miércoles, 11 de mayo de 2022

Ernst Jünger - Elementos para una biografía política - F. Kister (2 de 3) - JÜNGER Y EL NACIONAL-SOCIALISMO


 ¿Nacional-socialista?

Tras la guerra, algunos han reprochado a Jünger una presunta simpatía por el nacional-socialismo o, al menos, el haber facilitado al NSDAP elementos ideológicos. Ciertos periodistas subrayaron también que había dedicado un ejemplar de Feuer und Blut a Hitler en 1926.

Según la tesis de Louis Dupeux, tres rasgos distinguen a los nacional-bolcheviques de los nacional-socialistas:

-          Una orientación protestante que implicaba un civismo riguroso;

-          El desdén por la ideología de masas y por el espíritu elitista.

-          La voluntad de romper con el espíritu burgués.

Sería preciso añadir el rechazo al racismo y más particularmente al antisemitismo.

Aunque Louis Dupeux no lo considera como un nacional-bolchevique completo, por nuestra parte encontramos todas estas características en Ernst Jünger. Sin pertenecer al movimiento, participaba de este ambiente mediante sus escritos, su trabajo de coeditor y también por la connivencia intelectual que le vinculaba a Ernest Nietkisch.

Jünger evidenciaba en sus artículos un nacionalismo socializante. Al principio de su compromiso, deseaba la unión de los partidos nacionalistas. En ese momento no excluía a los nacional-socialistas. Pero, a partir de 1926, rechazó el que Hitler pudiera convertirse en el guía de Alemania. En realidad, no distinguía a ningún hombre que pudiera dirigir Alemania, proponía que se instaurase un comité provisional, que comprendiera al menos un jefe de Estado Mayor, para vigilar la pureza y el rigor del movimiento.

Su actitud personal hacia el nacional-socialismo no era equívoca. En realidad, Hitler le parecía un dirigente “peligroso” y aborrecía especialmente “la brutalidad” de las bases de las SA. Jamás conoció a Hitler y entre la cúpula del NSDAP solamente tenía amistad con Goebbels. Una entrevista con Hitler prevista para 1927, fue anulada en el último minuto. Ese año, el NSDAP le propone un puesto en su lista electoral con posibilidades de salir elegido como diputado para el Reichstag, pero Ernst Jünger rechazó la oferta precisando que prefería “escribir un solo verso antes que representar a sesenta mil cretinos en el Parlamento”.

Poco después de su ascenso al poder, el nuevo régimen le propuso convertirse en miembro de la Academia Alemana de Poesía. Una vez más Jünger rechazó la oferta. La Gestapo registró su domicilio bajo el pretexto de buscar cartas de su amigo anarquista Mühsam. En 1934, habiendo sabido que el Völkischer Beobachter publicó sin su conocimiento, un extracto del Corazón venturoso, escribió al diario para protestar, porque no quería pasar como uno de sus colaboradores. Cuatro años más tarde, Goebbels le invitó, una vez más, a unirse al NSDAP, pero, al igual que Ulises, rechazó el canto de sirena que quería atraerle hacia los arrecifes. Habiendo rechazado toda colaboración, incluso literaria, con el nuevo régimen, Jünger podía esperar, sino represalias, si al menos hostilidad y, en el mejor de los casos, indiferencia.

LOS ACANTILADOS DE MÁRMOL [1939]

Una frase de Sobre los acantilados de mármol [Auf den Marmoklippen] muestra el desdén que sentía hacia el poder: “No vamos a considerar en absoluto a los brotes del bosque como adversarios”. En efecto, Jünger distinguía siempre sus adversarios [Gegner] para los que evidenciaba respeto, de sus enemigos [Feind] a los que despreciaba.

Durante una estancia en Suiza, soñó con un incendio que le inspiró su novela Sobre los acantilados de mármol. Redactó la novela entre febrero y julio de 1939 y, movilizado, corrigió las pruebas en septiembre, en un bunker de la línea Sigfried. Catorce mil ejemplares se vendieron en pocas semanas. Se ha considerado el libro como una crítica de la tiranía en general.

