miércoles, 2 de julio de 2025

LA COLINA INSPIRADA (6) - LA "GUERRA DE LOS MAGOS", SATANISMO EN EL PARÍS DE LA BELLE ÉPOQUE...

7. La “guerra de los magos”. El satanismo en París en la Belle Époque.

El enfrentamiento entre la Rosa+Cruz y el “Carmelo Elíaco” de Boullan es uno de los episodios más excéntricos de la Belle Époque. Hoy, el mundillo ocultista es completamente marginal. Tras un breve revival en los años 70 y 80, en los 90 el fenómeno podía darse por prácticamente extinguido. Era el precio que había que pagar por la materialización creciente de las sociedades. No solamente disminuyó la influencia de las religiones tradicionales, sino que el numero (y la calidad) de los ocultistas cayó a mínimos. A finales de los años 80, quedaba muy poco de la Sociedad Teosófica, los grupos neo–rosacrucianos registraban una análoga pérdida de efectivos y las escisiones que había sufrido el teosofismo no iban mucho mejor. Por eso, a comienzos del nuevo milenio nos es muy difícil hacernos una idea del peso que tuvieron en la Francia de la belle époque (entre 1781, fin de la Guerra Franco–Prusiana y 1914, inicio de la Primer Guerra Mundial). No solamente se trataba de medios vinculados a la aristocracia (el marqués Stanislas de Guaïta, la Duquesa de Pomar y muchos más) y al mundo de las artes (Josephin Peladan, Huysmans, el simbolista belga Maurice Maeterlinck entre los más conocidos, por no hablar de los literatos ingleses llamados por el ocultismo, Bram Stoker (autor de Drácula), Arthur Machen, Algernon Blackwood, Bulwer-Lytton y, especialmente, el poeta y dramaturgo William Butler Yeats), incluso a la ciencia (Camille Flammarion, Charles Richet, Joseph Grasset), también al mundo de la música (Érik Satié, Claude Debussy, la cantante de ópera Emma Calvé), e incluso en siniestros cabarets ocultistas (de los que tenemos noticias, como mínimo, de tres: todos ellos ubicados en el barrio parisino de Clichy). A París fueron a parar también destacados ocultistas extranjeros. La Sociedad Teosófica, llegada de los EEUU, contaba con una importante logia en París fundada en 1899. Unos años antes, Samuel Liddell MacGregor Mathers, uno de los fundadores de la Golden Dawn, se instaló en la capital francesa, inaugurando el Templo de Ahator nº 7, que se convertirá en uno de los centros del grupo y el escenario de la guerra civil interna que terminó con la expulsión de Alasteir Crowley.

El ocultismo, como vemos, estuvo muy bien instalado en el París de finales del XIX y de principios del XX. Y fue en este contexto, en absoluto marginal, en el que debemos incluir la famosa “guerra de los magos” que enfrentó a los neo–rosacrucianos con los seguidores del abate Boullan. Conocemos ya a algunos protagonistas del episodio, pero no a todos.

Uno de los más destacados fue el escritor Joris–Karl Huysmans. Se cree que, en torno a 1890, este escritor, a través de Berthe de Courrière, se puso en contacto con el abate Boullan para informarse sobre magia negra y satanismo. En aquel momento, Huysmans estaba reuniendo materiales para su novela Lá-bas (Allá abajo), centrada sobre la figura medieval de Gilles de Rais y sobre los conventículos satánicos de París. La relación entre Huysmans y Boullan se hizo muy estrecha, hasta el punto de que, a su muerte, Boullan legó a Huysmans sus documentos personales, que le fueron entregados por Julie Thibault. Entre los documentos se encontraba su Confesión, redactada en la cárcel. Así mismo, un año antes de la muerte de Boullan, cuando éste fue condenado por ejercicio ilegal de la medicina, Huysmans pagó la multa.

Al parecer, Huysmans quedó impresionado después del primer encuentro. Se vieron con frecuencia y, al año siguiente, en 1891, el escritor publicó su novela Lá–bas (Allá abajo) que nos muestra al protagonista, “Durtal”, harto de la decadencia moderna (otro tema de moda en el París de aquella época, propio de un hombre afectado por el taedium vitae), busca refugio en el Medievo y explora la figura del mariscal satanista Gilles de Rais. A lo largo de esta investigación se involucra en prácticas ocultas y misas negras. Boullan aparece en la novela con los rasgos de “Johannès”. Huysmans, responderá, por boca de otro personaje, sobre quién era “Johannès”: “Es un sacerdote muy inteligente y erudito. Fue superior de comunidad y dirigió, en París, la única revista no mística. También fue un teólogo consultado, un maestro reconocido de la jurisprudencia divina; luego mantuvo desgarradores debates con la Curia papal en Roma y con el cardenal arzobispo de París. Sus exorcismos, sus luchas contra los íncubos que combatía en los conventos femeninos, fueron su perdición”.

El protagonista, Durtal, asiste a un ritual satánico y la descripción que hace Huysmans sirvió de modelo para todas las misas negras posteriores: “Apareció el altar, un altar normal y corriente, con un tabernáculo encima sobre el que se erguía un Cristo ridículo e infame. Le habían levantado la cabeza y alargado el cuello, y las arrugas dibujadas sobre las mejillas transformaban el rostro dolorido en una cara deformada por una sonrisa innoble. Estaba desnudo, y en lugar del paño que le cubría los costados, una excitada vergüenza viril emergía de una mata de pelo. (...) Precedido por dos monaguillos, y cubierto con un gorro escarlata del que sobresalían dos cuernos de bisonte de tela roja, entró el canónigo... (...) Se inclinó solemnemente ante el altar y subió los peldaños para dar comienzo a su misa. Todas las mujeres se dejaron envolver por aquellos sahumerios; algunas inclinaron la cabeza sobre el brasero y aspiraron con fuerza aquel aroma; luego, medio desvanecidas, se abrieron los vestidos emitiendo roncos suspiros. Entonces el sacrificio se interrumpió. El sacerdote bajó los peldaños de espaldas y gritó con voz emocionada y aguda: ¡Oh maestro del pandemónium, dispensador de los beneficios del delito, gran intendente del pecado más suntuoso y del vicio más desmesurado, Satanás, es a ti a quien adoramos, oh Dios lógico y justo! (...) Tú incitas a la madre a vender a su hija, tú asistes los amores estériles y prohibidos, ¡oh protector de las neurosis más agudas, torre de plomo de la histeria, vaso sanguíneo de las desfloraciones! (...) Es a ti a quien como sacerdote obligo, quieras o no, a descender a esta hostia y a encarnarte en ese pan. ¡Jesús, artista de la superchería, ladrón de homenajes, predador de afectos, escucha! Desde el día en que saliste de las entrañas de una virgen has faltado a tus compromisos y a tus promesas; siglos enteros han estado esperándote, ¡Dios desertor y mudo! Tenías que aparecer en tu gloria y dormías (...) ¡Nosotros queremos reclamar tus clavos, apretar tus espinas y hacer derramar tu sangre dolorida sobre tus llagas resecas! (...) ¡Amén! Gritaron las voces cristalinas de los monaguillos. Algunas mujeres cayeron rodando sobre la alfombra. Una se arrojó al suelo agitando las piernas, como movida por un resorte; otra, afectada repentinamente de un terrible estrabismo, gorjeaba, y luego enmudeció y se quedó con la boca abierta y la lengua enrollada hacia atrás hasta tocar el paladar; otra, hinchada y lívida, con las pupilas dilatadas, inclinaba y levantaba bruscamente la cabeza y se arañaba la garganta con las uñas; finalmente otra, que estaba tendida en el suelo, se quitaba la falda y enseñaba un vientre desnudo, hinchado, enorme, luego se retorcía con terribles muecas y mostraba una lengua blancuzca con los bordes mordisqueados, que no podía apartar de una hilera de dientes rojos. Entonces, mientras los monaguillos se juntaban con los hombres y el ama de casa subía hacia el altar, empuñando con una mano la asta del Cristo y sujetando con la otra un cáliz entre las piernas desnudas, en el fondo de la capilla una niña que no se había movido hasta aquel momento, se inclinó de repente hacia delante y ladró a la muerte, ¡como una perra!”.  Des Hermies, amigo de Durtal, le confiesa: “El ritual de aquellas ceremonias era bastante atroz; generalmente se había raptado a un niño, al cual quemaban en un horno. Luego se mezclaba esta ceniza humana con la sangre de otro niño al que degollaban, formando una pasta parecida a la de los maniqueos, de la que ya te he hablado. El abate Guibourg decía la misa, consagraba la hostia, la cortaba en pequeños pedazos y la mezclaba con aquella sangre oscurecida por la ceniza; esto era la materia del sacramento.”

