martes, 10 de mayo de 2022

Ernst Jünger - Elementos para una biografía política - F. Kister (1 de 3) - LA JUVENTUD AVENTURERA

LA JUVENTUD AVENTURERA

El futuro escritor y político sujeto a polémicas, Ernst Jünger, nació el 29 de marzo de 1895 en Heidelberg. Era el primogénito de una familia de siete hermanos de los que dos murieron muy jóvenes. El título de Stammhalter [=hijo primogénito], le colocó en una posición particular en relación a su padre que, como veremos, hará virar en más de una ocasión, la orientación que tomaba su destino.

Varios rasgos marcan la juventud de Jünger. Primeramente, la técnica. Jünger nace en una familia que, en cierta manera, encarna el progreso y el triunfo de la ciencia. Su padre, Ernst Georg Jünger fue primeramente químico antes de instalarse como farmacéutico. Entre sus hermanos, encontramos a Hans Otto [1905-1976] que será físico y el más joven de la familia, Wolgang [1908-1975] quien se consagrará a la geografía. En cuanto a su hermano Freidrich Georg [1989-1977], con el cual compartió la mayor parte de las grandes experiencias de su vida, redactará más tarde un ensayo titulado La perfección de la técnica [Die Perfektion der Technik].

Además de la técnica, un segundo sello imprime su carácter y su espíritu, a saber, una acusada tendencia hacia los viajes, un nomadismo tanto espacial como intelectual. Desde la infancia, siguió las peregrinaciones de su familia a través de Alemania. Algo distraído y poco asiduo, cambiaba a menudo de escuela. Sus resultados académicos en el terreno de la literatura no bastaban para compensar su nulidad en matemáticas. Cuando cumplió quince años, encontró la evasión leyendo novelas de aventuras de Karl May, Dumas, Verne y Poe. Desde ese momento era normal que este inveterado soñador se uniera a los Wandervögel [pájaros migrantes], un movimiento de juventud, inspirado en el romanticismo alemán, que criticaba la industrialización, proponía un retorno a la tierra y mantenía una actitud a la vez nacional, popular y pacifista. Con sus compañeros, entre los cuales se encontraba su hermano tres años menor, Friedrich Georg, recorrieron con la mochila a la espalda, las llanuras y los bosques alemanes. En aquellos años publicó sus primeros artículos y poemas en diferentes revistas de Hannover. Hay que pensar que estas excursiones, en un momento dado ya no le bastaron para saciar su inagotable necesidad de conocer nuevos horizontes.

En el otoño de 1913, Ernst Jünger huyó de su domicilio familiar para enrolarse en la Legión Extranjera en Verdún, falseando su fecha de nacimiento. Firmó un contrato por cinco años y llegó a Marsella antes de embarcarse para Argelia y llegar al cuartel de instrucción de reclutas de Siddi-bel-Abbes. Su padre no aceptó que su hijo mayor hubiera desaparecido en Oriente. Obtuvo su repatriación por vía diplomática, argumentando que era menor. El pater familias no le reprochó nada. Logró convencer a Jünger de que terminara sus estudios prometiéndole que le autorizaría a participar en una expedición al Kilimanjaro cuando obtuviera el titulo. Veinte años más tarde, el autor nos contará sus desventuras en Juegos africanos [1936]. Al final de sus estudios descubrió a Nietzsche en cuya filosofía sostendrá toda su obra escrita.

Marte marcó con su signo la juventud de Jünger. Desde el 1º de agosto de 1914, se alistó como voluntario en el ejército. Sin embargo, acabó sus estudios secundarios mediante un procedimiento acelerado, antes de seguir su formación militar y ser incorporado al 73º Regimiento de Fusileros, unidad con la cual combatió durante toda la guerra. Recibió su bautismo de fuego en Champagne, el 27 de diciembre de 1914. Su primer relato de guerra, Tempestades de Acero, se abre precisamente con este episodio. Herido una primera vez, aprovechó su convalecencia para inscribirse en cursos universitarios, entre otras convalecencias asistió a conferencias de zoología. Su padre le convención para seguir una formación de oficial.

