domingo, 30 de junio de 2013

Las fiestas de moros y cristianos. O el eco de un milenio de amenaza islámica


Info|krisis.- El 26 de octubre de 2004, la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas emitía un comunicado exigiendo que se suprimieran las “fiestas de Moros y Cristianos”, argumentando que no “tienen cabida en la España democrática”. Resulta, como mínimo grotesco, seguir una religión difícilmente compatible con cualquier forma de democracia y aspirar a dar lecciones sobre lo que es o no democrático. Lo evidente es que ningún país regido por principios islámicos tiene formas democráticas similares a los estándares europeos.

Pero el hecho objetivo y el fondo de la cuestión es que los islamistas se sienten en estos momentos suficientemente fuertes en España como para iniciar una ofensiva contra nuestras tradiciones antropológicas. Si esto ocurre hoy, cuando hay poco más de un millón de islamistas –la inmensa mayoría llegada con la inmigración magrebí y pakistaní– podemos suponer lo que ocurrirá en cinco años, cuando esta cifra se haya duplicado. ¿Se prohibirá el jamón de bellota? ¿los tintos rioja y los claretes serán arrojados fuera de la ley? ¿nuestras mujeres tendrán que ir con algún tipo de velo para no ofender a los “creyentes”? Ironías a parte, el comunicado de la FEERI nos da pie para recordar lo que son las “fiestas de moros y cristianos”.

1. Origen de la fiesta y componentes estamentales

Las fiestas de nuestra península nacen, habitualmente, como recuerdo del hecho más traumático de nuestra historia que supuso una ruptura con el pasado y el intento, no solamente de instalar uno gobiernos invasores, sino unos valores que ni se correspondían con los de Europa, ni tenían nada que ver con ellos. Ese episodio histórico se inicia con la “Pérdida de España” y termina con la “Toma de Granada”.

Entre ambas fechas median 800 años de tensiones y estado de guerra permanente. No es raro que, al alejarse el riesgo islámico, especialmente a partir del siglo XV, en las zonas que habían estado más expuestas a las razzias islamistas, la alegría desbordada en momentos festivos, cristalizase en forma de fiestas de moros y cristianos, dramatizando la derrota de aquellos y la liberación del territorio y de las conciencias. Si en siglos posteriores a 1492, estas fiestas, lejos de decaer, se reafirmaron, fue a causa de que hasta una fecha relativamente tardía -ya en el siglo XVII- la amenaza islámica no fue definitivamente conjurada. Hasta que los piratas berberiscos no son aplastados definitivamente y hasta que no se liquida definitivamente la amenaza otomana, inquietantemente estimulada por los moriscos de La Alpujarra, la costa mediterránea española no puede respirar tranquila.

Se tiene constancia de que en 1150 ya se celebró la primera fiesta de este tipo en Lérida y en 1426 aparecían en Murcia. Resulta interesante constatar que en algunas zonas del Mediterráneo, especialmente allí en donde la presencia de marinos del Reino de Aragón fue más intensa (Sur de Italia, Costas e Islas del Adriático), aparecen fiestas similares, sin duda, implantadas por ellos. Hoy incluso subsiste en la isla de Nórchula (Croacia), la “Danza Moreska” muy similar al baile de este tipo que aún subsiste en Lérida.

Las fiestas de moros y cristianos nacen en el contexto de una sociedad tradicional que creía firmemente en las intervenciones sobrenaturales en su vida. No alude solamente a un recuerdo desagradable (un milenio en el que la Península estuvo sometida a la presión islámica) y a la victoria final, sino que establecen que ésta se produjo por intervención divina.

Cuando el 7 de octubre de 1571 se produce la victoria de Lepanto, el papa Gregorio XIII instaura las fiestas de la Virgen del Rosario, imagen sagrada patrona de la flota cristiana. Los piadosos cristianos de la época tenían conciencia de que la victoria de Lepanto no se había debido a la estrategia superior de Don Juan de Austria, sino a la intervención de la Virgen del Rosario. En este mismo contexto se inscriben el resto de victorias anteriores sobre los sarracenos e incluso el alejamiento del peligro tras la expulsión de los moriscos. Esto explica suficientemente la interpolación de elementos religiosos en la fiesta. En la localidad granadina de Cerchelejo este origen está claro y lo mismo ocurre en poblaciones próximas (Campillo de Arenas o Bélmez de la Moraleda), festividades de moros y cristianos, todas ellas, colocadas bajo la advocación de la Virgen del Rosario.