Cuando Huysmans conoció a Boullan no parece que fuera consciente de sus ritos satánicos y sexuales. Boullan le expuso los datos sobre el satanismo como si fuera ajeno a él. Pero, para los rosacruces, que habían penetrado en el círculo interior de la secta, no había duda, él, Boullan, era el satanista. En la polémica entre los neo–rosacrucianos y el Carmelo Elíaco, Huysmans se puso públicamente de parte de estos, lo que hizo que también se creyera víctima de “ataques fluídicos” lanzados por Guaïta y durmiera con una pasta protectora que situaba debajo de la almohada. Tras la muerte de Boullan, proclamó, además, que había sido asesinado por “procedimientos mágicos”.

La influencia de Boullan en Là–Bas parece bastante clara. El resultado de la obra es una imagen de Satanás favorecida y elevada a héroe de los afligidos e ídolo de los oprimidos. Véase este fragmento, acaso uno de los más estremecedores de la novela: “Y tú, a quien, en mi calidad de sacerdote, obligo, quieras o no, a descender a esta hostia, a encarnarte en este pan, Jesús, Artesano de Engaños, Bandido de Homenajes, Ladrón de Afectos, ¡escúchame! Desde el día en que saliste de las entrañas complacientes de una Virgen, has faltado a todos tus compromisos, has desmentido todas tus promesas. Los siglos han llorado, esperándote, ¡Dios fugitivo, Dios mudo! Debías redimir al hombre y no lo has hecho; debías aparecer en tu gloria, y duermes. Ve, miente, di al miserable que te suplica: «Espera, ten paciencia, sufre; el hospital de almas te recibirá; los ángeles te asistirán; el Cielo se abre para ti». ¡Impostor! Sabes bien que los ángeles, disgustados por tu inercia, te abandonan. Tú debías ser el intérprete de nuestras quejas, el chambelán de nuestras lágrimas; debías transmitirlas al Padre y no lo has hecho, porque esta intercesión perturbaría tu sueño eterno de feliz saciedad. ¡Has olvidado la pobreza que predicabas, vasallo enamorado de los bancos! Has visto a los débiles aplastados bajo la presión del lucro; has oído el estertor agonizante de los tímidos, paralizados por el hambre, de las mujeres destripadas por un trozo de pan, y has hecho que la Cancillería de tus simoniacos, tus representantes comerciales, tus Papas, responda con excusas dilatorias y promesas evasivas, ¡sacristía, charlatán, Dios charlatán! Maestro, cuya inconcebible ferocidad engendra la vida y la inflige al inocente a quien te atreves a condenar —¿en nombre de qué pecado original?—, a quien te atreves a castigar —¿en virtud de qué pactos?—, ¡queremos que confieses tus descaradas trampas, tus crímenes inexpiables! Te clavaremos los clavos más profundamente en las manos, presionaremos la corona de espinas sobre tu frente, sacaremos sangre y agua de las heridas secas de tu costado. Y eso lo podemos y lo haremos violando la quietud de tu cuerpo. Profanador de amplios vicios, soberbio de estúpidas purezas, Nazareno maldito, Rey holgazán, Dios cobarde”. ¡Amén!, trinaban las voces de soprano de los niños del coro”.

¿Qué le había pasado a Huysmans? Se había sentido ganado por Boullan, al menos, temporalmente. No supo entender que, si Boullan era capaz de informarle con tanta precisión sobre los ritos satánicos, las misas negras y las oraciones luciferinas ¡era porque él mismo las practicaba!

Y Huysmans no era un iletrado, ni mucho menos un paleto crédulo. Está considerado como uno de los mejores escritores de su generación. Amigo de Zola, en 1884, su novela À rebours, constituyó un gran éxito e inició el “decadentismo”. Durante su vinculación al simbolismo, empezó a interesarse por lo sobrenatural, el mundo onírico y el satanismo. Tras la publicación esta novela, el escritor católico Barbey d'Aurevilly sentenció premonitoriamente que el destino de Huysmans era elegir entre “la boca de una pistola o los pies de la cruz”. En 1894, dos años después de la muerte de Boullan y tres años después de la publicación Là-bas, se convirtió al catolicismo. Sus últimas novelas En route (1895, donde describe las etapas de su propia converisión), La Cathédrale (1898, un estudio sobre el simbolismo cristiano de la catedral de Chartres) o L'Oblat (1903, en la que narra sus experiencias con los monjes benedictinos de la abadía de Saint–Martin cerca de Poitiers), están impresas con ese sesgo místico. Su conversión anuncia el gran movimiento de “conversiones literarias” que llevará a la fe a los grandes autores franceses de principios del siglo XX, Charles Péguy, Paul Claudel, Léon Bloy, François Mauriac y otros muchos. Su estilo ha sido definido como “naturalismo espiritualista”. A parte de sus éxitos literarios, su vida es la propia de un “buscador” que frecuentemente se equivoca, ya sea por credulidad o por ingenuidad.

Este crecimiento desmesurado de las supersticiones y la credulidad generalizada en la segunda mitad del siglo XIX –época fértil en médiums, “sonámbulos”, profetas alucinados, personalidades mediocres en contacto con “mahatmas”, estafadores de la credulidad popular, y demás fauna, se explica como un “escape de la razón” y se justifica como rechazo a los efectos generalizados de los cambios en el modo de vida, el progreso científico que entonces despegaba con fuerza, la materialización y secularización, especialmente presente en Europa y en EEUU y la abolición de principios y normas que hasta ese momento habían sido inamovibles y respetadas por todos, habitualmente inducidas por el cristianismo. Este enfoque materialista generó dos fenómenos, aparentemente opuestos, pero hasta cierto punto complementarios: por un lado, el positivismo y por otro la aparición de abundantes sectas exóticas en el supermercado seudo–espiritual. Incluso el positivismo, llevado al extremo por algunos de sus representantes –el mismo Comte, terminó presentando su sistema bajo la forma de una religión, con sus festividades, sus santos, sus prácticas rituales y sus dogmas. A pesar de que, inicialmente, para Comte el pensamiento científico, realizado mediante la observación y el análisis, era lo único que podía resolver los enigmas del universo, lo cierto es que, a medida que fue avanzando, se vio afectado por el clima de su época e imprimió un enfoque seudo–religioso a sus trabajos (del que su principal difusor, Émile Littré, se distanció). Los elementos rechazados por Littré tenían que ver con la “religión positivista” o “religión de la humanidad”. Parecía existir una contradicción entre el método científico y la creación de una nueva religión, sin embargo, Comte lo resolvía diciendo que la base de este culto era “la humanidad” y que el núcleo central de su ética era la utilidad social y el “amor a la humanidad”.

