Info|Krisis.- Hacía falta que llegara el verano de 2013 para
que el gobierno tratara de hacerse perdonar su malhadada política económica y
desplazar de las primeas páginas la corrupción manifestada dentro de la
formación gubernamental generada por el caso Bárcenas, recurriendo a la
sempiterna reivindicación sobre la españolidad de Gibraltar. La habitual
pobreza de noticias que se instala en los medios durante el mes de agosto parecía
que iba a eternizar el caso Bárcenas (con la consiguiente erosión para el PP)
en la primera página de los medios. La caída de la intención de voto del PP (y
la del PSOE, y la de CiU…) indicaban que la crisis, la convicción de que la
clase política es parasitaria y medra solamente para sí misma y que, además, la
corrupción está instalada en todos los niveles de la administración, no iba
bien para ninguno de los partidos surgidos de la constitución de 1978. Las
mezquindades cometidas por los ingleses en Gibraltar han sido recibidas como
agua de mayo por el gobierno Rajoy y nos hacen reflexionar.
¿Cuál es el fondo de
la cuestión?
Si no se respeta la Ley Sálica, ¿por qué habría
que respetar el Tratado de Utrecht? Es, al menos, lo que parecen decir los
ingleses, dotados secularmente de una diplomacia hábil en interpretar en
beneficio propio cualquier tratado firmado en un tiempo remoto. Pero las cosas
son muchos más simples: sea como fuere el origen histórico de la presencia
británica en Gibraltar, el hecho incontrovertible hoy es que aquella colonia es
un forúnculo purulento en el sur-oeste de Europa, carece completamente de valor
militar y el Reino Unido ni siquiera dispone de recursos militares para cerrar
el Mare Nostrum.
Cueva de contrabandistas, refugio de miles y
miles de empresas no declaradas, paraíso fiscal, pozo sin fondo al que acude el
dinero obtenido por tráficos ilícitos en medio mundo, retaguardia de mafias y
defraudadores… eso es Gibraltar hoy. La bandera inglesa debería avergonzarse de
ondear sobre un peñón a cuya sombra se refugia tanta inmundicia.
El fondo de la cuestión no es que Gibraltar
siga siendo la “vergüenza con la que España limita al sur”; el fondo de la
cuestión no es que Gibraltar sea una colonia usurpada por la fuerza de las
armas; ni siquiera que se trate de un territorio específicamente español. La
cuestión es que hoy en el territorio de la Unión Europea no puede existir una
zona de exclusión en la que sea posible realizar cualquier tropelía económica amparándose
en el Tratado de Utrecht.
¿Cómo se ha llegado a
esta situación?
Dos han sido los episodios históricos que han
permitido al gobierno inglés llegar hasta la situación actual:
- En primer lugar el desinterés del gobierno de
Felipe González en plantear la cuestión de Gibraltar justo en el momento en que
se estaba negociando nuestra integración en lo que hoy es la Unión Europea. En
aquel momento, España hubiera contado con el apoyo de los demás gobiernos
europeos para negociar con el Reino Unido la retrocesión de Gibraltar a su
legítima soberanía. Entonces no se hizo a pesar del interés que tenía el
gobierno alemán en que España se integrara en el proyecto europeo… renunciando
a su industria pesada y a su minería.
- En segundo lugar la desidia del gobierno de
José Luis Rodríguez Zapatero por todo lo que tuviera que ver con cuestiones de
soberanía. Humanista-universalista, mucho más que socialista o socialdemócrata,
idealista hasta la estupidez, ZP estuvo
siempre desinteresado por lo que ocurría en Gibraltar. Los ingleses
aprovecharon para prolongar su plataforma territorial a sabiendas de que ZP
callaría y si han seguido ampliando espacio territorial ha sido precisamente
porque pensaban que en la situación actual de debilidad de España (sexto año
consecutivo de crisis económica, niveles insoportables de paro y de corrupción,
desprestigio absoluto de la clase política, el gobierno Rajoy mantendría la
línea política del anterior gobierno.