En cuanto a los elementos propiamente militares presentes en la fiesta se explican de acuerdo con el carácter “paramilitar” de los gremios artesanales. Hasta el siglo XVIII una parte importante en la actividad de los gremios eran el mantenimiento de “milicias concejiles” (por ejemplo, “la coronela” formada por los gremios barceloneses que más combatividad demostró durante el triste asedio de 1714 por Felipe V). A partir de Felipe II, se instituyen las milicias locales en base a la organización gremial (en el fondo, ya desde las corporaciones romanas, los gremios siempre fueron excepcionalmente belicosos y eficaces en la protección de las villas). En la medida en que la sociedad medieval europea era estamental, esta composición se percibía también en la configuración originaria de las fiestas de moros y cristianos: la nobleza convocaba las fiestas y las presidía; el clero las bendecía y les aportaba sus contenidos sagrados; y los gremios aportaban los contingentes humanos de lo que más adelante se configurarían como las “filaes”. Estos últimos, organizados de forma paramilitar, desfilaban disciplinadamente, de la misma forma que las milicias gremiales realizaban constante ejercicios paramilitares que en período festivo daban la fisonomía que todavía tienen hoy las “filaes”.

2. Contenidos festivos

Es indudable que los contenidos de estas fiestas tienen distintos orígenes que varían de unas poblaciones a otras. En ocasiones aparece el viejo tema tan habitual en la primera lírica castellana en los “romances fronterizos” que suelen tratar del amor de un cristiano y una mora. En Xixona, se fusila al “moro traidor” después de un juicio sumarísimo. ¿Su delito? Haberse enamorado de una cristiana y renunciado por amor a su religión. Otro tanto ocurre en Guardamar y en Ibi.

En otras se recuerda a los familiares y amigos muertos, como en Banyeres de Mariola cuando los miembros de las comparsas, rodilla en tierra, descargan sus trabucos, en una de las versiones más antiguas de la fiesta constatada documentalmente desde mediados del siglo XVIII.

El exceso de tomates maduros se utiliza en Cocentaina cuando las comparsas combaten a tomatazo limpio, en una versión local de la fiesta influida, sin duda, por la “guerra del francés”.

En 1668, el cronista Carbonell, en su "Celebre Centuria", alude a las celebraciones de aquel año en Alcoy. La lectura de su obra demuestra a las claras que, inicialmente, las “filaes” (o su precedente) estaban formadas en función del gremio al que pertenecían sus miembros; sin embargo, éste carácter se perdió un siglo después, cuando esas mismas fiestas locales ya tenían un claro cariz popular que coincidió con la pérdida de influencia de los gremios artesanales. El 23 de abril, en esa localidad se celebraba el día de San Jorge y el “alardo” (derivado de alarde) con los omnipresentes petardos, cohetes y trabucos.

En Orihuela, la variante de la fiesta introduce una figura femenina –es completamente falso que la mujer no hay estado presente en as fiestas de moros y cristianos hasta hace poco, de hecho, siempre ha aparecido con algún papel específico–, “la Armengola”, evocación de una heroína local de la resistencia antisarracena.

Las de Alcoy figuran, sin duda, entre las más importantes y han sido declaradas Patrimonio Turístico Internacional.

A pesar de las extraordinarias diferencias entre unas celebraciones y otras, la totalidad de las fiestas de moros y cristianos tienen algunos rasgos comunes. Habitualmente, todas ellas contienen tres elementos: las “Entradas”, las “Embajadas” y la “Procesión” (en la que el carácter religioso es preponderante). Los participantes están divididos en dos bandos ataviados tal como se supone que vestirían los bandos moros y cristianos del Medievo, aun abundando los arcaísmos y la fantasía. Sin embargo, algunas de las comparsas no tienen relación con estos bandos: Labradores (o Maseros); Contrabandistas (o Andaluces, Bandoleros, Mirenos etc.); Pescaors (o Marineros); Bucaneros (o Piratas, Corsarios, etc.); Zíngaros; o Pacos, que utilizan vestimentas de claro origen setecentista u ochocentista. Todas las comparsas reciben también el nombre de “filaes” por su particular forma de desfilar (en fila, no en columna).

