Desde las elecciones del 23-J España vive De espaldas a la
política. Buena parte de los españoles no se podrán ir de vacaciones a causa
¿de la guerra de Ucrania? ¿del Covid-19? No, no se podrán ir “por lo bien que
va el país”, “como una moto”, “en la Champion’s”, “con las cifras
macroeconómicas viento en popa”, que decía Perro Sánchez. En realidad, la
inflación, la inseguridad y la precariedad en el empleo, los bajos salarios, impiden
a muchos romper con la rutina. Mucho menos aún interesan las “negociaciones” del
PP y del PSOE para alcanzar una precaria mayoría que les “permita gobernar”. El
hecho de que un mindundi como Puigdemont, alguien que, hasta hace poco, solo
existía para los espectadores de TV3, esté en el centro de las negociaciones es
motivo suficiente para que la mayoría se desinterese por el asunto. Lo que
verdaderamente importa en estas semanas procede del colorín, de las noticias
del corazón.
Que si Bertín Osborne va a tener un hijo con la última petarda de
labios recauchutados (Bertín, pero ¿dónde tenías la cabeza?). Que si el
futbolista y la cantante han firmado la paz. Que si el “emérito” ha ido y ha
venido de Sanchencho. El resacón del enlace entre el niño de los Onieva y la
niña de los Falcó. Los modelitos lucidos por toda la familia real. La última
gilipollez de la última “influencer”. Y así sucesivamente. Pero, el tema
que promete acaparar durante varios meses las portadas del colorín y los
programas del corazón es el asesinato y descuartizamiento de un colombiano a manos
del nieto de Curro Jiménez. Creo que vale la pena reflexionar sobre todo esto,
en conjunto.
1. LOS PROGRAMAS DEL CORAZÓN ALIMENTO VERANIEGO PARA EL “ESPÍRITU”
Estamos en días vacacionales. Fuera, el calor es asfixiante; al
menos en el interior del hogar el aire acondicionado nos garantiza no
derretirnos. No sabemos muy bien qué hacer. Ponemos la tele. En ningún streaming
hay nada que pueda interesarnos. Después de más de media hora de rastreo y de
iniciar una o dos películas que la IA del streaming dice que podía
gustarnos, nos hemos convencido de que son un auténtico truño con aroma a
zurullo bien aplanado. Pasamos a los canales en TDT: incluso en los telediarios,
las noticias del verano tienen más que ver con el corazón que con la política.
No es que durante el verano no haya noticias, es que el espectador no quiere oírlas.
El ciudadano medio está acosado por los problemas y huye de los
problemas. Bastante tiene con lo suyo para asumir los de otros, o los de la
sociedad. Quiere relajación y cosas que no le hagan pensar. Le gustaría olvidar
que existe, pero los plazos de la hipoteca seguirán ahí, tanto como los de la
freidora de aire caliente que aún no ha terminado de pagar y que ya tiene en
venta en Wallapop desde hace semanas. Elude visitar la teletienda; en su
versión de “Mejor llama a Kiko” le da, incluso, asco tanto el personaje que
ni siquiera simula creer en las bondades de sus productos, como las baratijas
que vende.
El túnel metacarpiano se va erosionando poco a poco a fuerza de
presionar la tecla del mando a distancia. Y llega a los programas del corazón:
todos hablan de los mismos temas. Los conoce todos, como el verano pasado supo
todos los detalles sobre el intento de asesinato de aquel individuo de “La
Trinca” cuya esposa, alemana y colgada, le metió sobredosis de no recuerdo qué
medicamento; dado que el afectado era un tipo con “mano” en el mundo de la tele
logró que no se hablase de los aspectos más escabrosos del tema. Este año, la
cosa venía tediosa: Bertín Osborne, obligado por su sempiterno papel de “macho
español” había dejado embarazada a una chica de poco lustre, más falsa que las
escenas de acción de Tom Cruise. El corazón estaba flojo, en realidad. Pero, a
medida que íbamos entrando en el verano, el género se animaba.
Vale la pena hacer un pequeño paréntesis para tratar de explicar ese interés del "último hombre" por los temas del "corazón".
2. EL “CORAZÓN” COMO COBERTURA AL
NIHILISMO
La cuestión es por qué, cada vez más, millones de españoles se
preocupan por lo que no son más que noticias de “telebasura”. Hay varias
respuestas. La primera que acude a la mente es que la gente consume aquello
que está más acorde con su nivel cultural: a un nivel cada vez más bajo corresponde
una programación que hace 50 años hubiera sido ofensiva para el sentido común y
el buen gusto. Hoy es natural. Es el resultado de medio docena de “reformas”
educativas a cuál más catastrófica. El destrozo es tal que ahora ya resulta
irremediable. “Telebasura” para gente que no tiene más que “basura” en el
cerebro.
Pero esta explicación parece muy radical: a fin de cuentas, ¿quién
establece lo que es “basura” y lo que no lo es? Sabemos lo que es, pero no
existe un estándar que lo defina y que genere un consenso. Así pues, será
cuestión de buscar alguna otra explicación más “profunda”.
