Lo hemos escrito en varias ocasiones, la idea de España
no se ha renovado desde hace 121 años. Prácticamente, después de 1898 la
idea de España no ha sufrido aportaciones nuevas a pesar de que España haya
cambiado extraordinariamente y que el mundo lo haya hecho todavía más. Y esta
reflexión es extremadamente importante porque una “nación” es especialmente una
“misión” y un “destino”. La definición de Ortega y Gasset, popularizada por
José Antonio Primo de Rivera, según la cual España es “una unidad de destino en
lo universal”, implica tener muy claro cuál es ese “destino”. Y hoy las ideas
del 98, ya no sirven para alumbrar el futuro de España en el siglo XXI porque
el mundo es muy diferente de cómo lo era hace 121 años. De ahí que desde
hace tiempo hayamos sostenido que la crisis de España es, sobre todo, la crisis
de la “idea de España” y la incapacidad de los pensadores “patriotas” para
abrir senderos nuevos. El día de la constitución (no merece mayúsculas un
contrato incumplido del que España ya ha tenido muchas versiones en 200 años)
nos ha animado a hacer algunas reflexiones en este sentido.
1) Tierra o Mar
El drama histórico de España consistió en ignorar la ley
básica de la geopolítica, aquella que distingue entre naciones “marítimas” y
naciones “continentales”, es decir, aquellas que dan más importancia a su
expansión oceánica y aquellas otras que la dan a su expansión terrestre. En
España, a partir del siglo XVI y hasta el XVII, se combatió entre dos frentes:
de un lado en la conquista y colonización de América, de otro en las guerras
europeas. Era evidente que España ni poseía la capacidad demográfica, ni la
riqueza suficiente, ni existía una mentalidad en las masas capaz de asumir un
desafío de tal magnitud que ningún país ha podido soportar jamás.
La nitidez y la duplicidad de este combate desangraron
España durante dos siglos y fue precisamente en 1898 hasta donde se prolongó la
agonía imperial. Luego, en el siglo XX, España fue incapaz de definir ese
aspecto axial de nuestro pasado y de nuestro futuro: ¿nación continental o
nación marítima? Dio, por un momento, la sensación durante el franquismo de que
el impulso decidido a los astilleros, era el síntoma de que España había optado
por un enfoque marítimo. El plan de renovación de la Armada elaborado a finales
de los 60 pareció confirmar en esa dirección, pero al llegar la transición todo
esto se difuminó y las necesidades de nuestra defensa, de nuestra industria y
de nuestros intereses, se situó en el furgón de cola de la OTAN y se supeditó a
los intereses de las Comunidades Europeas (hoy UE).
Ahora hace falta reconocer el error histórico que supuso
el intentar compaginar durante el reinado de los Austrias el enfoque terrestre
y el marítimo. Heroísmos aparte y asumiendo el hecho de que el legado de la
historia es irrenunciable, la aventura colonial en América y las guerras de
religión se nos aparecen hoy como insensatas. Y la alternativa pendiente de
nuestra historia es precisamente el elegir por uno u otro enfoque, a la vista
de que la experiencia histórica mundial enseña que es tan imposible luchar
en dos frentes al mismo tiempo como el asumir dos empresas históricas tan
antagónicas como titánicas.
No es raro que se trate de un episodio irresuelto de nuestra
historia porque la situación geográfica de España parece configurarla como algo
“descolgado” de Europa con quien estamos unidos solamente por los Pirineos (si
olvidamos que la orilla occidental nos sitúa como integrantes del “estanque
mediterráneo”). El hecho de que estemos rodeados de aguas por casi todas partes
nos determina, pues, como “nación marítima” y, por tanto, nuestro impulso
esencial debería de haberse situado en la construcción de una gran flota que
garantizara la seguridad de los mares y asegurara la integridad de nuestras
rutas comerciales.
Pero la destrucción de la Armada Invencible cortó ese sueño y, a partir de ese momento, el Imperio Español jamás estuvo en condiciones de garantizar la seguridad de las rutas marítimas con Iberoamérica. Esta situación se prolonga todavía hoy: carecemos de una marina de guerra en condiciones de garantizar algo más que la vigilancia de nuestras costas. La indecisión a la hora de habilitar un presupuesto capaz de convertir a nuestra marina de guerra en hegemónica en el eje estratégico Baleares – Estrecho – Canarias y de garantizar la seguridad marítima en los tránsitos hacia el Atlántico Sur, así como el hecho de que ni Portugal, ni Brasil, ni Argentina (países con los que sería posible establecer alianzas estratégicas interoceánicas) cuenten con una marina en condiciones de garantizar la seguridad en el Atlántico Sur, suponen dificultades casi insuperables para convertir a España en “potencia oceánica”. Y sin esto, el comercio con Iberoamérica pende de un hilo y no puede ser considerado en ningún caso como la orientación histórica que hoy se pueda asumir sin riesgos y con seguridad.