Cada uno de los bandos toma simbólicamente la ciudad un día, en el episodio que recibe el nombre de “Entrada Mora” y “Entrada Cristiana”. Finalmente, por supuesto, son los cristianos los que conquistas la villa. Cada bando lee ritualmente unas líneas que habitualmente son desafíos, retos, invocaciones y, en definitiva, declaraciones de intenciones. Los “combates” se desarrollan siempre en el centro de la villa –frente a la casa consistorial- donde se instala el “castillo” (un entramado de madera) en disputa. Se muestran armas propias del Medievo (espadas, puñales, lanzas y ballestas), pero también armas de avancarga (arcabuces, trabucos y espingardas), arcaísmo procedente del siglo XVIII.

¿Por qué la presencia inseparable de la pólvora en este tipo de festividades? Desde el principio de su utilización se ha atribuido a la pólvora un carácter “embriagador” que todavía hoy puede constatar quien haya disparado varias ráfagas con arma automática. Como se sabe, determinados perfumes o el producto de la combustión de algunas resinas facilita el acceso a estados diferenciados de conciencia, operando una desconexión entre el consciente y el inconsciente, facilitando la irrupción de estratos más profundos de la personalidad y de la percepción. Por su parte, el humo de la pólvora tiene un carácter, que, a diferencia del incienso que estimula la introspección, confiere a quien la respira profundamente, un impulso expansivo y un estado de exaltación próximo a la embriaguez alcohólica.

Las comparsas cristianas suelen tener nombres característicos: Cristianos Nuevos, Almogávares, Cruzados, Caballeros del Cid, Templarios, Hospitalarios, Caballeros de la Baronía, Mirenos, etc. Las comparsas moras son también características: Benimerines, Bereberes, Almohadas, Marroquíes, Moros Nuevos, Abenzoares, Judíos… Las comparsas están jerarquizadas interiormente: dirigidas por un “capitán”, también tienen un alférez y un abanderado (generalmente, la dama de la comparsa). Su sede o “cuartel” es el centro de las reuniones sociales a lo largo del año. Las comparsas conservaron cierto carácter remotamente gremial: no se trataba solamente de una agrupación de ciudadanos en período festero, sino de una verdadera “fraternidad” en la que sus miembros practicaban el apoyo mutuo.

En las fiestas villeneras (4-9 de septiembre) participan catorce comparsas, siete moras y siete cristianas. Existen “filaes” exclusivamente femeninas. En su actual configuración son la síntesis de tres fiestas: la propiamente patronal (la más antigua que data, como hemos visto de 1474), la fiesta militar o alarde de carácter gremial (las milicias gremiales aportan “la soldadesca”) que se configura en la primera mitad del siglo XVII y, finalmente, la fiesta de rememoración histórica (que aparece tras la retirada napoleónica y del que proceden los textos de las “Embajadas” que todavía se leen hoy, escritos entre 1810 y 1815). La fusión de estas tres fiestas y su ubicación a principios de septiembre tiene como denominador común la participación popular masiva de los ciudadanos de Villena.

Este mismo esquema de fusión entre distintas fiestas que, finalmente, dan como resultado la configuración actual, es un esquema que se reproduce en otras muchas localidades, pero sería erróneo pensar que las referencias a los “moros y cristianos” solamente aparecen en el siglo XIX tal como han sostenido algunos historiadores. Es cierto, si, que los textos de las “embajadas” y la configuración actual se remonta a ese período, pero no es menos cierto que el impacto de la invasión napoleónica revalidó e hizo revivir el recuerdo traumático del milenio de amenaza islámica (en 1812, cuando se retiran las tropas napoleónicas hacía solamente un siglo que las costas del Levante español se habían visto libres de las razias de los piratas berberiscos).

Lo cierto es que hay constancia que ya desde el siglo XIV, se celebraban representaciones en las que dos bandos, uno de moros y otros de cristianos, simulaban disputar un castillo de madera (“baluarte”) instalado en el centro de la población. El “baluarte” era tomado alternativamente por cada bando. Posteriormente, en el curso de los combates se utilizó el arcaísmo de las armas de fuego y “corría la pólvora”. Finalmente, las “salvas” (significativa alteración de “Salve”, oración compuesta para honrar a la Virgen) en honor de la Virgen cerraban la fiesta.

