miércoles, 23 de septiembre de 2020

ADOLESCENTES Y PORNO, O EL FRACASO DE UNA SOCIEDAD

 

En los dos últimos días parece que alguien ha hecho sonar las alarmas y los digitales repiten -en estos momentos de caótico inicio del curso escolar- que los adolescentes se están convirtiendo en consumidores compulsivos de pornografía en la red. ¿Alguien podía esperar otra cosa? Es como los incidentes étnicos o el aumento de la delincuencia ¿Es que nadie lo previó desde 1996 cuando Aznar abrió la espita de la inmigración o cuando la justicia tiende a “reinsertar” antes que a resarcir a la víctima? Ahora viene el llanto y el crujir de dientes.

El fin de semana abrió el fuego La Vanguardia en su última página: un especialista entrevistado afirmaba que el Coeficiente Intelectual de la generación de milenials es inferior al de las anteriores. ¿A qué se debe? El mismo especialista lo explicaba: a que el adolescente lo encuentra todo en alguna pantalla: ordenador, Tablet, móvil, videoconsola, televisión por cable… ¿para qué pensar si todo puede encontrarse en la red?

A partir de los años 70, el cultivo de la memoria empezó a ser arrojado de los planes de estudio y la lista de los Reyes Godos dejó de ser un estímulo para un “músculo” que, si no se ejercita, se atrofia, y actualmente, no ya la memoria, sino la totalidad del conocimiento es desplazado por las posibilidades de la red.

Ahora bien, para poder aprovechar los contenidos de la red -y, por extensión, todas las nuevas tecnologías- es preciso tener cuatro capacidades que no están al alcance de la inmensa mayoría de la población:

- Capacidad de discernimiento entre lo que es “verdad” y lo que es “falso”, entre la información objetiva y la información difundida por “enteraos”, entre lo que es publicidad y lo que es servicio público.

- Exigencia de calidad en los contenidos escritos, de audio, de imagen o de vídeo, y rechazo a contenidos que no alcancen mínimos en este terreno, por muchos likes que tengan o por muy trendig-topics que se hayan convertido.

- Capacidad cultural que induzca a ampliar conocimientos, en lugar de convertir las pantallas de terminales en meras herramientas que extienden el tiempo de ocio durante las 24 horas del día y constituyen la mayor reserva mundial de “información” inútil.

- Capacidad para procesar los datos recogidos en la red, algo que está íntimamente ligado al cultivo de la memoria y al razonamiento lógico, mucho más que a las limitaciones de un software.

También en la red se cumple la ley de hierro de la psicología de las masas, enunciada por Gustav Le Bon, hace más de un siglo: la inteligencia media de una masa -y los usuarios de internet son tan masivos como puede ser un estadio de fútbol en día de final- no se sitúa en la media aritmética de las inteligencias de sus integrantes, sino en el nivel más bajo de los mismos.

Todo esto es mucho más grave cuando el usuario de Internet es una personalidad en vías de formación, completamente influenciable que, además, está descubriendo su sexualidad y tiene interés por ella. Es ahí en donde la adolescencia y la pornografía confluyen.

¿Qué es la pornografía? Es la difusión de material que contiene sexo explícito.

¿Para qué sirve la pornografía? Para estimular la imaginación sexual (olvidando que no todo lo que se puede imaginar es posible, ni ético, llevarlo a la práctica.

¿Cuál es el riesgo de la pornografía? Habituarse a ella, lo que implica -como cualquier droga- administrarse dosis cada vez mayores.

¿Cuál es la característica de la sexualidad en el siglo XXI? Que existe una brecha creciente entre los contenidos cada vez más extremos de la pornografía y las posibilidades de llevarlos a la práctica.

¿Y esto que implica?

1) Aumento de las neurosis sexuales y de las patologías de origen sexual.  

2) Aumento de los fracasos en el sexo real cuando alguna de las partes quiere realizar las fantasías alimentadas por la pornografía.

3) Aumento de la práctica del “sexo solitario” el único territorio donde la imaginación puede volar libremente según los vientos inspirados por la pornografía.

4) Distanciamiento creciente entre la sexualidad de varones y hembras con todo lo que ello implica (inestabilidad de las parejas, agresiones sexuales, homosexualidad y lesbianismo).

Todo esto se experimenta de manera mucho más intensa en la adolescencia, esa época de búsqueda y de tanteo sobre un mundo del que se desconoce casi todo, en el que la “educación sexual” de las escuelas ha fracasado por completo y en donde la mayoría de padres tampoco han sabido transmitir unos comportamientos razonables ante el sexo. ¿Cómo reprochar a los adolescentes que consulten páginas pornográficas en lugar de páginas de orientación sexual? El camino más simple, el más fácil, el más sugerente, siempre es aquel que se sigue; no el más adecuado, no el más razonable, no el más necesario.

¿Y cuál es ese camino? Después de 50 años de predicar el “ejercicio libre de la sexualidad” con argumentos psiquiátricos (“no hacerlo crea ‘represiones’, fuente de perturbaciones mentales”), es preciso priorizar otra “moral sexual” completamente diferente: la que proponga, el control sobre la sexualidad en lugar de dejar que la sexualidad controle al individuo. Y la pornografía no es, desde luego, la mejor vía para este objetivo, el único que podría redimir a modernidad de su miseria sexual actual: porque, nunca la sexualidad ha estado tan exenta de tabúes como hoy, y nunca como hoy las patologías sexuales han estado tan extendidas.

Ahora se intuye que “algo no funciona” y que los “controles parentales” de la red son inviables, casi grotescos por su ingenuidad, ante al alud de la pornografía en Internet. No hay solución posible, al menos dentro de el actual marco social: prohibir la pornografía no es una opción, a menos que no sea una iniciativa universal, reducirla tampoco parece realista, especialmente en un momento en el que falta poco para que las imágenes transmitidas sean holográficas y tridimensionales. Lograr una mayor resistencia de los adolescentes a la pornografía, también resulta una quimera: las masas siempre van a las salidas más fáciles y más placenteras. Educar el instinto de reproducción y la sexualidad, tampoco es una opción realista: ¿quién lo va a hacer? ¿una escuela que ha fracasado incluso a la hora de enseñar gramática o que no va más allá del 2 y 2 son 4?

De ahí que la actual alarma por los efectos de la pornografía sobre la adolescencia sea una actitud hipócrita: “deme una solución y no me hable de un problema que era fácilmente previsible desde el momento en que en 1995 para aprender el uso del Explorer se recurría a la web del Play-Boy…”. Y los gobiernos callan: una vez más, carecen de solución. Por lo demás, el hecho de que el adolescente se esté masturbando compulsivamente e imagine prácticas sexuales que sólo conseguirán alejar de él al otro sexo, estará encerrado en su casa y ajeno a los problemas de la modernidad.

Entre eso, el porrito, y la pizza, la generación Zombi tiene todo lo que le exige a la vida. ¿A quién reclamamos?