Infokrisis.- Todo nacionalismo es producto de
una burguesía que no solamente quiere tener hegemonía social y económica, sino
también política. El nacionalismo (a no confundir siempre con Patriotismo, tema
al que ya hemos dedicado otros artículos e incluso nuestra obra Identidad, patriotismo y arraigo en el siglo XXI, http://eminves.blogspot.com.es/2011/06/cuadernos-basicos-i-identidad.html) es un fenómeno relativamente
reciente que nace con la revolución americana y con la francesa. Ambos
episodios suponen la ruptura de la clase social que ha ido ascendiendo desde el
Renacimiento, la burguesía, gracias al aumento del comercio y al tráfico de
especies), con el “orden aristocrático” en el que primero la nobleza
(feudalismo) y luego el rey absoluto y la corte, eran las fuerzas hegemónicas
de la sociedad. Poco a poco, la burguesía ha ido creciendo y llega un momento
en el que exige una situación hegemónica: quiere el poder político, porque
gracias a él puede utilizar a su favor el poder económico.
Del reino a la nación
y de la nación al nacionalismo
En ese proceso, los que hasta entonces eran “Reinos”,
quedan convertidos en “Naciones”. Una “nación” es, históricamente, un
territorio en el cual se han impuesto los valores de la burguesía expresados en
la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. El problema es que la
burguesía no es una clase homogénea, sino fraccionada en intereses regionales,
locales, incluso corporativos. De ahí que cuando en algunas zonas se
constituyeron unas burguesías locales que, por algún motivo, tenían algún
elemento de agregación común, allí apareciera un movimiento regionalista y/o
secesionista.
La independencia de las colonias americanas
sigue siempre a la formación de una burguesía criolla, de la misma forma que
los nacionalismos catalán y vasco, van parejos a la industrialización de estas
dos regiones que tiene lugar en la segunda mitad del siglo XIX (y especialmente
en el último cuarto del siglo) al retornar muchos capitales invertidos hasta
ese momento en las colonias americanas.
Si el nacionalismo andaluz o gallego tuvieron
mucho menor calado que el catalán o el vasco, se debe sin duda, a los distintos
niveles de desarrollo de todas estas regiones y, por tanto, a la mayor o menor
importancia de sus burguesías locales. Por otra parte, los rasgos diferenciales
de carácter antropológico, cultural y lingüístico, contrariamente a lo que se
tiene tendencia a pensar, en absoluto son determinantes, sino que, como máximo,
constituyen los recursos emotivos y sentimentales sobre los que se edifica y “embellece”
la construcción ideológica de la burguesía, cuyo interés es exclusivamente
económico y mercantil. Esto explica el por qué en zonas como Mallorca o Menorca
en las que existen rasgos “diferenciales”, o en el Valle de Arán, no haya
existido nunca un nacionalismo: se debe, simplemente, a que el peso de la
burguesía ha sido mucho menor que en Cataluña. De la misma forma que el caso
del nacionalismo andaluz, Blas Infante realizó una fantasiosa construcción
basada en la historia y en algunas peculiaridades lingüísticas, pero no pudo
convertir su movimiento cultural en político precisamente por debilidad de la
burguesía local.
La formación de todo movimiento nacionalista
está precedida por una fase en la que la burguesía local va aumentando su poder
pero todavía es débil en relación al conjunto de fuerzas políticas y sociales.
En esa fase, el énfasis de su acción es “cultural”: se trata de “recuperar” y
crear “factores diferenciales” que, juntos, configuren una “identidad”
diferenciada del resto de identidades. El nacionalismo es, sobre todo, una
sensibilidad emotiva basada en mitos y en construcciones reales o ficticias
para las que sus teóricos utilizan distintos elementos: geografía, historia,
lingüística, antropología, etc.
El nacionalismo
catalán hijo de la alta burguesía regional
Así nació el nacionalismo catalán: la burguesía
catalana en la segunda mitad del siglo XIX exigía “proteccionismo” para su
industria textil. El bombardeo de Barcelona por Espartero fue el elemento
emotivo sobre el que se apoyó la primera oleada pre-nacionalista, lo que se ha
dado en llamar “la Renaixença”. Luego, esa misma burguesía, al sentirse más
reforzada por el aumento de sus inversiones (tras el retorno del capital
procedente de Cuba y antes de Maracaibo), no solamente financió la creación de
un “nacionalismo cultural” (Verdaguer, Maragall, y toda una cohorte de
escritores y artistas financiados por los Güell que, al mismo tiempo, pagaban a
su costa los Juegos Florales, crearon con restos de leyendas tradicionales y
arcaicas, toda una mitología catalana) sino que quiso disponer de instrumentos
políticos para defender sus intereses económicos.