Parece que esas primigenias fiestas de moros y cristianos no tenían lugar anualmente, sino solo en momentos destacados: bodas reales, bautizo de infantes, victorias militares, pero no estaban todavía superpuestas a las fiestas patronales. Todo esto le permitió decir a Lope de Vega que las “Comedias de Moros y Cristianos” eran en su época las preferidas por el público.

3. Ámbito Geográfico

A pesar de que las formas más singulares de fiestas de moros y cristianos tienen lugar hoy en las zonas del Levante español, antropólogos e historiadores suelen convenir que hubo un tiempo en el que estuvieron extendidas a toda la península hacia finales de la Edad Media y, a partir de entonces, se fueron reconvirtiendo en algunas zonas y replegando en otras. Con todo, su ámbito geográfico actual es excepcionalmente extenso y se celebran fiestas de este carácter en las comunidades valenciana, murciana, castellano-manchega, andaluza, y en menor medida en Catalunya, Mallorca y Aragón.
Esto nos describe una supervivencia de las fiestas en la parte mediterránea y especialmente a partir del Ebro hacia el sur y en la zona sur de la península, es decir, en las zonas en donde la presencia islámica estuvo más viva hasta el siglo XV,  hasta los sucesos de La Alpujarra dos siglos después y, en última instancia, la zona más amenazada por los piratas berberiscos.

Actualmente las fiestas de Moros y Cristianos se celebran en las tres provincias del antiguo Reino de Valencia (en treinta y cuatro localidades de la provincia de Alicante -en la ciudad de Alicante en cinco barrios-, en Jijona con el peculiar añadido el “Juicio al moro traidor”, en dieciséis de la provincia de Valencia -incluida la capital provincial-, en una de la provincia de Castellón –Peñíscala-), en el Reino de Murcia (en cuatro localidades), en Castilla-La Mancha, provincia de Albacete (en Caudete, próximo a Villena, desde 1588, siendo uno de los lugares de mayor antigüedad) y en la provincia de Toledo (en una localidad, Consuegra), en Andalucía (en 42 localidades de Granada, en 32 localidades de Almería, en 3 de Jaén y en 1 Cádiz, de nombre significativo: Benamahoma). Así mismo, se celebran fiestas moros y cristianos en lugares distantes de los anteriores como Lérida capital y en dos localidades insulares (Sóller y Pollença).

Si tenemos en cuenta que la mayor aglomeración de fiestas tiene lugar en Alicante, Valencia, Almería y Granada, especialmente en la zona de La Alpujarra, esto coincide con las de mayor presencia de moriscos, de tal forma que puede concluirse que en esas zonas, la expulsión fue tomada como una liberación por parte de las poblaciones cristianas hasta el punto de magnificarla en forma de fiestas.

Aún hoy, en La Alpujarra se celebran 14 fiestas de Moros y Cristianos. En esta zona los personajes principales de cada bando son rey, general, embajador y espía. Es significativo que en los textos siempre figura la queja de los moros por su expulsión de España y la conversión final de los moros producida por propio convencimiento, con ayuda de fuerzas sobrenaturales.

A finales de 1568 se extendió una sublevación de moriscos en gran parte del Reino de Granada, con mayor incidencia en La Alpujarra donde intentaron instaurar un nuevo reino árabe, con la ayuda del imperio otomano. Tal fue el origen de la “Guerra de La Alpujarra”. La consiguiente expulsión de los insurrectos hizo que la zona quedara prácticamente despoblada y fuera colonizada por cristianos viejos. Cuando la comarca fue repoblada, persistió intensamente el recuerdo de las matanzas y excesos operados por los moriscos, hecho que se deja entrever en la contundencia –ciertamente, “racista y xenófoba”- de los textos leídos en el curso de las fiestas alpujarreñas. Con todo, hasta el siglo XVIII siguieron produciéndose frecuentes ataques de piratas, buena parte de los cuales eran descendientes de los moriscos expulsados. No es raro, pues, que en toda la comarca de La Alpujarra las fiestas de moros y cristianos constituyan hoy una de las principales manifestaciones folklóricas de la comarca.

