Todavía hoy
parece increíble que los partidos que constituían el núcleo duro de la
República (socialdemócratas y centristas) se atrevieran a convocar unas
elecciones de las que ambos serían evidentemente los perdedores y que, con toda
seguridad, facilitarían el ascenso de los radicalismos de izquierdas y
derechas. De ahí que algunos hayan considerado que la disolución de la cámara
supuso el suicidio de la República[1].
Es posible que Brüning pensara que el hecho de que la compaña contra el Plan
Young hubiera constituido un fracaso era motivo suficiente como para pensar que
si el NSDAP y el DNVP habían alcanzado apenas un 14,5% de los votos,
difícilmente unas elecciones convocadas pocas semanas después mejorarían este
resultado y que si se producía un avance de los nacional-socialistas sería en
cualquier caso limitado. Era posible también que contemplara la posibilidad
de desactivar el radicalismo del NSDAP en caso de que sus resultados fueran
buenos, incorporándolo a alguna fórmula de coalición. Lo que no esperaba es que
los resultados electorales serían tan buenos para esa formación. De hecho,
las mejores previsiones de Hitler en los días previos a las elecciones no
evaluaban sus resultados más que en 50-60 diputados: la mitad de los que
finalmente obtuvieron.
Si alguien
durante el verano de 1930 no se fue de vacaciones fue la militancia del NSDAP,
especialmente los que había pasado por la escuela de oradores. Cien de ellos
tenían una experiencia acumulada suficiente como para que su capacidad de
convicción fuera decisiva[2].
Sobre ellos recayó el peso de la campaña electoral. Las órdenes de la
dirección eran claras y tajantes: “organizar al día un mínimo de cien
mítines diarios”. Cada uno de estos oradores estaba especializado en
actuar sobre uno o varios grupos sociales concretos. El tema elegido por el
partido para abordar la campaña era la división de Alemania en intereses
contrapuestos. Hitler pronunció a lo largo de las seis semanas previas a las
elecciones un total de veinte grandes mítines a los que acudieron entre 5.000 y
30.000 personas (en el Jahrhunderthalle
de Breslau, repleto con 25.000 personas a las que había que sumar otras 5.000
que debieron escuchar el acto fuera de la sala), el Sportpalast de Berlín se llenó con 10.000 personas enfervorizadas.
Se percibió
también un cambio en el mensaje que ya se había intuido desde la reconstrucción
del partido en 1926-28. El antisemitismo apenas fue mencionado en el curso de
la campaña. El tema-estrella tampoco resultó ser la cuestión del “espacio
vital”, habitual en los años de la reconstrucción, sino la crisis que había
colapsado Alemania a partir del crack bursátil de 1929 y de los problemas
experimentados por la agricultura desde el año anterior. Era el mejor tema
para lanzar ataques continuados contra la incapacidad de la República y contra
la partidocracia.
Los oradores del NSDAP se preocuparon por afirmar en todo
momento que los partidos políticos no eran otra cosa que representantes de
intereses específicos cuya actuación tendía a romper la unidad de la “comunidad
del pueblo”. Solamente el NSDAP representaba a los intereses de la totalidad de
la nación. Habían pasado once años desde la implantación de la República,
ésta no solamente era hija de la derrota y de la “puñalada por la espalda” sino
que también había mostrado con claridad su ineficacia: después de varias
campañas electorales –la última celebrada dos años antes- los partidos habían
demostrado su increíble tendencia a incumplir sus promesas electorales, a dejar
todo lo proclamado durante la campaña electoral sobre reducciones de impuestos
y creación de empleo, como letra muerta durante su período de gobierno.
No existían
inocentes porque cada partido había obtenido su parcela de poder mayor o menor.