En los primeros años del siglo XX, el
nacionalismo regionalista creció extraordinariamente en la misma medida en que
la crisis del 98 ponía en crisis la idea de España y el nacionalismo español.
Seguramente, antes del principio de los años 20 hubieran optado por la vía
independentista de no ser porque la huelga general de 1909 demostraron que la
clase obrera catalana tenía unos intereses antagónicos a los de la burguesía y
estaba dispuesto a defenderlos por la vía insurreccional y a través de un
fuerte movimiento sindicalista. La burguesía, tras la Semana Trágica, entendió
que nada, salvo el ejército español, podía mantener sus intereses, renunció
durante unas décadas a su independentista y se atrincheró en posiciones
regionalistas que dieron como resultado la Mancomunitat primero y el Estatuto
de Catalunya después. Mientras, los intereses mineros de los Romanones, de los
Comillas y de los Güell, hicieron que se mantuviera la guerra con Marruecos a
costa del sacrificio de miles de vidas de soldados de quintas salidos de las
clases más humildes.
75 años de vida
catalana
Durante la guerra civil el nacionalismo se
difuminó completamente demostrando que su fuerte no era la defensa armada de
sus intereses y que sus intereses estaban divididos entre una República
dominada por la izquierda y, por tanto, anticapitalista, y un franquismo
tolerante con el capitalismo pero furibundamente antiseparatista. Y si durante
la guerra hubo catalanes en ambos bandos (Cambó y la Lliga apoyaron al
franquismo, mientras ERC y Estat Catalá, más que apoyar a la República,
apoyaban a la autonomía catalana legalizada por esta), en la postguerra,
prácticamente toda la burguesía catalana, casi sin excepciones, decidió
colaborar con el franquismo. Mientras duró, el nacionalismo nunca más volvió a
ser un movimiento de masas, simplemente quedó reducido a unos cuantos apellidos
famosos entre las “200 familias” que reivindicaban un “regionalismo” de fuerte
contenido clerical. Fue la izquierda la que, fiel a la herencia republicana,
situó la reivindicación de las instituciones creadas por esta junto a un
programa político reivindicativo basado en tres puntos: “Libertad – Amnistía –
Estatuto de Autonomía” que, luego, finalmente, con el desplome del franquismo
en 1976-77, pudo hacerse efectivo.
Fue en esa situación en la que el nacionalismo
catalán reapareció. En 1980 obtuvo, finalmente, el gobierno de Cataluña y un
nuevo Estatuto de Autonomía con techo mucho más alto que el republicano. En los
veinte años que siguieron se evidenció que la arquitectura del sistema
constitucional español había diseñado un sistema de bipartidismo imperfecto en
el cual las situaciones en las que un gobierno no gozaba de mayoría absoluta
debían recurrir a un partido nacionalista periférico para poder ejercer la
tarea de gobierno. Jordi Pujol aprovechó diestramente esta circunstancia
convirtiéndose en la pieza irremplazable del centro-derecha y del
centro-izquierda para esos momentos en que estaban abocados a gobernar en
minoría.
A cambio, Pujol lo que exigió siempre fue “manos
libres” en Cataluña y eso se tradujo de dos maneras: 1) con un aumento asindótico
de la corrupción que hizo de esa autonomía la más corrupta de todo el Estado,
gozando prácticamente de impunidad y 2) con un aumento de la concentración de
capital en manos de las “200 familias”.
Cataluña en la
globalización
Mientras se producían estos fenómenos en
Cataluña, la situación del capitalismo internacional iba cambiando así como las
circunstancias políticas internacionales. España entraba en la Unión Europea, “unión
de Estados Nacionales”. Caía el Muro de Berlín y los EEUU vencían en la guerra
de Kuwait (segunda guerra del Golfo) dando el pistoletazo de salida al “nuevo
orden mundial” cuyas dos características esenciales eran 1) la globalización
económica y 2) el tránsito del mundo “bipolar”, al mundo “unipolar”, cuyo leader
eran los EEUU.