Apenas 30 años después de formular esta curiosa “religión positivista”, Oswald Spengler determinó, con razón, que el hundimiento de la religiosidad tradicional, no operaría la creación de una nueva época de objetivismo y racionalidad, sino, más bien, contribuiría a excitar las supersticiones. Cuando se cerraba la puerta a la religión tradicional, las supercherías más absurdas entrarían por la ventana. A ello contribuía la sensación de inseguridad, ansiedad e incertidumbre de la sociedad en el último tercio del siglo XIX. El tránsito de la Primera a la Segunda Revolución Industrial (con la generalización de la electricidad, el urbanismo, el motor de combustión interna, las comunicaciones, la telegrafía sin hilos y luego la radio, las teorías evolucionistas, etc.) destruyó la estabilidad de creencias que habían constituido “refugios” para el ser humano occidental. En este ambiente, el ocultismo y las creencias exóticas constituirían una válvula de escape y tenderían a reemplazar a las religiones tradicionales, especialmente porque mostraban un aspecto “experimental”: el espiritismo facilitaba la comunicación con los espíritus, la magia ceremonial, de la que los Guaïta, los Peladan, los Wirth, y, antes que ellos, Eliphas Levi o Papus, la Blavatsky y su círculo, los miembros de la Golden Dawn, alardeaban, les permitía disponer de “armas fluídicas” con las que atacar a sus enemigos. En el otro lado, el siglo XIX, especialmente su segunda mitad, fue un período en el que proliferaron las apariciones marianas y, a partir de ellas, una renovación espiritual que tuvo como eje el nuevo culto al Corazón de Jesús. Bruscamente, entre unos y otros, lo sobrenatural volvió a instalarse en la sociedad como presencia real y efectiva. Y es en este contexto en el que hay que situar el episodio conocido como “la guerra de los magos” que causó un impacto en la opinión pública francesa similar al que hoy pueden tener los programas “del corazón” o el “periodismo rosa”…

Los ocultistas franceses de la segunda mitad del XIX, orbitaban en torno a Eliphas Levi y a Gérard Anaclet Vincent Encausse, conocido como “Papus”. A partir de este último y de su Grupo Independiente de Estudios Esotéricos se formaron dos “sociedades iniciáticas”, la Orden Martinista, dirigida por Papus y la Orden Cabalística de Rosa–Cruz, con Guaïta, Peladan, Wirth como personalidades más conocidas. Esta Orden era de carácter elitista, mientras que el grupo de Papus, daba prioridad a la cantidad por encima de la calidad a modo del teosofismo, en el que, por cierto, tampoco faltaban miembros de la nobleza y notables. En estos ambientes, cualquier episodio se interpretaba en clave ocultista. Huysmans, por ejemplo, opinaba que la derrota de Francia en Sedan en 1870 se debía a la “superioridad ocultista de Alemania”. El abate Boullan, en realidad, murió del miedo que le generaba el sospechar que estaba siendo víctima de un conjuro de los ocultistas, y él mismo, respondía lanzando maldiciones contra Guaïta, Peladan y Wirth que estos tomaban como “ataques de súcubos”. La pomada que colocaba Huysmans bajo la almohada le protegía de los “ataques fluídicos” de extrema violencia lanzados contra él. Y no parece que nadie simulara: todos eran perfectamente sinceros en cómo percibían las amenazas les llegaban del mundo oculto. Creían verdaderamente en la realidad objetiva de todo esto.

Esta sinceridad en las creencias era lo que aportaba veracidad y seguridad, tanto para los partidarios de unos o de otros. Luego estaba, naturalmente, los aspectos “humanos, demasiado humanos” que reforzaban estas convicciones; los que estaban en posesión de “secretos”, o de “verdades reveladas” o dominaban a los elementos mediante la “magia ceremonial”, se sentían miembros de una “élite de iniciados”. Sus convicciones los diferenciaban de una masa gris y mediocre, algo que estaba presente tanto entre los ocultistas como en los partidarios del abate Boullan. Ellos –no la masa– estaban en posesión de los arcanos del cosmos, dominaban el mundo de los espíritus, eran herederos de tradiciones milenarias que se remontaban al antiguo Egipto o bien depositarios del “verdadero cristianismo”, quienes interpretaban los textos bíblicos mejor que cualquier teólogo. El resto de la sociedad, aceptaba los valores cristianos de la época con el añadido de las fantásticas apariciones marianas que dieron alas de los nuevos dogmas (la Inmaculada Concepción y la infalibilidad del Papa) y el nuevo culto al Sagrado Corazón y que hay que inscribir como innovaciones que la Iglesia introdujo para evitar ser superada en el mundo de lo trascendente, por vintrasianos y ocultistas. Luego, quedaban los “socialistas” de las diferentes ramas. En lo que se refiere a los “socialistas utópicos” (que aun existían), la componente ocultista ha sido estudiada por Saranne Alexandrian en su libro consagrado a este movimiento del que el positivismo era la ultima ratio. Y, en lo que se refiere a los marxistas, también empezaban a dar muestras de ser la nueva religión escatológica y milenarista para uso y disfrute del proletariado. Habían tenido a su anunciador, Marx, y les faltaba solamente, su organizador, papel que años después asumiría Lenin. Ritos, fechas señaladas, cánticos, dogmas, predicadores y libros sagrados estaban presentes en el marxismo, tanto como en cualquier otra tendencia que hemos mencionado.

Fue así como Jules Bois terminó enfrentándose en duelo con el Marqués Stanislas de Guaïta y con el mismísimo Gérard Anaclet Vincent Encausse, “Papus”. ¿Quién era Jules Bois? En 1895 alcanzó fama literaria al escribir un bestseller de la época, Satanismo y magia. Creía firmemente en el ocultismo y en lo paranormal. Pero, sobre todo, buscaba éxitos literarios. Y eso, ayer y ahora, solamente se logra “haciendo ruido”. Hay gente atraída por cualquier cosa que sea “paranormal” y Bois era uno de ellos. Los libros que hemos leído de él, dedicados a la magia, el ocultismo y las “pequeñas religiones”, son bastante discretos: literatura rápida y de consumo instalada en la Belle Époque. En todo este episodio, le interesaba, sobre todo, excitar los ánimos, llamar la atención, polarizar las posiciones, lograr, en definitiva, que se hablase de él o de los temas sobre los que estaba escribiendo. En el libro sobre Las pequeñas religiones de París, toma como ciertas las afirmaciones que estaba realizando en aquellos mismos años Leo Taxil, sobre el culto satánico dentro de la masonería y la existencia de una “alta masonería luciferina” a la que éste llamaba “paladismo”. A pesar de que nadie razonable podía creer lo escrito por Taxil y por su socio el “doctor Bataille”, Jules Bois, si reprodujo sus afirmaciones sobre el satanismo, sin comentarios críticos. Distaba mucho de ser lo que hoy se llama un “periodista de investigación”; tenía, sin embargo, un buen olfato para la venta y promoción de sus obras.

Fue un hombre precoz. A los 18 años, ya mantenía correspondencia con Charles Maurras. Le llevó a Maurras su monarquismo, si bien Bois, se consideraba naundorfista, algo que Maurras deploraba. Luego, él mismo, dio marcha atrás y reconoció que Naundorff no era Luis XVII: “Hace unos años, en Isis moderne, intenté presentar al pseudo-impostor Naundorff como fundador del espiritismo moderno. Mucho antes que Allan Kardec, formuló el evangelio de la fe espiritista. Pero al igual que Swedenborg, Naundorff creía que se comunicaba menos con los muertos que con los ángeles y con el propio Jesucristo, a quien creía ver en París, en su miserable habitación, cuando todos lo habían abandonado”.

Picoteaba en todos los medios ocultistas parisinos y cuando se estableció en París, McGregor Mathers, fundador de la Orden Hermética de la Aurora Dorada, se convirtió en su amigo inseparable. Ese afán por relacionarse con ocultistas notorios fue lo que le llevó a tener una “relación tumultuosa” con la cantante Emma Calvé, una “routier” de los grupos ocultistas y de las corrientes neo–espiritualistas de la belle époque; el mismo Papus la había convertido en uno de los “Maestros Desconocidos de su Orden Martinista, junto a Camille Flammarion, dos notables de la ciencia y de las artes, para embellecer el legado cabalístico de Martínez de Pasqually y de Louis-Claude de Saint-Martin. En los años siguientes, la Calvé conocerá a Jules Bois y en 1900 se sabe que viajaron ambos, acompañando a Swami Vivekananda, en un crucero por el Mediterráneo. Su nombre aparece fugazmente en el “affaire de Rénnes–le–Château” y, también, esta vez, junto a Jules Bois, en la creación de AMORC, la secta norteamericana que vende cursos “rosacrucianos” por correspondencia… La relación entre ambos se prolongará hasta 1903.

Lanzó varias revistas ocultistas, la más importante de la cuales sería Le Coeur, mensual ilustrado, financiada por Antoine de La Rochefoucauld, uno de los más asiduos cliente al famoso cabaret parisino del Chat Noir, frecuentado por Papus y parte de los miembros del entorno rosacruz de Guaïta y Peladan. La Rochefoucauld llegará al grado de “arconte” de la Orden Rosa–Croix Catholique de Peladan, en el seno de la cual conocerá a Érik Satié que le dedicará una composición musical. Bois contará en Le Coeur con el teósofo Edouard Schuré como colaborador.