Por otra parte, la irrupción del Islam como fuerza
política en el norte de África, especialmente en Marruecos, Mauritania, Mali y
Senegal, hace que nuestra penetración hacia el Sur (que en buena medida sería
una penetración naval) sea completamente imposible y extremadamente limitada.
Harina de otro costal hubiera sito si con posterioridad a la Reconquista
hubiera continuado el arrinconamiento del Islam en el Magreb Occidental para
garantizar que la seguridad del Mediterráneo Occidental y el paso por Gibraltar
estaban completamente en manos de España.
Las naciones “marítimas”, habitualmente determinan la
aparición de imperios comerciales (Atenas, Cartago, EEUU) y plutocracias
democráticas. Pero, como decían los antiguos alquimistas “para fabricar oro
es necesario poseer el oro”, y España ni ayer ni hoy ha tenido los recursos
económicos suficientes como para poder afrontar la construcción de una marina
de guerra, algo que hoy es más caro que nunca (salvo que se renuncie a la
construcción de navíos de superficie y se centren los presupuestos en el arma
submarina. Hoy, las limitaciones económicas siguen impidiendo la realización de
un plan de esta magnitud.
Así pues, inicialmente, España estaría obligada a ser una
“potencia terrestre”. Pero en la actualidad, la mala negociación del acuerdo de
adhesión a la Unión Europea, gestionado de manera irresponsable por el gobierno
de Felipe González, nos confinó a un lugar “periférico” dentro de Europa: vimos
como nuestra industria estratégica (altos hornos, industria pesada, astilleros,
minería) quedaba completamente liquidada y nos transformamos en un mero país de
“servicios”, geriátrico de Europa, dotado de actividad económica de escaso
valor añadido (turismo y construcción) y poco más.
Por ello, nuestro drama actual, radica en que, sea como
fuere, por imperativos históricos del pasado remoto, o por condicionamientos
debidos a los errores de los últimos gobiernos democráticos, el hecho es que
estamos en malas condiciones de asumir cualquiera de las dos orientaciones.
Europa está “cerca” geográficamente y, por tanto, con ella
es con quien estamos obligados a tener la mayoría de intercambios comerciales.
Sin embargo, con América nos une una lengua cada vez más extendida
(especialmente con la América que “interesa” y que no es, desde luego, la andina,
sino la ribereña del Atlántico y del Pacífico a la vista de que en amplias
zonas del interior, se ha extendido entre las capas indígenas la idea de que la
miseria actual de esas poblaciones radica en la etapa de colonización), incluso
en el Norte.
En EEUU, la expansión de los núcleos hispanos es imparable y
las tres últimas elecciones presidenciales indican que quien quiera ser
presidente de los EEUU debe hacer campaña en castellano o al menos simular que
lo habla. Los hispanos constituyen, sin duda, la mayor contradicción interior
de aquel país: los hispanos rompen, no sólo la unidad lingüística, sino también
la unidad cultural y de valores de los EEUU. A los valores “blancos,
anglosajones y protestantes” que hasta ahora han sido hegemónicos allí, se
están superponiendo los valores “cristianos, hispanos y criollos” apoyados en
una lengua que muestra una extraordinaria potencia en los EEUU. Se engañan
quienes piensan que la minoría hispana va a tener el mismo destino, subordinado
y marginal, de los afroamericanos.
España no puede permanecer al margen del destino de las
comunidades hispanas al otro lado del Atlántico, pero el drama es que no lo
puede hacer en solitario. Así pues –si de lo que se trata es de una orientación
oceánica y marítima- de lo que se trata es que una diplomacia agresiva al
servicio de un gobierno fuerte labre pactos y acuerdos especialmente con
Portugal, Argentina, Brasil, Chile y Venezuela. Solo a través de acuerdos
de este tipo valdría la pena lograr la revitalización marítima de España. De lo
contrario habría que renunciar a este tipo de orientación y centrarse en la
exclusivamente terrestre.
