Todo lo anterior es una reflexión que acompaña a una noticia que
viene repitiéndose en programas del corazón (lo que resulta natural) y en telenoticias
(junto a las negociaciones con Puigdemont alias “el Nulo” o con “Fortunita de
Vascongadas”, también llamado PNV). Resulta que, en Tailandia, el nieto de “Curro
Jiménez”, “presuntamente” ha asesinado y descuartizado a un cirujano
colombiano. La palabra “gay” no aparece por ningún sitio, pero todo induce a
pensar que ambos tenían una relación homosexual, algo que no nos sorprende,
lo que sí resulta mucho más curioso es ese interés por hablar de “violencia
machista” cuando un hombre agrede a una mujer, pero cuando otro hombre se ve
agredido por otro de su mismo sexo. Por lo mismo, además, debería de llamarse “violencia
feminista” (“fémina”, opuesto a “macho” y mucho más adecuado que “hembra” que,
en el fondo podría aludir a cualquier especie animal).
Sabemos los hombres que han asesinado a sus mujeres: los medios se
solazan llevando la cuenta a diario. Lo que no sabemos es cuántos problemas
similares se han producido entre parejas gays, ni, por supuesto los hombres
asesinados por sus mujeres. Por no saber, tampoco sabemos a qué grupo étnico
pertenecen los varones agresores y/o asesinos. De
hecho, cuando se resalta que el asesino es “español” tampoco es decir mucho, si
tenemos en cuenta que las naturalizaciones en España se entregan casi como en
una tómbola, aun a pesar de que la persona en cuestión ni siquiera hable castellano
y, por supuesto, no tenga ni remota idea de lo que la cultura, los hábitos y el
estilo de vida de este país. ¡Y, claro que es básico! Porque solamente con estos
datos en la mano se puede combatir eficazmente la violencia machista. Claro
está que los funcionarios de policía, los funcionarios de prisiones, los
trabajadores de las urgencias sanitarias tienen una visión mucho más clara que
el ciudadano medio de esta violencia que podemos llamar “asimétrica”: desde
principios del milenio, está más que claro que el grupo étnico autóctono tiene
unos niveles de violencia machista bajos en comparación con otros países y, frecuentemente,
reducidos a el porcentaje de psicópatas, alcohólicos, toxicómanos y maníacos
sexuales que existen en toda sociedad.
Entonces ¿de qué grupos étnicos procede la violencia y los
asesinatos machistas? Esta es la cuestión: dado que no hay estadísticas y dado
que la progresía instalada en el ministerio de igualdad, defienden la
multiculturalidad y la inmigración masiva, evitar este elemento que supondría
situarlos ante una contradicción insuperable. Y, por lo mismo, el problema
de la violencia machista sigue vigente y las campañas en contra nunca hacen efecto,
por la sencilla razón de que no van dirigidas al “target” que
protagoniza estos episodios lamentables.
La contradicción se agrada al tratarse del mundo gay. La idea que
se ha introducido en la mente de la ciudadanía es que los gays son dechados de
simpatía, sofisticación cultural, apertura de miras, estilo, educación y demás…
Por tanto ¿para qué preocuparse de los
niveles de violencia que pueden acompañar sus relaciones sexuales? Sabemos,
por ejemplo, el número de parejas gays que han contraído matrimonio desde la
Ley Zapatero que reconocía el derecho de que su unión se llamara “matrimonio”.