La historia de desarrolla en un país fabuloso, sede de una alta civilización. Este lugar mítico estaba dividido en dos partes, la Marina y la Campania, por los acantilados de mármol. En los confines de la Campania, se extendían los humedales y los bosques, sobre los que reinaba un ser misterioso y bárbaro, el Gran Guardabosques [Oberfoerster], cuyo aspecto y maneras algunos han querido ver a Hitler. Sin embargo, el Gran Guardabosques no se identifica enteramente con él, posee más bien algunos rasgos de Stalin. En realidad, la figura del Gran Guardabosques supera a los personajes históricos, simboliza al eterno tirano. Algunos comentaristas extranjeros de la novela subrayaron la similitud entre la figura jungueriana y el canciller, sin tener en cuenta las consecuencias que podía tener para el autor. Se critica igualmente su estetización de la violencia.

En la novela, encontramos a la mayor parte de miembros del entorno de Ernst Jünger. Así, los dos hermanos protagonistas, se parecen extrañamente a Ernst y a Friedrich Georg. Sin embargo, habían combatido juntos durante la guerra de Alta-Plana. En la época, todavía hacían apología de la potencia y se mostraban implacables ante los débiles. Ahora, se habían retirado del mundo y se consagraron enteramente al estudio de las plantas, constituyendo poco a poco un gran herbolario, a la manera de Linneo. Así mismo, el personaje de Perpetua, símbolo de la eternidad, corresponde a su compañera y el niño adoptado por la pareja, Erion, su hijo Ernstel.

Jünger describió el lento pero inexorable ascenso de la amenaza, hasta su apogeo, cuando las fuerzas maléficas destruyeron los acantilados de mármol. Varios episodios de su novela, nos parecen hoy premonitorios. Durante una patrulla, los dos hermanos descubren con horror el taller de descuartizamiento de Köppels-Beeck. Se encuentra también en el texto una expresión que se ha convertido en célebre: “El bandolerismo que la Campania ya conocía, se repitió entonces, y los habitantes se habían retirado resguardados por la oscuridad y la niebla [= Nacht und Nebel]. Nadie volvió”.

Jünger sobrevivió bajo el Tercer Rech, en parte gracias a su condición de héroe nacional, pero también gracias al éxito de sus escritos de guerra que el propio Hitler admiraba. Por el contrario, jamás leyó Sobre los acantilados de mármol. El Führer ordenó a sus servicios policiales no importunar al escritor. Tras la guerra, Jünger realizó un sibilina alusión a sus protectores, sin nombrarlos. Por nuestra parte, nos inclinamos a creer que Goebbels se encontraba entre ellos.

LA GUERRA DE KNIEBOLO

El capitán Jünger participó en la campaña de Francia en 1940. En su diario afirma que se trata de la guerra de Hitler y no de la suya. Por prudencia, mencionada a Hitler con el seudónimo de “Kniebolo”. En junio de 1941, su regimiento parte para Rusia. El general Speidel, que era uno de sus admiradores y un opositor al régimen, destinó a Jünger al control del correo militar, en París, a fin de que pudiera proseguir su obra literaria.

Sobre los acantilados de mármol, en su segunda versión, la segunda versión del Corazón Venturoso, así como Jardines y Rutas [su primer diario] fueron publicados en traducción francesa en 1942. Durante el mismo año inicia la redacción de La llamada, texto que se titulará más tarde La Paz. Frecuentaba los medios intelectuales parisinos y se entrevistó con la mayoría de grandes escritores de la época, conoció a Sacha Guitry, Jean Giraudoux, Marcel Jouhandeau y al menos conocido Jean Paulhan del que sabía que era un resistente activo. Fue así como participo en la gran “República de las Letras”. No pasaba un día sin que discutiera con un intelectual. Se encontró igualmente con Céline en el Instituto Alemán.

