Infokrisis.- En Cataluña el curso político se
inicia el 11-S, fecha de la caída de Barcelona en manos de las tropas
austriacistas. Es ocioso repetir a estas alturas que los catalanes que lucharon
y murieron en aquel combate lo hacían para que en las Españas (en rigor,
solamente un jacobino habría de una sola España) reinara un Habsburgo. Repetir
esto en Cataluña, después de casi 40 años de bombardeo ideológico y
falsificación histórica es completamente inútil. La Generalitat ha decretado
que ese es el “Día Nacional de Cataluña” y eso es lo que se celebra al margen
del verdadero sentido histórico de esa fecha.
Por lo demás, no es a una fecha concreta a lo
que nos queremos referir, sino a la celebración en sí misma. Recordaremos lo
que ha pasado en los dos últimos años en Cataluña, que no ha sido poco. Y lo
resumimos punto a punto:
1.- La voracidad presupuestaria de la
Generalitat se encontró a un paso de la bancarrota.
2.- Artur Mas actuó como lo había hecho Pujol
durante todo un ciclo: con una mano puso el cazo y con la otra atizó el
fantasma independentista.
3.- El 11-S del 2012 y la manifestación que reunió
a 150-200.000 personas fue el punto álgido de esa campaña y la tarjeta de
visita de Mas para su negociación con Rajoy.
4.- La negociación fracasó: simplemente no
había dinero en la caja.
5.- Ante al fracaso, Mas siguió atizando el
fantasma independentista para que Rajoy diera su brazo a torcer.
6.- Rajoy respondió sacando de los cajones los
dossiers sobre corrupción en Cataluña y apuntando directamente al corazón de la
familia Pujol.
7.- Mas entendió el mensaje y rebajó las exigencias
independentistas enfangándose en una polémica interior con ERC que benefició
sobre todo a esta.
8.- CiU (como el PSC) están en franca pérdida
de electorado, manteniéndose el PP en sus mismos niveles, subiendo ERC y C’s
como la espuma.
Hoy, el problema económico de la Generalitat
sigue siendo acuciante. La caída en la calidad de los servicios públicos es tal
que nos retrae a los años 60, trenes de cercanías que no llegan a la hora,
sanidad pública empantanada, policía autonómica ineficiente, exceso de
burocratización, obsesión lingüística, inmigración masiva inintegrable, tasas
de paro similares solamente a Andalucía, desertización industrial, Generalitat
paralizada en su tarea de gobierno y una corrupción mucho más extendida de lo
que los medios que maman de las ubres de la Generalitat reflejan… Eso es
Cataluña. Y esta es la situación.
Así llegamos al 11-S de 2013. La Generalitat ya
sabe que el camino hacia la UE le está vedado si se independiza. Sin embargo,
lo que transmite no es eso, sino que Cataluña será “un futuro Estado más de la
UE”. En cuanto a la población se divide en 1/5 parte ganada por el
independentismo, 1/5 españolista, 3/5 partes completamente indiferentes,
apáticas, apolíticas y preocupadas solamente por el día a día y por cómo
sobrevivir en una situación completamente hostil. Ahora bien, es rigurosamente
cierto que ahora hay más independentistas que hace dos años. ¿Motivo? “Madrid
gobierna mal”. Es inevitable que se identifique al “gobierno central” con “Madrid”
y que si las cosas van mal en Cataluña (¡y de qué manera van mal!) se
culpabilice a “Madrid”, ese ente abstracto y perverso que gobierna contra
Cataluña…
En realidad, las cosas no son así. Es decir, si
son así, pero no en el sentido en el que la Generalitat y el independentismo lo
difunden: “Madrid” gobierna mal, entendiendo por “Madrdi2 el sistema de fuerzas
políticas, económicas y mediáticas que cristalizó en la constitución de 1978…
pero la Generalitat de Cataluña es una derivada de ese sistema, y como él,
sufre exactamente la misma crisis a escala regional. Una Cataluña independiente
no variaría mucho la situación: existiría una frontera más en el Ebro y un
pasaporte catalán que muchos catalanes, simplemente, rechazaríamos.
Es evidente que el independentismo es un “tigre
de papel” y que le quedan exactamente dos 11-S para alcanzar sus fines o
retirarse para siempre: el 11-S de 2013 y el 11-S de 2014, cuando se cumplirá
el 400 aniversario de la caída de Barcelona en las manos borbónicas. Todo lo
que el independentismo pueda hacer tiene fecha de caducidad: o lo hace antes
del 11-S de 2015, o se convertirá en una dolorosa irrisión para Cataluña, un
nuevo fracaso histórico para una región que desde la Batalla de Muret vive en
un permanente fracaso histórico. Eso implica que los dos próximos 11-S van a
ser “de traca” y el independentismo quemará sus últimos cartuchos.
Tiene a favor la corriente de simpatía
creciente a la causa independentista, no tanto por convicción (los argumentos
que manejan los independentistas son peripatéticos y mero ejercicio de
infantilismo político que causan la más irreprimible tristeza y alguna que otra
sonrisa de conmiseración) como por lo que se está prolongando la crisis
económica, devenida crisis social y desembocada finamente como crisis política
del sistema nacido en 1978. Tiene a favor, igualmente, que el independentismo
es un mito inédito y de eficacia incomprobable. Lo puede prometer todo, porque
nunca ha sido nada, a pesar de que si nos atenemos a la eficacia en la gestión
del nacionalismo, su hermano mayor, legítimamente se puede sospechar de sus
capacidades para gobernar.
Tiene en contra el que Cataluña actualmente
está dividida en tres grupos sociales: el catalanoparlante, el
castellanoparlante y la inmigración, en cifras: 2.250.000-2.500.000, 2.250.000-2.500.000,
2.000.000-2.50.000, respectivamente… Hay tres identidades habitando sobre la
tierra catalana y no una como difunde la Generalitat. Estas tres identidades
sobreviven en un marco general de a-culturización. La propia Generalitat parece
incapaz de recordar que Cataluña es algo más que sardanas y castellers:
Cataluña no vive un momento particularmente bueno de creación artística,
cultural o literaria y las tres identidades que coexisten viven un paralelo
proceso de empobrecimiento cultural.
Parece difícil que Cataluña alcance la
independencia en 2014, a la vista de que no hay una mayoría social holgada y
suficiente como para que el nuevo Estado disponga de un “suelo” sociológico
suficiente como para poder imponerse. Lo más probable sería que en caso de
decretarse la independencia, un 20% de castellanoparlantes abandonarían la
comunidad y se irían a sus lugares de origen. Cataluña sería, por esto mismo,
más “inmigrantes” y menos “española” y la Generalitat se engaña respecto a las
posibilidades de “integración” de la inmigración por mucho que TV3 entreviste a
antxenetes africanos o marroquíes…
Dejando aparte que la inmigración puede apoyar la independencia, siempre y
cuando reciba garantías de que será el grupo social más protegido.
Este es un problema importante porque la
ausencia de fuerzas armadas catalanas y la ineficacia de los Mossos d’Esquadra
en la represión de la delincuencia, dejan a una Cataluña independiente
prácticamente indefensa ante motines, insurrecciones e intifadas que podrían
estallar si la inmigración se ve abocada permanentemente a la pobreza y se le
retiran subsidios, subvenciones y ayudas. Y no se ve de qué manera una Cataluña
independiente podría remontar la pendiente de la desertización industrial,
cuando en realidad, lo que ocurriría sería todo lo contrario: ésta se
aceleraría con el tránsito de muchas empresas hasta ahora radicadas en
Cataluña, al otro lado de la frontera del Ebro.
Sea como fuere, los dirigentes nacionalistas e
independentistas tienen todo el derecho a engañarse y a engañar a su parroquia
sobre el futuro de una Cataluña independiente. Lo que nos interesa ahora es que
el problema actual tiene solamente dos soluciones que se perfilarán entre hoy y
el 11-S de 2014:
- O Cataluña alcanza la independencia
- O Cataluña sigue vinculada a España tal como
lo ha estado hasta ahora.