Una orientación de este tipo pasa por una renegociación del acuerdo de adhesión a la UE y porque España recuperara el viejo proyecto de liderar a los países de tamaño medio de la UE para alterar la actual hegemonía franco-alemana, cortar cualquier acuerdo preferencial con terceros países que menoscabara los intereses de España (especialmente con Marruecos, Argelia, Túnez e Israel), o simplemente separarse de la UE, arrastrando a los países de tamaño medio y presentando una alternativa (que no puede ser sino la formación de un eje euro-ruso de espaldas a la Europa atlantista que se limita a permanecer a remolque de los EEUU a través de la OTAN.
Excluimos por obvias razones culturales y antropológicas, la
segunda opción que sería separarse de la UE y orientarse hacia el mundo árabe y
que a medio plazo impondría como alto precio la pérdida del perfil histórico y
de la identidad española. Así mismo, no hay que perder de vista que la
orientación marítima siempre da lugar a gobiernos oligárquicos y plutocráticos,
mientras que la orientación terrestre genera una mayor valorización de la idea
del Estado. Se trata, por tanto, de ser conscientes de estas repercusiones en
el terreno político: porque puede ocurrir que un país tenga vocación comercial
y marítima, pero su idiosincrasia no sea la más adecuada para desembocar en la
organización en torno a oligarquías plutocráticas. Y puede ocurrir, así mismo,
que una orientación “terrestre” sea inviable porque existe en las masas un
espíritu anárquico e inorgánico que impida la creación de un Estado fuerte.
Así pues, esta pregunta de cuál es la orientación
geopolítica de España no puede cerrarse completamente en el momento en este
momento y lo recuperaremos de nuevo al final de este estudio.
2) Modelo económico
La orientación geopolítica de España (potencia naval o
terrestre) tiene, como hemos visto, una íntima repercusión, en el plano
económico. No todos los proyectos pueden realizarse porque la dimensión de
nuestra economía es cada vez más limitada y en los actuales momentos de crisis
se ha revelado como extraordinariamente frágil.
En los últimos 10 años hemos sostenido que el modelo
económico de España adoptado desde 1996 y que supone una renovación parcial del
proyecto franquista (esto es, crear una economía cuyo motor sea la construcción
y el sector turístico, la hostelería) era un modelo económico erróneo que nos
llevaría, antes o después, a la ruina. Este momento ha llegado ya y se ha
agravado a causa de la crisis económica generada por la imposible
globalización.
Hemos sostenido, igualmente, que no saldremos de la
crisis económica hasta que no estemos en condiciones de enunciar un nuevo
modelo económico de sustitución. Y este es el segundo problema que debe
afrontar un proceso de reconstrucción nacional. Tampoco aquí está muy clara
cuál es la salida. El zapaterismo, intentó conjugar al mismo tiempo el modelo
económico heredado del aznarismo (ladrillo, salarios bajos, inmigración y
acceso fácil al crédito) ampliando incluso la presencia de algunos de sus
elementos (inmigración masiva) con un modelo idealizado e imposible basado en
I+D+i. Incluso las propuestas de Vox en materia económica van en la misma
dirección que el aznarismo de hace veinticinco años:
ladrillo-ladrillo-ladrillo. Poco, desde luego. Nada para el futuro.
El intento zapaterista suponía ignorar que desde hace
casi 40 años nuestro sistema educativo está en crisis, que estamos a la cola de
Europa en materia educativa, que el fracaso escolar y los estudios en carreras
“de letras” con pocas salidas profesionales, son el elemento dominante en
nuestro panorama juvenil y que, por todo ello, nuestro modelo económico (por el
momento y mientras el sistema educativo no renazca de sus cenizas) está
condicionado por la baja calidad de la formación de la mayoría de nuestros
jóvenes. Un panorama de I+D+i solamente podría realizarse con una masa
juvenil capacitada para asumir trabajos en ese sector y bien remunerados… lo
cual no tiene nada que ver con la situación actual en la que nuestros jóvenes
mejor preparados o no encuentran trabajo en España o se trata de trabajo mal
pagado y eventual, obligándoles en ambos casos, a mirar a otros países europeos
o americanos.
Por otra parte, mientras la globalización no sea definitiva y completamente abolida en la ordenación económica mundial, no podemos aspirar a una reindustrialización en la que los costes de producción siempre resultarían superiores a los que ofrecen hoy los países (especialmente extremo-orientales) que han ido configurándose como “factoría mundial”.
No hay, así mismo, la menor duda, de que la transformación de las economía occidentales de productivas en especulativas, no redunda en beneficio de la Unión Europa y, mientras el PIB sea la medida del “bienestar económico” y no la “renta per cápita”, la estructura sociológica de Europa será una clase madia cada vez más comprimida por la fiscalidad y reducida en número, una oligarquía económica cada vez más restringida pero cada vez más poderosa y unos grupos sociales poco competitivos, compuestos mayoritariamente por jóvenes y mayores de 45 años, sin trabajo estable, ni posibilidad de acceder a los escaparates de consumo.