En la última década del XIX, Bois se da cuenta de que el feminismo tiene un gran futuro. Es lo que ha concluido de sus encuentros con ocultistas y miembros de sectas de todo tipo. La “nueva era”, será el tiempo en que el “eterno femenino” retornará y dominará. El hecho de que Helena Petrovna Blavatsky y Annie Besant, las dos primeras presidentas de la Sociedad Teosófica sean mujeres la confirma en la misma idea. El mismo Boullan contribuye a aumentarle esa sensación con su insistencia en la Inmaculada Concepción y el Vaticano, al convertirlo en dogma, se lo confirma Dedicará cuatro obras al “tema femenino” entre 1894 y 1912. Es significativo que la primera obra místico–feminista aparezca el año después de concluir “la guerra de los magos”… como si, dándose cuenta de que ya no podía explotar más un tema, pasara a otros que parecía igualmente polémico.

Todo esto, contribuye a elaborar un perfil de Bois como escritor poco escrupuloso, ocultista con un bajo nivel de formación y sin pertenecer a ninguna escuela particular, habituado a utilizar su “olfato periodístico” para detectar temas que podían ser explotados comercialmente y ser él mismo, promotor de sus obras, mediante episodios como “la guerra de los magos”. Al colaborar con varias publicaciones importantes, era natural que cualquier líder de una secta, le abriera sus puertas. Fue así como conoció a Boullan.

A partir de 1915 y hasta su muerte en 1943 en los Estados Unidos, trabajará en el cuerpo diplomático. Su primer destino en esta tarea fue, precisamente, España. Desde esa época no volvió a escribir ni sobre ocultismo, ni sobre otros temas. Había encontrado otro medio de vida. En 1929 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor por los servicios prestados a Francia.

La “guerra de los magos”, en realidad, se prolongó desde la condena de Boullan hasta la publicación del artículo de Jules Bois. Era demasiado tiempo. Lo que había sido, inicialmente, una serie de agresiones “fluídicas”, reales o supuestos, pasó luego a ser una lucha de ataques y contraataques de unos contra otros, en medios de prensa, para transformarse finalmente en un combate material expresado a través de dos duelos.

En las semanas anteriores a estos duelos, en los corrillos parisinos interesados por lo paranormal se comentaban las “novedades” del ambiente ocultista y neo-espiritualista. Se decía que los ocultistas de “Papus” y los neo–rosacruces de Wirth, Peladan y De Guaïta habían asesinado “mágicamente” a Boullan. Era un rumor que, soto voce, cada vez corría más rápido y, finalmente, terminó por superar los altos muros de los interesados en el ocultismo. Jules Bois acusó públicamente, a través del popular semanario Gil Blas, a Guaïta y a Peladan de haber “asesinado por procedimientos mágicos” a Boullan.

Los rosacruces se defendieron afirmando que su “condena a muerte iniciática”, implicaba solo al alma de Boullan, no a su cuerpo y que no habían lanzado conjuro alguno para asesinarlo en su forma física, sino solamente para condenar su alma en el post–morten y convertirla en apestada y leprosa. Recordaban que los documentos en poder de Wirth demostraban fehacientemente las relaciones de Boullan con el satanismo. Bois, nuevamente a través del Gil Blas, respondió acusándolos a ellos de satanistas (en realidad, era cierto que practicaban un “ocultismo de la mano izquierda” que los teólogos católicos consideraban “satánico”), mientras describía a Boullan, como un pobre sacerdote excomulgado, que no era nada más que un sincero buscador de la verdad.

Pero cuando el jefe del conventículo neo–rosacruciano ya no pudo más fue cuando Jules Bois le acusó de amagar el golpe al publicar que la condena a Boullan era solamente a su alma. Bois escribió: “Pero cuando llega el momento de defenderse de esta sospecha de satanismo, el señor de Guaïta da marcha atrás e intenta una maniobra de distracción. Cambia de terreno, abandona la discusión, deja la pluma y toma la espada, que cree más segura”... En realidad, tras el primer artículo de Bois, Guaïta renunció a extender la polémica y quiso cortarla con la vía directa, enviando sus padrinos a Bois. Pero fue, en ese momento, cuando Bois le acusó implícitamente de dar marcha atrás, Guaïta ya no pudo más y envío sus padrinos al periodista. Estos, como quería el ritual de la época, le preguntaron si retiraba sus palabras: “Pues bien, puedo responderle en voz alta que, sostengo que persiguió con odio implacable a ese viejo que ya no existe [Boullan], y yo estaré delante de Stanislas de Guaïta, en el prado, con la misma audacia”. Huysmans que, entonces estaba ya de vuelta a la senda cristiana, se vio también afectado por la polémica. Guaïta le envió sus padrinos que, en este caso, obtuvieron disculpas afirmando «que nunca había pensado en discutir el carácter de perfecto caballero del señor de Guaïta »

De los dos duelos aceptados el primero tuvo lugar con Guaïta. Habían elegido la pistola en un lugar apartado, en el Tour de Villebon. Bois llegó tarde. Uno de sus padrinos, el también periodista Paul Foucher, sobrino de Víctor Hugo, se sorprendió cuando aquel le dijo: “Verás como ocurre algo muy singular. En ambos bandos nuestros partidarios están orando por nosotros y practicando conjuros”. No era para menos. En las inmediaciones de Versalles uno de los caballos en el que viajaba Bois, se detuvo temblando. No hubo forma de hacerlo tirar el landó. Veinte minutos después, reemplazándolo pudieron seguir el largo recorrido. Cuando tiene lugar el duelo, la bala de la pistola de Guaita queda encasquillada, a pesar de haberse visto y oído la detonación. La bala de Bois, por su parte, se pierde en la lejanía, a pesar de ser un tirador experimentado. No ha habido derramamiento de sangre y todos pueden darse por satisfechos. Pero los rumores sobre el duelo se extienden: ¿habían tenido éxito los conjuros y llamamientos a una intervención sobrenatural que detuvo la bala y paralizó el caballo de Bois? ¿se había alterado la trayectoria de la bala disparada por Bois contra Guaïta por procedimientos mágicos?

Tres días después, estos rumores se centuplicaron. Entonces debía tener lugar el duelo entre Bois y Papus. Esta vez el duelo es a espada. La peripecia de Bois no es menor que en el anterior duelo: uno de los caballos de su transporte cae muerto. Lo sustituyen y, por segunda vez, otro caballo, cae también muerto y arrastra al landó que vuelca. Bois llega al campo del honor, visiblemente magullado. Papus es un consumado espadachín que, en pocos minutos, infringe una herida leve en el brazo a Bois. El duelo se interrumpe cuando su sangre toca el suelo. “El diablo –dijo el padrino de Bois, Foucher– realmente parece estar involucrado”.

[1] Curiosamente, algunas de sus tesis fueron recuperadas pocos años después de su muerte por el teólogo jesuita Teilhard du Chardin.

  

  

  









LA COLINA INSPIRADA (5) - EL ABATE BOULLAN, SUCESOR DE VINTRAS.

6. El abate Boullan, sucesor de Vintras

El abate Boullan no fue elegido unánimemente como sucesor de Vintras. De hecho, como veremos, se autoeligió. Joseph–Antoine Boullan era uno de esos sacerdotes que habían creído en las visiones proféticas de Vintras y estaban atraídos por su permisividad ante la concupiscencia. Nació el 18 de febrero del año 1824 en Saint–Porquier –departamento del Tarn–et–Garonne– en la región de Occitania. Fue ordenado sacerdote en Montauban, población relativamente próxima a Toulouse. Se doctoró brillantemente en teología en Roma mientras pertenecía a la Congregación de los Misioneros del Preciosísimo Sangre, donde se doctoró en teología. Leyó a los místicos españoles durante su estancia en Alsacia y La ciudad mística de Santa María de Agreda le inspiró su Vida divina de la Santísima Virgen. De regreso a Francia, Joseph–Antoine Boullan se instaló en el convento alsaciano de Trois–Épis. Profundamente interesado en los estudios místicos y el neo-espiritualismo, el joven era en ese momento un apasionado de los hechos sobrenaturales.