En otras zonas de Levante, incluso, se alude al desembarco de los “piratas berberiscos” como elemento inspirador de las fiestas. Por ejemplo en las playas de Villajoyosa, donde las comparsas escenifican el desembarco moro y la lucha en la playa, mientras los espectadores consumen el “nardo”, una mezcla de absenta y granizado de café. Así pues, no es sólo la Reconquista sino también las guerras contra los moriscos y los piratas de Berbería las fuentes inspiradoras de estos ritos festivos y que recuerdan que la idea de España se ha forjado en parte en un milenio (desde el siglo VIII hasta el XVIII) de luchas ininterrumpidas contra el Islam.

Es evidente que las fiestas no son homogéneas en todos los lugares, ni tienen el mismo nivel de seguimiento popular. A la vista de todo esto y de su origen histórico, podemos convenir:

1) que las fiestas de moros y cristianos aparecen hacia el siglo XV en su configuración primitiva.
2) que, inicialmente, conmemoran el inicio de un nuevo ciclo histórico marcado por la conclusión de la Reconquista, la expulsión de los moros de la Península y las correrías piráticas.
3) que entre 1500 y 1750 se fueron extendiendo por toda España, irrumpiendo muy superficialmente en algunas zonas en donde la presencia islámica había sido mínimo, para luego desaparecer poco después.
4) que en su actual configuración las fiestas se remontan a una horquilla de tiempo que figura entre el final de la Guerra de Sucesión y el final de la Guerra de la Independencia.
5) que dado lo extenso de su reparto geográfico y su antigüedad, estas fiestas se han configurado de formas diferentes, teniendo la forma de desfiles en unos lugares, en otros bailes y dramatizaciones de episodios de la Reconquista.


4. La Mahoma… ¿es el “ninot” del profeta? ¿por qué el femenino?

Uno de los elementos que han generado más polémica en los últimos años ha sido la tradicional presencia de un “gigante” o “ninot” en algunas fiestas de moros y cristianos. Este “ninot”, llamado “La Mahoma”, ha dado pie a los grupos islamistas para que la utilizaran como excusa para sus peticiones de prohibir la fiesta.

En Beneixama "La Mahoma" acaba siendo pasto de la cohetería. Biar la cede a Villena con “pompa y boato” para que sea utilizada en sus fiestas, constituyendo un vínculo de hermandad entre ambas localidades del Alto Vinalopó (el blusón del “ninot”, lleva inscritos los nombres de ambas villas). Acompañada por un grupo de espías, se introduce en el campo biarense para estudiar la táctica de la próxima batalla contra los cristianos”. El “ball d’espies” –baile de espías– da a las fiestas de Biar un rasgo característico.

A través de “La Mahoma” se hermanaban las ciudades del Alto y el Bajo Vinalopó (Alicante). Sax tenía la suya que se la cedía a Petrer. El monigote lucía una inscripción esclarecedora: "Soy de Sax, y la cabeza de Petrer". Existen rastros documentales de que en otros pueblos de la zona se utilizó en algún momento una figura similar. Y esto da pie a algunas cuestiones interesantes: ¿por qué “Mahoma”? ¿Por qué feminizado?

No está suficientemente documentado que el origen de “La Mahoma” sea el profeta. De hecho nadie en las fiestas de estos pueblos lo considera como una representación del redactor de “El Corán”. Es significativo que tras la prohibición de utilizar la imagen en 2006, nadie quisiera hacer ningún comentario. En realidad, nadie entre los festeros de esas zonas quería renunciar a “La Mahoma”, pero nadie tampoco quería dar una excusa para excitar el fundamentalismo islámico.
Costaba mucho que algunos vecinos de estos pueblos, al ser preguntados por los medios, aceptaran hablar sobre el tema, incluso las autoridades municipales eran remisas a tocarlo. Finalmente, uno de ellos expresó la voz de la tradición: "es solo un muñeco que simboliza el bando moro, no lo vemos como Mahoma". Al periodista no se le ocurrió preguntar, “entonces ¿por qué se le da el nombre del profeta?”. Era evidente: “Mahoma”, “Muhamad” en árabe, es uno de los nombres más extendidos del área islámica, como aquí puede ser Francisco o Antonio… por generalización abusiva, el recuerdo de la presencia islamista durante los años de la Reconquista, se hipostatizaba sobre un muñeco llamado con el nombre más habitual entre los islamistas: “Muhamad”… castellanizado como Mahoma. Así pues, “La Mahoma” no es una efigie del profeta, sino la representación de la totalidad de los islamistas que invadieron España.