A esto se une el problema de la inmigración masiva. Nuestra sociedad está todavía más fragmentados por la introducción con calzados de media docena de grupos étnicos no europeos (negro-africanos, magrebíes, orientales, indígenas sudamericanos, musulmanes de medio y extremo oriente, gitanos rumanos) que contribuyen a convertir nuestra sociedad en un mosaico carente de intereses comunes y en el que paradójicamente, el conjunto de origen español se declara “anti-racista”, pero cada grupo no europeo está interesado solamente en la defensa de sus intereses étnicos…
Así pues, es preciso plantearse objetivos a corto y a
medio plazo. A corto plazo hay que tener en cuenta que, salvo la acumulación de
población en las costas, la realidad es que buena parte del interior de España
está despoblado o en vías de despoblación, especialmente en zonas de Castilla
la Vieja y Aragón. En estas zonas existiría riqueza agrícola si existiera
población y capitales suficientes para explotarla. Lo que estamos proponiendo
es que la economía española reconozca su realidad y el hecho de que, si se quiere
dar una salida a millones de jóvenes con formación muy precaria y en situación
de paro, no tiene más remedio que retornar a un modelo económico en el cual el
sector primario (relacionado con los recursos naturales y su
transformación).
Esto implica, en primer lugar, renegociar el acuerdo de
adhesión a la UE, obteniendo el reconocimiento de España como “factoría
alimentaria de Europa” y, en segundo lugar por vetar y denunciar cualquier
acuerdo suscrito por la UE con países del Magreb, Sudáfrica o con Israel.
La importación de frutas, verduras, hortalizas, ganado vacuno y ovino, que
pueda ser cultivado o criado en España no debe de ser objeto de importaciones
procedentes de esos países.
El objetivo a medio plazo no es menos evidente y
necesario: se trata de que la UE denuncie la globalización y se emancipe de
ella. Esto solamente ocurrirá cuando se reduzca la dependencia de la
economía financiera y cuando Europa se sustraiga completamente a las
influencias y a las leyes de la alta finanza internacional, de los “señores del
dinero” y de las grandes instituciones financieras mundiales (FMI, Banco
mundial, especialmente). Europa debe convertirse en una “unidad económica”
capaz de disponer de un mercado interior potente, reduciendo al mínimo las
importaciones procedentes del exterior de ese espacio.
La lección de la crisis de 2008 no ha sido aprendida ni
asimilada, ni por la clase política, ni por la población. En aquel momento, el
sector de la construcción cayó con el estallido de la burbuja inmobiliaria. Y,
si bien es cierto, que nunca más se volverán a generar procesos hipertróficos como
el que vimos entonces, lo cierto es que, en la actualidad (2019) estamos
viendo un repunte del sector que augura una próxima reproducción de aquella
crisis en una escala menor.
Así mismo, el sector de hostelería, corre el riesgo de
disminuir su actividad en los próximos años, a causa de la competencia de los
países de Europa Central y de los Balcanes y lo único que nos permitirá seguir
recibiendo turistas es bajando el listón, abaratando costes para atraer a
turismo de aluvión, litrona y bocata que llega a España con los fortaits ya
cerrados. Una perspectiva absolutamente indeseable, pero a estas alturas el
pretender atraer a “turismo de calidad” ya parece demasiado remoto como para
poder actualizarse. Desde los años 60, el turismo que ha venido a España ha
sido siempre “de aluvión” y a estas alturas, las infraestructuras turísticas ya
están diseñadas para ese perfil, con lo que resulta prácticamente imposible
rectificar y enderezar un fenómeno que desde el principio se torció.
Por lo tanto, resumiendo, desde el punto de vista del
modelo económico, las dos opciones que pueden asumirse son: énfasis en el
sector primario con recolonización de los espacios interiores del país,
renegociación del acuerdo de adhesión a la UE priorizando a España como
“granero y despensa de Europa”, facilitar la ruptura de la UE con la economía
globalizada mundial y en especial lucha contra los centros financieros
internacionales, constitución de Europa como “gran espacio económico”, ajeno e
independiente de la globalización.
Segunda Parte
3) ¿Con Europa o contra Europa?
4) ¿Qué modelo político?
5) ¿Nacionalismo o patriotismo?
6) ¿España con Portugal?
7) ¿Qué enfoque cultural?
© Ernesto Milà – infokrisis – ernesto.mila.rodi@gmail.com – Artículo revisado el 11.06.2019.