En el primer caso el problema no terminaría el
día en que La Vanguardia multiplicara por 10 sin ningún pudor el número de
catalanes que apoyaría la independencia. A decir verdad, los problemas empezarían
en ese momento: un 20% de catalanes acelerarían su marcha del “nuevo Estado”,
firmas comerciales de relieve harían otro tanto, como siempre ocurre en estos
casos, la voz cantante la llevaría en los primeros momentos el independentismo
radical y éste no está desde luego preparado para asumir el gobierno ni de una
Cataluña independiente ni de una Cataluña autonómica. Luego se agudizaría la
crisis económica: los productos catalanes serían rechazados por su actual
primer comprador, la población situada en el Estado Español. La campaña contra
el cava de hace unos años se convertiría en una campaña contra cualquier
producto etiquetado en Cataluña. Buscar otros mercados y ser competitivo,
costaría lustros y ni siquiera está claro si se tendría éxito. Sin olvidar que
el nuevo Estado para sobrevivir necesitaría dinero y aumentar la presión fiscal
no sería el mejor estreno de la “hacienda catalana”. Así pues, las vías para
sobrevivir serían dos: o bien privatizar todos los servicios, es decir, entrar
en una dinámica ultraliberal que, aunque fuera pan para hoy y hambre para
mañana diera a la Generalitat un respiro económico, o bien entregarse en
plancha a la inversión extranjera generando unos incentivos que en la práctica
generarían el que una Cataluña políticamente independiente fuera una Cataluña
colonizada económicamente, tal como lo puede estar Senegal, Uganda o
Madagascar.
En el segundo caso, se engaña quien piense que
las cosas quedarían como están ahora. Nos gustaría saber cómo, fracaso el
proceso independentista, Cataluña o lo que quede de ella, recuperaría la
confianza del Estado. Tres años de tensiones independentistas y treinta y cinco
años de chantajes nacionalistas, no se olvidan así como así. Quedarían secuelas
y sobre todo resquemores que ya hoy existen: en los años 80, “Madrid” priorizó
el eje Lisboa-Madrid-Valencia y en el nuevo milenio cuando se habla de enlazar
a “España” con “Europa” se piensa en rutas que discurran por los Pirineos
Centrales, no por el Pirineo Catalán. Es comprensible. El Eje Mediterráneo, por
ejemplo, hoy no es una prioridad de los gobiernos españoles. Cataluña corre,
pues, el riesgo de quedar como una región periférica de España en la que “España”
no tiene absolutamente ninguna confianza y sobre cuya lealtad existen serias
dudas… Si esto ocurre con el Estado, podemos imaginar cómo se vería a Cataluña
a nivel popular desde el resto del Estado Español: “traidores”, “enemigos de
España”, “malas gentes que merecen un escarmiento”, etc, lo abriría heridas que
tardarían generaciones en restañarse.
Cataluña, a decir verdad, tiene las de perder.
A diferencia del Estado Español, no posee una comunidad lingüística, más allá
de Andorra, capaz de apoyar un proceso independentista. Parece difícil que
incluso dentro de la UE pueda contar con algún apoyo para su causa.
¿Tiene solución la actual coyuntura en
Cataluña? Difícilmente. La reforma de la constitución española es complicada y
cualquier solución pasa por la reforma constitucional y la promulgación de
nuevas reglas del juego, algo así como “resetear” una situación que está
estancada y que no tiene salida dentro del actual marco constitucional.
Pero lo más grave es que nada en España es
mejorable, y en especial la crisis económica, mientras España no se emancipe de
la globalización. Rajoy no lo hará. El PSOE tampoco. A los independentistas no
les importa nada más que no sea la independencia y lo que pase luego pertenece
a otro mundo. La globalización es algo que escapa a sus análisis y en lo que no
entran. Pero es el problema central del que depende la solución de todos los
demás. Lo que el independentismo hace es aplicar una solución del siglo XIX
para un problema del siglo XXI. No es raro que mientras se empeñe en la
cuestión independentista sufrirá Cataluña y sufrirá España. Estamos ante un
problema que no es catalán, ni siquiera español: es un problema europeo: Europa
no tiene cabida dentro de la globalización lo que implica que plantear la
cuestión de la independencia es plantear una falsa solución regional a un
problema muy real pero de alcanza europeo.
Nadie va a salir bien parado de lo que se
avecina en los dos próximos años…
© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com