Los tres grandes males que había traído la República eran la democracia, el
pacifismo y el internacionalismo que habían desembocado en impotencia y
debilidad. El NSDAP se proponía acabar con todas estas lacras. El
objetivo final a alcanzar era la liberación nacional; para ello había que ser
fuertes y para ello era preciso reconstruir la unidad de la “comunidad del
pueblo”. No se proponía un nuevo gobierno, sino un cambio de sistema
que solamente podía partir de un pueblo que hubiera dejado atrás las
diferencias de clase[3].
Hitler repetía una y otra vez que “la
comunidad del pueblo, por encima de las diferencias, restaurará la fuerza común
de la nación”. Tal era el “ideal elevado” que contraponer a la lucha de
clases o a la lucha de intereses generada por los mercados.
La “comunidad
del pueblo” era un todo que se situaba por encima de los individuos, de las
clases y de cualquier interés particular. El camino que llevaba a la
reconstrucción de la “comunidad del pueblo” era el camino que llevaría de la
infamante república al nuevo Reich anunciado. La idea central era que no se
trataba de mejorar la situación económica de tal o cual grupo social concreto
(de los promotores industriales para la derecha o del proletariado para la
izquierda), sino aumentar la fuerza de la nación: el resto vendría por sí
mismo. La liberación de la nación traería consigo la mejora en las
condiciones de vida de cada grupo social.
Este mensaje
extraordinariamente simple utilizado por Hitler y el resto de oradores y
publicistas del NSDAP en la campaña electoral de 1930, unido al dinamismo de
la organización, estuvo en la base de su éxito. Obviamente, la idea de Volk (pueblo entendido en sentido
étnico) y de “espacio vital” (territorios que pudieran asegurar la
supervivencia del Volk) que habían
estado presentes respectivamente en la primera fase de desarrollo del partido
entre 1919 y 1923 y en la segunda entre 1926 y 1928, seguían estando presentes
en el argumentario de la campaña, pero solamente en un plano secundario y por
detrás de las ideas enunciadas en el párrafo anterior. El resultado fue que
el NSDAP apareció a ojos del electorado como el “partido del interés nacional”,
mientras que el resto de partidos lo eran solamente de intereses sectoriales.
Fue así como, poco a poco, las formaciones de la derecha fueron desapareciendo
o se vieron extraordinariamente debilitadas en sus apoyos que fueron a parar
hacia el NSDAP. Ocurrió con la Bayerscher Bauernbund (Liga de los
Campesinos Bávaros), pero también como el DNVP.
No es raro
que a lo largo del año 1930, el NSDAP creciera como la espuma y que lo hiciera
precisamente en base a estas ideas-fuerza. En una encuesta realizada en
1934 sobre casi seiscientos miembros del partido, se deducía que la mayoría
habían ingresado ese año y un tercio lo hicieron atraídos solamente por las
ideas centrales defendidas en la campaña (la unidad de la “comunidad del
pueblo”). Otro tercio se sentía especialmente identificado con la idea de la
“puñalada por la espalda” y el nacionalismo romántico clásico (este grupo había
ingresado en el partido antes de 1930). Dos tercios eran antimarxistas en
distintas intensidades y la mitad ansiaban particularmente un renacimiento
nacional y la abolición de la República. ¿Y el antisemitismo? No era
unánime: estaba presente en alguna medida en dos tercios de los afiliados, pero
solamente una octava parte lo consideraban algo particularmente relevante. Es
significativo igualmente que una quinta parte afirmaran haberse afiliado al
NSDAP solamente por admiración, respeto y confianza hacia Hitler[4].
Indudablemente estos datos son parciales y sería arriesgado extrapolarlos a la
totalidad de afiliados, pero son, en cualquier caso significativos de los
intereses que movían a sus miembros. Quedaba, sin embargo, fuera de la
encuesta, algo que resultaba evidente: la estética del movimiento y el mensaje
que quería sugerir a la población mediante la utilización de un estilo tan
absolutamente propio y personal que jamás partido alguno consiguió imitar.
