiración de
izquierdas, pero el conservadurismo creciente del que hace gala la ANI (y
especialmente algunos de sus exponentes como Rocco), lo sitúan en la derecha.
Así pues, ¿dónde ubicar al nacionalismo de la ANI dentro del
fascismo “uno y trino” al que hemos aludido en el inicio de este estudio? Es
simple, en la medida en que sus aportaciones doctrinales encarnan lo esencial
del fascismo, hay que situar al nacionalismo de la ANI como uno de los
elementos esenciales del “centro” fascista que logró equilibrar las corrientes
“sociales” procedentes de la izquierda y las corrientes “conservadoras”
procedentes de la derecha.
En este sentido, la ANI “es” el fascismo, antes incluso de
que Mussolini hubiera pensado en fundar los Fasci di Combattimento. Es la ANI
la que encarna el “centrismo” fascismo en la medida en que encarna también la
ortodoxia mussoliniana en el período más prolongado del régimen: el Ventennio.
En la ANI están como hemos visto presentes todos los elementos de la doctrina
fascista (nacionalismo, corporativismo, imperialismo, referencias históricas al
Imperio Romano, etc.). Mussolini, procedente de la “izquierda revolucionaria”
terminará cohabitando con la monarquía de los Saboya por los azares de la
política, pero entre su postura inicial de izquierdas (que tendrá también
encarnaciones en el Ventennio, pero no en Mussolini) y la postura conservadora
posterior, la doctrina fascista encarnada por el Duce será altamente tributaria
y completamente identificada con la doctrina nacionalista difundida por la ANI.
Notas
(1) Robert Paris,
op. cit., pág. 29
(2) Gaetano Salvemini, historiador y político antifascista
italiano. Antinacionalista había llegado a describir Italia de esta manera:
“Los moderados del Norte tienen necesidad de los camorristas del Sur para
oprimir a los partidos democráticos del Norte, mientras que los camorristas
del Sur tienen necesidad de los moderados del Norte para oprimir a la plebe del
Sur” (Prefacio a Mussolini diplomático, Laterza, Bari 1952). Militante del
Partido Socialista desde 1897 como representante de su tendencia “meridionalista”
(proponía una forma de federalismo para Italia). Abandonó el PSI en 1911 por
discrepancias sobre la postura de la formación ante la guerra de Libia y fundó
el periódico L’Unità que siguió publicando hasta 1920 como portavoz de la Lega
Democrática, se consideraba liberal y socialista. Defendió la entrada de Italia
en guerra al lado de Francia e Inglaterra en 1914 como máximo representante de
lo que se llamó “intervencionismo democrático” (belicistas de izquierda).
Diputado en 1919 se declaró antifascista desde el principio y en 1925 fundó la
primera publicación clandestina que se opuso al régimen de Mussolini: Non
Mollare (literalmente, No ceder). Pocos meses después fue detenido en Roma y
tras ser procesado resultó amnistiado autoexiliándose en Francia desde donde
fundó el movimiento Giustizia e Libertà. Establecido en Gran Bretaña siguió
desde allí sus campañas antifascistas polemizando con George Bernard Shaw,
socialista fabiano y gradualista, admirador de Mussolini. Después de ejercer
como profesor en varias universidades anglosajonas fundó en 1939 la Mazzini
Society formada por republicanos antifascistas. Tras la guerra volvió a Italia
y dio clases en la Universidad de Florencia y siguió jugando a la contra
oponiéndose tanto a la Democracia Cristiana como a los partidos de izquierda.
(3) Cfr. En la obra
Diccionario de política: L-Z de Norberto Bobbio (Siglo XXI Editores, México
1981-82, págs. 1026-1035), puede encontrarse un ensayo de síntesis sobre los
contenidos globales del nacionalismo y, en particular, del nacionalismo
italiano.
(4) Abate Augustin
Barruel, procedente de la nobleza francesa se ordenó jesuita en 1756, viajó por
toda Europa y dominó distintas lenguas. A partir de 1781 publicó panfletos
contra los Enciclopedistas y la Filosofía de las Luces, responsabilizándoles de
la expulsión y prohibición de los jesuitas. Inicialmente era favorable a las
ideas democráticas (su nombre auténtico era Augustin de Barruel, pero renunció
a la partícula “de” que delataba su título de nobleza) terminó por enfrentarse
a la Revolución Francesa exiliándose en Londres en 1972, siendo albergado por
Edmund Burke, franc-masón, el cual, sin embargo, le felicitará por su famosa
obra antimasónica Memorias para servir a la historia de los jacobinos aparecida
en 1797 (de esta obra que puede encontrarse fácilmente en Internet en versión
francesa, pero que jamás ha sido traducida al castellano existe, sin embargo,
una versión en catalán: Memorias per a servir á la historia del jacobinisme,
trad. de Fr. Raymundo Strauch y Vidal, Perpiñán, J. Alzine, 1827). Barruel
sostiene que fueron los Iluminados de Baviera de Adam Weishaupt quienes se
infiltraron en la masonería para derribar a la monarquía y que fueron ellos
quienes difundieron por vez primera el nacionalismo. La Revolución no sería más
que un complot contra la Iglesia y contra su defensora la monarquía francesa.