A finales de 1942, Heinrich Stüpnagel, uno de los futuros conjurados del 21 de julio de 1944, lo envío en misión al Cáucaso, a fin de que valorara la moral de las tropas y la actitud de la oficialidad. De retorno, redactó para Speidel un informe sobre las sórdidas luchas de influencias que se producían entre el ejército y el partido. En su Garten und Strasen, Jünger comentaba el Salmo 73. La censura le pidió que suprimiera este fragmento. Él lo rechazó. Fue suficiente para que las autoridades del Reich prohibieran su publicación.

El mariscal Rommel fue el primer lector de su texto La Paz. Rommel en ese momento ya se había comprometido a participar en el complot del 20 de julio. Se ha dicho que La Paz, se convirtió en una especie de manifiesto de los conjurados lo que es, todas luces, exagerado. Parece ser que Jünger tenía idea de que se preparaba un complot pero no participó en él en absoluto. Su combate era en solitario. Además, no aprobaba los atentados políticos. Tras el fracaso del pustch se vio obligado a destruir papeles comprometedores. Sin embargo, fue puesto en situación de destino y las autoridades le pidieron que dimitiera de las fuerzas armadas. Llegó a su domicilio de Kichhorst. El 1º de diciembre de 1944, el juez Fresler dirigió una carta a Martin Bormann sobre el procedimiento abierto contra Jünger por su novela Sobre los acantilados de mármol. La maniobra tendía probablemente a llevarlo ante el Volksgerecht [tribunal popular] por crimen de alta traición.

El 24 de noviembre, su hijo mayor, Ernstel, de entonces 18 años, resultó asesinado por los partisanos italianos no lejos de los “acantilados de mármol” de Carrara. Jünger se sintió culpable de su muerte. En 1950, Jünger llevó el cadáver de su hijo a la propiedad de Wilflingen, que había pertenecido a una rama de la familia Stauffenberg, donde permaneció siempre con flores.

EL “PACIFISTA”

Al acabar la guerra, Jünger rechazó someterse a los procesos de desnazificación, ya que nunca había pertenecido al NSDAP. Esto no evitó que a menudo se viera estigmatizado como autor maldito, denigrado, sobre todo por los intelectuales comunistas y los que querían adquirir “buena conciencia”. El silencio de sus amigos parisinos le hizo sufrir todavía más que las vociferaciones de sus enemigos. Bertold Brecht fue el único que pidió a sus camaradas comunistas que cesaran los ataques contra él. Algunos de sus detractores esperaban beneficiarse criticándolo, otros le reprochaban su ensayo El Trabajador en el que el Tercer Reich encontró argumentos para su propaganda. La bajeza de los primeros era evidente, la irracionalidad de los segundos consternadora. En efecto, se trataba de la misma técnica que consistía en acusar a Nietzsche de los excesos del Tercer Reich, al margen de cualquier consideración cronológica. En la senda del filósofo de Sils Maria, Jünger detestaba las ideologías de masas y proponía más bien una forma de aristocracia, en el sentido etimológico.

Los aliados mantuvieron la prohibición de que publicara hasta el año 1949, si bien La Paz, que había dedicado a la juventud de Europa y del mundo, apareció clandestinamente en Amsterdam en 1945. Cincuenta años más tarde, declaró: “En mi opinión, el futo más precioso de estas guerra fue mi ensayo titulado La Paz; allí afirmaba la necesidad de una Europa unificada”.

El texto no cae en los excesos universalistas tan frecuentes entre los pacifistas. Por el contrario, Jünger, remite a un estilo poético, con acentos guerreros para predicar la paz. En alemán, el sustantivo Friede es de género masculino.