De regreso al frente, su valor suscitó pronto la admiración de sus camaradas. Siempre en vanguardia en los combates, coleccionó un número impresionante de heridas de las que realiza un extraño inventario al término de Tempestades de Acero: catorce impactos y veinte cicatrices [varios proyectiles le habían atravesado]. Durante la batalla de Langemarck, salvará a su hermano Freidrich Goeorg que era oficial en el mismo regimiento [el 29 de julio de 1917]. Herido por séptima vez, recibió la medalla Pour le Mérite, condecoración que había sido creada por un gigante de la Historia, Federico III de Prusia y que Hitler, más tare, suprimió. En condiciones normales esta condecoración no se concedía a simples subtenientes, sino más bien a oficiales de rango superior. Erwin Rommel mereció igualmente este insigne honor en aquel conflicto. Ernst Jünger salía pues de las forjas de la Primera Guerra industrial, aureolado de gloria y con el grado de capitán.

Tras la guerra, permaneció en la Reichwehr con el grado inferior, de jefe de sección, merma que sufrió la mayor parte de oficiales, pues el antiguo ejército guillermino había formado un número excesivo de oficiales que no podían ser absorbidos por el ejército de cien mil hombres de la República de Weimar. Sus primeros escritos tras la guerra fueron un manual de instrucción de infantería y tres artículos de táctica para la Militärwchenblatt, el semanario de la Reichwehr. En estos últimos, insistió en la necesidad de extraer lecciones del pasado y, en concreto, de la Primera Guerra Mundial, que había visto el advenimiento de la técnica. Este hecho explica quizás en parte la evolución del militar hacia el pensador: Jünger experimentaba la necesidad de reorganizar su experiencia mediante la escritura.

En 1920, se había instalado en Hannover, cuando Kapp y Lüttwitz intentaron un golpe de Estado de extrema-derecha. En tanto que oficial, estuvo encargado de las operaciones de policía –impedir los saqueos, evitar los enfrentamientos o los linchamientos– pero no participó personalmente en el aplastamiento de la insurrección. En estas circunstancias, Jünger mostró su respeto a la legalidad y su escepticismo ante acciones extremistas.

EL SOLDADO ESCRITOR

Aquel mismo año publicó su primer libro. Como muchos ex combatientes, Ernst Jünger había escrito puntualmente sus diarios de guerra. Durante los años veinte se publicaron numerosos relatos bélicos en los que antiguos combatientes narraban sus experiencias personales; la mayoría apenas sobresalían en aquella grisácea literatura de trincheras, de la misma manera que hemos olvidado a la mayor parte de los memorialistas de la época napoleónica. Una vez más, fue el padre de Ernst quien le persuadió de publicar, por cuenta del autor, sus recuerdo de guerra. Jünger había encontrado un título de connotaciones modernas, Tempestades de Acero [Stahlgewitter], en los relatos épicos de los Edda; la expresión que, en su origen, evocaba en su origen de objetos metálicos, se aplicó al choque de las potencias industriales.

Se conoce la célebre novela de Remarque, Sin novedad en el frente, cuyo autor apenas había combatido en las trincheras durante un cortísimo período y en su obra pretendió denunciar los destrozos de la guerra. Por el contrario, Tempestades de acero, que cuenta un suceso inmediato, se distinguía por el tono distante, impasible y descriptivo que adoptaba su autor. Al igual que un entomólogo que estudia una batalla entre termitas y hormigas, Jünger observaba de forma precisa y fría, el horror sin que éste le alcanzase. Por el contrario, este espectáculo le inspiraba reflexiones poéticas. En el curso de su relato, no hace nunca referencia a las causas y a los fines del conflicto y aborda, como una cosa en sí, un acontecimiento que engendra su propio significado. En su espíritu, se trataba de un enfrentamiento entre el individuo y el Ser de la guerra, cuyos supervivientes salían transformados, porque habían superado la prueba.

No existían más que dos formas de vivir: como víctima dominada por el espíritu de la esclavitud, o como hombre libre que acepta su destino, que declara el Amor Fati [el amor al destino, NdT]. Como había escrito Nietzsche: “Todo lo que no me derrumba, me fortalece”. En su espíritu, la guerra no era solamente una entidad destructora, engendraba en su gran obra una nueva humanidad, una generación de hombres jóvenes y combativos que no experimentaban más que desprecio por los valores burgueses. Estos hombres nuevos oponían el sentido de la acción por la acción al cálculo, las incomodidades a la quietud del hogar, el gusto por el peligro al sentimiento de seguridad, el desdén hacia las necesidades materiales al espíritu de lucro, la camaradería a los grupos de intereses.