¿Y su feminización? Es así mismo simple entender su paradójico género gramatical: en tanto que representante de “una” comunidad, le correspondía el género femenino, de la misma forma que otros conceptos son igualmente femeninos (“la” sociedad, “la” patria, “la” nación) y otros masculinos (“el” Estado, “el” pueblo). Por el contrario, si hubiera representado a una persona física o a la figura del profeta, su género hubiera sido, indiscutiblemente, masculino.

En Beneixama, hasta las festividades de 2005, “La Mahoma” era un armazón de hierro vestido con ropas de inspiración árabe y cabeza de cartón. En el curso de la dramatización de la “toma del castillo”, los cristianos desnudaban a la efigie y llenaban de petardos su cabeza, haciéndola estallar poco después. Esta parte fue suprimida a partir de 2005. La cabeza de “La Mahoma” no volverá, pues, a estallar y en ningún programa festero se la volverá a mencionar con otro nombre que no sea el de “la efigie”.

Hasta ese momento, el molde para elaborar cada año la cabeza de la imagen, pasaba de una generación a otra como si se tratara de una reliquia.

En la actualidad, “La Mahoma” está presente es seis localidades (Castalla, Biar, Villena, Benexiama, Banyeres y Bocairent). Elda y Petrel (muy próximas a las anteriores), decidieron  eliminaron al “ninot” definitivamente de sus fiestas de Moros y Cristianos a finales de los 60. En Petrel, el muñeco era arrojado desde el castillo, explotaba su cabeza y, finalmente, era quemado.

Históricamente, el origen de la “La Mahoma” se remonta al siglo XV. A pesar de que la persistido en la comarca del Vinalopó hasta nuestros días, la primera mención que se encuentra a un monigote es en Jaén, en 1463. En la crónica del condestable Miguel Lucas de Iranzo se menciona la efigie del llamado Mahomad. La imagen terminaba siendo arrojada a la fuente de la plaza de la Magdalena. Al parecer, en las primeras formas de la fiesta, era imprescindible que “La Mahoma” finalmente “muriera”. Como en todo proceso festivo, la dramatización de una muerte significaba exaltar la nueva vida. La muerte (por ahogamiento, despedazamiento, voladura, despeñamiento) de “La Mahoma”, quería dramatizar el inicio de una nueva época y la consiguiente renovación del cosmos. Era necesario que “La Mahoma” muriera para que con ella desaparecieran los valores islamistas de la sociedad y emergiera un nuevo orden de ideas.

El texto del condestable Lucas de Iranzo demuestra la antigüedad de la tradición en torno a “La Mahoma” que no hace sino calificar la tradicionalidad de las fiestas de moros y cristianos. A pesar de que las guerras del siglo XIX, destrozaran archivos parroquiales y municipales y que, por tanto, hoy falten datos objetivos para poder establecer el marco geográfico sobre el que cuajó la imagen de “La Mahoma”, en nuestra opinión, esta tradición estuvo allí en donde estuvieron presentes las fiestas de Moros y Cristianos e, incluso, es posible que, en algunas zonas fuera independiente de las mismas o terminara desvinculándose de ellas.