Según el autor, el último conflicto no fue un enfrentamiento entre naciones, sino una guerra civil mundial [Welbürgerkrieg] que forjó tanto a los pueblos como a los corazones. Fue la primera obra en común de la humanidad; la paz debe ser la segunda. Para realizarla, es preciso resolver tres problemas fundamentales: el espacio, porque los Estados luchan por conquistar territorios; el derecho a la concordia no puede establecerse más que entre pueblos libres; y finalmente, la cuestión del Trabajador, única figura capaz de colocar la movilización total, operada por la guerra, al servicio de la paz.

Ahora, cuando las fronteras quedan rotas por el seísmo, llega el momento propicio para que los pueblos se unan en amplios bloques geopolíticos. Europa no puede ser dominada por sus dos avatares, los Estados Unidos y la Unión Soviética, los Imperios [Imperien] instaurarán en su seno una unidad en la diversidad. En el interior del Imperio, cada uno será libre de pertenecer al pueblo que desee. El nuevo Estado reconciliará las dos formas de la democracia, la liberal y la totalitaria. Bajo la égida del Estado totalitario, serán situados los aspectos que tengan que ver con la civilización: la técnica, la industria, la economía, la defensa. Mientras que en los dominios culturales serán regidos por el poder liberal: la lengua, la historia, las costumbres, las leyes, las artes y la religión. El Orden Nuevo se fundará sobre una teología post-nihilista y el Estado no concederá su confianza más que a los individuos que crean en una razón superior al hombre.

EL EQUILIBRO DE LAS FUERZAS: HELIÓPOLIS [1949]

Heliópolis traslada en parte la atmósfera que reinaba en el Cuartel General alemán en París y las luchas por el poder entre la Wehrmacht y el partido nacional-socialista, en un mundo donde el Estado universal se ha realizado. En la ciudad de Heliópolis, dos poderes se enfrentan, de una parte el procónsul, que tiene como héroes al oficial Lucius de Geer; de otra parte, el Alguacil, un tirano demagogo que asienta su poder sobre la fuerza, el temor y la técnica. El que realiza los trabajos sucios para el Alguacil, el inquietante Messer Grande, es por otra parte un apasionado del progreso en todas sus formas y particularmente por los trabajos del doctor Mertens, que dirige el Instituto de Toxicología, donde, según se rumorea, se envenena a los opositores. Lucius se enamora de Boudour Péri, la sobrina de un comerciante parsi, un pueblo perseguido. Pronto, ambos son víctimas del Alguacil. Lucius salvará a Boudour y a su tío Antonio con peligro de su vida, luego se exiliaran en los astros, el dominio de una tercera fuerza, el Regente, que corresponde tanto a la esfera religiosa como a una sabiduría superior que protege la libertad del individuo.

Si al final de los Acantilados de Mármol, el mal triunfa, en Heliópolis, sin embargo, se restaura un precario equilibrio de fuerzas. De nuevo, la resistencia es asumida por un grupo aristocrático de militares. En la final de la novela, el piloto de la nave espacial, Phares, declara a Lucius: “Conocemos vuestra posición, la del espíritu conservador que ha querido servirse de los medios revolucionario y ha fracasado”. Jünger constata el fracaso de su compromiso político y se vuelve hacia la esfera mágico-religiosa.

APORÍAS DEL REBELDE [1951]

En El Tratado del Rebelde o El emboscado [Der Waldgänger], Ernst Jünger dibuja una nueva figura. La palabra Waldgänger designa al proscrito islandés de la Alta Edad Media escandinava que se refugiaba en los bosques. Excluido de la comunidad, este réprobo podía ser abatido por cualquier hombre que lo encontrara. Por su parte, Jünger define al Rebelde de la siguiente manera: “Llamamos así a aquel que, aislado y expulsado de su patria por la marcha del universo, se en finalmente entregado a la nada. Tal podría ser el destino de un gran número de hombres e incluso de todos, es preciso pues que se añada un carácter. El rebelde se ha comprometido a la resistencia y tiene una intención de participar en la lucha, aunque sin esperanza. Por lo tanto, rebelde es aquel que se pone por su naturaleza al servicio de la libertad, relación que le conduce con el tiempo a una revuelta contra el automatismo y a un rechazo a admitir la consecuencia ética, el fatalismo. Al tomarlo así, seremos pronto sorprendidos por el lugar que tiene el recurso a los bosques, en el pensamiento y en la realidad de nuestros años".