El año siguiente, intensó sin éxito la poesía expresionista y publicó su primer ensayo, La guerra como experiencia interior [Der Kampf als inneres Erlebnis] así como una segunda versión de Tempestades de Acero.

En 1923 abandona el ejército, a fin de proseguir sus estudios en la Universidad de Leipzig, a la vez en el terreno de la filosofía y de la entomología, ciencia que le exigió paciencia y capacidad de observación a las que se había acostumbrado desde su infancia y que practicó hasta su muerte. Paralelamente, prosiguió la redacción de obras, que oscilaban entre el relato y el ensayo, sobre la Gran Guerra y sus consecuencias como El Teniente Sturm y El Bosquecillo 125. Con la aparición de Fuego y sangre [Feuer un Blut] en 1925, se convirtió en un escritor reconocido. Ese mismo año, conoció a Gretha von Jensen con la que se casaría poco después.

A los treinta años, Ernst Jünger tenía tras él una vida excepcionalmente rica. Al salir de la guerra, era un oficial reputado; luego, había adquirido notoriedad literaria –de la que extraía beneficios suficientes como para satisfacer sus necesidades–; a pesar de la insistencia de Félix Krüger, uno de los principales jefes del neovitalismo, había rechazado iniciar una carrera como profesor universitario; y, finalmente, se había casado. Lo que muchos hombres no logran realizar durante toda su existencia, Jünger lo había conseguido en sus primeras tres décadas de existencia.

EL ESCRITOR SOLDADO

Hasta ese momento, Jünger no se había comprometido en la actividad política. En 1923, frecuentó durante un tiempo el Cuerpo Franco Rossbach, dirigido por un anticomunista encarnizado que había intentado atraerlo hacia su órbita a fin de que representara a su organización. Pero Ernst Jünger no apreciaba de ninguna manera a estos personajes a los que consideraba como poco recomendables, ni se interesó por quienes gravitaban en torno a los Cuerpos Francos; en consecuencia, abandonó la organización. Sin embargo, tenía conciencia de vivir un período crucial de la historia, tal como atestiguan sus escritos.

En aquella misma época, escribió un artículo titulado Revolution und Idee para el Völkischer Beobachter, diario del Partido Alemán Nacional Socialista de los Trabajadores (NSDAP), en el que proponía un nacionalismo-revolucionario y la necesidad de una dictadura. En aquel momento el NSDAP era un grupúsculo nacionalista entre otros muchos. Lo abandonó pronto para dirigirse hacia la principal liga de ex combatientes, el Stahlhelm [casco de acero].

El hecho no tiene nada de sorprendente en un período en el que todos los movimientos políticos se entrecruzaban, en busca de una nueva estabilidad. La República de Weimar era, según la expresión de Palmier, un “lamentable embrollo ideológico”. Naturalmente, la extrema-derecha racista y el comunismo eran irreconciliables, pero entre estos dos polos, le resultaba difícil encontrar puntos de referencia. Las nociones de izquierda y derecha carecen de sentido cuando se trata de clasificar a la multitud de movimientos que actuaban durante la República. En el círculo literario que animaba el editor Rowohlt se encontraban también Bertold Brecht y Joseph Goebbels. Los partidarios de todas las corrientes políticas se cortejaban, discutían y en ocasiones adoptaban las ideas de sus “adversarios”.

En septiembre de 1925 dio el primer paso. Un antiguo jefe del Cuerpo Franco crea la revista Die Standarte [El Estandarte], un suplemento del semanario Der Stahlhelm [El casco de acero], órgano de la liga de ex combatientes del mismo nombre, que llegó a contar con un millón de afiliados. La liga fue prohibida en 1922-1923, para luego adoptar una actitud legalista que  aceptaban difícilmente los jóvenes más radicalizados. Para apaciguarlos, la dirección creó un suplemento a su revista, en el cual pudieran expresarse cómodamente. Jünger se asoció a la dirección con Franz Schauwecker, otro escritor salido del frente. Ernest Jünger publicó entonces la primera versión de Feuer und Blut en las ediciones del Stalhelm.