Lo que no sabemos es la duración media de este tipo de parejas. De tanto,
en tanto, gracias a los programas del corazón nos enteramos de que tal pareja
de famosos gays se están tirando los trastos a la cabeza y disputando por el
control de sus hijos adoptados. Son como luces en la noche: pero ¿cuántos
casos de agresiones dentro de parejas gays se producen? Incluso en series de
TV y películas se evita esta temática. Y, ahora resulta que el nieto de Curro
Jiménez, no sólo ha asesinado, sino que, además, ha descuartizado -que daño
hizo aquella serie genial, Dexter-
a su amante. Y en Tailandia…
El episodio se convertirá en la serpiente del verano de 2023. Vamos
a otros mucho más habituales. La pederastia entre el clero. Los medios
progres tienen tendencia a enumerar los casos y los detalles, incluso los más
truculentos, de este tipo de delitos. Los protagonistas destacados son miembros
de órdenes religiosas dedicados a la enseñanza. Vergüenza y oprobio, desde
luego. Y mucho peor si las propias órdenes han ocultado los casos o no han sido
lo suficientemente duros con sus protagonistas. Mal por la Iglesia que ha
esperado demasiado para reaccionar. Creo que todos estaremos de acuerdo en
esto, pero también habrá que recordar que estos sacerdotes, además de
pederastas, eran gays. Que yo recuerde, los medios no han presentado a
niñas abusadas por sacerdotes. Inevitablemente, al parecer, todas las
víctimas han sido varones y sus abusadores también: así pues, estamos ante algo
que parece difícil de negar. La palabra “homosexual” debería estar presente
en ese tipo de noticias. Sin embargo, se elude, no así la orden religiosa a la
que pertenecen, a pesar de que no todos los miembros de esa orden son
abusadores, pero sí todos los abusadores de esa orden, sí son gays.
Probablemente, de recordarse este tipo de delitos, algunos
estarían menos “orgullosos” de su opción sexual. Que por cierto es cosa de
ellos: de la misma forma que uno de los rasgos más problemáticos del “machismo”
es alardear de las propias conquistas, el mundo gay ha querido elevar el listón
y alardear, no ante un grupo de amigotes, sino ante toda la sociedad de su opción
sexual. Pero, atención, cualquier opción sexual es personal y, desde luego,
no que te gusten los hombres o las mujeres o las ovejas no es algo como para
sentirse “orgulloso”, a menos que tu vida sea tan pobre que solamente puedas
alardear de tus hazañas de catre.
Hará como veinte años, escribí un libro titulado Los
gays vistos por un hétero. Me documenté lo suficiente como entender
algunos aspectos del fenómeno que no había percibido previamente. Por ejemplo, una
de las cosas que más me llamó la atención es que en el mundo hétero se tiene la
sodomía como la forma por excelencia de mantener relaciones gays. Sin embargo,
en los distintos diccionarios gays la palabra estaba ausente. Podía encontrarse
cualquier otra, pero no ni sodomía, ni ninguno de los sinónimos más o menos
procaces de esta práctica. Me pregunté el motivo: no vale decir que, para
algunos heteros, la sodomía es una práctica recurrente; también lo es el beso
que sí estaba reconocido en los diccionarios gays que consulté o el “trabajo de
pezón” que atrae tanto a la comunidad gay. El problema era que la sodomía era
reduccionista: si se la mencionaba como práctica gay, podía parecer
antihigiénica, sucia y retorcida. Además, debería de explicarse el porqué
este tipo de práctica tiene como consecuencia -otro elemento que se oculta- una
mayor incidencia de determinadas enfermedades (en internet hay suficiente
literatura sobre el tema como para que no queden lugar a dudas) a corto, medio
y largo plazo. Nada, en definitiva, como para estar “orgulloso”.
* * *
Podríamos seguir con ejemplos y más ejemplos de lo que, en el
fondo, no es más que un frente -otro frente- de la decadencia de nuestro
tiempo. Más vale que nos hagamos a la idea de que vivimos en tiempos de
decadencia y que esta no se detendrá forme quien forme gobierno, ni se
convoquen o no nuevas elecciones. La decadencia es como una pequeña piedra
que empieza a deslizarse desde lo alto de una montaña y que en su caída
arrastra más y más piedras a mayor velocidad, hasta que, finalmente, genera un
alud. Hemos llegado al momento en que ese alud se muestra imparable. Podrá
aumentar o mantenerse la velocidad de caída, pero este tipo de procesos tienden
a llegar hasta sus últimas consecuencias y solamente entonces se produce un
reordenamiento “normal” de la sociedad.