Las apariciones marianas de La Salette, en 1854, operaron un fuerte impacto en sus creencias. Al año siguiente, abandonó su congregación y se instaló en París donde desempeñó funciones como publicista católico en la revista Le Rosier de Marie y en los Annales du Sacerdoce que él mismo fundó.

En 1857 su vida dio un giro inesperado. Se desplazó al santuario de Notre Dame de La Salette, en la región Alpes–Ródano no lejos de Grenoble. Allí conoció a una monja de origen belga, Adèle Chevalier, que había sido curada milagrosamente de su ceguera por la Virgen del lugar. Entre una de las visiones que decía haber recibido Adèle, se le anunciaba la llegada de un clérigo que operaría una profunda reforma en el seno de la Iglesia. A Boullan le faltó tiempo para convencerse que él era el sacerdote providencial y, junto a Adèle comenzó a redactar la regla de una nueva orden, la Orden de la Reparación de las Almas, autorizada por el obispo de Versalles. La Orden se orientaba hacia la teúrgia. Realizaban actos de curación sobre sus feligreses. Como no podía ser de otra manera, pronto las cosas se torcieron.

La proximidad, la debilidad y la tendencia a la concupiscencia, hizo que Boullan y Adèle Chevalier pasaron a ser amantes y los principios de la Obra de la Reparación se sumergieran en el erotismo, primero místico y luego carnal. La fase siguiente, no fue solo erótica si mucho más marcada por prácticas transgresoras y las parafilias. En los ritos “de curación” se utilizaba orina y excrementos. La deriva decadentista siguió adelante y en 1860, Boullan celebró su primera misa negra en la que Adèle apareció desnuda ante los fieles. Practicaban, así mismo, exorcismos bien extraños sobre las religiosas de la orden. A una, simplemente, el mismo Boullan le escupió en la boca, a otras les mezclaron las hostias consagradas con excrementos humanos que debían tragar o bien esos mismos excrementos servía para realizar emplastos. Otras veces empapan las hostias sagradas con la orina de Adèle… Ésta, por su parte, afirmaba continuar estando inspirada por la gracia divina y en comunicación con la Virgen, de quien recibía frecuentemente revelaciones a través de “clariaudiencia”. Tras la fundación de la Obra de la Reparación, ella sería la organizadora de la congregación.

El sacerdote realizaba rituales de amor y gloria, en los que la gente debía frotarse desnuda en grupos: eran “las uniones de amor”. También entregó “hostias sangrientas” que rezumaban sangre. Todo esto, los exorcismos siniestros y las escandalosas sesiones terapéuticas no tardarán en despertar la desazón entre la población y la inquietud de las autoridades de la ciudad. No era para menos. Adèle quedó embarazada, pero el hijo desapareció. Se sospechó, más tarde, que el abad Boullan lo había sacrificado en el mismísimo altar en el transcurso de una misa satánica.

Joanny Bricaud, íntimamente relacionado con los ocultistas que gravitaban en el entorno de Vintras, poseía, en particular, un ejemplar de las “hostias sangrientas”, redactó un opúsculo de brujería titulado Méthode pratique pour l'incubat et le succubat que aumentó el encono entre católicos tradicionalistas y ocultistas partidarios de Boullan.

Pronto, todos estos escándalos llegan a oídos de la autoridad civil, mucho más interesada por las acusaciones de fraude y estafa que por las prácticas consideradas satánicas. La pareja recibió dinero de personas religiosas que querían ganarse el favor de la Santísima Virgen, siendo por ello procesados por fraude y condenados a tres años de prisión. Inicialmente, el Vaticano protestará contra esta condena por parte de la autoridad civil, pero, posteriormente, al conocer las actas del proceso, en las que hay testimonios de todas las aberraciones realizadas con hostias consagradas e inmundicias, quedará, literalmente, horrorizado. Boullan y Adèle saldrán en 1864 de la prisión de Ruán. En los años en los que permaneció encarcelado, Boullan redactó su Confesión, documento que todavía se conserva en los Archivos Vaticanos, conocido como El Cuaderno Rosa, siendo rehabilitado en 1867.

El abad Boullan aprovecha esta absolución para enseñar su doctrina de la "reparación de las almas" que puede sintetizarse así: “por medio del mandato divino algunas almas pueden pecar libremente para salvar a las demás”. En otras palabras: el “amado por Dios”, el jefe de la secta, tiene licencia para practicar todo tipo de actos lujuriosos.

Instalado de nuevo en París, volvió a recorrer el mismo ciclo por el que ya había pasado diez años antes. Fundó una nueva revista, los Annales de la Sainteté au XIXe siècle. A pesar de que, inicialmente se situaba en la ortodoxia romana, la revista tenía una acusada tendencia a exponer hechos sobrenaturales, visiones y profecías extraordinarias, que le llegaban a la redacción; los exorcismos le interesaban particularmente. Se había interesado por la hipnosis y la autohipnosis y enseñaba a las monjas de la congregación a copular en sueños con los santos y con Jesucristo. Explotó la credulidad y se hizo con sumas importantes de dinero, teóricamente, para su congregación. En esta segunda ocasión, el Vaticano optó por la excomunión, la disolución de la Congregación y su suspensión a divinis. Todo esto ocurría en 1875.

Ya fuera de la Iglesia, Boullan, en agosto de ese mismo año, se encontró con Vintras en Bruselas. Habían mantenido correspondencia desde el año anterior: "Mi intención es ir a Lyon, el objetivo principal de este viaje es estudiar cada vez más profundamente la misión de Elías", escribió en una carta dirigida a la congregación lionesa. A partir de ese momento, se convirtió al vintrasismo. El fundador de la secta murió poco después y Boullan se proclamó su sucesor… a pesar de que solo lo había visto en dos ocasiones. Se instaló en Lyon el 20 de febrero de 1876, y empezó a vincularse con Julie Thibault, “la Mujer Apostólica”, vintrasiana de larga trayectoria, presente en todos los ritos del grupo, incluidas las “uniones espirituales” y las “uniones de vida”, así como en actividades teúrgicas. Boullan, justificará estas verdaderas orgías, afirmando con toda seriedad que, si la fornicación pecaminosa de Adán y Eva había sido la causa de su expulsión del Edén, mediante una sexualidad de corte “espiritual” tendría lugar la redención de la humanidad. Su nueva amante sería Julie Thibault, que ha sido descrita como “una campesina de ojos de águila y habla de aldeana, que durante años sólo había comido pan remojado en leche, había hecho a pie las más lejanas peregrinaciones y le bastaba con levantar la vista por encima de las gafas para vislumbrar las legiones de lo invisible”.

Pero no todos los miembros de la secta estaban de acuerdo en que Boullan fuera el sucesor de Vintras. Supo ganarse la confianza de algunos dirigentes de la secta (y el rechazo absoluto de otros). Finalmente, en 1877 se produce la escisión y solo tres de los diecinueve “pontífices” vintrasianos lo consideran como el sucesor del fundador. Unos años después, adoptará el rimbombante nombre de “Elías Juan Bautista” y se proclamará profeta. Con este pequeño grupo volverá a sus obsesiones eróticas, dando a los ritos ideados por Vintras un sesgo sicalíptico, mediante actos de amor “realizados religiosamente”, en los que él mismo participaba gustoso. La misa negra erótica se convertirá en el principal atractivo de la secta.

La enseñanza de Boullan difería poco de la que dio vida a la secta vintrasiana, salvo por el hecho de que insistía más en la sexualidad. Sus fieles habían aprendido de él que “la caída del Edén se produjo por un acto de amor culpable”, y que “es mediante actos de amor realizados religiosamente como puede y debe operarse la Redención de la Humanidad”. Recomendaba al adepto que deseara redimirse a sí mismo que tuviera relaciones con entidades celestiales, mientras que aquel que, por caridad, deseaba ayudar a seres inferiores a redimirse debía tener relaciones sexuales con ellos. El pequeño círculo realizaba ritos grupales a los que llamaba “Sacrificios de gloria de Melquisedec” o “Sacrificios provictimales de María”, siempre celebrados por Boullan. Pero las llamadas “Uniones de Vida”, mucho más importantes, estaban destinadas solamente al círculo más interior de la secta.