La revista se desmarcó muy pronto del nacionalismo militarista clásico, rechazando cualquier recurso a las elecciones, criticando la tesis de “la puñalada por la espalda” y subrayando que algunos militantes de izquierda habían combatido bien durante la Primera Guerra Mundial. Todas estas posiciones no fueron del gusto de la dirección del Stalhehlm, que se desembarazó del molesto equipo poco después, en marzo de 1926, cuando la revista dejó de aparecer. Jünger, Schauwecjer, Franke y Klainau fundaron otro periódico titulado Standarte [sin el artículo] que fue también impreso por la Frundsberg Verlag, la editorial de Stalhehlm, dirigida por Seldte.

En las columnas de la nueva revista, Jünger llamó a los ex combatientes a unirse para fundar una “república nacionalista de los trabajadores”. Desde el mes de agosto, el gobierno prohibió la publicación del periódico durante tres meses porque había publicado un artículo favorable a los asesinatos de Erzeberger y Rathenau. Seldte aprovechó la ocasión para despedir a Franke y, en el curso de estos problemas, Jünger presentó su dimisión. En noviembre de 1926, Jünger y Franke se asociaron con Wilhelm Wiss para publicar la revista Arminius.

A partir de 1925, sus novelas de guerra tomaron un giro cada vez más político. El bosquecillo 125 y Fuego y Sangre fueron redactados para resaltar la experiencia de la guerra al servicio del nacionalismo revolucionario y de la técnica, camino que culminará en El Trabajador. Siguió trabajando en la tercera versión de Tempestades de Acero en el mismo sentido. En las ediciones ulteriores, retirará aquellos fragmentos muy marcados por el pathos nacionalista.

El junio de 1927, Ernst Jünger se trasladó a Berlín, donde se encontró con numerosos intelectuales, entre otros en el círculo que animaba el editor Rowohlt, tales como el escritor y antiguo miembro de los Cuerpos Francos Ernst von Salomon, el futuro ministro de propaganda del Reich, Joseph Goebbels, el teórico del derecho y de la política Carl Schmitt, el autor teatral comunista Bertold Brecht, y el historiador Eduard Meyer. El hecho de que personajes tan diversos frecuentasen el mismo círculo, muestra hasta qué punto las corrientes intelectuales se entremezclaron durante la República de Weimar.

En compañía de su hermano Friedrich Georg, también frecuentó de manera asidua el movimiento nacional-bolbechique agrupado en torno a Ernst Niekisch y a su revista Widerstand [Resistencia], con la que Ernst Jünger colaboró regularmente hasta septiembre de 1933. Sobre todo se vinculó mediante fuertes lazos de amistad con Niekisch y con el ilustrador A. Paul Weber.

Por otra parte, se encontró también con el joven Wener Lass [nacido en 1902] que había fundado con el antiguo jefe de los Cuerpos Francos, Rossbach, la Schulljugend, un movimiento de juventud que intentaba a la vez renovar el espíritu romántico y aventurero de los Wandervogel, dotándose de una organización comunitaria, jerarquizada a la manera militar. En 1927, Lass rompió con Rossbach y creó su propio movimiento de juventud, la Freischar Schill, del que Jünger se convirtió pronto en el padrino. Además, Jünger y Lass se asociaron con otro antiguo miembro de los Cuerpos Francos, el capitán Ehrhardt, para coeditar la revista Der Vormarsch [La marcha adelante] que aparecería entre octubre de 1927 y marzo de 1928.

En abril de 1928, su amigo Friedrich Hielscher, escritor nietzscheano anticristiano, le sucedió a la cabeza de la revista. Este personaje, que Jünger describió como una curiosa mezcla de racionalismo y de ingenuidad, había combatido en los Cuerpos Francos y era miembro de la Freischar Schill. Neopagano, partidario de una Europa de las patrias, trabaja durante la Segunda Guerra Mundial para la Ahnenerbe. Acusado de “filosemitismo”, la policía lo arrestó en septiembre de 1944. En efecto, había organizado una red de resistencia subterránea a partir de 1933. Debió la vida a la intervención de su amigo Wolfram Sievers, director de la Ahnenerbe. Reconociendo su fidelidad y amistad, Friedrich Hielscher prestó testimonio a favor de Sievers, durante el proceso de Nuremberg, aunque no pudo evitar su ejecución.