El sexo está en el fondo de la cuestión. Parece lógico: desde el
momento en el que “Dios ha muerto” y “todo está permitido”, la tendencia “normal”
hasta ese momento (la de tratar de llevar un comportamiento ético y moral aceptable
para la masa o el tratar de apurar las potencialidades del alma para
aproximarse a la idea de la transcendencia y vivir la trascendencia) se
invierte y lo que antes era un “tender a lo alto”, ahora es zambullirse en lo
bajo, por lo bajo y para lo más bajo aún. Ni “pequeños misterios”, ni “grandes
misterios”, ni “salvación”, ni “liberación”: tan solo disfrute, hedonismo y
poco más. Este es el fatum de nuestro tiempo.
Evola presentó en Metafísica del sexo, una serie de
prácticas y concepciones que indicaban que las civilizaciones tradicionales,
vivían el sexo, conocían lo que era el sexo, lo apuraban y lo transformaban en
vehículo para la experiencia trascendente. El libro está ahí para demostrar una
vía para los que creen que el “sexo es la mayor fuerza de la naturaleza”. Pero
el problema es que, hoy, el sexo se ha convertido en un producto obsesivo de
consumo: para las apps de citas tener una relación sexual es como echar monedas
en una máquina; la pornografía gratuita vehiculizada a través de Internet, ha
hecho imposible el sexo real. Hace poco leía que chicos de 14 años en su
primera relación creían que lo más normal era asfixiar a la partener. Lo habían
visto en miles de webs porno. Así pues, si está en la red, es que es “normal”.
La coeducación y la “igualdad” aspira a que las chicas sean
competitivas con los varones desde la primaria. En lugar de potenciar su
feminidad, tienden a ser “como los chicos” y a competir con ellos. El
resultado es que la barrera entre sexos, lejos de ir disminuyendo, se va
ampliando e, incluso, termina por hacer imposible las relaciones sexuales que,
como mínimo, exigen “polaridad” entre los dos parteners: la corriente no
fluye entre dos polos con la misma carga magnética, para que haya “chispa” hace
falta diferenciación, un polo positivo y otro negativo. La mujer no termina por
encontrar “hombres”, ni el hombre logra aproximarse a “mujeres” que
verdaderamente sientan que lo son. La idea de complementariedad en las
relaciones sexuales ha desaparecido: “yo quiero hacer el sexo así… aunque a ti
no te guste; y solo esto. Y, ni por un momento se me ha ocurrido pensar lo que tú
quieras hacer o lo que a ti te guste”. La economía neoliberal ha hecho casi
imposible formar una familia. Y, a lo lejos, ya se siente el aroma de la
Inteligencia Artificial unida al metaverso y a la robótica que nos permitirán
descender a los “mundos virtuales” en donde tendremos al “partener” que
nosotros mismos hayamos diseñado y que nunca encontraremos en el “mundo real”.
Lo sorprendente es que, en este mundo interconectado, “libre”, “inclusivo”
e “igualitario”, las nuevas generaciones especialmente se sienten cada vez más
solas, más aisladas y más incómodas. Y esos
mundos virtuales nacidos del metaverso se acabarán en el momento en el que una
crisis de cualquier tipo corte el flujo de energía eléctrica.
Pero nuestra civilización no vive en la “postverdad”, sino que
oscila entre la “postmentira” y la “ignorancia” pura y simple. De tanto en
tanto, aparecen pequeñas luces -la carnicería realizada por el nieto de Curro
Jiménez, el caso de los curas pederastas, el maniqueísmo a la hora de dar
noticias sobre “violencia machista”- que bastarían por sí mismas para que la
sociedad reflexionara: pero hace tiempo que las sociedades modernas han
perdido la capacidad de reflexionar. Se fían de lo que dice Internet y de los
mitos al uso. No pienses, el Gran Hermano piensa por ti. Y el Gran Hermano
trabaja para cubrir el nihilismo ofreciendo a cada cual el producto de consumo
de su elección. Pero sólo hay uno: hedonismo en distintas tallas.
1. NIHILISMO, PEDERASTIA Y CRÍMENES SEXUALES A CASCOPORRO
2. APRÉNTESIS SOBRE EL CASO DEL NIETO DE “CURRO JIMÉNEZ” Y LOS “CURAS PEDERASTAS”
3. UNA SOCIEDAD NIHILISTA EN MARCHA A UNA BRUTALIZACIÓN CRECIENTE