El mismo Barruel había sido iniciado en Logia (Encyclopédie de la
franc-maçonnerie, Le libre de Poche, artículo "Barruel", pág. 66).
(5) Cfr. George L.
Mosse, La nacionalización de las masas, Marcial Pons – Ediciones de Historia,
Madrid 2005. Ramiro Ledesma Ramos también alude en el Discurso a las Juventudes
de España a la “nacionalización de las masas” y para ello dirigió la estrategia
de las JONS y de FE a captar a las masas obreras que militaban en la CNT. Véase
a este respecto La crisis del antifascismo, Ferrán Gallego, Random House
Mondadori, Barcelona 2008, pág. 32. Los hay que han visto en la II República
ese mismo intento de “nacionalizar a las masas”, Cfr. Hispania, Revista
Española de Historia, pág. 162, Vol. 61, 2001, pág. 162. La idea de
“nacionalización de las masas” que habitualmente se suele ligar a la
interpretación del fascismo que da Mosse, como vemos, no le pertenece en
propiedad.
(6) Louis Snyder, The
New Nationalism, Transaction Publishers, New Brunswick, New Jersey 2003,
especialmente el capítulo IV, págs. 47-48.
(7) E. J. Hobsbawm,
Nations and Nationalism since 1780 – Programme, Myth, Reality, The Press
Sindicate of the University of Cambridge, 1990, especialmente el capitulo The
transformation of nationalism, págs. 101-130.
(8) “Dentro de veinte
años toda Italia será imperialista” había escrito uno de los fundadores del
nuevo nacionalismo italiano, Enrico Corradini (citado por R. Paris, op. cit.,
pág. 29. Y el propio Paris añade este comentario: “El fascismo realizaría este
sueño”).
(9) Se conoce como
“derrota de Adua” al momento decisivo de la primera guerra de Abisinia
(1895-96) que tuvo lugar a causa de un conflicto de límites entre la Abisinia
de Menelik II y la colonia italiana de Eritrea. El punto culminante del
conflicto fue la batalla de Adua el 1º de marzo de 1896. Las tropas italianas
del general Baratieri fueron derrotadas
sufriendo 6.000 muertos, 1.500 heridos y 3.000 prisioneros, sobre un
total de 16.000 hombres. Los supervivientes se replegaron a Eritrea, mientras
que en Italia, el gobierno de Francesco Crispi dimitió y el general Baratieri
debió afrontar un consejo de guerra del que resultó absuelto pero que destruyó
su carrera militar.
(10) La andadura nacionalista de Corradini puede ser seguida
con cierto detenimiento en Zeev Sternhell, El nacimiento de la ideología
fascista, op. cit., págs. 13-14 y en R. Paris, Los orígenes del fascismo, op.
cit., págs. 30-31.
(11) Los datos sobre Corradini han sido extraídos de
Wikipedia-Italia. Para una ampliación puede leerse la obra escrita por el
propio Corradini Scritti e discorsi 1901-1914, Ed. Lucia Strappini, Turín 1980.
R. Paris, extrae una frase de Corradini: “Del mismo modo que dentro de los
límites de cada Estado se ha formado un conjunto de clases dominantes y un
conjunto de clases dominadas, así mismo, en las relaciones internacionales,
existen Estados más fuertes y Estados más débiles: Estados Burgueses y Estados
Proletarios” (op. cit., pág. 33).
(12) Una interpretación típicamente marxista –incluso en lo
plúmbeo y opaco de la exposición– de las ideas de la Asociación Nacionalista
Italiana y del pensamiento de Enrico Corradini, puede leerse en Fascismo y Dictadura,
Nikos Poulantzas, Editorial Siglo XXI, México, 1971, págs. 143-147.
(13) Corradini había escrito que “La política exterior
constituye para el nacionalismo un medio de reforma interior revolucionaria. Es
un medio para renovar el personal del gobierno” (citado por R. Paris, op. cit.,
pág. 33).
(14) Pueden consultarse los resultados electorales de la
época en Mussolini y el ascenso del fascismo, Donald Sasson, Crítica S.L.,
Barcelona 2008, especialmente el capítulo El avance del fascismo, págs. 99 y
sigs.
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