A continuación, Jünger y Wernes Lass asumieron la dirección de la revista Die Kommenden [Los que vienen], un semanario creado en 1923, que ejercía una influencia creciente sobre el movimiento de la juventud bündish atraída por el nacional-bolchevismo. Los dos camaradas abandonaron la dirección de Die Kommenden en julio de 1931. Por su parte, Lass creó un órgano para su movimiento de juventud, la Freischar Schill, titulado Der Umrsturz, que se reclamó abiertamente nacional-bolchevique, hasta su prohibición en febrero de 1933.

Durante todo este período, Friedrich Georg Jünger escribirá prácticamente en las mismas revistas que su hermano y redactó artículos para Widerstand, hasta la censura de la revista por el ministerio del interior del Reich, en diciembre de 1934. Ernst Jünger recogió y protegió a la madre y al hijo de Niekisch tras su arresto en marzo de 1937.

EL ADIOS A LAS ARMAS

A diferencia de Lass, Ernst Jünger abandonó la política activa después de 1929. En cinco años, había escrito quinientos cincuenta artículos polémicos y le pareció que sus llamamientos apenas habían tenido eco. Había conservado su independencia de espíritu y declaró más tarde que “las revistas, son como los autobuses: se les utiliza cuando se tiene necesidad de ellos, luego uno desciende”. Había llegado a considerar que todos los movimientos nacionalistas, ya fueran conservadores, nacional-revolucionarios, o nacional-socialistas, eran “burgueses” y “liberales”, ya que están vueltos hacia el pasado. A partir de entonces, se consagró principalmente a la redacción de nuevos libros. Sin embargo, continuó enviando artículos a la revista Widerstand hasta septiembre de 1933. Del combate político en comunidad, pasó a la búsqueda interior solitaria. Tal como lo confió en su Corazón venturoso: “Hoy, no se puede trabajar junto a otros por Alemania, es preciso hacerlo en soledad”, esperando que otros personajes aislados actuaran en el mismo sentido.

A partir de entonces, Ernest Jünger adoptó una nueva actitud ante la literatura, abandonando la línea de los relatos de guerra, convencido de haberla agotado. En el curso del año 1927, redactó El Corazón venturoso [Der Abenteuerliche Herz], una compilación de distintos textos, entre los cuales el lector encuentra tanto recuerdos de infancia como relatos oníricos o breves historias cuya atmósfera, a la vez mítica y poética, prefigura la fábula de los Acantilados de Mármol. Estos escritos heteróclitos llevaban nombres de ciudades [Leipzig…]. El libro marcó una ruptura en la obra de Jünger, incluso si se encuentran en él todavía algunas huellas de su pasado guerrero y de su compromiso político. Evidentemente, sus lectores habituales, que esperaban un nuevo relato de época o una profundización de sus reflexiones sobre la guerra, rechazó su primera producción literaria en el momento de su aparición [1929], pero el fracaso no afectó en absoluto al autor.

En 1938, la segunda versión el Corazón Venturoso no tuvo más éxito que la primera. Jünger había reescrito completamente su libro, aunque puede afirmarse que se trata de un texto que evidencia la misma inspiración. Esta vez, cada fragmento llevaba un título como Nota sobre el color rojo o Robar en sueños.

LA MOVILIZACIÓN TOTAL [1931]

Con La movilización total [Die totale Mobilmachung], Jünger recuperaba una serie de temas que había abordado en sus últimos artículos. El ensayo trataba sobre las mutaciones de Europa tras la Primera Guerra Mundial. La idea de un lazo entre la técnica y algunas formas contemporáneas de nihilismo, que tratará más en profundidad en El Trabajador, aparece ya en este texto.

Jünger discierne las consecuencias del progreso técnico que había engendrado la guerra de materiales y permitido el nacimiento de los primeros Estados totalitarios. De la convergencia de estos dos nuevos fenómenos, consideraba que estallaría una “guerra civil mundial”.