En efecto, por
acertadas y justa que hubieran sido las ideas y las propuestas del NSDAP a la
sociedad alemana, hubieran quedado solamente en eso, en ideas, de no ser por la
imagen de dinamismo y fuerza que conseguían transmitir. El NSDAP no era en ese
momento, ni de lejos, el principal partido de Alemania, de hecho, había
obtenido unos resultados esperanzadores pero modestos en las elecciones de 1928
que lo situaban como el sexto partido en número de votos. Sin embargo, era el
partido que estaba en todas partes.
Durante el verano de 1930, se fuera donde se fuera, incluso en los barrios controlados por el KDP, siempre era posible ver a algún grupo de jóvenes uniformados en tareas de agitación y propaganda. Lo perentorio de sus consignas les diferenciaba de los propagandistas habituales: no parecían querer el poder, ni mucho menos participar en una coalición vencedora. Querían, simplemente, realizar una cruzada. Quienes los veían, se llevaban la impresión de que estaban embarcados en una guerra santa. Era cierto que los miembros del KDP utilizaban procedimientos organizativos y de propaganda similares (de hecho, el NSDAP se había inspirado en el modelo leninista de partido, al menos en parte, sustituyendo el “centralismo democrático” por la idea del “führer prinzip”), la diferencia radicaba en que el KDP realizaba una “cruzada de clase”, mientras que el NSDAP realizaba esa cruzada en nombre de toda la nación.
El día de las
elecciones se tuvo, desde el principio, la sensación de que iba a producirse un
vuelco electoral. Y, de hecho, supuso algo inédito en la historia electoral
europea. Un partido pasó bruscamente de doce escaños y un escuálido 2,6% a 107
escaños y a situarse en un porcentaje del 18,3% de los votos seguido por seis
millones y medio de ciudadanos. El NSDAP había multiplicado por ocho los
votos obtenidos dos años antes. El resultado sorprendió incluso a los propios
dirigentes del partido a pesar de que las anteriores elecciones parciales
celebradas en Sajonia indicaran un ascenso no menos espectacular (el 14,4%
obtenido apenas tres meses antes). Las apreciaciones de los dirigentes
oscilaban entre la moderación de la que había hecho gala Josep Goebbels quien
contaba obtener cuarenta escaños, hasta Hitler quien estaba convencido que la
horquilla de diputados oscilaría entre los cincuenta y los sesenta. A la vista
de la asistencia a los mítines y a las manifestaciones realizadas durante la campaña
electoral, parecía claro, especialmente durante la última semana de campaña,
que se iba a producir un gran éxito, pero nadie, pensó que alcanzaría hasta
los 107 escaños. El Frankfurter
Zeitung bautizó estos resultados como las “elecciones de la amargura”.
Los
comunistas fueron los únicos que lograron mejorar algo sus posiciones,
quedándose con un 13,1% de los votos y obteniendo apenas un 2,5% más de lo
logrado en 1928. Este modesto avance fue interpretado por el Comité Central
del KPD como un “éxito sin precedentes”…[5]
Los grandes partidos habían perdido todos algo de terreno: el SPD seguiría siendo, en los dos años siguientes el partido más votado, pero había retrocedido, al igual que el Zentrum. El DNVP experimentó una merma de la mitad de los votos que fueron a parar, íntegramente, al NSDAP, quedándose con un 7% del 14,4 que había obtenido en las anteriores elecciones. El NSDAP había recibido votos de todos los partidos del arco político y surgidos también de la abstención que en esta ocasión había sido menor. Los resultados fueron abrumadores en las zonas rurales del norte y del Este. Por primera vez, el NSDAP avanzó más en las zonas protestantes que en las católicas. Los resultados en Baviera, estuvieron por primera vez por debajo de la media nacional. El Schleswig-Holstein, el partido pasó del 4% al 27% y en Prusia Oriental, Pomerania, Hanover y Mecklenburg se situaron por encima del 20%. Una cuarta parte de los votos procedía de la clase obrera, aunque lo esencial de los apoyos electorales procediera de zonas agrícolas, clases medias (especialmente protestantes) y juventud. Le mensaje transversal e interclasista había calado en la población.