En la Catedral de Barcelona, hasta la restauración que tuvo lugar a finales de los años 60, sobre el arco del crucero en la puerta Este, justo bajo el órgano, se encontraba una cabeza tocada con un turbante, a la que se llamaba “La Carassa”. Quería la tradición que fuera la efigie del último rey moro de Barcelona (el “Rey Gamir”). Tenía la mandíbula articulada, de tal forma que en la Epifanía arrojaba por ella caramelos a los niños. En 1967, todavía existía, pero ese año, el embajador de Turquía visitó la Catedral y fue retirada al considerarse que podía herir su susceptibilidad. Nunca más ha vuelto a ser exhibida. Es evidente que “La Carassa” de la catedral de Barcelona pertenece al mismo tipo de efigies que aparecen en el último tercio del siglo XV en Jaén y que subsisten hasta principios del Tercer Milenio en el Vinalopó. De hecho, en las fiestas mayores de muchas ciudades catalanas, Barcelona incluida, tienen un gran protagonismo las figuras del “gegant i la geganta”, los dos gigantes de altura similar a “La Mahoma”, y de las que existen diversas variedades… una de ellas, “el Rey y la Reina Mora”. Por increíble que pueda parecer, en Petrer la imagen de “La Mahoma” desapareció también en los años 60. Las crónicas cuentan que fue “de manera natural”, pero los más mayores recuerdan que «en los años 60, a punto de empezar la actuación en la que la figura de La Mahoma sufría mutilaciones, los organizadores se percataron de que los dos embajadores de países musulmanes que habían invitado a ver los festejos podrían sentirse ofendidos»… en efecto, “La Mahoma” era arrojada por el castillo y se le mutilaba.

Por tanto, nos inclinamos a pensar que, contrariamente a lo que sostienen los antropólogos progresistas, “La Mahoma” no es un producto del siglo XIX, ni siquiera tiene una antigüedad de apenas tres siglos, como sostienen otros. Es cierto que, a partir del siglo XIX se empiezan a encontrar más referencias sobre “La Mahoma”… pero es que también se encuentran más referencias sobre cualquier otro rasgo antropológico; es un simple problema de proximidad temporal. En nuestra opinión, nos inclinamos a pensar que “La Mahoma” es tan antigua como las fiestas y estuvo más o menos presente en todas ellas, incluso en zonas muy alejadas de Levante o de su foco de expansión originario (Jaén y, seguramente, el resto de Andalucía (especialmente de la parte oriental). Lo que ocurrió fue que el paso del tiempo alteró algunos significados originarios y la imagen –representación “del otro”, “del adversario”, “del anterior ciclo”, par “par enemigo”– se convirtió en el “gegant i la geganta” en Catalunya y en otras muchas regiones. Fue en los lugares en que las luchas entre moros y cristianos fueron más duras y tardías y en donde la presencia islámica fue más intensa (Levante y el Sur Este Andaluz) donde siguió siendo una hipóstasis de la comunidad islámica.

5. La ofensiva islámica contra las fiestas

La declaración de la FEERI que hemos mencionado al principio se este artículo, no es un exabrupto extemporáneo de un grupo de exaltados, sino que se inscribe dentro de una ofensiva generalizada de los islamistas residentes en España contra nuestras fiestas y tradiciones populares.

Llama la atención que en aquella ocasión, el presidente de la FEERI dijera: “¿qué reacción tendría la población de determinados pueblos si se celebrara la entrada de las tropas de Franco con el consiguiente castigo que infringió a la población?”. A pesar de que las distintas coordinadoras islámicas suelen colocar a islamistas nacidos en España a la cabeza, lo cierto es que la inmensa mayoría de los seguidores del Islam en nuestro país, son de origen extranjero (esto es, han venido sin que nadie les haya invitado), y esa ínfima minoría de islamistas castizos tiene una fuerte presencia de antiguos izquierdistas de los años 60 y 70 que se reciclaron en esa religión cuando se hizo patente que el marxismo había entrado en el basurero de la historia. En el fondo no hay tanto trecho entre el Corán y la última resolución de la IV Internacional o entre las Suras el Profeta y el Pequeño Libro Rojo de Mao, como muy bien sabe Mansur Escudero uno de los exponentes más conspicuos de la minúscula comunidad de islamistas nacidos en España.

La FEERI achaca a las fiestas “islamofobia”. Ya hemos visto que, salvo en La Alpujarra, esa acusación es literalmente falsa y mendaz… tal como demuestra el que las “filaes” de moros tengan prácticamente el mismo seguimiento que las de cristianos. Difícilmente alguien se afiliaría a una asociación que fuera odiada y marginada por sus vecinos.

