miércoles, 3 de febrero de 2016

"Brexit" = "Brdoor"


Info|krisis.- El peso de la inmigración en el “brexit”. El euroescepticismo británico es un rechazo a la política de inmigración de la UE “Brexit” es la nueva palabra que expresa la salida (exit) de las Islas Británicas (BR) de la Unión Europea. La encuesta parecen dar la mayoría a los británicos dispuestos a abandonar la UE y buena parte de los euroescépticos se encuentran en las filas conservadoras. En esa decisión pesa mucho la política europea común en materia de inmigración.

La noticia de que el Reino Unido tiene un pie fuera de la UE puede ser considerada como “muy buena” para Europa. Desde que ingresó en las Comunidades Europeas el 1 de enero de 1973, el Reino Unido siempre ha mantenido una posición ambigua. Ni siquiera pertenece al espacio de Schengen y la libra sigue siendo su moneda nacional. Su principal socio exportador sigue siendo EEUU, país que es, así mismo, su principal importador. Sus otros dos grandes socios comerciales son China y Alemania. Así pues, en el curso de estos 43 años de permanencia del Reino Unido en la UE lo que han mostrado es la posibilidad de “estar sin estar”. De hecho, el papel del Reino Unido en estos años ha sido el de correa de transmisión de las políticas elaboradas en Washington sobre el continente europeo.

Todos los gobiernos conservadores británicos desde Margaret Tatcher se han mostrado, más o menos, euroescépticos. La Tatcher ya hizo amagos de retirarse con la excusa de que la UE era una organización internacional que despilfarraba recursos de sus países miembros (y tenía razón). Ahora, David Cameron ha hecho del euroescepticismo un recurso. Y lo necesita para ganar peso en la sociedad británica. Las cosas no van bien en aquella nación y, ante la imposibilidad de realizar cambios en profundidad, Cameron opta por convocar referéndums: hace dos años, el referéndum sobre la independencia escocesa, ahora el referéndum sobre la retirada de la UE.

Las cuatro objeciones que Cameron presenta a la UE son:

- Económicamente las cosas no van bien en la UE: hace falta reformar su estructura económica y la naturaleza del euro. En realidad, salvo en Europa Occidental, los nuevos países del Este que ingresaron en la UE todavía no cumplen las condiciones para ingresar en la zona Euro y Polonia ya ha indicado que no se unirá. Dinamarca y el Reino Unido tampoco lo han hecho. Con lo cual, la existencia del Euro se reduce a una zona que, por lo demás, ha comprobado dramáticamente las dificultades de establecer políticas monetarias cuando no se es dueño de la moneda.

- La cuestión de la “competitividad”. Como neoconservador que es, David Cameron es consciente de que su país (y la UE) deben “ganar competitividad” en relación a las “economías emergentes” (China e India)… y eso implica bajar salarios y reducir prestaciones sociales. En cuanto a la tercera exigencia (aumentar la presencia de trabajadores inmigrantes), ya no es posible a partir de las protestas populares.

- Ni federación, ni unión: Britania ante todo. Los distintos gobiernos británicos, históricamente, mantienen un eje anglosajón que se remonta a más de 150 años que liga su destino al de los EEUU. A pesar de haber ingresado en la UE, el Reino Unido tiene poco interés por esta alianza que, inicialmente, se realizó solamente para gozar de una posición privilegiada en Europa. Así se explica la oposición de Londres a las medidas que han pretendido “profundizar” en la UE. La opción inglesa consiste en mantener la soberanía del parlamento británico por encima de las propuestas adoptadas en el Parlamento Europeo.

- Políticas de inmigración: el principal reclamo para la inmigración en el Reino Unido, no es la legislación europea –muy laxa en la materia, por otra parte- sino la legislación de la Commonwealth (comunidad de naciones que pertenecieron al Imperio Británico) y que tienen facilidades para instalarse en el país. Sin embargo, la “crisis de los refugiados” a dado a Cameron la oportunidad de echar la culpa a la UE. Por lo demás, una amplia mayoría de la sociedad británica está alarmada por la pérdida de identidad de las Islas y la desfiguración de su sociedad.

En la UE, el anuncio del referéndum ha generado terror y, como mínimo, inquietud. Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo presentó ayer a los jefes de Estado y de Gobierno una propuesta para evitar el “Brexit”: los parlamentos nacionales podrán vetar las propuestas europeas. Hará falta ver si esta medida logra detener la convocatoria el referéndum y la victoria de los euroescépticos. Pero Cameron tiene otras exigencias, por ejemplo, exigir que no se entregue ningún tipo de ayudas sociales a los inmigrantes mientras no hayan pagado impuestos durante en el país durante cuatro años. Esto no gusta en la muy humanista y solidaria UE dispuesta a subsidiar la llegada de inmigración a Europa… precisamente, para ganar competitividad. La UE prefiere que se apruebe una medida más descafeinada: el que los Estados miembros de la UE puedan negar subsidios a la inmigración solamente cuando no tenga recursos suficientes para ello (cuando “su sistema de bienestar se enfrente a una carga imposible de asumir”... a eso se le llama “freno de emergencia”). Si Londres se queda en la UE el “freno de emergencia” se aplicaría ipso facto.

El sistema no convence al a opinión pública británica. Es demasiado ambiguo y el público está ya demasiado harto de las ambigüedades que están haciendo inviable desde hace décadas, la construcción europea. Lo que Londres tiene claro es: 1) que no modificarán su eje histórico con los EEUU, 2) que no renunciarán a que sus principales socios comerciales sean EEUU y China, 3) que no aceptarán política comunitarias en materia de inmigración que puedan poner en entredicho sus acuerdos con los países de la Commonwealth y 4) que el referéndum en estas circunstancias tiene una importancia menor, sea cual sea el resultado, y lo único a lo que aspira Cameron es a que beneficie sus perspectivas de voto.

El “Brexit” es superfluo, porque, en realidad, el Reino Unido jamás ha estado dentro de la UE. No ha existido un “Brdoor”…

© Ernesto Milà – info|krisis – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen