viernes, 22 de noviembre de 2019

La crisis de la enseñanza en España (3) – ANALFABETOS FUNCIONALES Y NI-NIS


En 1940, la población española era de 25.877.971 habitantes de los que la tercera parte, poco más o menos (8.792.651) eran analfabetos. Es cierto que las tasas de alfabetización habían ido aumentando en los años 20 (durante la dictadura de Primo de Rivera) y 30 (en tiempos de la República), pero se permanecía lejos de los estándares de Europa Occidental. No era algo nuevo. En 1850 mientras Dinamarca, Alemania, Prusia, Holanda, Escocia, Suecia y Suiza, tenían menos del 30% de analfabetos, Francia, Inglaterra, Bélgica y Austria entre un 30 y un 50%, en España se llegaba al 75%. Hoy, en cambio, España, la tasa de alfabetización es de un 98% (en 2016), similar a la de Albania y muy parecida a la de Polonia (el otro país de “tamaño medio” de la UE) y de Italia (país que en 1850 tenía algo más analfabetismo que España). El vecino del sur, Marruecos, tiene, en estos momentos, una alfabetización del 74%, prácticamente la misma que tenía España al terminar el siglo XIX.


Durante el franquismo se realizó una continua campaña por la alfabetización que fue descendiendo a velocidad creciente y que no disminuyeron con la transición y la llegada de la democracia. En 2009, el 2,2% de la población mayor de 16 años seguía sin saber leer ni escribir, lo que equivalía a 872.400 personas concentradas en tres núcleos: Cataluña con 119.350 analfabetos sobre una población de 7.364.000 habitantes; Andalucía con 288.685 analfabetos sobre 8.202.000 habitantes y Madrid con 42.798 sobre 6.271.000 habitantes. En todos estos casos se trataba de personas de cierta edad o bien de jóvenes que, por unos u otros motivos, estaban en situación de “vulnerabilidad” (en realidad, de marginalidad social). Lo sorprendente del caso catalán se debe a dos factores: los trasvases de población que se realizaron en los años del franquismo desde Andalucía y Extremadura (que registraban las más altas tasas de analfabetismo) atraídos por la industrialización catalana y, posteriormente, al hecho de que las campañas de alfabetización de la Generalitat se hicieran en lengua catalana y no en la que este grupo de población utilizaba habitualmente.


En 1991, llamaba la atención que la tasa de alfabetización entre varones adultos era muy superior a la de mujeres adultas (95,90, frente a 84,94). Esto se debía, no a discriminación sexista, sino a algo tan elemental como que durante el franquismo y hasta los años 90, el servicio militar operaba como “escuela de la nación”, para aquellos que llegaban a vestir el uniforme sin saber leer ni escribir. Hasta 1977 se habían logrado grandes avances en la alfabetización de la mujer a través del equivalente femenino, el “servicio social”, gestionado por la Sección Femenina del Movimiento, pero al ser disuelto este organismo, se perdió esta posibilidad. En cuanto a los jóvenes, ese año, la alfabetización alcanzaba el 98,64%. Es decir, que, durante el siglo XX, prácticamente, de manera ininterrumpida, se había conseguido remontar el analfabetismo en España.

Ahora bien, esta victoria empezó a ser relativa en el siglo XXI, cuando se comprobó que una cosa era que la población supiera leer y escribir y otra que fuera capaz de utilizar estos conocimientos, de entender lo que leía y de tener imaginación suficiente para utilizar las palabras adecuadas. Empezó a barajarse un concepto nuevo y a hablarse de “analfabetos funcionales” es decir, individuos incapaces de utilizar su capacidad de lectura, escritura y cálculo, de forma eficiente en situaciones cotidianas de sus vidas. Saben leer, escribir y realizar cálculos básicos, pero no saben aplicarlos, a diferencia del analfabeto que carece por completo de estos conocimientos.

Este concepto tenía su origen en los EEUU cuando los sociólogos y educadores comprobaron que en las prisiones el 60% de los detenidos estaban en esa situación que llegaba al 85% en el caso de delincuentes jóvenes. Luego se comprobó que en EEUU, 43 millones de habitantes tienen dificultades pare leer y escribir sobre una población de 300.000.000 millones de ciudadanos. Es España este grupo asciende a 700.000 personas en 2017. Y en ambos casos, la tendencia va en aumento.

Así pues, la escuela no cumple completamente su función, manteniendo en las aulas durante unos años a unos niños. Pasar por la escuela implica, cada vez menos, disponer de los conocimientos adecuados para desenvolverse en la vida. La aparición de la categoría sociológica de los “analfabetos funcionales” da la razón a los que opinan que la escuela se ha convertido en algo parecido a un centro de estocaje y almacenamiento de alumnos mientras sus padres se encuentran fuera de casa, pero que cada vez se distancia más de su función de transmitir conocimientos y de educar.

La alarma sobre los analfabetos funcionales y su crecimiento apareció en la década de los 90, pero apenas veinte años después, otro fenómeno volvería a hacer que sonaran las alarmas. Ocurrió durante la crisis económica iniciada en el verano de 2007, que empezó a notarse un año después en España y que alcanzó sus más altas cotas entre 2009 y 2012. Si hasta antes de la crisis, miles de jóvenes habían abandonado sus estudios para ejercer oficios habitualmente vinculados a la construcción, al hundirse el sector, muchos trataron de encontrar empleo, al no conseguirlo, un sector importante de ellos, no se sintió animado a reemprender sus estudios. Habían aparecidos los “Ni-nis”, aquellos jóvenes que ni trabajaban ni estudiaban.