Al principio de su ensayo, el autor denuncia el sistema de plebiscito practicado por las dictaduras, pero está muy claro que los reproches se dirigen a estas caricaturas de elecciones o de referéndums que se aplican en las democracias parlamentarias. El Rebelde rechaza la sociedad moderna que considera como totalitaria, sea cual sea su forma de gobierno. A la inversa del Trabajador, rechaza la necesidad y combate la técnica que conduce al mundo a su perdición.  Sin embargo, no renuncia a los instrumentos modernos de los que tiene necesidad para preservar su libertad. Su actitud paradójica recuerda la de los dos hermanos de los Acantilados de mármol. En efecto, ¿cómo combatir al Mal utilizando los mismos instrumentos y métodos que él?

Por el contrario, el Rebelde puede refugiarse en los bosques que todo hombre lleva en sí mismo: el arte y el pensamiento. Las aporías [paradojas o dificultades lógicas insuperables NdT] del Rebelde aparecen, cuando debe traducir en actos su revuelta interior… Sobre este punto, el Rebelde se parece al Lucius de Geer que conoce una apoteosis espiritual refugiándose en los dominios del Regente, pero que, a nivel político, es un vencido. Jünger tiene razón al subrayar que los regímenes totalitarios son frágiles, porque deben movilizar lo esencial de su energía en la represión de una minoría de resistentes, pero este acceso de optimismo no convence en absoluto al lector. Ni Lucius, ni el Rebelde, ni el mismo autor pueden permanecer indiferentes ante el dolor de otros, pero se privan de los medios necesarios para combatir a los verdugos.

Con Heliópolis y El Tratado del Rebelde, Ernst Jünger se separa de la filosofía contemplativa y del retiro interior que había propuesto en Los Acantilados de Mármol, para afirmar la necesidad de la resistencia.

EUMESWIL

Eumeswil es el límite del ciclo de metamorfosis de las figuras jungianas. Ahora enuncia los rasgos del Anarca, una figura refinada del Rebelde. El héroe y narrador de la novela, Venator, es un historiador que centra sus investigaciones en torno a una visión cíclica de la Historia, sigue la pista de las figuras perennes, los arquetipos de personajes o de acontecimientos, por medio de un ordenador gigantesco, el Luminar, que contiene todo el material histórico acumulado por la humanidad.

El autor adopta el estilo que presta al historiador, hecho de frases cortas e incisivas. Por la tarde, Venator oficia como barman del círculo privado de Condor, el dictador hábil y esteta que reina en Eumeswil, una de las ciudades-Estado nacidas de la desintegración del Estado universal. Su bar es un lugar privilegiado para observar los juegos del poder. A diferencia del anarquista convencional, el Anarca no desea suprimir la autoridad, se acomoda y aprende a vivir en su seno, preservando su liberta de espíritu.

El Rebelde huía de la sociedad, el Anarca se inserta en ella. “El anarquista viven en la dependencia, primeramente de su voluntad confusa y en segundo lugar del poder. Se une a los poderosos como una sombra; el soberano, en su presencia, siempre está en guardia (…) El anarquista es un partener del monarca que sueña con destruir. Golpeando a la persona, fortalece el orden de la sucesión. El sufijo “ismo” tiene una acepción restrictiva: acentúa quiere el querer a expensas de la sustancia [...] La contrapartida positiva del anarquista, es el Anarca. Este no es el partener del monarca, sino su antípoda, el hombre que el poderoso no lleva a captar, aunque él también sea peligroso. No es el adversario del monarca, sino su antítesis. El monarca quiere reinar sobre una multitud de personas y incluso sobre todos; el Anarca sobre sí mismo y sobre él solo. Lo que le procura una actitud objetiva, es decir escéptica hacia el poder, es que deja desfilar ante él a las figuras inteligibles, seguramente, pero no sin emoción íntima, no sin pasión histórica. Anarca, todo historiador de nacimiento lo es más o menos; si es grande, accede imparcialmente, de este fondo de su ser, a la dignidad de árbitro”.