En la década de 1890, los círculos ocultistas empezaron a interesarse por el grupo del abate Boullan. Éste había admitido en su círculo al abate Roca, un sacerdote ocultista que publicaba una revista titulada L'Anticlérical. En su tiempo fue considerado como la quintaesencia del sacerdote réprobo que se arroja en brazos de todo lo que debía combatir. Tras declarar que su intención era encajar progresismo, evolucionismo y “cristianismo auténtico”[1], elaboró una tesis sobre el “ocultismo cristiano” lindante con el satanismo. Esta relación no prosperará y Boullan terminará condenando las ideas de Roca, mientras que éste se aleja del Carmelo Elíaco.

En 1886, el abad Boullan recibió la visita del marqués Stanislas de Guaita, junto con el ocultista Joséphin Péladan y su secretario, el también ocultista y masón Oswald Wirth, miembros fundadores de la Orden Cabalística de la Rosa–Cruz. Hasta ellos habían llegado rumores de Ilíaco algo que les remitía a la “magia sexual”. Se entrevistaron con Boullan por pura curiosidad y para saber que había de “ocultista” en sus prácticas. Wirth simuló ingresar en la secta, pero cuando reunió suficiente documentación sobre las prácticas de la secta se las mostró a Guaïta y a Peladan que convocaron un “tribunal iniciático” para juzgar a Boullan en 1887. La polémica se prolongó por espacio de cinco años. Los rosacruces que practicaban “magia ceremonial”, unieron sus esfuerzos, públicos y privados, para denunciar y vencer a Boullan, para ellos “el más grande satanista de Francia”. La principal acusación consistía en “erigir la fornicación en práctica litúrgica”.

Los neo–rosacrucianos le reprocharon traicionar y pervertir los auténticos principios de la Cábala con el objeto de engatusar a su clientela interesada en las ciencias ocultas. En la obra de Guaïta, Le Temple de Satan, describirá a Boullan como «pontífice de la infamia, ídolo vil de la Sodoma mística, mago de la peor calaña, brujo e instigador de una secta inmunda». GuaÏta, Wirth y Peladan, convocaron al ex sacerdote para comparecer ante el “tribunal iniciático” de su Orden Rosa Cruz. Boullan se negó. Sin embargo, el “proceso” tuvo lugar y emitió su sentencia que confirmó las acusaciones de falso profeta y profanador de la Cábala y lo sentenció a “muerte iniciática”. Boullan, consideró que la sentencia era una maldición mágica lanzada contra su vida –su compañera y vidente Julie Thibault le había revelado una visión en la que Guaïta le lanzaba un hechizo mortal– y respondió con fórmulas satánicas para neutralizar a sus enemigos y autoproclamarse “mártir”.

Boullan, con sus nervios progresivamente deshechos tanto por los esfuerzos realizados para protegerse de los reales o supuestos conjuros rosacruces, como debilitado por los contraataques mágicos que lanzó contra Wirth y Guaita, empezó a sufrir ahogos, aparentemente inexplicables. Madame Thibault, en estado de trance la previno de que los rosacruces ponen su retrato en un ataúd mientras ofician una misa negra contra él. Boullan se limita a recodar “ley del contragolpe” y del “efecto retroceso” que, según los ocultistas afecta a quien lanza una maldición, amenazándolo en sentido contrario y con la misma intensidad. Acto seguido, ordena a sus fieles enterrar en el interior de un ataúd la sentencia del tribunal iniciático. Boullan, por su parte, oficiará uno de sus singulares rituales –el Oficio de Melquisedec–, descalzo y completamente afeitado, se cubrirá únicamente con la túnica roja de Vintras, inmóvil con una hostia en cada mano rogando la victoria sobre sus satánicos enemigos. Durante esta ceremonia, Jules Bois en Le satanisme et la magie (1895), dice que fue objeto de ataques “fluídicos” que llegaron a rasgar su túnica y a dejarle arañazos ensangrentados en el pecho.

Estaba a punto de viajar a París para dar un ciclo de conferencias en la Salle des Capucines, cuando, el 4 de enero de 1893, el anciano confió a sus familiares que iba a morir a causa del hechizo lanzado por Guaïta. Falleció, en efecto, pocas horas después, a causa de estas crisis.

La siniestra historia del abate Boullan inspiró al autor Joris–Karl Huysmans, quien realizó un retrato del satanismo parisino en su novela de 1891, Là–bas (Allá abajo).



[1] Curiosamente, algunas de sus tesis fueron recuperadas pocos años después de su muerte por el teólogo jesuita Teilhard du Chardin.

  

  

  









LA COLINA INSPIRADA (4) - NAUNDORFF Y EL "NAUNDORFISMO"

5. Naundorff y el “naundorfismo

La figura de Naundorff aparece también en la novela de Barres y en la historia de la colina de Sión–Vaudemont. Hay que decir que la mayoría –sino todos– de los vintrasianos eran “naundorfistas”, pero pocos de entre ellos, ni el propio Naundorff se consideraban vintrasianos. Ambos, nunca se encontraron por mucho que estuvieron exiliados en Londres. El supuesto “rey perdido”, Naundorff, consideraba a Vintras un simple charlatán. Había llegado a Francia en 1839, cuando el seudo profeta todavía no pensaba siquiera en constituir su Obra de la Misericordia. Vintras creía que Naundorff era el auténtico Luis XVII, el delfín desaparecido en La Bastilla. Ambos, ciertamente, tenían ambiciones religiosas, pero Naundorff, estaba más próximo a la herejía arriana que al catolicismo (negaba la divinidad de Cristo). Vintras, aceptaba todos los puntos de vista católicos… y alguno más de su propia cosecha. Ambos personajes, en realidad, tenían muy poco en común, sin embargo, sus nombres han quedo unidos para la historia del siglo XIX francés dentro del exotismo del legitimismo monárquico sectario. Aún hoy, en París siguen reuniéndose una vez al año los “naundorfistas” para honrar al descendiente del “rey legítimo”. En cuanto a los vintrasianos, en los años 70, todavía existían algunas “septenas” en París de las que hoy (creemos) ya no quedan rastros. Valdrá la pena detenernos en el fenómeno “naundorfista” en la medida en que está presente en La colina inspirada y se trata de un episodio prácticamente desconocido en España.

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La historia de Naundorff no es diferente de la de otros “reyes perdidos”: Sobre el suelo de la península ibérica florecieron también leyendas del mismo estilo. Jamás se encontró el cadáver de Roderic o Don Rodrigo, último rey godo; su recuerdo y el de la monarquía legítima animó a su portaespadas, Don Pelayo, a iniciar la reconquista en su nombre. Más tarde, floreció el mito de Otger Khatalon, héroe epónimo de Cataluña; oriundo de Baviera, empuñaba como el Hércules mítico una pesada maza; liberó el valle de Arán y el valle de Aneu del dominio musulmán; una vez cumplida su obra desapareció; no está muerto, solo oculto, y solo volverá cuando se produzca una nueva crisis desintegradora.

Alfonso el Batallador y Don Sebastián de Portugal, desaparecido tras la batalla de Alcazalquivir, dejaron tras de sí un hálito de misterio; años después todavía se creía que seguían vivos e incluso algunos impostores pretendieron usurpar su personalidad. Caudillo derrotado en ocasiones (Dagoberto, Arturo), en otras muerto, pero cuyo cadáver jamás se encuentra (Barbarroja, Rodrigo), o simplemente líder victorioso de un período áureo (Federico Barbarroja, Guesar de Ling), consciente de que los ciclos históricos han decaído y que decide pasar a un estado de latencia hasta que se produzca la renovación del tiempo (de la que él mismo será vehículo), este mito es transversal en el espacio y en el tiempo, reiterándose en todo el ciclo indo ario.