Esta bolsa engrosó con otros jóvenes que habían llegado a él simplemente mediante el fracaso escolar: ni estudiaban, ni querían asistir a clase, ni tampoco buscar un empleo. No es que los miembros de este sector fueran analfabetos funcionales, era un grupo al que se llegaba por muchos motivos: desde falta de inteligencia suficiente para cursar estudios, hasta trastornos de hiperactividad o dislexia que dificultaban el aprendizaje, problemas de toxicomanía o de adicción a algo tan, aparentemente inocuo como videojuegos, pornografía o porros.


En el año 2012, el paro alcanzó al 52,7% de la población de entre 18 y 29 años. En 2014, este grupo alcanzaba a 1.674.200 individuos, disminuyendo desde entonces, en casi 75.000 jóvenes/año, hasta situarse en el tercer trimestre de 2019 en 1.234.500 jóvenes, un 26,3%. Lo realmente aterrador es que, después de años de disminución registrados entre 2014 y 2019, en 2019, la tendencia al paro juvenil repuntó.



Cuando se dan paro juvenil, fracaso escolar y patologías sociales (adicciones de todo tipo) se genera la tormenta perfecta para la intensificación del fenómeno de los Ni-nis. En 2018, la tasa de Ni-nis en la sociedad española era 12 puntos por encima de la media de la Unión Europea. Solo en la ciudad de Barcelona existían 17.000 jóvenes con esa condición en el mes de julio de 2019. La iniciativa del ayuntamiento de Ada Colau de habilitar una “Escola Segona Oportunitat” en el barrio de Navas adaptada para ese grupo de población, parece un chiste demagógico, habida cuenta de que solamente tiene una capacidad para 30 alumnos…


Los rasgos del Ni-no son muy característicos y fáciles de identificar: fracaso escolar, inmadurez emocional, desempleo y objetivos vitales que empiezan y terminan en el hedonismo. El joven percibe que tiene cuerpo de adulto, pero su mentalidad sigue anclada en ideales y objetivo de la infancia. No se ha producido una evolución paralela de cuerpo y mente (es decir, que ha fallado el sistema educativo que debería de haber garantizado lo segundo, en tanto que sistema subsidiario de la familia). La actitud de los ni-nis es la de eternos adolescentes y cristaliza en un rechazo simultáneo a trabajar y a estudiar, al margen de sus capacidades reales para hacerlo y de su coeficiencia intelectual. 

Algunas características de los Ni-nis son compartidas por lo que se ha dado en llamar “Generación Z” (o “postmilénica”). Es la gente joven nacida desde el primer tercio de los años 90 hasta 2005, que tienen desde muy niños acceso a las nuevas tecnologías, especialmente en lo relativo a utilización de la telefonía móvil y de Internet. Porque, el Ni-Ni en el encierro voluntario en su habitación en donde transcurre buena parte de su día, no está completamente inactivo, utiliza un equipamiento tecnológico que le mantiene distraído y al que, habitualmente, termina “enganchado”.

La falta de responsabilidad, la inmadurez, el hedonismo hacen el resto. Los Ni-nos no son superponibles a ninguna clase social clásica, aparecen en todos los grupos sociales y en todos los niveles de renta. Se han educado en total libertad y les molesta cualquier tipo de imposición que se les pueda hacer y, por supuesto, no están dispuestos a asumir ninguna tarea en la que por encima puedan tener algún tipo de responsabilidad, incluso la remuneración que les pueda dar un trabajo ocasional les parece siempre insuficiente e inferior a la que deberían percibir. 

En realidad, si unimos los 700.000 analfabetos funcionales existentes en nuestro país, a los 300.000 analfabetos completos y a la cifra variable de Ni-nis (1.056.000 según la Encuesta de Población Activa del tercer trimestre de 2019), se percibirá claramente que la educación no ha sido el éxito más notable de nuestro sistema político estos últimos 40 años. El mérito de que el analfabetismo haya desaparecido se debe tanto a este período como a los que han precedido desde principios del siglo XX, cuando la batalla por la alfabetización ha sido constante. Pero lo que resulta incuestionable es que el fenómeno del analfabetismo funcional y el de los Ni-nis, solo en parte ligado a éste, son productos que han nacido y se han desarrollado especialmente en los últimos 25 años: el primero como resultado del fracaso de las técnicas de enseñanza y el segundo como resultado de la ausencia total de valores más allá de los puramente hedonistas y de la crisis económica y de los cambios de costumbres sobrevenidos a partir de la crisis económica iniciada en 2007-8. Hoy España supera en 12 puntos la tasa de Ni-nis de la UE, está es la triste situación.

 Porque, si bien, el analfabetismo funcional evidencia el fracaso del sistema educativo, las altas tasas de Ni-nis, lo confirman y, además, evidencian el fracaso integral de una sociedad a la hora de formar a la juventud. Por primera vez en la Historia de España, la juventud ha dejado de ser una esperanza de futuro para convertirse en un lastre para la nación. A lo que hay que añadir el goteo continuo de jóvenes “suficientemente preparados” que abandonan España en busca de otros horizontes profesionales.