Los grandes partidos habían perdido todos algo de terreno: el SPD seguiría siendo, en los dos años siguientes el partido más votado, pero había retrocedido, al igual que el Zentrum. El DNVP experimentó una merma de la mitad de los votos que fueron a parar, íntegramente, al NSDAP, quedándose con un 7% del 14,4 que había obtenido en las anteriores elecciones. El NSDAP había recibido votos de todos los partidos del arco político y surgidos también de la abstención que en esta ocasión había sido menor. Los resultados fueron abrumadores en las zonas rurales del norte y del Este. Por primera vez, el NSDAP avanzó más en las zonas protestantes que en las católicas. Los resultados en Baviera, estuvieron por primera vez por debajo de la media nacional. El Schleswig-Holstein, el partido pasó del 4% al 27% y en Prusia Oriental, Pomerania, Hanover y Mecklenburg se situaron por encima del 20%. Una cuarta parte de los votos procedía de la clase obrera, aunque lo esencial de los apoyos electorales procediera de zonas agrícolas, clases medias (especialmente protestantes) y juventud. Le mensaje transversal e interclasista había calado en la población.
Inmediatamente
se conocieron los resultados una riada de nuevas afiliaciones colapsó las
ventanillas de admisión del partido. Lo importante fue que un porcentaje
elevado de afiliaciones procedía de lo que habitualmente se llaman ciudadanos
“respetables”: funcionarios, técnicos, incluso miembro de la nobleza (Augusto
Wihelm, “Auwi”, hijo del Káiser
Guillermo II, ingresó en ese período). Un miembro del grupo de Strasser (ya
fuera del partido) sintetizó la nueva situación: “antes de las
elecciones, la palabra “nazi” inmediatamente hacía pensar en una casa de locos.
Pero ya no”. El propio Strasser habló de “hacer las maletas”.
En realidad,
las izquierdas, a la vista del resultado, temieron que el NSDAP decidiera
mostrar su verdadero rostro y decidirse a conquistar el poder con las SA como
punta de lanza. Pero Hitler no estaba dispuesto a romper su palabra: la había empeñado
apostando por una conquista legal y democrática del poder y no estaba dispuesto
a desviarse de este camino, ni de optar por una nueva aventura insurreccional.
Desde los
márgenes de la democracia, desde posiciones habitualmente consideradas como “extremistas”,
el NSDAP había realizado un viaje hacia la “centralidad política” (no hacia el
centro político). A partir de este momento, ya no se podía prescindir de
él: cualquier combinación de gobierno debía tener presente el peso del NSDAP
que había desplazado el eje político hacia la derecha. Y, en cuanto al KDP
seguía sosteniendo, contra toda lógica, contra la más mínima noción que
impusiera el sentido común e incuso contra lo que había visto toda la sociedad
alemana, que Hitler no era más que un títere de Hugenberg al que calificaban
como “verdadero caudillo del movimiento
fascista en Alemania”[6].
Esta opinión era el resultado del dogmatismo comunista y era tributario del
criterio establecido por la Internacional Comunista según la cual el “fascismo
era el brazo armado del capital”, era el “capital” (Hugenberg), pues, el que
trazaba la línea que debía recorrer el NSDAP… Era justo lo contrario de lo que
toda Alemania había visto durante la campaña electoral.
[1] I. Kershaw, op. cit., pág. 325, y J. Fest., op.
cit., pág. 314
[2]
Ídem, pág. 331.
[3]
Ídem, pág. 332.
[4]
Datos recogidos por I. Kershaw, op. cit., pág. 334.
[5]
“El único vencedor en las elecciones de
septiembre es el partido comunista” había proclamado el Comité Central (Cf.
J. Fest, op. cit., pág. 327).