Los Estados habían pasado de la guerra entre gobiernos a la guerra popular. La primera, típica de las monarquías, no moviliza más que a una parte de los hombres y de los medios, en vista de objetivos limitados; dicho de otra manera, era una forma de guerra limitada y razonada. Por el contrario, las guerras de masas son luchas a muerte, de una violencia sin freno, cuyo fin es la eliminación total del enemigo. Para movilizar a los pueblos, los gobiernos recurren a los afectos, a los bajos instintos, a la moral. Abstracción y crueldad crecen correlativamente.

En aquella época, Jünger admiraba la planificación soviética, modelo de movilización total de las energías de un pueblo hacia un fin determinado. Veía en el bolchevismo, un “comunismo” ascético, a diferencia del “marxismo”, que consideraba dotado de un sentido hedonista, al estar más interesado por el bienestar material que en el poder.

EL TRABAJADOR [1932]

Jünger constata que la técnica invade el mundo y es, por tanto, inútil rechazarla. Por el contrario, es preciso facilitar su desarrollo para que, del caos que engendra, surja un mundo nuevo. En los tiempos contemporáneos, nada existe fuera del trabajo, todo existe por la técnica. Jünger consideraba el maquinismo como un fenómeno de la Vida, a la inversa de la mayor parte de los neoconservadores que ven en la técnica una fuerza letal.

La figura del Trabajador surge en un contexto nihilista. El Trabajador ignora la moral, pero posee una ética fundada sobre el sacrificio de sí mismo. En efecto, la técnica no aporta el confort material, sino el poder. Su satisfacción reside en el trabajo. No pretende la libertad sino el trabajo. Su felicidad se realiza en el sacrificio, en la guerra o en el trabajo, y el trabajo se convierte, en sí mismo, en una guerra contra la materia.

El Trabajador ha renunciado a la felicidad. Se trata de un Titán que explota el planeta y somete la materia a su voluntad. Dueño de la técnica, mantiene sin embargo un lazo con las fuerzas elementales que le confieren su poder. En él, queda abolida la tradicional oposición naturaleza/cultura.

El Trabajador diseña el nuevo rostro del mundo. En su crisol alquímico, formas desconocidas hasta ahora, están en gestación. En el resplandor de la fragua, vemos una civilización futura. El Trabajador reinventa los contornos del universo. Las llamas de la chimenea se reflejan en el fondo de sus ojos, como si un fuego interior lo devorase. Bajo el peso de su martillo, el metal ablandado por el calor, se inclina a su voluntad. Su herramienta se abate con un movimiento sincopado e ininterrumpido, sobre las barras de hierro. Un titánico estruendo abole el canto de los pájaros, el susurro del bosque, e incluso el ruido de la ciudad. De las profundidades de su fábrica surgen los gritos del acero torturado, el aliento ardiente engendrado por el consumo de carbón, el sudor de los constructores del universo. En verano, cerca de sus forjas, el aire es tan caliente que se retuerce, como si pasaran los fantasmas que, como él, distorsionan la realidad. No le importa que le consideren sacrílego: él quiere sustituir a los dioses. En ocasiones, se detiene y puede oírse su risa incontenible, inmensa, profunda y sincera. Por la noche sale de su madriguera para gritar su desdén por los dioses. Los cielos estrellados lo juzgan con un aire impasible, sin ninguna condescendencia. Luego reanuda su trabajo incansable.

La visión de Jünger desemboca en un imperio universal tecnocrático, sin clases pero inigualitario. En esta sociedad, sólo se garantiza el derecho al trabajo, el resto debe conquistarse. El Trabajador no tiene ninguna relación con el proletariado marxista; su revolución no apunta contra la propiedad privada, sino más bien contra la cultura burguesa basada en la razón, la moral y el individualismo. Además, el pensamiento de Jünger niega la noción de “progreso”, motor del liberalismo tanto como del marxismo. Cuando la técnica irrumpe en el mundo, no sufre ningún proceso evolutivo, alcanza casi inmediatamente su nivel de perfección.

Poco después de la aparición de El Trabajador, Thilo von Trotha lo atacó violentamente en las columnas del Völkischer Beobachter, el órgano del NSDAP. En su artículo denunció el intelectualismo abstracto de Jünger, que se alejaba de los hechos esenciales, a saber, la sangre y el suelo. Llegaba a escribir que Ernest Jünger se aproximaba a “la zona del tiro en la nuca”.