Siempre la morada de este rey perdido es un símbolo polar: una montaña inaccesible (Barbarroja), una isla dorada (el Avalon de Arturo), el "centro" de la tierra (Cheng Rezing, el "rey del mundo" extremo oriental), un castillo dorado (Otger Khatalon). El presentimiento de su supervivencia anima a otros a emprender gestar y hazañas imposibles (la reconquista de Don Pelayo en relación a Rodrigo, los atentados del "Wherwolff" en relación a Adolfo Hitler, la conquista del Grial por los caballeros del Arturo muerto en Avalon) o estar a la espera de la llamada del monarca para acudir a la última batalla (el tema del Räkna–rok y de la morada del Walhalla, el tema del último avatar de Buda y de Shambala). Lo que se pretende en otros casos es tomar el mito del rey perdido de una forma utilitarista: sería él y sus presuntos descendientes los que garantizarían la legitimidad dinástica (los descendientes de Dagoberto II en el affaire de Rennes le Chateau, los partidarios de Naundorff en la cuestión del Delfín, los de Juan Orth en la dinastía austro húngara, incluso los de la gran duquesa Anastasia en el caso de la herencia de los Romanov, etc.).

Cuanto más amado es un rey, más huella deja en la historia y menos súbditos creen que haya desaparecido para siempre. Este fue el caso del Delfín de Francia que hubiera sido coronado como futuro Rey Luis XVII, de no ser porque sus padres fueron asesinados por los revolucionarios y él mismo, preso en la Torre del Temple, desapareció para la historia. Se ignora realmente su final. Era el Rey esperado por los monárquicos que debía terminar con los excesos de la revolución, sus masacres, sus destrucciones, sus guerras civiles y las que amplió a escala europea el heredero de la revolución, Napoleón Bonaparte. Por eso muchos se negaron a aceptar que hubiera muerto por las precarias condiciones de vida en La Bastilla. Y, entonces, apareció Naundorff. Su aventura es una de las más fascinantes historias de la Francia decimonónica.

Se llamaba Karl Wilhelm Naundorff. No se tiene constancia de su fecha de nacimiento, solo de su defunción: 1845. Se sabe que antes de aparecer en Francia, fue relojero. Al parecer, su origen era prusiano, pero murió afirmando que era el Delfín de Francia, príncipe Luis Carlos, Luis XVII, hijo de Luis XVI Rey de Francia y de María Antonieta de Austria. No era el único que aspiraba a tener este título. Antes (y después de él) existieron otros 30 aventureros que aspiraron a ser “Luis XVII”. Pero Naundorff fue diferente a todos ellos y el único que logró convencer a personas que había conocido al Delfín en sus años de infancia.

¿Era un falsario? No, para los “naundorfistas” que creyeron durante años que el Delfín había sobrevivido a su prisión del Temple. Hoy sigue teniendo partidarios. En la actualidad, existen métodos basados en el análisis de ADN para saber si alguien es quien dice ser y si desciende de sus padres. Obviamente, con el ADN de Naundorff se han hecho pruebas de este tipo… que han generado nuevas polémicas. El genetista Gérard Lucotte, en 2012, tomó muestras de un descendiente de Naundorff y las comparó con el haplotipo borbónico. El resultado lo sintetizó así: “Encontramos en Karl–Wilhelm Naundorff la mayoría de los marcadores del cromosoma Y de los Borbones, él es parte de la familia”… Otros estudios genéticos, sin embargo, han demostrado justo lo contrario.

Si nos remontamos a 1789, comprobaremos que, desde el encarcelamiento del matrimonio real en La Bastilla, ya habían corrido rumores de que simpatizantes monárquicos habían conseguido sacar al Delfín de la prisión y que vivía en un lugar secreto. Los rumores involucraban a Paul Barras (líder del Directorio entre 1795 y 1799) y a Josefina de Beauharnais (primera esposa de Napoleón). Si estos rumores son ciertos, el episodio debió tener lugar entre el arresto de la pareja real en 1792 y su asesinato en 1793. Las primeras noticias que se tienen de Naundorff no son anteriores a 1810.

Llevaba una vida alejada del mundanal ruido ganándose la vida como relojero. Detenido por la policía para confirmar su identidad, los funcionarios le preguntan su filiación y contesta que ha nacido en Weimar y tiene 43 años. La policía sospecha, porque el interrogado no parece tener más de 25. Declarará más adelante ante la policía que era hijo de Luis XVI y de María Antonieta. Declaró haber escapado del Temple en 1795 y buscar protección de las tropas napoleónicas. Finalmente, convenció al encargado de revisar pasaportes que le extendió un certificado para que pudiera seguir ejerciendo su oficio de relojero.

Pero su aventura no ha hecho más que comenzar, si bien tenía algunos precedentes. Después de la derrota de Waterloo y el final de “los cien días” de Napoleón, empieza a moverse asumiendo que es Luis XVII. Escribió a los emperadores de Austria y Rusia para afirmar sus derechos a la corona de Francia. Su institutriz, Madame de Sonnenfeld, hizo llegar una carta a Maria Teresa de Francia, Duquesa de Angulema, hija superviviente de Luis XVI (y, por tanto hermana de Naundorff), y más tarde, en 1818, al Duque de Berry, hijo de Carlos X, precisando que no reivindicaba el trono, sino simplemente su título de príncipe de Francia. Ese mismo año se casó con la hija de un comerciante de pipas de 16 años, que le dio nueve hijos. La pareja se trasladó a Brandenburg, pero la desgracia les persigue. El incendio de un teatro se extiende hasta su casa y pierde todas sus pertenencias. Un vecino le acusará de haber iniciado él mismo el fuego. En esta ciudad ya se presentaba como hijo del Rey de Francia y tuvo cierto eco mediático. El diario La Gaceta de Leipzig alude a él como “Luis Carlos, Duque de Normandía” y el artículo se reproduce en la prensa parisina en 1831. El rey de Prusia no está dispuesto a que surjan fricciones con la monarquía francesa, así que decide arrestarlo. Naundorff logrará huir a Suiza y llegar a París en 1833. Ya tenía partidarios y formó un remedo de Corte en la capital francesa.

Una de las primeras convencidas de la identidad entre Naundorff y el Delfín fue Agatha de Rambaud, que había sido doncella de la reina. Naundorff pareció reconocerla y reconocer un abrigo azul que había pertenecido al Delfín. Era la prueba que solía realizar la Señora de Rambaud para reconocer la realidad o falsedad de todos los que se le presentaban como hijos de Luis XIV.

– “¿Quizás recordará habérselo puesto en las Tullerías y en qué circunstancia?”. A lo que Naundorff contestó: – “No fue en las Tullerías, sino en Versalles, para una fiesta… y no me lo he puesto, creo, desde la fiesta, porque me molestaba”. La respuesta fue suficiente para disipar las dudas que pudiera albergar la Señora de Rambaud, inmediatamente escribió a la Duquesa de Angouléme y luego la visitó en Praga donde vivía exiliada. Ésta, ante esta y otras reiteraciones insistentes sobre la supervivencia de su hermano nunca dijo nada e, incluso, en algún momento, confesó que era el candidato que casi la había convencido.

Otras personas próximas a la familia real antes de la revolución reconocieron a Naundorff y se unieron a él: la Marquesa de Broglio–Solari (una de las asistentes de María Antonieta), Étienne de Joly (que había sido ministro de justicia del rey), Brémond (el secretario privado de Luis XVI) y algunos más. En algunos trabajos de investigación se da por cierto que Naundorff, cuando tenía 15 años, pudo haber sido sirviente de Élisabeth Vigée Le Brun, instalada en Viena a partir de 1793 y que había sido pintora y amiga de María Antonieta. Se cree que, conversando con ella, obtuvo muchos detalles sobre la familia real, el Delfín y su vida antes de la revolución, que dieron credibilidad a sus aspiraciones

En 1836, se sintió lo suficientemente respaldado por testimonios que habían conocido al Delfín como para reclamar su herencia. Por esas fechas los “legitimistas” que aceptaban que Naundorff era el “rey perdido”, constituían un sector importante de la opinión pública. El mes siguiente fue arrestado por la policía de Luis Felipe de Orleans, entonces Rey de Francia. La policía confiscó un total de 202 documentos y testimonios que probarían que las reivindicaciones de Naundorff eran ciertas. Resultó expulsado, refugiándose en Inglaterra. Allí se toleró su presencia para generar problemas a la monarquía de Luis Felipe de Orleans.