En realidad, se equivocaron lamentablemente
porque Rajoy tenía un problema mayor: desde hace dos meses las portadas de los diarios
están ocupadas por un nombre: “Bárcenas” y la única forma que ha encontrado el
PP de huir a la recurrente “canción del verano 2013” ha sido reabrir el debate
sobre Gibraltar.
No es algo nuevo en el PP sino algo que ha
aprendido observando los quehaceres de la diplomacia marroquí: “cuando te
encuentras con un problema interior insoluble, inicia una aventura exterior”…
Tal es la enseñanza que recorre transversalmente la política marroquí desde
Hassan II. Aznar ya lo hizo: Perejil surgió cuando el gobierno del PP miraba a
otro lado ante la riada de inmigración que se estaba precipitando por el
estrecho, por Barajas y por los Pirineos. También fue una serpiente veraniega,
cuando ya empezaba a cobrar forma la alianza de Aznar con el “primo de Zumosol”
en la aventura iraquí iniciada por Bush y que recogió la oposición unánime de
todo el país, salvo de la clac mediática a sueldo del PP.
La “energía” con la que ha actuado el gobierno Rajoy
parece digna de mejor causa. Su voluntad deliberada de generar un conflicto internacional
que aliviase la atención mediática sobre Bárcenas parece la única razón de esta
crisis que hubiera podido estallar en cualquier momento, pero que al hacerlo
ahora demuestra estar íntimamente vinculada al mayor escándalo que debe
afrontar el PP en 35 años de partidocracia.
¿Qué es el Reino
Unido, aquí y ahora?
Un viejo imperio que no se ha dado cuenta de
que, a pesar de que su bandera figurase entre las vencedoras en 1945, había, en
realidad, perdido la guerra y que, apenas cinco años después de su “victoria” debió
renunciar al 50% de sus colonias y en los siguientes 15 años al otro 50%. Ante
victorias como esta, en ocasiones, son preferibles las derrotas…
Hoy, el Reino Unido no es la sombra del imperio
que fe en el último tercio del siglo XIX. A decir verdad, y aunque buena parte
de los británicos no lo hayan advertido, no solamente no poseen colonias como
para poder considerarse “potencia imperial”, sino que los, en otro tiempo,
colonizados, ahora disponen de amplios espacios de poder en el propio Reino
Unido. Es el resultado de la creación de la Commonwealth y de la admisión
indiscriminada de inmigración procedente de la misma en las islas.
En cuanto a su poder militar, ya hemos visto su
eficacia cuestionable en la ocupación de Basora y del sur del Irak, como la
vimos durante la guerra de las Malvinas: con tropas mercenarias gurkas en vanguardia, el ejército inglés
está allí para hacerse la foto y para derrotar solamente a fuerzas mucho menos
dotadas en tecnologías bélicas modernas.
Para colmo, el “imperio británico”, las propias
islas Británicas no son más que una prolongación “anglo-sajona” del territorio
norteamericano. Si bien la “city” londinense sigue albergando a la mayor bolsa
mundial por niveles de negocio, no es menos cierto que eso se debe a razones
históricas y a las buenas relaciones entre el capital judío a ambos lados del
Atlántico.
El “envío” de un portaviones y de algunos
barcos menores a la rada de Gibraltar, en otro tiempo, maniobra previa al
desencadenamiento de un conflicto (recuérdese la presencia del US Maine en el
malecón de La Habana justo antes de estallar la guerra hispano-americana en
1998), es hoy apenas una irrisión que genera como máximo una tristeza
inconmensurable: el Reino Unido, anquilosado en su pasado imperial que jamás
volverá, cree que las mismas estrategias amedrentadoras de otro tiempo
mantienen todavía su eficacia.
En la guerra de las Malvinas fue diferente
porque la Tatcher necesitaba vencer en un conflicto lo que había perdido con un
año de huelga de mineros británicos. Y, por lo demás, la Tatcher jugaba con las
cartas marcada que le había facilitado su amigo Ronald Reagan, el cual había
convencido a los militares argentinos para que se decidieran a dar el paso
adelante, contra la promesa de que EEUU mediarían en el conflicto internacional
a cambio de una base en las Georgias del Sur… Pero ahora esos tiempos, también
quedan lejos.