En esas mismas fechas, otra de las asociaciones islámicas, la Comisión Islámica de España, presidida por el gerente de la Fundación Mezquita de Granada, Malik Ruiz, fue más inteligente que la FEERI: afirmó que “no hay inconvenientes en la celebración de estas fiestas”, pero con una salvedad: “siempre y cuando no haya elementos que puedan ser motivo de provocación y genere discordia”, pidiendo acto seguido que se suprimieran “cuantas imágenes o representaciones ofensivas se den contra el pueblo musulmán”… y aquí incluía, no sólo a “la Mahoma”, sino las inscripciones con caligrafía islámica y las medias lunas que lucen algunos disfraces… Terminaba con algo que podía ser entendido como una amenaza: "No vamos a justificar nunca acciones violentas pero hay que ser comedidos y tener en cuenta lo que para nosotros significa el profeta Mahoma. No se puede tomar a la ligera porque puede derivar en elementos de discordia".
El imán de la mezquita de La Unión y presidente de la FEERI, Félix Herrero coincidió con la apreciación de su colega nazarí: «Como cualquier otra representación de islamofobia o racismo debe eliminarse». Creemos haber demostrado ampliamente que, no solamente, “La Mahoma” no tiene nada que ver con la figura histórica del profeta Mahoma, sino que no existe el menor rastro de racismo, xenofobia, ni siquiera de hostilidad religiosa en los contenidos de las fiestas de moros y cristianos que, en el fondo, son –creemos haberlo demostrado con creces– escenificaciones de un episodio histórico, difícilmente controvertible: el resultado final de la aventura islamista de invasión de España.

6. La instalación de la intolerancia en España

Bocairent es un pequeño pueblo valenciano cuyo nombre se pregonó desde Washington hasta Rawalpindi, el 12 de febrero de 2006. Ese año –el mismo en el que se produjo una oleada de violencia causada por la publicación en Dinamarca de unas inofensivas caricaturas de Mahoma– las autoridades de Bocairent renunciaron a incinerar la figura clave de la fiesta local: “la Mahoma”. El miedo a la intolerancia islamista y la presencia masiva de islamistas había operado esta renuncia. Lo mismo ocurrió en Beneixama: la posibilidad de una reacción islámica asustó.

Bocairent tiene 4.500 habitantes y celebra sus fiestas del 2 al 6 de agosto. Tradicionalmente, desde tiempo inmemorial, un “ninot” de tres metros de altura, vestido de árabe, luciendo media luna y barba negra sobre su tez morena, era el abanderado de las fiestas y el icono más popular. La fiesta terminaba arrojando al “ninot” por el castillo. A partir de 2006, el pueblo renunció a esta tradición: ¿por convicción? ¿por afán renovador? ¡En absoluto! ¡por miedo!.

Lo mismo ocurrió unos días después en Beneixama, cuando se abandonó toda referencia a “La Mahoma”, pasando a ser “la efigie”. En esta localidad de 1.500 habitantes, hasta 2005 se hacía explotar la cabeza de “la efigie”, con pólvora, dando así por concluidas las fiestas.

Era evidente, a partir de la presencia masiva de islamistas en nuestro país que, antes o después, nuestras fiestas iban a sufrir una alteración en profundidad.

Hasta hace poco, podíamos tener una ligera idea de lo que es la intolerancia islámica a partir de las imágenes de masas musulmanas en estados de histerismo e irracionalidad en Palestina o Irán, en Pakistán, Turquía o Marruecos. Ahora ya tenemos a esas masas entre nosotros. Es evidente que las cosas no han terminado aquí, con un simple recorte en algunos rasgos de las fiestas de moros y cristianos. La FEERI lo ha proclamado: quieren su abolición. Es así de sencillo. Saben que hoy no son lo suficientemente fuertes, así que se trata de seguir avanzando e islamizando la península. Que nadie lo dude: cuando el Islam sea lo suficientemente fuerte en Europa, la democracia será un recuerdo y las viejas tradiciones seculares proscritas. Hoy, estamos en la primera fase de la instalación de la intolerancia.

Por todo esto, la defensa de las Fiestas de Moros y Cristianos en su configuración tradicional es algo más que una postura “resistencialista”: supone la afirmación de nuestra identidad y de nuestra historia. Algo irrenunciable. Algo necesario.


© Ernesto Milà – Ernesto.mila.rodri@gmail.com – infokrisis