Es así como llegamos al nihilismo: Nietzsche fue el filósofo
del nihilismo, lo que quedó tras decretar la muerte de Dios; y en Rusia, uno de
los personajes de Dostoievski en Los hermanos Karamazov parece responderle
desde la estepa rusa: “Si Dios ha muerto, todo está permitido”. La
respuesta que dio Nietzsche al nihilismo no era del todo convincente (“que cada
cual se haga su propia ley y la cumpla”, una especie de imperativo categórico
kantiano personalizado…), pero lo cierto es que, al darse cuenta de que el
mundo podía prescindir de Dios, precisaba clavos ardiendo a los que agarrarse.
Y su idea del “superhombre” (ese que ha logrado establecer su propia ley y su
propia moral y realizarla) constituye uno de esos “clavos”, tan irreales como
poco convincentes.
Nietzsche no tuvo el valor de llegar hasta el final como lo hizo
literariamente Dostoievski, quien reconocía que la muerte de Dios implicaba
la imposibilidad de aplicar sanciones morales unánimemente aceptadas y
sometidas a una poder superior y trascendente.
Nietzsche, en realidad, lo que hizo fue cubrir el nihilismo con su
idea del “superhombre”. Su altura intelectual le permitía el quiebro. Pero era
solo un quiebro, una finta ingeniosa que, acaso valiera para él, pero no para
el “último hombre. Pero, la realidad, era que el agujero sin fondo generado
por el nihilismo y, por tanto, por la imposibilidad de establecer “valores
absolutos”, se ha ido afirmando a lo largo del siglo XX y reconociéndose en las
últimas décadas del milenio que preludiaron los discursos erráticos, exóticos,
grotescos y aberrantes de estas primeras décadas del nuevo siglo.
Al haber desterrado la trascendencia de la propia vida, el
nihilismo se convierte en el acompañante obligado del “último hombre”. Y la vida de éste se convierte en un ejercicio constante para
esquivar el problema, evitarlo e ignorarlo mediante las “oberturas al nihilismo”
de las que hablara Evola en Cabalgar el Tigre. Cuando decimos “me
gusta el cine”, en realidad, deberíamos decir: “el cine cubre mi tiempo
y, transfiriendo mi ego a los protagonistas, identificándome con este o
rechazando a aquel, lo que estoy haciendo alienarme, dejar de ser yo para ser
otro, olvidar que no soy nada, que no hay nada, que todo es vacío y que nuestra
vida, privada del sentido de la trascendencia es un permanente viaje sin rumbo”.
Cuando decimos: “voy a jugar una partidita al Candy Crush” en realidad
deberíamos decir: “Quemo mi tiempo con este juego para mantener ocupada mi
mente y olvidar que tengo el vacío bajo mis pies; quiero olvidar que moriré y
que no dejaré nada detrás de mí”. Cuando utilizo las apps de
contactos como si se tratara de máquinas tragaperras, y esto consume mi tiempo,
en realidad, lo que estoy reproduciendo el mismo drama de Don Juan Tenorio: tratar
de buscar en muchas mujeres lo que no he conocido realmente, en una sola “Mujer”
a la que entregar, no solo mi amor, sino todo mi Yo. Una búsqueda,
permanentemente decepcionada. Sigo un curso de cocina y lo hago porque si me
quedo solo en casa, pienso y el pensar me aterroriza. Estoy en redes
sociales porque la soledad me genera un miedo análogo. Busco likes a una foto
en la se me ve sonriendo ante una tortilla de patatas, como muestra de lo guay
que es mi vida. Y estoy dispuesto a dar uno y mil likes a todos aquellos que
demuestran idéntica satisfacción ante banalidades y más banalidades.
Pero la triste realidad: es que hablar de “valores”, de “experiencia
de la transcendencia”, de creer en lo “Absoluto”, es algo que ya no entra en
las posibilidades, ni mucho menos en las necesidades, de la inmensa mayoría de
la población. No es que se rechace: es que se ignora. Cualquier actividad
-el ver prensa del corazón y buscan en ella noticias espectaculares- es la
forma más habitual de olvidar la nada que nos rodea y el pozo sin fondo que nos
lleva por las oscuras aguas del Leteo (de Lete, en griego antiguo “olvido”)
que conducen hasta el reino de los muertos, el Hades en donde se “extinguen
sin gloria” la inmensa mayoría de mortales. Además, del Leteo, la mitología
griega aludía a otros ríos infernales: el Estigia (el río del odio), el
Flegetonde (el río de las pasiones o del fuego), el Aqueronte (o río de la aflicción)
y el Cocito, (río de las lamentaciones). Todos desembocaban en una gran ciénaga:
el barro al barro. Al olvido. Nadie como los griegos conocían el alma humana.
Y ese conocimiento no constituía una “cobertura al nihilismo”, indicaba, más
bien, el camino alternativo: el de los “pequeños misterios” (que conducían a la
“salvación”) y el de los “grandes misterios” (que llevaban a la “liberación”).
El único misterio que es capaz de concebir nuestro momento histórico es si el
Pentágono oculta a hombrecillos verdes llegados de ni se sabe dónde.
1. NIHILISMO, PEDERASTIA Y CRÍMENES SEXUALES A CASCOPORRO
2. APRÉNTESIS SOBRE EL CASO DEL NIETO DE “CURRO JIMÉNEZ” Y LOS “CURAS PEDERASTAS”
3. UNA SOCIEDAD NIHILISTA EN MARCHA A UNA BRUTALIZACIÓN CRECIENTE