El Reino Unido es hoy una potencia de segunda
división, apenas una irrisión que en los últimos treinta años se ha limitado a
ir a remolque de las intervenciones norteamericanas más enloquecidas. Carece de
política exterior propia y la que aplica se fragua en los despachos de los
estrategas anglosajones del otro lado del atlántico. Y, por lo demás, vive de
un pasado imperial que ya ha quedado irremediablemente atrás y con un presente
más bien inquietante en el que el Islam es ya la segunda religión del país, con
unas tasas de alcoholismo que harían estremecer a quienes conocen las
implicaciones de la enfermedad; con más inmigración agrupada en guetos que en
cualquier otro país europeo y, finalmente, con unas operaciones de “prestigio”
(como el envío de portaviones a Gibraltar) que causan más hilaridad que
respeto.
¿Qué debería conseguir
hoy España?
Es muy simple: en primer lugar plantar cara a
la Unión Europea. Que ya va siendo hora. Denunciando la situación colonial de Gibraltar
y su carácter de forúnculo en el ano de Europa. La Unión Europea tiene la
obligación de mediar en las disputas entre sus miembros y esta es una disputa
de gran calado. De lo contrario, España podría amenazar con suspender
temporalmente su adhesión al tratado de la Unión o bien re-negociar a partir de
cero el tratado de adhesión. La solución al problema de Gibraltar (y la
clarificación del papel del Reino Unido en el actual momento histórico de
Europa: o bien el Reino Unido “es Europa” a todos los efectos, o bien el Reino
Unido está contra Europa y a favor de un eje anglosajón del cual sería el
garante en Europa. Y no se trata de una cuestión menor. Por supuesto, nadie en
el PP tiene intención de plantear la cuestión en estos términos pues, no en
vano, este partido es una sucursal de la política de la Casa Blanca en Europa.
No estaría de más, de todas formas, que algún
gobierno, español o europeo, exigiera del Reino Unido una definición completa
de su política exterior y de sus prioridades. Si ésta fuera sincera demostraría
que este país, desde su ingreso en “Europa” no ha sido más que la quinta
columna de los EEUU destinada a ralentizar y hacer fracasar el proyecto europeo
en tanto que en su origen pareció estar destinado a minimizar el impacto de la
presencia norteamericana en Europa.
Sin embargo, la solución más razonable al
problema de Gibraltar es que España fuerce a la Unión Europea a tomar una
posición y actúe como mediador en una disputa generada entre dos de sus
miembros. Ese papel, por supuesto, le hubiera correspondido al Comité de
Descolonización de las Naciones Unidas, pero, a la vista de que la actividad de
ese comité es hoy virtual y de que, en su momento, ya se pronunció precisamente
contra la tesis de España, e incluso a la vista de que el Reino Unido sigue
teniendo el derecho de veto en la ONU, la actividad de un organismo más neutral
podría ser la salida más razonable.
¿Qué se trata de
conseguir?
Cualquier negociación sobre Gibraltar no puede
tener otra finalidad, y vale la pena plantearlo desde el inicio, el final de la
situación colonial del Peñón y el retorno a la soberanía española. Por tanto,
lo que conviene es una negociación BILATERAL entre España y el Reino Unido, en
absoluto “trilateral” (España-Reino Unido-Gobierno gibraltareño) y mucho menos
aún “a cuatro bandas” (España – Reino Unido – Gobierno Gibraltareño… Junta de Andalucía).
Lo que se trata es que un territorio usurpado retorne a la soberanía nacional,
en absoluto se está tratando un problema autonómico (sin olvidar que los proverbiales
niveles de corrupción de la Junta de Andalucía, le inhabilitan –e incuso le
harían sospechosa- para desarrollar un papel en el que está demasiado en
juego).
Ahora bien, que la retrocesión de Gibraltar a
la soberanía española, se realizara, íntegra e inmediatamente o que fuera
después de una serie de etapas escalonadas en el curso de las cuales, el Reino
Unido va cediendo soberanía en beneficio de España, o bien, tras un período en
el que la administración del Peñón corre a cargo de un departamento de la Unión
Europea, etc, todo ello es aceptable y entra dentro de los contenidos del
término “negociación”.