En 1837 y 1838, cuando fracasan sus dos peticiones de ser reconocido como heredero de la corona por la Cámara de Diputados, el movimiento naundorfista pierde fuerza, pero se fanatiza. En Londres, intenta que los católicos de las Islas Británicas lo reconozcan, pero no tiene éxito. Más éxito tendría, ya muerto, con dos papas, Leon XIII y Benedicto XV, que se dirigieron a sus descendientes utilizando el título de "Altezas Reales" y el mismo conde de Chambord, pretendiente legitimista a la Corona de Francia, en sus últimos años, reconoció también en privado –se dice– a Naundorff como al Delfín.

Ciertamente el relato de la huida del Temple y el de sus años de juventud parece bastante inverosímil, juega en contra de las aspiraciones de Naundorff, sin embargo, a su favor hay también hechos decisivos: se parecía extraordinariamente al Delfín, veinte servidores de la casa real que lo trataron en su niñez, volvieron a reconocerlo y fue capaz de reconstruir con excepcional precisión episodios y escenas de la vida en palacio y en cautiverio. También era capaz de describir el mobiliario de las habitaciones privadas de la familia real, recordar con precisión el nombre de compañeras de juegos de cuando apenas tenía siete años y el nombre del obrero que selló la habitación de Luis XVI. La hermana del Delfín presintió siempre que éste vivía, pero se negó a reconocer a Naundorff e incluso a recibirlo.

En Londres se dedicó al diseño de ingenios bélicos sufriendo crisis depresivas que le llevaron a fundar una seudo–religión. Escribió su "evangelio", la Doctrina Celeste y más tarde, dictado por el "espíritu" de Juana de Arco, publicó La revelación sobre los errores del Antiguo Testamento. El 31 de diciembre de 1839 predijo que ascendería al trono... El 9 de mayo de 1840 fundó el Alto Consejo de la Iglesia Católica y Evangélica. Un año después, alguien prendió fuego a su casa –previamente, había sido objeto de varias agresiones– y una explosión le desfiguró el rostro. En realidad, los delirios místicos de Naundorff se iniciaron en 1837, cuando empezó a comprobar que tenía obstáculos insuperables para ser reconocido como heredero de la Corona de Francia. Dijo proponerse reformar el catolicismo y durante su estancia en el Reino Unido realizó un llamamiento a los católicos de las Islas Británicas que fue suficiente para que el Papa Gregorio XVI, lo fulminara con la excomunión. Durante su estancia en el Reino Unido era ya un personaje aislado y lo esencial de sus partidarios se había ido disolviendo. Sin embargo, la “fuga religiosa” tendría como contrapartida el que buena parte de los ocultistas franceses del siglo XIX se considerasen “naundorfistas”.

En Londres, diseñó una bomba, la llamada “bomba Borbón” que consiguió vender al ejército holandés en 1841 y que se utilizó hasta la Primera Guerra Mundial. Cuatro años después, murió en Delft el 10 de agosto de 1845. Tanto sobre su tumba como en el certificado de defunción se dice: “Aquí yace Luis XVII, Rey de Francia y de Navarra, nacido en Versalles el 27 de marzo de 1785, fallecido el 10 de agosto de 1845.

¿Era el auténtico Delfín de Francia o se trataba del falsario más convincente que reivindicó ese título? ¿Podía haber triunfado su causa?

El historiador André Castelot aportó la prueba que parecía definitiva haciendo analizar un mechón de cabellos del niño muerto en la torre del Temple y comparándolo con otro que fue encontrado en un relicario con la inscripción "cabellos del Delfín", de cuya procedencia era imposible dudar. Pues bien, los cabellos del Delfín presentaban un defecto de conformación; el canal medular no se hallaba en posición central, sino que era excéntrico, anomalía que no presentaba el mechón del niño muerto en la torre del Temple. Eso contribuía a avalar la tesis del naundorfismo. Sin embargo, en 1951 se realizó una nueva peritación, cuando ya se sabía que este rasgo del cabello afecta a una de cada tres personas... lo que reducía la probabilidad de que Naundorff fuera el Delfín a un 33%. En 1998, se realizaron análisis genéticos en la Universidad de Lovaina que, comparados con el ADN mitocondrial de cabellos de descendientes maternos de la Reina María Carolina de Austria, hermana de María Antonieta, concluyeron que los resto de Naundorff no tenían nada que ver con el Delfín. Otros análisis genéticos han ido en la misma dirección. Los descendientes de Naundorff encargaron en 2004 un nuevo análisis genético del que nunca se han publicado los resultados. Un nuevo análisis independiente realizado en 2012 sentenció: “Encontramos en Karl–Wilhelm Naundorff la mayoría de los marcadores genéticos del cromosoma “Y” de Borbón, por tanto, forma parte de la familia”, trabajo que es contestado por otros genetistas. Así pues, ni siquiera en la época del análisis de ADN existe la completa seguridad sobre este asunto.

A pesar de que, en lo personal, opinamos que se trató de un falsario, acaso de un mitómano lo suficientemente hábil como para recoger pequeños detalles de aquí y de allí, fundamentalmente, de sirvientes de la Familia Real, anécdotas que, luego, él mismo, unía y adornaba con más detalles alegando el paso del tiempo y su corta edad cuando fue encerrado en la Torre del Temple de París. André Castelot, reputado historiador francés, solo consigue interpretar las pruebas aportadas por Naundorff y la exactitud de sus respuestas, como fenómenos de telepatía y transmisión de pensamiento... cuando la interpretación más simple y directa hubiera sido reconocer en Naundorff al Duque de Normandía y Delfín de Francia, interpretando sus excentricidades como productos de una vida más que desgraciada. Su cautiverio en el Temple fue inhumano para un niño de apenas diez años; el ver guillotinados a sus padres, el trauma de la fuga de Varennes, la huida de la fortaleza del Temple, las peripecias posteriores –fueran cuales fuesen– la incredulidad con que fue acogida su aspiración, todo ello, muy bien podría haberle acarreado trastornos psíquicos profundos, estados depresivos agudos y una cierta paranoia que le llevase a confundir realidad con ficción. Un cuadro psicológico de este estilo nos parece más razonable que atribuir a la "telepatía" las respuestas acertadas que daba a quienes conocieron al Delfín y le interrogaban sobre su pasado.

El problema eran las implicaciones de aceptar que Naundorff era el Delfín. Su causa, de ser cierta, no podía triunfar. Existían demasiados intereses y la Francia de 1789 ya no era la misma que la que tuvo luego como monarcas a Luis XVIII el Deseado (1815–1824), ni mucho menos la de Carlos X (1824–1830) que, para colmo, inauguró otra dinastía, los Orleans, ni su sucesor, Luis Felipe I (1830–1848) bajo cuyo reinado se desarrolló lo esencial del “affaire Naundorff”. Los Borbón–Orleans, no eran los Borbones descendientes de Luis XVI. Puede imaginarse los intereses que estaban en juego. Es posible que Naundorff hubiera reunido una colección de detalles y datos ciertos sobre la vida del Versalles pre–revolucionario, pero esto era muy poco comparado con el poder de los monarcas que ocuparon el trono tras la caída de Napoleón. Simplemente, no podía vencer al sumatorio de intereses y fidelidades de los que en ese momento ocupaban el poder.

Lo más extraño de toda esta historia es que una constelación de sectas esotéricas y movimientos místicos hicieron causa común con Naundorff: Gerard Encausse (a) "Papus", Gran Maestre de la Orden Martinista, los hermanos Adrien y Josephin Peladan, fundadores de la Orden Rosacruz Católica, Stanislas de Guaita, dirigentes del Salón Rosacruz, Louis Claude de Saint Martin, preceptor de Luis XVII impuesto por la Revolución y fundador de la Orden Martinista. Todos ellos vieron en él, al "Rey Perdido" de las viejas tradiciones esotéricas y unos discretamente, otros en público, se confesaban "naundorfistas". Incluso hasta los años 30 del siglo XX, era frecuente entre los ocultistas franceses más conocidos, encontrar a partidarios de Naundorff.