En varias obras de Jünger, encontramos la oposición entre dos fuerzas contradictorias y el recurso a una tercera potencia que trasciende a las dos primeras. Los dos hermanos de Los Acantilados de Mármol se enfrentan al Gran Guardabosques, luego se refugian en sus antiguos adversarios de Alta-Plana. En Der Friede, el Estado totalitario y el Estado liberal engendran el Imperio. En Heliópolis, la lucha entre el Procónsul y el Alguacil, es superada por el recurso al Regente. Con Eumeswill, el conflicto parece neutralizado. Existe una oposición al Cóndor, encarnado por los liberales, vanos habladores refugiados en los sótanos de la ciudad. En cuanto al Anarca, no experimenta la necesidad de luchar contra la soberanía, ya que participa de ella a su manera.

LOS “ACECHADORES”

Jünger llamaba Verfolger [rastreador, perseguidor], a los profesionales de la prensa escandalosa. Estos individuos le persiguieron hasta el final de su vida. El autor no les concedió la más mínima importancia.

En 1983, las autoridades alemanas organizaron una recepción para entregarle el premio Goethe. Los Verdes empezaron a vituperar en la calle contra el escritor a quien asimilaban a una reliquia de un pasado vergonzoso. La cosa era todavía más sorprendente dado que, Jünger se había interesado desde principios de los años 60 en los problemas de la ecología e incluso porque numerosos antiguos nacional-revolucionarios, entre ellos Paul Weber, militaban en las filas de los Grünen.

El 6 de junio de 1994, el Der Spiegel publicaba una carta considerada como “prueba” de que el “Merlín” de los Diarios de guerra no era otro que Céline. En realidad, se trataba de un secreto a voces, aireado desde hacía mucho tiempo. En efecto, el nombre de Céline aparecía ya en todas las cartas en la traducción francesa del Diario de guerra. Su biógrafo, Banine, en efecto, había traducido el sobrenombre a instancias del autor. Furioso, Céline había intentado un proceso por difamación contra Jünger. Señalemos que Jünger suprimió los fragmentos que mencionaban a Céline en las ediciones ulteriores. No sabemos si quería borrar de su obra al personaje, evitar un nuevo proceso o volver su diario menos denso como le pedía el editor.

En la edición del 18 de noviembre de 1993, del Die Woche, el periodista Víctor Farias, muy conocido en Alemania por sus diatribas contra Heidegger, acusaba a Ernst Jünger de haber escrito un artículo antisemita, en los años treinta. El folletinista afirmaba que Jünger no se había nunca separado de sus simpatías nazis y había incluso deseado el genocidio de los judíos. En realidad, se trataba de un artículo que Ernst Jünger había publicado en los Suddeutschen Hefnen en 1930, en el marco de un dossier que trataba sobre el problema de la condición judía. La mayor parte de los demás redactores de la revista eran, por otra parte, judíos. De forma insidiosa, Farias no había precisado en qué revista ni en qué circunstancias el artículo de Jünger había sido publicado, lo que dejaba al lector suponer que se trataba de un periódico nazi o antisemita. En su contribución, Jünger se pronunciaba por la asimilación de los judíos alemanes y concluía que debían “ser judíos en Alemania o no ser”, fórmula que incluso interpretada con mucha mala fe, no significaba en absoluto que deseara el exterminio de los judíos…