El objetivo final es lo que cuenta: arriar la
bandera británica de Gibraltar.
¿Cuál es la condición
mínima para negociar?
El problema es que en España ni siquiera se da
lo que podría ser considerada como condición mínima para que un gobierno
nacional abordara la negociación: en efecto, no existe un GRAN ACUERDO NACIONAL
entre los distintos partidos de centro-derecha y centro-izquierda para acudir a
la negociación con una actitud común pactada. No digamos, pues, el interés que
tiene el tema para los partidos nacionalistas y olvidemos la presencia de inconscientes
de ERC en Londres en el inicio de la crisis.
Esta alta de un acuerdo nacional sobre
Gibraltar tiene sus raíces en la desconfianza con la que el centro-izquierda ha
visto esta reivindicación que vincula directamente con el “franquismo” o con la
extrema-derecha. En cuanto al PP, aliado sistemático de las posiciones
norteamericanas en Europa, no se trata de ofender al partener del “amigo
americano” en Europa, el Reino Unido.
Así pues, es comprensible que ni un partido, ni
otro hayan tenido en lo que va de democracia, el más mínimo interés en resolver
el contencioso de Gibraltar. ¿Puede cambiar esto de alguna manera? Seamos
realistas: mientras el sistema de fuerzas nacido en 1978 permanezca inalterable,
absolutamente nada va a cambiar. El PP seguirá situándose en la retaguardia del
americanismo y cada vez que pueda revalidará la “foto de las Azores” que lo
situará como aliado seguro pero secundario de los EEUU en Europa. Y en cuanto
al PSOE, manifestará siempre su más absoluto desinterés por algo que nunca ha
interesado a la izquierda española, probablemente la menos patriótica de todas
las izquierdas europeas.
En cuanto a los nacionalistas periféricos el problema
es que precisan apoyos exteriores para hacer efectivos sus proyectos
secesionistas. ¿Los encontrarán en Londres? Difícilmente, pues no en vano el
Reino Unido tiene el problema escocés relativamente parecido al catalán o al
vasco. Ahora bien, tienen razón los independentistas en pensar que el enemigo
histórico de España, esto es el Reino Unido, en un momento dado podría adoptar
una posición de apoyo a los independentistas, no tanto para debilitar a España
como para generar un problema más en el interior de la Unión Europea.
¿Alguna conclusión?
Parece evidente que la “energía” con la que el
gobierno Rajoy ha abordado la actual crisis gibraltareño no es más que una
cortina de humo para desplazar el tema Bárcenas a un lugar secundario de la
actualidad. Acabado el verano, acabará la crisis y Gibraltar seguirá siendo el
refugio de piratas y el paraíso fiscal al que va a parar el dinero procedente
de tráficos ilícitos.
Seamos claros: no hay solución dentro del actual
estado de cosas. No hay solución mientras la Unión Europea siga siendo un
apéndice de la política económica del Bundesbank. No hay solución mientras en
España, un sistema fracasado, carcomido por la partidocracia, la crisis
económica, la corrupción, la inmigración masiva y el paro, siga inamovible. No
hay solución mientras algunas élites dirigentes del Reino Unido sigan pensando
en términos de “imperio” y de colonialismo cuando ellos mismos son una colonia
de sus ex colonias. No hay solución mientras entre la opinión pública española,
la apatía y el desinterés por todos los problemas sean la tónica dominante de
un pueblo transformado en masa amorfa e invertebrada. No hay solución ante la
ausencia de organismo internacionales competentes en un mundo en el que la
única regla unánimemente aceptada es la globalización económica.
Gibraltar no será en décadas, acaso en siglos,
una parte del territorio nacional y muchas cosas deberán haber cambiado para
que un día se arríe la Unión Jack del Peñón. Lo esencial es hoy relativizar la
crisis de estos últimos días y no ver en ella nada más que el producto de un
verano sin más noticia que la corrupción nuestra de cada día.
© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com