A pesar de su nacionalismo sentimental, las “200
familias” entendieron perfectamente al nueva situación y se adaptaron a ella:
Cataluña abandonó pronto su tradicional estructura productiva, el textil dejó
de ser la actividad preferencial de la región y se deslocalizó progresivamente,
el tejido industrial se aligeró y los beneficios dejaron de llevar por el
sector industrial, empezaron a obtenerse a través del sector servicios y,
luego, a través de las inversiones especulativas. La novedad era que tales
inversiones ya no eran realizadas en Cataluña: el nacionalismo dejaba de
invertir en la propia tierra para hacerlo en cualquier otra en la que se
pudieran obtener beneficios. En este sentido, la familia Pujol es el paradigma
de las nuevas orientaciones de la alta burguesía catalana: mientras sus
inversiones sobre territorio catalán van siendo abandonadas, aumentan sus
inversiones en cualquier otro territorio del mundo, especialmente en
Iberoamérica y en operaciones bursátiles especulativas.
Puede parecer una contradicción el que la alta
burguesía catalana haya cambiado sus prioridades y estas hayan pasado a ser
idénticas a las de cualquier capitalismo. La lógica obliga a pensar que su
interés por el nacionalismo catalán habría disminuido y, sin embargo, no es
así. Vale la pena preguntarse sobre los motivos del mantenimiento de este
interés: es fácil entenderlo, la respuesta está en el techo autonómico obtenido
por Cataluña que le permite, en la práctica, operar casi como un Estado
independiente pero con todas las ventajas de estar asociado a una nación y no
debiendo emplear parte de su presupuesto en costosas estructuras propios de un Estado
moderno (defensa, especialmente, pero también diplomacia, etc.). Y lo que es
más importante, gracias a la Generalitat de Cataluña se dispone de una fuente
continua de ingresos que, una vez obtenidos en esta tierra, pueden invertirse
en inversiones especulativas en cualquier lugar del planeta.
Cataluña en la actual crisis
económica
Eso seguirá mientras el nacionalismo siga
controlando los resortes de la Generalitat. Pero, el nacionalismo catalán
siempre ha tenido un problema histórico: la división entre los que opinan que
es preciso seguir “asociado” a España por tenue que sea el vínculo y aquellos
otros que opinan que debe convertirse en una nación independiente.
En una situación como la actual, los segundos
tienen la iniciativa. En efecto, la crisis económica iniciada en 2007 en EEUU y
en España unos meses después, ha evidenciado el fracaso del modelo político-económico
nacido en 1978. Desde esa época, la propaganda nacionalista ha tendido a
culpabilizar de todas las desgracias a Cataluña a la actitud del “Estado Español”,
de tal manera que cuando la crisis económica se ha convertido en asfixiante,
una parte sustancial de la población catalana ha creído que, efectivamente, se
debía a “Madrid”, esto es al Estado central donde residen los presidentes del
gobierno incapaces o simplemente estúpidos. En estas circunstancias (y a medida
que se prolonga la crisis y la falta de expectativas económicas se va haciendo
cada vez más evidente) resulta fácil difundir el “Espanya ens roba” y generar
al esperanza de que a Cataluña le iría mejor si “volara sola”.
Al igual que Pujol, Artur Mas ha seguido
utilizando el arma del chantaje para que el gobierno de Madrid cuente con su
apoyo, pero con una diferencia: Mas carece de la habilidad política y del
prestigio que tuvo Pujol y, especialmente, cometió el error de financiar las
actividades de los minúsculos grupos independentistas (diciendo a “Madrid”: “mirad,
si no me dais lo que pido, os tendréis que entender con estos”) olvidando que
estamos en plena crisis y que, de la misma forma que en Cataluña se
responsabiliza a “Madrid” del mal gobierno, también es cierto que crece la
opinión –especialmente a partir del momento en el que el gobierno a dado rienda
suelta a las investigaciones judiciales por corrupción en el entorno
nacionalista- de que CiU no es completamente inocente en este caos y que, a fin
de cuentas, ha gobernado durante casi 30 años en el Palau de la Generalitat.
Artur Mas: salto al
vacío
En estas circunstancia, el órdago de Mas el
pasado 11 de septiembre fue un triple salto mortal que corre el riesgo de
causarle la rotura del espinazo: no solamente, a partir de entonces, el
gobierno de Madrid abrió decenas de procesos por corrupción contra altos
funcionarios de CiU, el Supremo emitió sentencias pendientes durante años
contra procesados de UDC y el mismo entorno familiar de los Pujol se vio
asediado por las investigaciones. Y lo que es peor: en situaciones de crisis y
de confusión política, solamente prosperan las opciones más nítidas, en el
ámbito nacionalista, ERC que siempre ha sostenido un programa independentista y
que, en el momento de escribir estas líneas está viviendo un histórico “surpasso” en intención de voto en
relación a CiU, partido que, por lo demás, se ve desgarrado por sus tensiones
internas, mientras que el gobierno catalán está paralizado y desorientado justo
en el momento en el que la crisis se torna cada vez más aguda (la entrada en
liquidación de la Seda de Barcelona ha supuesto el fin de la última gran
empresa histórica dedicada al textil que todavía quedaba en Cataluña, a modo de símbolo del final de una
era).
La situación actual dista mucho de tener
solución: una alta burguesía sigue demagógicamente difundiendo “nacionalismo”
pero invirtiendo fuera de Cataluña y utilizando la Generalitat solamente como
fuente de ingresos seguro (y agencia de colocaciones para sus segundones) para
obtener unos ingresos que luego se insertan en los circuitos de la
globalización. El nacionalismo que hasta ahora era patrimonio de la alta
burguesía ha pasado a ser, en su forma más radical, el independentismo,
consuelo de grupos sociales muy diversificados afectados por la crisis y cuyas
actitudes políticas dependen, no ya de intereses de clase, sino de percepciones
personales sobre como salir de la crisis (de ahí que sea posible percibir distintas
tonalidades de nacionalismo e independentismo y que el frente independentista
esté atomizado no solamente en siglas, sino que dentro de cada sigla exista una
miríada de posiciones diferentes sobre problemas y estrategias).
La atomización de
Cataluña
Esta situación, lejos de sorprendernos, entra
perfectamente en la lógica de los hechos: cuando una “nación” deja de ser
misión y destino y se convierte simplemente en una excusa emotiva y sentimental
para justificar la hegemonía política de su alta burguesía, puede decirse que
hemos entrado en un “materialismo nacionalista” y, como todo lo que es materia,
mineral, puede fragmentarse hasta el infinito. Eso es lo que está ocurriendo en
estos momentos.
La sociedad catalana está dividida verticalmente
entre los “españolistas”, los “indiferentes” y los “catalanistas”. Los
primeros, a su vez, están divididos entre los “unitaristas”, los “federalistas”,
“moderados de derecha” y los “patriotas”. Los últimos, por su parte, están
divididos entre “independentistas moderados”, “independentistas radicales”, “independentistas
conservadores”, “independentistas de extrema-izquierda” y, por supuesto, “nacionalistas”.
Mayoritariamente, la sociedad catalana sigue siendo indiferente y estando ajena
a lo que ocurre. Sin embargo, en los últimos tiempos, los independentistas radicales
(ERC) y de extrema-izquierda han ido experimentando un crecimiento a expensas
del “nacionalismo” (CiU), mientras que los “unitaristas” del campo españolista
(C’s) ganan protagonismo sobre los “moderados de derecha” (PP) y sobre los “federalistas”
(PSC). Pero todos estos conjuntos “horizontales” están, a su vez, divididos en
franjas horizontales, las clases y los grupos sociales. Hoy, ya ni siquiera la
alta burguesía catalana opera como realidad social autónoma tal como demuestra
el “españolismo” relativo de la patronal, ni lo que queda de clase obrera
catalana está completamente divorciada del nacionalismo como lo estuvo hasta
antes de desencadenarse la crisis.
El resultado de todo esto es un puzle inextricable,
imprevisible y, sobre todo, completamente inestable: la peor de las situaciones
que podrían darse en el peor momento de la historia de Cataluña. Porque la
Cataluña de hoy no es una roca en el océano como quisieran los nacionalistas,
sino un Titanic perdido en una tormenta y con los dos costados atravesados por
la corrupción y la partidocracia, y una oficialidad al mando mucho más
pendiente de sus inversiones en tierra que del gobierno del barco. Para colmo,
con algunos pasajeros que no han pagado billete y que han entrado en número de
1.250.000, dotados de identidad propia e irreductibles al nacionalismo y a
Cataluña. En efecto, la presencia de una inmigración masiva contribuye a agravar
aún más el problema.
Y todos sabemos cuál es el fin de una nave en
estas circunstancias. No hay tabla de salvación, ni botes suficientes. Cataluña
tiene por delante un futuro mucho más negro que en cualquier otro momento de su
historia.
© Ernesto Milá – ernesto.mila.rodri@gmail.com -
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